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Señorita María: un documental en singular

Escrito por Diana Galindo
Portada Documental de Rubén Mendoza, “Señorita María, la falda de la montaña”.

Diana Galindo

El documental colombiano Señorita María ha cosechado grandes éxitos de taquilla contando la historia de un personaje único y complejo, que nos plantea muchas preguntas más allá de su condición de mujer transgénero.

Diana Galindo Cruz*

Documental sin agenda

La aparición de contenidos relacionados con los sectores LGBT suele venir acompañada de quejas de algunos espectadores que critican la supuesta divulgación y celebración pública de elecciones de vida que ellos consideran reprobables. En el otro lado del espectro hay voces que usan este tipo de materiales para reivindicar la lucha contra la discriminación y por el respeto a las elecciones de género.

No obstante, el discurso del documental Señorita María, la falda de la montaña viene en singular. Sin duda, la resonancia social del largometraje ha sido posible gracias a la intensa -aunque relativamente reciente- lucha por la reivindicación de derechos de la población no heterosexual, ni cisgénero. Pero el retrato allí presentado es tan íntimo, tan cercano, que parece imposible su uso para una agenda política.

Es cierto que María Luisa podría catalogarse como una mujer transgénero (según la mirada externa, afanada por comprenderla y clasificarla, porque como dice Matilda González Gil: “ella es una mujer, y punto”) y es por su particular identidad que protagoniza el documental. Sin embargo, este tema parece ser secundario pese a su transversalidad en todo el documental.

María Luisa es construida como un complejo personaje en un entorno igualmente complejo, aunque hermoso (como ella). El afán de entender cómo se ubica la señorita María en el entramado de conceptos que nos ha traído la academia para identificar identidad, rol de género y preferencia sexuales es reemplazado cuando vemos el documental por la curiosidad de conocer a María, su rutina diaria y su particular entorno.

Director del documental “Señorita María, la falda de la montaña”, Rubén Mendoza.
Foto: Festival Internacional de Cine de Cali
Director del documental “Señorita María, la falda de la montaña”, Rubén Mendoza.

Mendoza, el invasor

El reconocimiento de María Luisa se da a través de Rubén Mendoza, quien no solo es el director del documental sino el interlocutor de la protagonista. Al respecto, llama la atención el lugar que Mendoza ocupa en el desarrollo de la trama. Algunos espectadores han criticado la “intromisión” de esa voz ajena llena de preguntas; por ejemplo, Giuseppe Caputo, reconocido escritor y gestor cultural, afirmó hace poco en su perfil de Facebook, refiriéndose al documental: “¡Es hermoso! (…). Quizá no ha debido aparecer la voz del director y ya. Cero preguntas”. Yo, sin embargo, creo que gran parte del valor del documental está en no pretender disimular que la presencia de Mendoza es, en sí misma, una intromisión.

El discurso proveniente de los estudios poscoloniales en las ciencias sociales, que suelen tomar como referente principal la obra de Gayatri Spivak: ¿Pueden hablar los subalternos? (irónicamente mejor recordada entre hispanohablantes por su título en inglés, Can the subaltern speak?) nos legó la necesidad de alterar el orden vertical en la construcción del conocimiento, de forma que todos aquellos que por razones de género, etnia o clase han sido oprimidos y han carecido de voz propia puedan adelantar una política de oposición reconocida e incluso incorporada.

El retrato allí presentado es tan íntimo, tan cercano, que parece imposible su uso para una agenda política.

De este necesario llamado de atención son herederas, sin embargo, las trivializaciones ideológicas que, en los actos creativos, se afanan por garantizar un contenido políticamente correcto. Varios audiovisuales realizados en la última década con una orientación social han optado por repetir la misma estructura: toma del paisaje (natural o urbano) mostrando su hermosura no convencional (o tan convencional que, en el caso de la naturaleza, ha sido despreciada por el arte contemporáneo y por ello debe ser redescubierta), toma de la gente en el paisaje (ojalá niños) y luego entrevista directa, sin intervención alguna porque hay que dejar que el “subalterno” hable por sí mismo.

Sin embargo, esa asepsia estética no alcanza a cubrir el hecho de que el director o directora con su equipo de trabajo irrumpen en el paisaje y toman elecciones de principio a fin, que se hacen más evidentes al momento de editar las tomas realizadas. Puede estar la voz (en el sentido literal) de ese “otro”, pero la mirada es de quien dirige.

