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Crisis política en Brasil: un legado en juego

Escrito por Andrés Molano

El expresidente brasileño Luis Ignacio Lula da Silva.

Andrés MolanoFelipe ZaramaLa presidente Dilma Rousseff enfrenta una aguda crisis heredada del gobierno de Lula. Si este expresidente cae, muy probablemente lo hará también la presidente y desdibujará el lugar del Partido de los Trabajadores en el juego político brasileño.  

Andrés Molano-Rojas* – Felipe Zarama Salazar**

La crisis

La conducción de Luíz Inácio Lula da Silva a un interrogatorio en la Fiscalía de São Paulo el pasado 4 de marzo ha sido un catalizador de la crisis política que vive Brasil. El expresidente está acusado de recibir de manera indirecta dos propiedades de lujo de parte de una de las dos empresas de construcción más grandes del país, sindicadas de participar en los montajes para desviar fondos de la empresa Petrobras.

La medida fue catalogada por sus partidarios como ilegal, innecesaria y políticamente deliberada para sabotear una eventual candidatura del “presidente obrero” en 2018. La controversia jurídica se trasladó a las calles y apenas dos días después de la cinematográfica presentación de Lula a rendir declaraciones tuvo lugar una multitudinaria manifestación en su apoyo. En este mitin, el expresidente dejó escapar algunas lágrimas, no sin antes advertir sobre su equivocación a quienes creen que impedirán su retorno al Palacio de Planalto.

La corrupción protagonizada por el Partido de los Trabajadores (PT), su círculo de amigos y favoritos empresariales y su brazo en el Ejecutivo, ha pasado del escándalo a la crisis, y bien podría pasar de la crisis a la ingobernabilidad. Recientemente, el senador y antiguo líder de bancada del PT Delcídio do Amaral aseguró que tanto Rousseff como Lula estuvieron al tanto de lo que ocurría con Petrobras.

Rousseff-Lula

La Presidenta brasileña Dilma Rousseff.
La Presidenta brasileña Dilma Rousseff.
Foto: Senado Federal

La presidente Dilma Rousseff, reelegida por un estrecho margen, ha visto derrumbarse sus índices de aprobación, después de haberse agotado el “efecto teflón” que le permitió vencer al candidato opositor, Aécio Neves, pese a que ya había estallado el escándalo de corrupción que involucraba a Petrobras en una compleja red de sobornos a políticos.

En su primer mandato, Dilma salió bien librada al enfrentar el escándalo del mensalão, una trama heredada de su predecesor, que consistía en la transferencia de mensualidades a los congresistas a cambio de respaldar los proyectos del gobierno.

Actualmente Rousseff parece estar acorralada y tener un margen de maniobra cada vez más estrecho. Al desplome de su popularidad hay que añadirle el estancamiento económico y los desaciertos de algunas de sus apuestas (tal vez desesperadas) para sortear la crisis.

“Cuando un pobre roba, va a dar a la cárcel. Pero cuando un rico lo hace, va a un ministerio”. 

De hecho, algunos de sus movimientos han parecido hundirla más en la arena movediza de la impugnación, como el reciente nombramiento del expresidente Lula en el Ministerio de la Casa Civil, el más importante del gabinete. Este movimiento ha sido interpretado como una maniobra para evitar la intervención de Sérgio Moro, el más connotado juez federal anti-corrupción. La medida está cautelarmente suspendida y la última palabra la tendrá la sala plena del Tribunal Supremo Federal (TSF).

Más allá de lo que determine el TSF, la designación del expresidente ha tenido un efecto boomerang sobre ambos líderes del PT:  

  • A Rousseff le reprochan el favorecimiento de su mentor político y el intento de evadir la acción judicial. La filtración a la prensa de una conversación entre la presidente y Lula sobre los privilegios del fuero ministerial hace aún más creíbles esos reproches, y añade a la ya volátil combinación un elemento altamente inflamable: un potencial choque de trenes entre los poderes públicos.
  • A Lula no le va mejor. A quien fuera uno de los más carismáticos líderes políticos latinoamericanos, le echan ahora en cara sus propias palabras de juventud: “Cuando un pobre roba, va a dar a la cárcel. Pero cuando un rico lo hace, va a un ministerio”.

A pesar de lo comprometedora que resulta la conversación filtrada, la presidente tenía otras razones para acudir a su antecesor: incluir en el gabinete su experiencia (y los remanentes de su prestigio) para atajar el proceso de impugnación que se avecina en el Congreso y, por otro lado, romper el aislamiento al cual estaba sometida y que la condenaba cada vez más a convertirse en el chivo expiatorio de la crisis política.

Presionada por sus copartidarios para bloquear las investigaciones contra Lula —acciones que cobraron la cabeza de Luiz Eduardo Cardozo como ministro de Justicia— y observada por la oposición y los fiscales ante cualquier obstrucción a la justicia que pudiera alimentar los argumentos a favor del juicio político, Rousseff está en una posición ciertamente incómoda.

