
La continua estigmatización del Medio Oriente y de todos los pueblos considerados “bárbaros” por el pensamiento occidental acabó por exacerbar el odio global, y ha desembocado en una guerra que se lleva a cabo con la peor de las armas: el terror.
Hugo Fernando Guerrero* – Jaime Andrés Wilches**
Europa en contravía
Como si se tratara de una película de Hollywood, la Policía y el Ejército llegaron al aeropuerto de Bruselas con sus rimbombantes alarmas y sus modernos operativos cuando el daño ya estaba hecho.
Así es la historia de Europa: progresista, liberal y democrática, pero a la vez excluyente, colonial y represiva. Un discurso que llega con prontitud para atender los intereses de los poderosos, pero que se ausenta cuando se ponen en duda los derechos sociales obtenidos a costa del sufrimiento de los otros. Ahora fue el turno de Bruselas, pero nadie sabe hasta cuándo durará este drama donde las escenas se repiten y los desenlaces son predecibles.
Pero además de las acciones terroristas, Europa debe sufrir la falta de autocrítica de sus propios ciudadanos, quienes parecen justificar las insólitas medidas que se han tomado contra los refugiados con el método nunca pasado de moda de Maquiavelo: imponer los fines sobre los medios.
En este caso, el razonamiento parece ser: vamos a defender las libertades individuales aunque esto implique pagar algunos euros (de Merkel y de su generosa caja fuerte) para contener a los que no merecen dichas libertades (migrantes o refugiados).
Pero mientras Europa mantenga su obsesión por mirar a los otros y no se mire a sí misma, esta historia se repetirá una y otra vez. Y no es porque el continente esté condenado a un destino de crueldad, sino porque está alimentando un círculo vicioso: el terror se reproduce al responder a los atentados con acciones ofensivas –enviar más armas a la calle- y preventivas -ataques a las ciudades de Oriente donde, supuestamente, se originan las células terroristas-.
Ahora fue el turno de Bruselas, pero nadie sabe hasta cuándo durará este drama.
Los líderes europeos lanzan tesis insólitas como “somos más los buenos que los malos”, “vamos a luchar unidos por el sueño europeo” o “no queremos migrantes”, que no parecen muy alejadas de las prácticas fascistas y nazis que llevaron a Europa a acabar con sus instituciones liberales y defensoras de la paz y a exportar sus conflictos a territorios que poco o nada le importan a la civilización occidental.
Mucho más insólito ha sido el surgimiento de sentimientos nacionalistas puros en un continente donde los sincretismos culturales son una parte inherente de la historia. La idea de construir muros, blindar fronteras y vestir más civiles de militar tendrá que ser cambiada por la de una Europa que tolere las diferencias, pues buena parte de la grandeza del viejo continente se la debe a las innovaciones que ese “otro”, extraño o extranjero, aportó en sectores claves como la arquitectura, el comercio o la industrialización.
Hoy Europa se parece al viejito que, conduciendo su coche en una gran avenida, se queja de que todo el mundo va en contravía. A esta percepción ayudan algunos analistas que, utilizando expresiones como barbarie, árabes violentos, o enemigos de la civilización, le dan la razón al narcicismo europeo y fortalecen el rencor de las posiciones extremistas.
Las soluciones no son fáciles, y no se alcanzan a enunciar en un solo análisis. Pero el sentido común podría ayudar a pensar en tres estrategias, que eviten complacer a los amantes de las armas y la guerra:
- Entender que esta no es una guerra tradicional,
- Dejar de ver a los países que no son europeos como objeto de ayuda y receptores de imposiciones,
- Evitar que la acción terrorista nos esconda en casa. Por el contrario, hay que salir a las calles como hicieron los ciudadanos de Madrid después de los atentados del 11-M.
El “otro” y la guerra
![]() Explosión en las Torres Gemelas durante los ataques del 11 de septiembre en Nueva York, Estados Unidos. Foto: Wikimedia Commons |
Después del 11 de septiembre de 2001, se dio un drástico vuelco al sistema de seguridad global. El ataque al World Trade Center fue la materialización de los más profundos temores de los idólatras de la civilización occidental.
Quizás hoy más que nunca resuenan las “profecías” de Samuel Huntington, quien en 1993 apuntaba que las fuentes dominantes de conflicto serían culturales: “El choque de civilizaciones dominará la política mundial. Las líneas de fractura entre las civilizaciones serán las líneas de batalla del futuro”.
