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Luis Ospina: un outsider comprometido

Escrito por Santiago Andrés Gómez

El cineasta caleño Luis Ospina.

SantiagoEl Festival Internacional de Cine de Cartagena rindió homenaje al director caleño Luis Ospina por su carrera tan larga como audaz. Un homenaje más que merecido para uno de los maestros del cine nacional.

Santiago Andrés Gómez*

Fidelidad al cine

En 1970 un joven caleño llevó a cabo su primer trabajo como estudiante de cine en la Universidad del Sur de California, la famosa UCLA: el cortometraje se titulaba Acto de fe y con él Luis Ospina inauguró lo que sería una extensa carrera cinematográfica, rica en significados, períodos, acentos, escenarios, temas y géneros, con obras que han resistido el paso del tiempo y que hoy son consideradas como clásicos.

Desde aquellos tiempos Ospina era alguien completamente comprometido con su sociedad. Por eso hizo su tesis de grado para la UCLA en Cali, y nunca dejó de participar en los empeños culturales de quienes fueron sus amigos y compañeros de generación: el llamado Grupo de Cali, también conocido como Caliwood.

La casa cultural Ciudad Solar, la revista Ojo al Cine y el espacio televisivo Rostros y Rastros en Telepacífico son apenas algunas de las iniciativas que han tenido en Ospina,  más que un simple líder, un inspirador. Todavía hoy, bajo su dirección artística, el aún joven Festival Internacional de Cine de Cali se erige como uno de los eventos cinematográficos más prometedores y exigentes del continente.

A pesar de todo esto, en 2010, cuando recibió el Premio Macondo a la Vida y Obra, otorgado por el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, Luis Ospina declaró que su trabajo siempre ha sido el de un outsider.

Ciertamente, la línea seguida por este creador ha sido siempre la de la independencia. Su obra, que podría dividirse en dos períodos (su trabajo en Cali hasta 1995, y desde entonces en Bogotá) no ha dejado de ser el fruto de un recursivo aprovechamiento de todo lo que ha tenido a mano. Con este trabajo ha abierto caminos, tanto en el llamado cine independiente como en el uso del video por parte de los jóvenes realizadores y en la televisión regional.

Desde 1996, el trabajo de Ospina se ha vuelto más ambicioso y sus documentales son largometrajes realizados exclusivamente en video. Muchos de ellos han sobrepasado fronteras y han conseguido el elogio de la más exigente comunidad internacional del cine, con la que Ospina ha establecido contactos estrechos a lo largo de décadas –  mucho más que cualquier realizador en nuestro país-.  

En general, todos sus videos, hasta los más baratos y azarosos, son la expresión de una fidelidad indiscutible a los principios más profundos del arte cinematográfico, con rigor formal y con un insobornable criterio de responsabilidad por lo que se crea y firma.

Una obra prolífica

Luis Ospina y Carlos Mayolo (derecha).

Fotografías de la película Agarrando Pueblo (1978).
Foto: Biblioteca Luis Ángel Arango

Los primeros filmes de Ospina inauguraron una veta experimental que apenas si había sido presagiada en Colombia por algunos creadores que incursionaron en el cine antes de los años setenta, como Enrique Grau y Álvaro Cepeda Samudio y sus amigos del Grupo de Barranquilla.

La línea seguida por este creador ha sido siempre la de la independencia.

Los primeros trabajos de Ospina, varios de ellos realizados con su gran amigo, Carlos Mayolo (Acto de fe, El bombardeo de Washington, Auto-retrato dormido, Oiga vea, Cali: de película) han cosechado con el tiempo el aura de filmes pioneros por su insólita creatividad, y se puede decir que su chispa no se ha apagado.

Sus dos cortometrajes posteriores, también hechos con Mayolo (Asunción y Agarrando pueblo) se han convertido en filmes de culto en el cine nacional y, junto con la previa Oiga vea, son referentes del cine de trasgresión en Latinoamérica, y como tal han sido vistos, revisitados, estudiados, referenciados, homenajeados e imitados una y otra vez.

Sus películas Pura sangre (1982) y Soplo de vida (1999) son largometrajes hechos, como pocos en nuestro cine, a conciencia plena, sin especular con el eventual favor de un público promediado por lo bajo y elaborados con una seriedad y un fervor cinéfilo que les hace crecer con los años más allá de las coyunturas pasajeras de la moda y la taquilla.