Ajeno a estos lenguajes, Mendoza y su equipo no esconden su presencia: muestran el desplazamiento tanto de llegada como de partida. Este movimiento, lejos de tratarse de una metáfora del trayecto de vida de María Luisa en su tránsito al género femenino (como si del mítico viaje del héroe se tratara), expresa el hecho evidente de que los realizadores audiovisuales son elementos ajenos a ese bello diorama que tendrán la oportunidad de explorar (y el espectador con ellos). Algunas tomas se hacen desde los cielos con una visión panorámica, otras desde la tierra, como incorporados en un animal que corre entre árboles y piedras, otras frente a frente con la señorita María, mirándola a los ojos, intentando rastrear su historia en lo que a veces dice sin necesidad de hablar.

El esfuerzo de ganarse la confianza de María Luisa, relatado por la productora Amanda Sarmiento, se ve también reflejado en la conciencia del equipo de trabajo de no velar su presencia ni sus acciones, porque la realización del proyecto necesariamente tuvo repercusiones en la vida de la señorita María: la hace confrontar sus sentimientos ante las personas que considera más cercanas, procura rastrear su propia historia buscando los restos de la madre (en realidad la abuela), rememora su breve paso por la escuela, la confrontación con las habladurías de la gente, entre otras cosas. El hecho mismo de haber hecho de ella un personaje público es ejemplo de ello. No ocultar su “voz” es una posición más ética que la ingenuidad de encubrir su influencia sobre el desarrollo del filme.

marcha en Bogotá de Comunidad LGBT.
Foto:  Secretaría Distrital de Integración Social
Comunidad LGBT.

“Es de María la nación”

Un aspecto que ayuda a soslayar la interpretación del documental desde el activismo y la reivindicación de derechos es la elección de Mendoza de resaltar la relación de María Luisa con la religión católica. Asociada a la normativa sobre el control del cuerpo como receptáculo del alma, y con un fuerte dominio del concepto de la culpa y su influencia, la Iglesia católica ha regulado en gran medida las posibilidades de ser en el mundo occidental y, por supuesto, en el país consagrado al Sagrado Corazón de Jesús.

María Luisa, ha hecho de sí misma y de su entorno su propio lugar en el mundo, libre de culpas y ajena a las clasificaciones.

Posturas incluyentes como las del papa Francisco respecto a los sectores LGBT son recientes y, por supuesto, no han llegado sin resistencias. En un contexto que aún procura “patologizar” otras expresiones de vida, muchas veces desde la predicación de las Sagradas Escrituras, el activismo de oposición y el afán por fortalecer el lugar social de esta población aún son relevantes.

Sin embargo, María Luisa, criada en Boavita, Boyacá, pueblo de tradición conservadora y católico hasta la médula, se encuentra en absoluta paz consigo misma, y en comunicación directa con su Creador. Son constantes las referencias en el documental al sentido religioso de María Luisa, el fervor de sus rezos y el amor a la Virgen María (aquella con la que ella y sus antecesoras comparten nombre), quien es su refugio y su modelo de mujer, aquella que no usa pantalón y que, como expresión de su condición femenina, fue madre.

Es precisamente la concepción otro aspecto resaltado por Mendoza, al iniciar el documental con María Luisa relatando un sueño donde queda embarazada y logra ver a su hijo antes de despertar. Su instinto maternal será algo que tendrá que expresar de otras maneras, mientras continúa en la intensa labor de “hacerse” cada día, mientras trabaja en su cuerpo, ya sea afeitándose o arreglando su cabello, tal como trabaja intensamente en la tierra, aquella entidad también femenina de la que puede brotar tanta vida.

Pese a la compleja historia del origen de María Luisa, ella ha hecho de sí misma y de su entorno su propio lugar en el mundo, libre de culpas y ajena a las clasificaciones. Algunos podrán usar su caso para debatir a favor o en contra del reconocimiento de derechos básicos, pero ella seguirá viviendo su feminidad en singular, aferrada a la falda de la virgen y de la montaña.

*Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Javeriana, magister en Museología y Gestión del Patrimonio de la Universidad Nacional de Colombia.

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