En ese orden de ideas, y siguiendo la lógica de esta hipótesis, la conclusión más próxima (como dijo uno de los autores en 2012) sería que “los desacuerdos económicos e ideológicos deberían entenderse como amenazas mínimas frente a las arraigadas categorías culturales que construyen los pueblos, especialmente cuando se trata de cosmovisiones soportadas en la religión. Por ende, el escenario que se describe es el de una ancestral coexistencia inevitablemente explosiva entre culturas, planteada en términos de dominación y no de convivencia”.
Sin embargo, al señor Huntington siempre se le olvidó incorporar una variable en sus análisis: el expansionismo “mesiánico liberal” que promociona, con zanahoria y garrote, la “modernización” de los que considera “bárbaros”. Así las cosas, las posibles consecuencias de esta lógica no son difíciles de predecir: aceptación y conversión o rechazo y confrontación.
Si la respuesta es la segunda, el antioccidentalismo terrorista (como lo hemos corroborado en Nueva York, Madrid, Londres, París, Estambul y, hoy, en Bruselas) seguirá floreciendo como alternativa de reivindicación frente a ese proceso pedante e intoxicador impuesto desde la “moderna civilización”.
Si para Occidente el destino ineludible del mundo es el triunfo de su pensamiento y estilo de vida, parece que la estrategia inevitable será que todo aquel que atente contra este “incontrovertible axioma” deba ser considerado un enemigo y, por tanto, debe ser combatido y erradicado.
Pero que no se nos olvide que “los otros” también combaten y aspiran a erradicar a ese que consideran su opresor, su enemigo. Por supuesto, y para nuestra desgracia, lo harán a través del mecanismo de más fácil acceso y mayor capacidad de daño que existe: el terror.
El choque de civilizaciones de Huntington o El fin de la historia de Francis Fukuyama no son presagios de iluminados académicos, sino el plan de dominación de Occidente frente a todo lo que le circunda. Esto no es un secreto y es aplicado con todas las consecuencias que se puedan producir.
La Yihad, Al-Qaeda o el Daesh no son la reacción de unos simples bárbaros descerebrados que odian los “sagrados valores occidentales”, sino la desgraciada consecuencia de la aplicación de una hoja de ruta homogeneizadora. Es decir, son profecías autocumplidas, la respuesta a la imposición a sangre y fuego del pensamiento único.
El ciudadano libre y politizado
![]() Niños sirios en el campo de refugiados Idomeni en Grecia. Foto: Julian Buijzen |
Es inevitable que este drama suba a niveles inesperados, mientras se sigan apoyando invasiones como la de Afganistán, Irak o Siria, y mientras se siga avalando la opresión de Israel sobre Palestina y se sigan aprobando pactos como el firmado por la Unión Europea con Turquía para expulsar a miles de refugiados de una guerra promovida en buena parte desde Occidente.
Los ciudadanos europeos no pueden callar ni esconderse en casa.
Poco haremos mientras sigamos montados en nuestra “supremacía civilizatoria” y sigamos entendiendo al mundo musulmán como un anacronismo cultural sin propuestas ni futuro, al tiempo que la falta de oportunidades, la segregación y el desempleo juvenil siguen consumiendo a nuestras sociedades.
Los ciudadanos europeos no pueden callar ni esconderse en casa, mucho menos pueden dejar reducir el debate a la realización o no de la Eurocopa de fútbol (una estrategia ideal para banalizar la discusión).
Tampoco deberían caer en el falso dilema de medidas económicas que dicen: ¿ellos o nosotros? Por el contrario, las preguntas deberías ser: ¿cuáles han sido los errores del sueño europeo? ¿Quiénes son los responsables de la crisis del Estado de Bienestar?
Mientras todo ello no cambie, los que huyen no dejarán de cruzar fronteras, el resentimiento crecerá de manera exponencial, las bombas no dejarán de explotar y los ciudadanos inocentes pero cómplices del “mundo desarrollado” no dejarán de encontrar el fantasma del terror.
* Ph.D en Relaciones Internacionales y Globalización. Abogado. Director del Grupo de Investigación en Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de La Salle. hfguerrero@unisalle.edu.co
** Magíster en Estudios Políticos. Comunicador Social y Periodista y Politólogo. Docente e Investigador de la Universidad de La Salle y del Instituto de Paz (Ipazud) de la Universidad Distrital.