Brasil es el país con más católicos del mundo, pero como en toda América Latina la Iglesia católica sufre una deserción masiva. Por eso es natural que el Papa intente recuperar ese rebaño, y en especial a los jóvenes. Las señales de renovación, aunque llamativas, no convencen todavía.
William Mauricio Beltrán*
Foto: Catholic Church (England and Wales)
Deserción masiva
La visita del Papa a Brasil está cargada de un amplio contenido simbólico… y práctico. Con una población de más de 190 millones de habitantes, Brasil es el país con más católicos en el mundo: unos 123 millones. Sin embargo, la iglesia católica brasileña viene experimentando una pérdida masiva de fieles:
· durante los años 70, el 92 por ciento de los brasileños se confesaban católicos;
· para el año 2000, esta cifra había descendido al 74 por ciento;
· para 2010, al 64 por ciento.
Mientras tanto, diversos movimientos protestantes, liderados por el pentecostal — “los cristianos”, como los conocemos en Colombia — están en plena expansión: pasaron de ser el 15 por ciento en 2000 a cerca del 22 por ciento en 2010. Unos 42 millones. Del mismo modo, los no creyentes — ateos o agnósticos — van en aumento: hoy constituyen cerca del 8 por ciento de población de la población brasileña.
Los jóvenes brasileños son quienes con mayor frecuencia desertan del catolicismo para buscar nuevas opciones religiosas o para convertirse en no creyentes. Un fenómeno similar está ocurriendo en casi todos los países de América Latina, un continente que -a pesar de estas tendencias- sigue siendo el más católico del mundo.
Rebaño descuidado
Foto: Jurjen van Enter |
Una de las razones por las cuales el papa Francisco dio prioridad al Brasil — y por la cual el latinoamericano Bergoglio fue elegido como Papa — es tratar de frenar la deserción masiva de los católicos en este continente.
Brasil es además una potencia económica emergente que goza de una clase media en aumento. Pero también es — como Colombia — uno de los países más desiguales del planeta. Buena parte de la población siente que las oportunidades son para solo unos pocos.
La inconformidad ha estallado en movilizaciones ciudadanas masivas. Los manifestantes reclaman mejorar los servicios de trasporte, salud y educación en lugar de invertir recursos multimillonarios en los preparativos de la copa de futbol, los juegos olímpicos y la misma visita del Papa.
Los jóvenes son protagonistas de estas manifestaciones: son esos mismos jóvenes que, según el Papa, han sido víctimas de la “cultura de los descartados”, son la “generación de los excluidos”, o la “generación perdida”, como se les dice en Europa.
Parte de la misión de Francisco es cautivar a las nuevas generaciones, pues sin ellas el futuro de la Iglesia parece sombrío. Su agenda es parte de un proyecto renovador, cuyo primer objetivo es restaurar la imagen de una iglesia golpeada por numerosos escándalos de inmoralidad y de corrupción.
¿Imagen o renovación?
Las primeras señales de cambio las dio el propio colegio cardenalicio al elegir al primer Papa jesuita y al primer Papa no europeo. Lo que refleja que la mayoría de los cardenales considera que la figura del Papa no debe quedarse atada a Europa y, especialmente, a Roma.
Por su parte, el nuevo Papa viene proyectando una imagen que despierta la esperanza en los católicos. El hecho de elegir como nombre Francisco, y hacerlo en memoria de Francisco de Asís — el monje que optó por la pobreza y la humildad — tal como ha subrayado Hans Küng[1], define la concepción que tiene Bergoglio sobre el papado.
A diferencia de sus antecesores, Francisco no quiso mostrarse poderoso e infalible. Se ha presentado como un ser humano frágil y sencillo: demanda constantemente las plegarias de los fieles — “recen por mí”, se le oye decir con frecuencia—, le molestan la pompa, los atuendos ostentosos, los autos lujosos; rechazó la mitra y el anillo, así como el trono, símbolos de poder que le corresponden en su calidad de Jefe de Estado del Vaticano.
Además se muestra próximo a sus seguidores: le incomodan los vidrios blindados que lo separan de las multitudes y aprovecha cada oportunidad para tocar y bendecir a los fieles. Se atreve incluso a ofrecer indulgencias vía Twitter.
Un Papa austero no significa que la iglesia católica sea más pobre, ni que los lujos de los que no se sirve el pontífice se conviertan en donaciones para los pobres. Pero indudablemente, su austeridad y sencillez envían un mensaje y buscan cultivar el “buen ejemplo” en los jerarcas y sacerdotes.
Francisco ha logrado que se le perciba como un Papa diferente, uno que esta del lado de los pobres. Y espera que la Iglesia que representa sea vista de la misma manera.
