Recuperar el vínculo con el territorio y sus relaciones profundas con nuestra humanidad es apremiante. ¿Cómo contribuye la literatura a esta tarea?
Santiago Andrés Gómez*
Caldas y nosotros
Francisco José de Caldas, “el sabio Caldas”, murió fusilado hace 200 años, envuelto en las intrigas de nuestra independencia. Esto tiene mucho que decirnos hoy, y fue lo que llevó a Pablo Montoya a escribir hace más de una década una ambiciosa novela: Los derrotados. Esta novela histórica, publicada en 2012 por la editorial Sílaba en Medellín, es uno de los proyectos más queridos de su autor, quien antes de recibir el premio Rómulo Gallegos (2015) ya tenía una nutrida obra.
Este libro plantea la necesidad de una verdadera restauración de nuestro territorio en unión con las ideas de nacionalidad y humanidad. Planteamiento del todo relevante, sobre todo si se le coteja con un texto indispensable en nuestros días: Komuya uai. Poética ancestral contemporánea de Selnich Vivas Hurtado.
Una sensibilidad especial es perceptible como inspiración de la novela: la fascinación ante la naturaleza del país, que además desencadena una acentuada inquietud por la historia reciente y no tan reciente de Colombia.
Los derrotados cuenta dos historias: la vida de Francisco José de Caldas, el famoso científico y prócer independista criollo, y los avatares de tres jóvenes amigos medellinenses entre los ochenta y el inicio del siglo XXI. La trama contemporánea es espejo de la trama del pasado, y a su vez esta proyecta a la otra.
El libro es una meditación acerca de las relaciones entre los colombianos y su territorio a lo largo del tiempo.
El libro es una meditación acerca de las relaciones entre los colombianos y su territorio a lo largo del tiempo.
En la visión del narrador, Caldas es un hombre educado durante la Colonia española, tradicionalista en sus modos de ser, pero enamorado de la ciencia y consciente de la grandeza de ese suelo que poco a poco comienza a ser considerado como la nación granadina.
Por su parte, los muchachos que se conocen en el legendario Liceo Antioqueño de Medellín se las tienen que ver con un medio hostil ante el cual toman diversas opciones. Uno de ellos se vuelve fotógrafo, otro se encamina hacia la poesía y termina escribiendo la novela que leemos, y el otro se hace guerrillero.
Así, el narrador, el muchacho poeta, encuentra sugestivos puntos de contacto entre Caldas, el prócer con cuya historia inicia el relato, y los jóvenes. Es como si en la naciente república Caldas hubiera encarnado diversos aspectos de la ciudadanía que luego derivaron en una variedad de formas de asumirla.
La actitud poética termina por ser la visión más profunda, la del amor por la belleza sanadora de nuestra tierra, pero esto implica tener en cuenta lo humano hasta sus últimas consecuencias.
Esto último es lo que el poeta –convertido en novelista– intenta y consigue. Nos cuenta cómo el guerrillero lucha por encontrar la misma dignidad nacional que prometió la revolución independista por la que Caldas murió arrepentido, confundido y sin saber bien si defendía algo más que sus posibilidades personales de estudiar y aportar al conocimiento del naciente país.
El fotógrafo, inspirado en la novela por el gran reportero gráfico Jesús Abad Colorado, registra de un modo casi transparente, pero hondamente solidario, la catástrofe que se desata en buena parte por la lucha de los guerrilleros.
En últimas, la gente y los parajes que habita se ven arrasados por el combate o por el imperio de proyectos utilitaristas que los manipulan y anulan o los disecan y diseccionan. Lo humano se aprecia en toda su tragedia con el rostro que le hemos dado: el de Colombia.
Una novela programática
![]() Francisco José de Caldas, “El Sabio Caldas”. Foto: Wikimedia Commons |
Como toda novela histórica, Los derrotados tiene un proyecto político; como las mejores, lo hace consciente, pero veladamente. Sin embargo, ese velo es poderoso por lo que tiene de evidente. Cada elección formal trasluce una postura ante el mundo.
En el texto se perciben elementos que se repiten en un libro de otro profesor del Departamento de Literatura de la Universidad de Antioquia, como lo es Montoya. Ambos escritos son la expresión de algo que tal vez comienza a cuajar en Colombia como postulado político desde lo literario.
Komuya uai. Poética ancestral contemporánea, de Selnich Vivas Hurtado, es un libro de ensayos sobre los poderes de la poesía comprendida como entendimiento previo a la expresión literaria. La poesía presente en cada uno de los pueblos del planeta, en el canto y la comida, oral o escrita, es lo que conecta al gran arte occidental con el pensamiento de los pueblos indígenas de todos los tiempos.
