Un libro para reflexionar sobre la ética antropocéntrica y materialista que prima hoy en las instituciones legales, políticas y económicas. Un libro para recuperar los valores ambientales propios del “buen vivir”.
Diana Molina*
Derechos de la Naturaleza. Ética biocéntrica y políticas ambientales
Eduardo Gudynas.
Tinta Limón Ediciones
2015, 317 págs.
El restablecimiento de valores ambientales
¿Es posible imaginar nuevos trazos normativos hacia una justicia ambiental y ecológica en nuestros días? Esta pregunta es provocadora cuando se trata de abrir una discusión sobre los derechos de la naturaleza y su relación con el derecho a un ambiente sano y sustentable para los seres humanos.
Eduardo Gudynas, en su libro Derechos de la Naturaleza. Ética biocéntrica y políticas ambientales, realiza un análisis de la relación ser humano-naturaleza en la cual intenta validar y preservar los derechos de esta última, vinculando, desde un diálogo de saberes, lecturas críticas del derecho y elementos de ética ambiental y ecología política sustentados en los saberes de comunidades indígenas y campesinas americanas.
Hace falta una conciencia de igualdad apartada de la definición libertaria e individualista del ciudadano moderno.
La obra gira en torno al restablecimiento del valor de la naturaleza, el cual es ya contemplado en las posturas ancestrales latinoamericanas y retomado por algunos gobiernos que han procurado un mundo con mayor justicia ambiental y que abren nuevos campos éticos, morales y políticos a la disputa constitucional, como es el caso de Ecuador.
La renuncia del antropocentrismo
![]() Constitución de Ecuador. Foto: Wikimedia Commons |
Bajo el modelo democrático liberal, las relaciones entre los seres humanos se han fundamentado en los pactos de no agresión y en la enumeración de los derechos inalienables adquiridos por la condición de ser humano. De lo que resulta, según algunos teóricos, una importante base para iniciar la formación de instituciones como la familia, el Estado, y la academia.
Este modelo, que ha considerado una renuncia a los excesos, solo tuvo en cuenta aquellos que configuran agresiones humanas que no incluyen el daño hecho a la naturaleza, pues el papel de esta es el de ser un mero medio y no un fin. Así, para la naciente justicia moderna, la naturaleza es un espacio de bienes infinitos e inagotables al interior del cual las instituciones humanas tienen la posibilidad de desarrollarse.
Hay que renunciar al progreso como puerta de entrada a la felicidad y admitir algunos valores asociados a la vida digna de los seres humanos en comunidad.
La libertad del modelo democrático liberal se edifica, para Gudynas, bajo los límites de una ética antropocéntrica y materialista, que se centra en los fines del ser humano y se basa en la idea de que todo es ajustable a un precio intercambiable y contractual.
Bajo esta forma de comprensión, las especies y ecosistemas son meros objetos y pueden estar bajo la propiedad de los humanos. De ahí que, el ser humano, regulado por este modelo y amparado en su capacidad de comprar y vender todos los llamados bienes naturales, pueda hacer la guerra, montar proyectos extractivistas y hasta destruir totalmente su propio hábitat y aquél en el cual conviven los demás seres vivos.
Para Gudynas, hace falta una real conciencia de igualdad. Una especie de sumatoria de condiciones que se aparten de la definición libertaria e individualista de ciudadano moderno, y que busquen la aplicación de criterios de lo justo basados en nuevas ordenanzas éticas que piensen en la naturaleza y no en el capital natural.
Se trata de pensar que la naturaleza expresa en los animales, las plantas y los seres humanos sus valores indistintamente. En este sentido, el ser humano, como una expresión de la naturaleza, es parte de una comunidad y no está por encima de ella.
Así las cosas, plantea el autor, el biocentrismo, según el cual todo ser vivo es merecedor de respeto moral, es una suerte de igualitarismo entre todas las formas de vida e implica otra ética en la asignación de valores y en los sujetos de esta valoración. Lo que provoca, automáticamente, cambios sustanciales sobre las ordenanzas legales frente a la naturaleza.
Hacia la búsqueda del “buen vivir”
![]() Autor del libro, Eduardo Gudynas Foto: Ministerio de Educación y Cultura |
La obra de Gudynas muestra que el pensamiento moderno del modelo democrático liberal no es el único horizonte teórico con el que cuentan los pueblos hoy en día para responder a la ausencia de una ética ambiental.
Particularmente, los saberes que reposan en Los Andes de los pueblos de América del Sur son una condición presente en la memoria viva de estas sociedades mestizas. Revisar estas cosmovisiones es un paso acertado si se aspira a emprender procesos culturales y políticos de respeto a la naturaleza y de conciencia ambiental.
Estos saberes podrían dar luces en lo que respecta a la generación de sociedades sostenibles, que gocen de seguridad, soberanía alimentaria y en donde el señalamiento ético de cuidar y conservar la tierra se base, no tanto en la utilidad para los seres humanos, sino en el valor intrínseco de las especies y los ecosistemas.
El modelo democrático liberal no es el único horizonte teórico con el que cuentan los pueblos para responder a la ausencia de una ética ambiental.
Salir del modelo que promulga la explotación de la naturaleza implica salir de una conciencia acumulativa, renunciar al progreso como puerta de entrada a la felicidad y admitir algunos valores asociados a la vida digna de los seres humanos que no respondan a una lógica de vivir a costa del otro. Este es el caso del buen vivir, convivir o el vivir plenamente de la Constitución de Bolivia y Ecuador: Suma Qamaña o Suma Kawsay.
Suma Qamaña y Suma Kawsay responden a un modelo de felicidad que se desarrolla en un tiempo cíclico y desestima el afán de avance en línea recta del progreso occidental.
¿Para qué estar al frente si el frente vuelve a ser pasado en un equilibro cíclico donde no importa mucho llegar sino andar? A este modelo alternativo de vida no le importa mucho alcanzar la comodidad que se gana al final de un proceso acumulativo, más bien, lo que importa es el buen vivir, el convivir armoniosamente con todas las formas de existencia.
Por eso resulta interesante observar cómo la Madre Tierra se propone no solo como un concepto asociado con los espacios místicos de estas sociedades, sino que trasciende hacia las esferas de lo político. La tierra debe ser asimilada con lo público, allí donde se materializan las prácticas comunitarias a partir de las cuales se redistribuye el excedente agrícola y se genera un vínculo con toda la nación.
De ahí que, el Artículo 71 de la Constitución de Ecuador defina a la naturaleza como aquella “donde se reproduce y realiza la vida” vinculando, bajo esta connotación, elementos de ecología política, biología de la conservación y ética ambiental.
El análisis de los derechos de la naturaleza hecho por Gudynas abre tres componentes importantes en campos de disputa constitucional:
1°. El carácter ético, que legitima un debate sobre los valores que encierra el ambiente no-humano.
2°. El carácter moral, en cuanto que se derivan obligaciones tales como la preservación de la biodiversidad.
3°. El carácter político, que se expresa en aspectos que incluyen nuevas ordenanzas en la constitución y la elaboración de un nuevo marco legal.
El reconocimiento de los valores intrínsecos que poseen los derechos de la naturaleza, tiene repercusiones importantes en los campos del desarrollo político, ambiental, económico e individual del ser humano.
* Abogada, docente e investigadora. Magíster en Filosofía de la Universidad del Valle. Miembro del grupo de investigación La Minga.