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Exposiciones que resignifican las memorias de nuestra guerra

Escrito por Diana Galindo
Marcha de los ladrillos, Granada, Antioquia 2001. Jesús Abad Colorado.

Diana GalindoA raíz de las exhibiciones que en estos días se han abierto al público, este balance analiza el papel de estos espacios en acercar las memorias del conflicto colombiano a visitantes que muchas veces no han tenido noticias sobre él.

Diana Galindo Cruz*

El arte y la memoria

El arte y la cultura son agentes fundamentales para la construcción de la paz en el difícil proceso de hacer frente a las consecuencias del todavía latente conflicto armado colombiano.

La pintura, la fotografía y la literatura, entre otras, han sido utilizadas para crear “artefactos” de la memoria: relatos, monumentos, galerías y sitios de conciencia donde se materializa lo que muchas veces no tiene palabras para ser nombrado.

Más que la técnica con la que fueron hechos, es interesante reconocer la intención y los alcances que tienen estos artefactos de la memoria. Unas veces son un gesto de denuncia o una exigencia para no olvidar. Y en otros casos propician la catarsis y la enunciación, por lo que se concentran en el proceso sicológico de la víctima más que en la divulgación pública de los hechos.

Muestras recientes

Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.
Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.
Foto: Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.

Para empezar, es clave identificar la voz que se expresa en estos espacios, si se trata de la iniciativa particular de una víctima, de una comunidad, de otro agente del conflicto o de una entidad gubernamental.

Además, hay que tener en cuenta la particularidad del tema tratado. Las exposiciones relacionadas con el conflicto armado exigen un proceso doble, ya que implican construir una narración o escenificar un contexto a partir de piezas y textos ya de por sí cargados de múltiples sentidos.

En este proceso se conjugan el sentir del artista o emisor del mensaje con el del equipo de la exposición, liderado por el curador o curadora, y de la institución que la presentará y que tiene su propio discurso, además del poder de determinar la orientación de la muestra y el público al cual se dirigirá.

Por ejemplo, en la exposición de Jesús Abad Colorado, “El Testigo”, exhibida en el Museo Claustro de San Agustín en Bogotá desde el 20 de octubre del año pasado, se conjuga la presencia de las víctimas con la percepción del fotógrafo como testigo (espectador proclive o no a dar un testimonio). En esta exposición la curadora María Belén Sáenz de Ibarra dispuso las obras en cuatro categorías que corresponden a su vez a cuatro salas, lo que también implica otra mirada o interpretación de la obra.

La pintura, la fotografía y la literatura, entre otras, han sido utilizadas para crear “artefactos” de la memoria.

Con otro enfoque se realizó “Bitácoras viajeras”, una breve exposición de dos semanas inaugurada el 10 de diciembre del año pasado, día Internacional de los Derechos Humanos, en el Archivo General de la Nación. En este proyecto de la Unidad para la Atención y Reparación Integral para las Víctimas la exhibición no fue el fin en sí mismo, sino la expresión de una iniciativa más amplia de trabajo de creación colectiva en la que las comunidades afectadas expresaron en manualidades, escritos y fotografías, lo que querían compartir a quienes no han tenido que vivir el conflicto en primera persona.

Aquí, aunque hay un aparataje institucional que permitió el desarrollo del proyecto, la figura de la curadora, Paola Camargo González, operó más bien como una mediadora que potenció la capacidad comunicativa que ya tienen las bitácoras en sí mismas.

Le recomendamos: Arte, violencia y memoria.

La apuesta distrital

Las exposiciones elaboradas por centros de memoria creados y mantenidos con financiación estatal implican un nivel mayor de complejidad, pues estos sitios enfrentan el reto de tener una voz propia (necesariamente colectiva) y de no convertirse en aparatos divulgadores del gobierno de turno.

En este sentido vale la pena destacar al Centro de Memoria Paz y Reconciliación (CMPR), proyecto distrital impulsado por Indepaz y la Secretaría de Gobierno de Bogotá, que abrió sus puertas en 2012. El CMPR ha sido frecuentemente confundido con su principal par, el Centro Nacional de Memoria Histórica (que el año pasado puso a consideración del público de la Feria del Libro de Bogotá el guion del futuro Museo de Memoria Histórica, con excelentes resultados).

La Alta Consejería para los Derechos de las Víctimas, la Paz y la Reconciliación, entidad encargada de la atención a víctimas residentes en la capital, ha hecho el esfuerzo de ampliar su cobertura y fortalecer la divulgación de su labor. Y como parte del enfoque en pedagogía social, arte y cultura, realizó el nuevo proyecto de exposición permanente del CMPR: “Recordar: volver a pasar por el corazón”.

