En los aniversarios de Lezama Lima: la poesía como derrota de la muerte - Razón Pública
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En los aniversarios de Lezama Lima: la poesía como derrota de la muerte

Escrito por Santiago Andrés Gómez

El poeta, cuentista y ensayista de La Habana-Cuba, José Lezama Lima.

Santiago Andrés GómezEn este año se cumplen dos aniversarios relacionados con el escritor cubano José Lezama Lima: los cincuenta años de la publicación de su novela Paradiso y los cuarenta de su muerte. Revisión de una obra singular.

Santiago Andrés Gómez*

Un creador polémico

Lezama es uno de los escritores más extraños de nuestras letras, ya que la pasión que despierta suele ser muy intensa, pero no tan multitudinaria como las que despiertan otros autores igual de grandes (Neruda, Cortázar o Bolaño, por ejemplo).

Además, el cubano contraviene las tendencias de literatura fácil que se han hecho tan comunes, pero su obra ha resistido muy bien el paso del tiempo, tal como él mismo lo vaticinó.

En efecto, Lezama dijo que “El Paradiso será comprendido más allá de la razón. Su presencia acompañará el nacimiento de los nuevos sentidos”. Y como afirmaba el mismo Lezama sobre Rayuela, la extravagante novela de su amigo Julio Cortázar, en verdad era una nueva literatura lo que ambos buscaban impulsar.

Pero, ¿qué tipo de nueva literatura? Una más juguetona, exploratoria, descaradamente sexual. Aunque también intrincada, profusa, un reto para las costumbres mentales, un desacomodo.

La caída del Muro de Berlín, el ascenso del Nuevo Orden Mundial y lo que se dio en llamar “el fin de las ideologías” relajaron a la sociedad contemporánea y ese fue el momento de lo que se conoce como “cultura light”. Fue el fin de las aventuras estéticas e intelectuales que marcaron a la literatura de los sesenta, muy especialmente al Boom Latinoamericano. Hoy reina una literatura de pasatiempo, aunque otras formas más complejas persistan. Pero en aquel panorama enloquecido de los sesenta, la poesía, los ensayos y la gran novela de Lezama fueron un límite, un punto de quicio. Por eso mismo, hoy son una ruta y un reto.

El asmático incansable

Caída del Muro de Berlín marcaría pautas en creación literaria del Boom Latinoamericano.
Caída del Muro de Berlín marcaría pautas en creación literaria del Boom Latinoamericano.  
Foto: Wikimedia Commons

Lezama fue el hijo de una pareja de criollos y nieto de un español en los comienzos de la República en Cuba, o sea poco después de la independencia de la isla. Nacido en 1910, su educación se dio en los exquisitos modales de una clase muy bien acomodada, de hecho, muchos de sus familiares emigraron a Estados Unidos cuando Fidel Castro llegó al poder.

Por eso, el cultivo de la asombrosa erudición de Lezama, que ha sido comparada con la de Jorge Luis Borges, pudo comenzar desde muy temprano. Esa devoción a la lectura estuvo siempre acompañada por una enfermedad considerada por algunos estudiosos del cubano como parte esencial de su temperamento e incluso de su estilo: el asma.

Durante su paso por la Universidad de La Habana, estudiando Derecho, Lezama comenzó la productiva actividad intelectual que nunca abandonaría. Se asoció con amigos, creó tertulias y en 1937, antes de graduarse, fundó su primera revista literaria: Verbum. Ese mismo año comenzó a publicar su poesía y en 1938 empezó a dar conferencias. Día a día adquirió un aura creciente de autoridad que no estará jamás libre de serios enemigos.

José Lezama Lima entiende la poesía como una resurrección.

Con todo, el mayor aporte de Lezama a la historia cultural de Cuba y de América Latina es la creación y liderazgo de la revista Orígenes, fundada en 1944 y que duraría doce años.

En torno a esta publicación se reunió un fuerte núcleo de escritores, pintores e incluso músicos (como Eliseo Diego, Fina García Marruz, Cintio Vitier, René Portocarrero, entre otros) que supieron contactarse con la intelectualidad de otros países y oxigenar y revitalizar, con un prolongado sacudón, el panorama artístico y crítico de su medio.

En la legendaria revista escribieron nada más y nada menos que personajes de la talla de Paul Valéry, Albert Camus, Gabriela Mistral, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Octavio Paz.

Durante ese lapso, en el que Lezama publicó varios libros de poesía, fue madurando una forma de ver el mundo que todavía hoy resulta bastante peculiar. Paradójicamente, esa visión solo vendría a expresarse plenamente tras el fin de Orígenes, en 1956.

Serán sus ensayos La expresión americana (1957) y Las eras imaginarias (1971) los textos clave del pensamiento de Lezama, en los que explicará su famoso “sistema poético”, que es realmente una filosofía, o más aun: una convincente religión.

El fuego congelado

José Lezama Lima entiende la poesía como una resurrección. Esto quiere decir que los hechos acceden a una vida superior, dejan de ser “pasado” mediante la imagen. No quiere decir que todo entre a la historia, ni que cualquier individuo logre esa trascendencia. El poeta rescata a quien puede rescatar según su propia experiencia, a la que transmuta en belleza perpetua.

Esto también supone una visión especial de nuestra identidad, de la historia y de la realidad. Lezama se opone a la disciplina convencional de la historia, especialmente a la “razón ascendente” de Hegel, así como a la causalidad sucesiva de Aristóteles. Fundándose en las tesis de Arnold Toynbee y de Ernest Robert Curtius, Lezama deja de creer en una historia que consigne con neutralidad el paso del tiempo, o la experiencia.