Aunque no se podría catalogar a Bergoglio como un promotor de la Teología de la Liberación, se nota su esfuerzo por saldar la deuda que la iglesia tiene con los pobres. Deuda que tuvo su capítulo más oscuro en la persecución que emprendió Juan Pablo II contra los sacerdotes que hicieron la “opción preferencial por los pobres”, a quienes tildó de marxistas y comunistas, y se empeñó en silenciarlos.
Como arzobispo de Buenos Aires, en 2009 Bergoglio criticó las políticas económicas del gobierno argentino; entre otras cosas dijo que “Los derechos humanos se violan no solo por el terrorismo, la represión y los asesinatos, sino también por estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades”.
Hoy como Papa habla de “evangelio social”, expresión que resultaba subversiva para sus predecesores más recientes. Visita al Brasil, país donde precisamente germinaron las “comunidades eclesiales de base”, para encontrarse con presos y adictos a las drogas.
La nueva imagen del Papa empieza a producir resultados. Un Papa latinoamericano — que además predica en español y en portugués — aviva la fe de los católicos de la región.
Diversas voces hablan “de nuevos vientos para la Iglesia”. Incluso la prestigiosa revista Times lo acaba de escoger como imagen para su portada, y lo califica como “el Papa del pueblo” y "el Papa de los pobres".
Temas difíciles
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Permítanme ser pesimista. Aunque tienen un contenido simbólico indudable, los cambios emprendidos hasta ahora por el nuevo pontífice son los más fáciles, porque dependen exclusivamente de su voluntad y de su estilo.
Además, y de forma inteligente, ha evitado opinar sobre los temas más sensibles de nuestro tiempo. No sabemos qué piensa sobre el aborto, el matrimonio entre homosexuales, el celibato de los sacerdotes, la ordenación de mujeres, la eutanasia y las implicaciones éticas de los nuevos desarrollos científicos.
Las voces reformistas, los llamados progresistas, podrían quedar decepcionados. Como arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio manifestó una posición conservadora frente a cada uno de estos temas. ¿Habrá cambiado de opinión? ¿Por qué habría de hacerlo?
Por otro lado, como ya han dicho importantes teólogos como Hans Küng o Leonardo Boff, la renovación de la iglesia no se logra con cambios cosméticos, sino con reformas estructurales.
Coinciden en que sería necesario revisar la estructura de poder dentro de la Iglesia: su organización jerárquica, patriarcal y gerontocrática. Según opinan, la iglesia debe orientarse hacia una administración más participativa, si se quiere más democrática, que incluya a los laicos, a las mujeres y a los jóvenes.
Además, para católicos y observadores externos, cada vez resulta más difícil aceptar la posición de la iglesia en cuanto a la no ordenación de mujeres como sacerdotes o en cuanto al celibato.
Si bien se oyen rumores, no sabemos a ciencia cierta si el Papa está interesado en una agenda como esta, y mucho menos, cuál sería su estrategia para adoptar algunos de estos cambios. Ha surgido incluso la pregunta acerca de si Francisco convocará un nuevo Concilio.
Conservadores en alerta
Por otro lado ya los gestos y palabras del Papa han producido reacción de los conservadores y de los integristas. Una élite que ha sido parte de la corrupción (por obra o por omisión) está enquistada en ese aparato burocrático que constituye la Curia romana. Elite que considera todo intento de renovación como una amenaza y que movilizará todos sus recursos, incluidos los más oscuros, para defender sus intereses.
Grupos eclesiales conservadores — como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo, o los Heraldos del Evangelio — que gozan de un amplio número de seguidores y disfrutan de abundantes recursos económicos, consideran muchas de estas reformas como un retroceso -como un paso más hacia la decadencia de la iglesia y de la civilización cristiana- especialmente aquellas que afectan la concepción católica tradicional sobre la familia, la reproducción y la sexualidad. Incluso las reformas del Concilio Vaticano II resultan excesivas para estos grupos.
Parafraseando el evangelio, los mayores enemigos del Papa — y de sus posibles reformas — están entre sus propios hermanos. Por lo tanto, todo intento de renovación traerá consigo una ola de confrontaciones que medirán la relación de fuerzas en el seno de la iglesia, así como las habilidades políticas del nuevo pontífice.
¿Se embarcará Francisco es esta aventura? ¿Cuál será el resultado? Cualquier apuesta parece prematura.
*Sociólogo y máster en sociología de la Universidad Nacional, doctor en Estudios sobre América Latina de la Universidad París III, profesor asociado del Departamento de Sociología e investigador del Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad Nacional de Colombia.
[1] Küng, Hans: “¿Es el Papa Francisco una paradoja?”. El País, España, 10 mayo 2013.