Los vínculos entre Los derrotados y Komuya uai pueden extenderse a otros textos literarios y académicos de Colombia y de toda América, e incluso de Asia, África y Oceanía. Estos elementos comunes, que les dan validez universal a estas obras, son:
- La necesidad de profundizar en la historia para desmitificarla y reconstruirla;
- La necesidad de valorar a la naturaleza en su relación con el ser humano;
- La necesidad de sanarnos mediante el contacto con las plantas de poder;
- La necesidad de combatir al neoliberalismo por su irrespeto al equilibrio de las especies.
De todos estos puntos se pueden mostrar ejemplos casi paralelos en los libros de Vivas y Montoya.
Como toda novela histórica, Los derrotados tiene un proyecto político; como las mejores, lo hace consciente, pero veladamente.
Ambos autores cuestionan el heroísmo militar de nuestras gestas independistas y la idea de nación que hemos construido; esa pretensión excluyente –blanca en lo racial, burguesa en lo socioeconómico y católica en lo religioso– que solo quiere hablar español y vuelve exóticos a su rostro y a sus identidades auténticas.
Volver a las raíces
![]() Escritor, Selnich Vivas. Foto: Alcaldía de Santiago de Cali |
Pero más que considerar a la historia un mito, los libros de Vivas y Montoya buscan mirar con más atención a nuestro entorno. Para notarlo basta comparar dos pasajes de ambos trabajos. El primero procede del diario ficticio del botánico Caldas en la novela de Montoya:
Yo, lo confieso, he creído enloquecer por momentos. A veces todas las plantas me parecen bellas. Es decir, únicas, importantes, valiosas. Desde la más enteca gramínea hasta esos bosques de especímenes enormes que se levantan a los lados de los ríos. La fuerza vital que hace efectiva la propagación de las plantas pone trampas cuando disfraza su proyecto en lo que en apariencia es sencillo y monotemático. Es necio suponer que hay plantas menores. Todas son indispensables para la tierra. Este principio y no otro es el que debe regir los códigos de belleza planteados en nuestro oficio. (Montoya, 2012, p. 124)
El segundo es un comentario de Vivas a su propia descripción de la visión del mundo amazónica:
Aquí hay una visión del mundo que riñe con la idea de la utilidad, la rentabilidad, la ganancia y la belleza publicitaria. No conoce el negocio ni las trampas del sistema financiero. Tampoco clasifica a las especies en bellas y feas. Todas son necesarias para la vida. El canto ritualizado de los mɨnɨka se sustenta en modos de pensar y de sentir basados en la alteridad biocéntrica con el medio. Nada sobra; todo es complementario. Todas las especies son iguales, pero cada una es diferente, dice el sabedor Juan Kuiru. (Vivas, 2015, p. 108)
Lo que une a estos dos textos es la idea de que nuestras sociedades están enfermas, disociadas de sus raíces, y que podemos sanarnos volviendo al sabio influjo de la naturaleza y las plantas de poder. Una noción nueva pero ancestral de lo sagrado se expande aquí, una idea que emerge de la tierra a la que pertenecemos y de la que nos quisimos aislar al usarla exclusivamente para beneficio particular sin atender a su sentido armónico y universal.
Los libros de Selnich Vivas y Pablo Montoya buscan mirar con más atención a nuestro entorno.
En el caso de Montoya esta presencia de lo sagrado es intuitiva y viene de lo que identifica a todos los poetas de la humanidad. En el caso de Vivas lo sagrado surge también de la poesía, pero hermanada con formas de legislar y pensar que llevan en nuestras tierras más de diez mil años y de las que queda todo por aprender.
En Los derrotados hay señales de un lento retorno a los orígenes, no de modo utópico, sino más humano. En el libro de Vivas está la enunciación expresa de ese retorno como algo más compatible con una verdadera cultura global.
Luego de la lectura de Los derrotados queda la sensación de que en el fracaso del sabio Francisco José de Caldas está presente lo humano en sus más amplios y profundos alcances: la poesía de la ciencia, que es su corazón; la dignidad, que es nuestra esencia; el amor a la vida traducido en la torpeza de la guerra, en nuestros errores constantes pero a veces corregibles.
Está presente, sobre todo, la necesidad de no claudicar convertida en el himno dolido pero esperanzado de un poeta que es todos los poetas, todos los hombres y mujeres, todos los seres de la tierra, vivos y muertos.
* Escritor, crítico de cine y realizador de video independiente.