Desde mediados de los años ochenta, después de realizar el cortometraje En busca de María para la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, el trabajo en video de Ospina ha sido un verdadero paso adelante en la expresión audiovisual de Colombia.   

Los largometrajes Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos y Antonio María Valencia: música en cámara, los medios y cortometrajes Ojo y vista: peligra la vida del artista, Adiós a Cali, la serie Cámara ardiente y la “trilogía de los oficios” (Al pie, Al pelo y A la carrera) son ejemplos de riesgo y sesudo rigor, y ya son obras indispensables en nuestra cultura.

Además de esto, Ospina realizó trabajos para el espacio Rostros y Rastros, de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle, obras inclasificables que daban cuenta de un nuevo panorama cultural: el de las urbes caóticas de nuestros años ochenta, el de las violencias que renacían más larvarias y enquistadas, el de la mafia que ocultaba y hacía olvidar caracteres culturales recónditos que era necesario reconocer.

Especialmente el mencionado cortometraje sobre el filme María y los dos largos sobre el escritor Caicedo y el músico Valencia se destacan como obras que rescatan eventos, personas e instituciones culturales que estaban cayendo en un olvido que evitó la intuición y práctica cinematográfica de Ospina.

Entre Cali y Bogotá

Fotografías de la película Agarrando Pueblo (1978).
Luis Ospina y Carlos Mayolo (derecha).
Foto: Biblioteca Luis Ángel Arango

El viaje a Bogotá para hacer un largometraje llamado Nuestra película, con y sobre el pintor Lorenzo Jaramillo, que estaba ya cerca de la muerte, impulsó aun más a Ospina para realizar de ahí en adelante obras más depuradas, sin tanto afán y de más envergadura. Nuestra película resultó ser una obra de hechura refinada en un formato que todavía los cineastas colombianos se demoraban en aceptar como alternativa para  una labor de calidad.

Ospina dejó Cali luego de hacer una serie que compendiaba todo el trabajo de Rostros y Rastros y una historia de la ciudad, titulada Cali: Ayer, hoy y mañana, y se dirigió a la capital del país para emprender un nuevo período del que han quedado trabajos de unidad e identidad inconfundibles:

  • El filme-ensayo Mucho gusto, una atrevida y extensa digresión en torno al sentido y el concepto del gusto, con largos testimonios de eminencias de nuestra intelligentsia, como Rodolfo Llinás, Beatriz González, Luis Alberto Álvarez y otros creadores e intelectuales;
  • La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo, un momento privilegiado de nuestra cinematografía (siempre en video, ahora con Ospina como camarógrafo), donde el radical y polémico escritor antioqueño se expone en voz, cuerpo y pensamiento ante la cámara; y,
  • Un tigre de papel (largometraje, como los tres anteriores), un “falso documental” que resultó una inmensa celebración de las posibilidades metafóricas del cine para jugar con la identidad y penetrar la realidad desde el falseamiento más juguetón de la imagen, en este caso sobre los sueños de la generación de los años sesenta.

El estreno del fin

Este año, después de cosechar alabanzas a los dos lados del Atlántico y de llegar a figurar de nuevo en las páginas y salas más exigentes del cine en Occidente, Ospina estrenará un esperado filme de más de tres horas de duración: Todo comenzó por el fin.

En esta especie de novela-río el cineasta se remonta hasta sus orígenes para ofrecernos el testimonio colectivo de un grupo de amigos que ha vivido medio siglo de la historia de Colombia con una actitud contestataria y creativa, amorosa y escéptica, siempre pensante, y convencida de la validez del juicio personal y de la importancia de la obra artística para la existencia de una cultura que merezca tal nombre.

Todo comenzó por el fin es un compendio del sentido y la gesta de su creador y su generación, que primero fue presentado en Festival Internacional de Cartagena, antes de pasar en el mes de abril a las salas comerciales. Mientras llega esta producción, se puede conocer más sobre la obra de este realizador en el documental Que la verdad sea dicha, de Ojo Mágico Productora Audiovisual.

 

* Crítico de cine, realizador audiovisual y escritor, ha publicado varios libros de crítica de cine, novela y cuento. Premio Nacional de Video Documental – Colcultura 1996.

 

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