Son varios los males crónicos que afectan la política exterior de Colombia. Ojalá que el más reciente diagnóstico y las recomendaciones que lo acompañan no vayan a parar otra vez al cuarto de San Alejo de la Cancillería.*
Andrés Molano Rojas *
El Informe Final de la Misión "Política Exterior de Colombia", dado a conocer en abril, constituye una lectura tan oportuna como obligatoria. Lamentablemente, ha tenido menos eco del que sería deseable (y saludable) para el país. Tal vez porque la atención de la opinión pública se concentró sobre la reñida campaña presidencial, en la que precisamente se echaron de menos la discusión y el debate sobre nuestra política internacional.
Hay que reconocerle a la Cancillería el mérito de haber permitido que la Misión desarrollara su trabajo con la mayor independencia. Esto permite leer el Informe Final en dos sentidos -ambos igual de sugerentes y pertinentes. Por un lado, como balance y diagnóstico de la política exterior colombiana en general, y de la política exterior de los gobiernos del presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) en particular. Y por otro, como un juicioso inventario de tareas por hacer, algunas de ellas acumuladas desde hace décadas, otras derivadas de la actual coyuntura internacional, y otras revestidas de una urgencia específica y probablemente inédita.
Sería oportuno hacer un esfuerzo colectivo que abarque distintos sectores, para hacer críticamente ambas lecturas. De ello dependerá que en los próximos años, como lo señala el documento, Colombia aproveche la oportunidad que tiene, en medio de los cambios que se registran en el escenario global y regional y en su propia situación interna, para dar un viraje a sus relaciones internacionales y formular una nueva estrategia para relacionarse con el mundo.
El dedo en la llaga
El desafío del país en materia de política exterior puede resumirse apelando a dos formidables títulos de la literatura inglesa del siglo XX: Habitación con vistas, de E.M. Forster (1908), y Una habitación propia, de Virginia Woolf (1928). En efecto, de lo que se trata es de diseñar y ejecutar una estrategia que le permita a Colombia asomarse al mundo (superando su tendencia al parroquialismo, acentuada por la geografía andina) y encontrar un lugar propio en el escenario global, en el que pueda, además, desempeñar un papel protagónico y ejercer algún tipo de liderazgo (pues no carece ni de recursos ni de experiencia acumulada para hacerlo, en especial en relación con ciertos temas que hoy por hoy ocupan un lugar importante en la agenda internacional).
Un buen comienzo sería aprovechar la ocasión que ofrece el trabajo de la Misión para hacer la crónica de los males (crónicos) que padecen tanto la conceptualización como la práctica de la política exterior colombiana, y que a menos de ser sometidos a una terapia intensiva y una cura radical, amenazan con baldar definitivamente la capacidad del país para encontrar y hacerse un lugar propio en el mundo.
Es cierto que las taras de la política exterior colombiana han sido identificadas desde hace mucho. Al volver a poner el dedo en la llaga, la Misión quizás esté repitiendo verdades de Perogrullo. Sin embargo, vale la pena hacerlo: la redundancia es no sólo una figura retórica sino un poderoso instrumento pedagógico, y tal vez, a fuerza de insistir en el catálogo de males, llegue el momento en que éstos reciban la corrección que requieren.
¿Otra vez hacia el cuarto de San Alejo?
Hecho este catálogo, y teniendo a mano el voluminoso conjunto de recomendaciones formulado por la Misión (165 en total, muchas de las cuales atañen, con gran acierto, a asuntos en apariencia internos que sin embargo tienen una importante repercusión en el plano exterior), cabe preguntarse a quién corresponde ahora evitar que el Informe se convierta en otra pieza de colección, perdida en algún anaquel de la Cancillería.
Aún con la mejor voluntad, la próxima Administración no podrá -por sí sola- cumplir el cometido de transformar la política exterior colombiana. Para empezar, las taras antes señaladas tienen un enorme peso histórico y han generado inercias y rutinas que costará años de esfuerzo vencer. Un esfuerzo que el gobierno quizá llegue a iniciar, pero quién sabe si logre sostener.
De ahí que no quede otra alternativa que buscar que esa transformación se impulse desde afuera. Por ejemplo, desde los programas de ciencia política y de relaciones internacionales de las universidades, desde las organizaciones sociales, desde los medios de comunicación… Ese es también el mejor camino para que la política exterior colombiana se convierta, finalmente, en una verdadera política de Estado.
* Abogado, licenciado en Filosofía e Historia, máster en Análisis de Problemas Políticos, Económicos e Internacionales Contemporáneos, profesor de la Universidad del Rosario y de la Academia Diplomática de San Carlos, investigador del Centro de Estudios Estratégicos Sobre Seguridad y Defensa Nacionales.
@andres_molanor
**El presente artículo es un desarrollo de las ideas expuestas por el autor en un texto preparado originalmente para UN Periódico, edición No. 135 (julio de 2010).