Paradójicamente, la apertura de una investigación contra Lula ha atado la suerte de la actual mandataria a la de su predecesor, lo cual ha transformado su aislamiento en una especie de simbiosis potencialmente fatal.

El posible árbitro

El Juez Federal brasileño Sérgio Fernando Moro.
El Juez Federal brasileño Sérgio Fernando Moro.
Foto: Senado Federal

Antes de las elecciones, Miriam Wells, en declaraciones para la revista Foreign Policy, calificó al Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) como los “coronadores de reyes” de la política brasileña.

Este partido tradicional, que jugó un papel clave en la transición democrática, se ha convertido en el socio político de conveniencia del partido de gobierno. Es la segunda fuerza política en la Cámara de Diputados, la primera del Senado y tiene seis ministros en el gabinete. Además el presidente del Senado, Renan Calheiros, el presidente de la Cámara (y quien ha activado la impugnación), Eduardo Cunha, así como el vicepresidente Michel Temer, hacen parte del PMDB.

Como si fuera poco, sus integrantes son los principales dolientes en un eventual proceso de impugnación. La Cámara, que preside Cunha, es la encargada de investigar a la presidente Rousseff; el Senado, cuyo presidente es Calheiros, tendría la función de juzgarla; y de ser hallada responsable, sería el vicepresidente Temer quien asumiría la Presidencia.

Hasta la fecha, el vicepresidente ha sido una figura estabilizadora, un aliado de Dilma, esencial para compensar las carencias de la presidente. En el peor momento de la relación de Planalto con el Senado y la Cámara, Temer logró reparar los contactos con el primero.

Pero la actitud de Temer puede cambiar. Por un lado, do Amaral lo señaló como partícipe de la red de corrupción (qué mejor manera de salvarse que tener un chivo expiatorio), y ya empiezan a oírse voces dentro de su partido que consideran inevitable la impugnación de Dilma.  Por otro lado, los intentos de acercamiento entre Dilma y Cunha chocaron con el inicio de las investigaciones en contra de Cunha por el caso Lava Jato, porque el presidente de la Cámara está convencido de que detrás de estas investigaciones están los intereses de Planalto. El tire y afloje entre ambos tuvo un episodio tan épico como vergonzoso cuando, luego de que el PT votara en contra de Cunha en el Comité de Ética, este puso a andar el proceso de impugnación.

En la víspera de las manifestaciones del 13 de marzo a favor de la impugnación —que habría congregado medio millón de personas— el PMDB insinúo que dependiendo de la asistencia, tomaría una decisión sobre su permanencia en la coalición de gobierno.

Nostalgia del pasado

La situación política brasileña parece estar llegando a un punto crítico. Una vez activada la comisión de la Cámara, la plenaria deberá determinar con dos tercios de votos afirmativos si impugna a la presidente. Y para que quede en firme el proceso de impugnación este deberá ser aprobado definitivamente por el Senado.

La suerte que corra Dilma determinará las aspiraciones políticas de Lula (y acaso, también, su lugar en la historia). Incluso si la actual mandataria logra terminar su período, el desgaste que conlleve mantenerla a salvo en Planalto podría hacer mella en su partido y en la propia figura del expresidente.

La situación política brasileña parece estar llegando a un punto crítico. 

El dilema del segundo mandato de Dilma ha sido gobernar con una economía en crisis que requiere medidas impopulares que la separan de sus bases pero que se hacen imprescindibles en un contexto de contracción económica. Todo esto en un clima de crispación social y agotamiento de la paciencia de la ciudadanía frente a una serie de escándalos que tal vez podía tolerar durante la bonanza, pero que ahora resultan inaceptables.

Lula se enfrentaría entonces a un escenario muy distinto, tanto política como económicamente. Ni Brasil, ni el PT, ni el propio Lula son los mismos de 2003. Sus logros en materia de lucha contra la pobreza podrían convertirse en una mera contingencia, debido al enorme potencial de frustración de una clase media emergente que ve desmejorada, drástica y súbitamente, su calidad de vida.

La expresión saudade en portugués alude a un sentimiento de nostalgia de un tiempo pasado. Lula parece querer volver al pasado, pero está paradójicamente atrapado por él. La suerte de Dilma y Lula está echada, y de ella dependerá si el lulismo sobrevivirá al petismo y viceversa.

Este sentimiento de saudade es al que no escapan Lula, ni el PT, ni los brasileños, y probablemente tampoco será calmado —antes bien, quizás se exacerbe— por la celebración de los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro el próximo verano.

 

* Profesor principal de la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario e investigador principal del Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga.

** Investigador del Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga y profesor en la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.

 

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