Como el título de la exposición y la etimología asociada a “recordar” lo indican, la muestra es un ejercicio de memoria no como repositorio de datos sino como experiencia vivida a través de los sentidos. Aunque se trata de una iniciativa institucional no es una muestra en la que pesen los nombres de investigadores o artistas, sino que el esfuerzo se orientó a crear una relación distinta con los hechos enunciados.

Los objetos exhibidos, por ejemplo, no se muestran solo por haber pertenecido a determinada persona, sino por la posibilidad de activar recuerdos y asociaciones en el visitante. De allí que la pieza se libere del uso de la ficha expográfica (aunque la información pueda encontrarse en los dispositivos anexos).

En esta exposición los sentidos del visitante son estimulados con imágenes, textos, audios y sensaciones táctiles. Pero más que el tipo de mecanismo que se usa lo que importa es la acción que se produce. Dos estaciones sirven de ejemplo: “El incalculable peso del desplazamiento forzado” y “Miradas de la guerra en la ciudad”, en las que la interacción con los elementos presentes produce una incomodidad física. En una es necesario inclinarse para cargar objetos, y en otra el adulto de estatura promedio debe mantener una postura difícil para apreciar el material audiovisual relacionado con sucesos clave del conflicto que allí se presentan.

Los objetos exhibidos, no se muestran solo por haber pertenecido a determinada persona, sino por la posibilidad de activar recuerdos y asociaciones en el visitante.

La muestra, como se mencionó anteriormente, no es un resumen del conflicto para el visitante, sino que procura el reconocimiento de una realidad aún vigente en nuestro país, que puede y debe ser rastreada en nuestra cotidianidad. Por eso es incómoda, como la verdad de los hechos.

Llama la atención aquí la presencia de un recurso expositivo poco común, el césped artificial, utilizado tanto en “Miradas” como en “Rostros que transforman la ciudad”. Su uso puede interpretarse como una referencia a la Bogotá rural (especialmente Usme y Sumapaz), tan fácilmente invisibilizada, y a los entornos naturales de donde provienen muchas víctimas del desplazamiento que han buscado refugio en la ciudad.

Pero la comodidad al pisar este césped contrasta con la difícil postura mencionada anteriormente, especialmente en “Miradas”, donde este artificio evoca, de alguna forma, los privilegios de quienes hemos vivido en cascos urbanos mientras vemos cómo el conflicto se recrudece en la otra Bogotá y en el otro país que desconocemos.

Se destaca asimismo el guiño literario que la exposición hace al incluir una cita de El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk. En esta novela, no tanto por su extensión como por su cuidadosa narración, el lector logra percibir la desgastante dilatación del tiempo que se experimenta durante la ausencia del ser amado.

Esta exposición no busca un “ponerse en los zapatos de las víctimas”, pero sí producir empatía mediante la activación de los recuerdos propios y ajenos.

Puede leer: El fantasma del revisionismo histórico ronda el Centro Nacional de Memoria Histórica.

Lo que viene

Las voces de la memoria.
Las voces de la memoria.
Foto: Centro de Memoria, Paz y Reconciliación

El carácter permanente de la exposición del CMPR no implica que no se realicen en ella futuros cambios y renovaciones. Sería interesante verificar cómo es la recepción de cada estación en grupos con discapacidad auditiva o visual, que sí fueron tenidos en cuenta, pero no de igual manera en cada área.

Asimismo, el CMPR ha fortalecido la atención al público infantil y dentro de poco se inaugurará la sala “Camino a casa”, espacio para el juego y el aprendizaje. Ojalá el centro de documentación experimente la misma renovación.

Viene, además, la conclusión del proyecto “Laboratorios de Paz”, desarrollado entre la Alta Consejería y The Trust for the Americas, entidad afiliada a la Organización de Estados Americanos (OEA), para buscar el encuentro de la Bogotá rural con la urbana. Como parte de estos laboratorios se adelantó el proyecto de una exposición permanente en la zona verde del CMPR sobre la historia y el día a día de las comunidades de Sumapaz y Usme rural, lugares donde el conflicto armado se vivió directamente.

A escala nacional, estamos en un momento en el que el cambio de gobierno dejó al Centro Nacional de Memoria acéfalo y sin un norte claro. El cercano cambio de alcalde en la capital también produce expectativas en torno a lo que pasará con la Alta Consejería y el CMPR. El futuro depende en gran medida de la participación y veeduría ciudadana para que en Bogotá tengamos el centro de memoria que merecemos y necesitamos.

*Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Javeriana, magister en Museología y Gestión del Patrimonio de la Universidad Nacional de Colombia.

 

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