Para Lezama, la historia es más que la historia occidental y el ascenso de la Razón que pretendía Hegel. La historia tiene muchos milenios y así abarca eras fabulosas o míticas en su patrimonio, pero el presente para él no es menos fabuloso. La historia se formaría, según Lezama, de lo que él llama “eras imaginarias”, que van acumulándose hasta llegar a una América aglutinante.

Las eras imaginarias surgen de un encuentro entre la causalidad (la lógica) y lo incondicionado (lo impredecible). Empapado en el budismo, que supone que todo tiene infinitas causas, e incluso tocado por el surrealismo y su escritura automática, descontrolada, Lezama ve en cada experiencia una epifanía, una respuesta desde lo que es invisible pero real. El pensamiento mágico y la razón poética obedecerían a una lógica más profunda que la razón a secas.

Así, mucho de brujería pareciera habitar a Lezama, pero su explicación adquiere relieve pedagógico por su convicción. La vida no es predecible, insiste Lezama una y otra vez, ni las cosas se agotan en su definición al uso. De hecho, hay una incesante porción de sueño y delirio en nuestra visión del día a día, aunque esa porción subjetiva no es solo individual, sino cultural.

Eso son las eras imaginarias y la historia no es sino una suma poética, nuestra forma mítica de dar sentido a los hechos. Por más escandaloso que parezca, la ciencia contemporánea (las “incertidumbres” de Werner Heisenberg o Karl Popper) apoyarían perfectamente estas ideas de una verdad indeterminada y súbita, sorprendente por esencia.

Paradiso: la cima del sistema poético

Paradiso, libro del escritor cubano, en referencia a su país.
Paradiso, libro del escritor cubano, en referencia a su país.  
Foto: Wikimedia Commons

Paradiso, una novela fuera de lo común publicada en 1966, hace cincuenta años, es el culmen de la concepción que Lezama tiene de la vida y de la poesía.

Al mismo tiempo que una típica “novela de formación”, como se le conoce a las novelas que cuentan los primeros años de sus personajes, como el Wilhelm Meister, de Goethe, o La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, Paradiso es sin duda algo más.

El crecimiento de su personaje principal, José Cemí, nos es narrado en un despliegue imaginativo arrollador, que a veces deja las frases truncas, que inicia oraciones con un sujeto principal y las termina con otro (lección provocadora de Joyce), que vuelve sujeto a los adjetivos, hasta crear unas normas dislocadas que crean su propio orden.

Mucho de brujería pareciera habitar a Lezama.

El estilo se ciñe a la visión asombrada de un universo que se comunica secretamente consigo mismo, como en un diálogo interno que el narrador expusiera por medio de comparaciones o metáforas arbitrarias, que se imponen porque sí.

En medio de todo el caos, que es una verdadera fiesta tenebrosa, un niño asmático está en busca de un ritmo respiratorio “natural” conforme crece, el ritmo armónico que un maestro de vida, Oppiano Licario, le revelará al final, y que no excluye al asma.

El sentido del texto tiene muchísimo que ver con el crecimiento espiritual, con el afrontamiento personal de diversidad de desórdenes, desde las fuentes poderosas de unos ancestros que conservan y prosiguen la sabiduría del goce mesurado. La muerte temprana del padre impone esa búsqueda que es la novela, y el final del libro implica una integración de lo oscuro en la luz.

Pero es la narración anfibia, sin lógica lineal, sin privilegio de los modos literarios racionales, lo que compone una visión soberana que hay que “ver pasar” con el debido estupor. No debemos pretender hallar más asociaciones que las que teje el propio libro, hasta culminar en el gozo supremo de comprender sin entender.

El destino de un libro obligado

Lezama invitaba a sus lectores a superar la dificultad de dejarse llevar por una corriente así de fuerte, no vertiginosa, sino simplemente incondicionada. Les prometía un placer de conocimiento sublime, si se enfrentaban a esa dificultad. Al mismo tiempo, Lezama decía: “Solo hablo para los que están en la obligación de escucharme”.

Esto da la pauta para entender que el libro es ciertamente una labor de alta costura. Es como si Lezama hubiera soportado el vendaval de su propia pluma, para seguir una voz inevitable y dar testimonio de lo que a través de él “resucitaba”. Y eso que resucita es en verdad una médula sustanciosa de los azares más recónditos de la vida.

En los primeros días del libro, el saludo de Julio Cortázar lo catapultó, y durante alguna semana se vendieron en Buenos Aires más de 3.000 ejemplares. Críticos de la talla de Emir Rodríguez Monegal o Julio Ortega le han dedicado serios estudios, además de los artículos famosos de Vargas Llosa, Cortázar, Julio Ramón Ribeyro y otros egregios admiradores.

También la colección Archivos de la Unesco le dedicó una de sus maravillosas ediciones críticas, y la Editorial Cátedra una edición comentada por Eloísa Lezama Lima, hermana de José.

En años en que la lectura es rápida y poco consciente de sus propios prejuicios, es como si el lenguaje fuera solo un medio ciego de brindar información. Lezama nos recuerda que todo es extraño y nos lleva a una lectura lenta que hace más deleitosa y fructífera nuestra vida.

 

* Crítico de cine, realizador audiovisual y escritor, ha publicado varios libros de crítica de cine, novela y cuento. Premio Nacional de Video Documental – Colcultura 1996.

 

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