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Masa crítica y posibilidades de paz en Colombia

Escrito por Luis Fernando Medina
Luis Fernando Medina Guerrilla Colombiana

Luis Fernando Medina Guerrilla Colombiana

Luis Fernando MedinaUna explicación original y lúcida de por qué el conflicto colombiano ha durado tanto y es tan persistente. La cohesión de las élites evitó el triunfo de las guerrillas y las enquistó en las zonas periféricas –donde hoy está la riqueza- pero esa misma cohesión impide las reformas estructurales que se necesitan para lograr la paz.

Luis Fernando Medina *

Qué es la masa crítica

El concepto de masa crítica —originalmente acuñado por los físicos que investigaban la energía nuclear— ha terminado siendo una de las metáforas más empleadas en ciencias sociales. Se utiliza para describir fenómenos de acción colectiva caracterizados por el hecho de que mientras más difundidos estén, más se reducen sus costos: ciertos patrones de comportamiento que pueden tener dificultades iniciales para establecerse, se extienden rápidamente a partir del momento en que alcanzan cierta masa crítica.

Se trata de una metáfora útil a la hora de pensar en procesos revolucionarios. Una cosa es desafiar en solitario a la temida policía política egipcia (o tunecina, o búlgara, en su momento) y otra muy distinta hacerlo cuando ya millones de personas han hecho lo mismo tomándose las calles.

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Masa crítica: fue necesaria para las revoluciones de Europa Oriental de 1989 y los recientes procesos de la llamada Primavera Árabe. 

Fotos: Jordan Inc. y Futurity.

Las revoluciones de Europa Oriental de 1989 dejaron un nutrido legado de artículos que emplean la metáfora, y seguramente en los próximos años veremos una nueva cosecha en revistas especializadas, pero refiriéndose esta vez a los recientes procesos de Medio Oriente.

Pero la literatura académica en estas materias ha pecado de facilista, ignorando que el mismo análisis teórico (que aquí eludo para no aburrir a los lectores) nos alerta sobre otras posibilidades: a diferencia de lo que ocurre en las explosiones nucleares, los procesos de acción colectiva pueden quedarse encunetados, por así decirlo, alcanzando una masa suficiente para mantenerlos activos, pero no para llevarlos a su culminación.

Un conflicto encunetado

Esto no debería resultar para nada misterioso en Colombia. Manuel Marulanda entró a militar en grupos de autodefensa campesina por la misma época cuando Fidel Castro lanzó las primeras ofensivas del M-26 en Cuba. Mao Tse Tung — el “inventor” de la guerra popular prolongada — tomó el poder en China tras veinte años de lucha: menos de la mitad de la vida de las guerrillas colombianas.

Hay muchas razones para explicar esta desmesurada longevidad del fenómeno guerrillero en Colombia. Pero tampoco es este el lugar ni el momento para discutirlas en detalle. Le asiste algo de razón a la explicación más difundida, que señala el papel de los recursos económicos (en especial coca y petróleo), a los cuales tiene acceso la guerrilla.

En efecto, la experiencia internacional indica que la presencia de recursos de este estilo juega un papel significativo en la duración de conflictos armados internos. Pero para transformar este hallazgo estadístico en un atisbo relevante es necesario hacer un ejercicio analítico más detenido, que nos ayude a explorar la estructura profunda de la cuneta donde se encuentra varado el conflicto colombiano.

Cohesión en las élites

Intuitivamente es fácil ver qué condiciones hacen más probable que un proceso de acción colectiva quede atascado a mitad de camino: así como para que se produzcan las explosiones nucleares es necesario que el material radioactivo se encuentre altamente concentrado, para que un estallido de acción colectiva se extienda es necesaria cierta cohesión entre sus posibles participantes.

Los ejemplos ya citados nos sirven de ilustración: la guerrilla castrista pudo avanzar con la rapidez con que lo hizo gracias al trabajo político de las organizaciones obreras y estudiantiles que le preparaban el camino a medida que se acercaba a las ciudades.

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Manuel Marulanda entró a militar en grupos de autodefensa campesina por la misma época cuando Fidel Castro lanzó las primeras ofensivas del M-26 en Cuba.

Fotos: Cuba Debate y Tlaxcala.es.

Los “barbudos de Sierra Maestra” no eran los generadores de un foco revolucionario — a pesar de lo que creyera el Che — sino más bien la punta de lanza de un movimiento que contaba con apoyo urbano e incluso de clase media.

Probablemente la Revolución China no hubiera triunfado de no ser porque logró asumir el papel de movimiento de liberación nacional ante la invasión japonesa.

Nada de eso ocurrió en Colombia: el Frente Nacional armonizó los intereses agroexportadores e industriales en torno a un modelo de sustitución de importaciones moderado, que cerró para siempre la ruta de la revolución nacional en la que fincaban sus esperanzas tantos movimientos insurgentes de Suramérica (en especial de Argentina).

De contera, tan alta cohesión entre las élites — para quienes la Violencia y la dictadura de Rojas fueron una “experiencia cercana a la muerte” que las llevó a abandonar sus anteriores enfrentamientos — les permitió actuar ágilmente ante el crecimiento del movimiento social, con una mezcla eficaz de concesiones, clientelismo y represión.

De ese modo, los posibles lazos de la guerrilla con los otros núcleos de acción política se fueron volviendo cada vez más tensos, hasta llegar al punto de hoy: ni hubo ni habrá revolución armada en Colombia.

Conflicto estancado

Pero así como la reacción en cadena no estalla, tampoco se extingue. A juzgar por observadores informados, las FARC mantienen su capacidad de reclutamiento y sus bases políticas en zonas de influencia histórica como el Cauca, a pesar de los múltiples reveses militares de los últimos años.

En un trabajo inédito de entrevistas con algunos desertores, Elisabeth Wood encuentra que la deserción es más común en zonas con más presencia de cultivos de coca, donde a juicio de los desertores, las FARC no se mantienen fieles a la disciplina y al compromiso ideológico de los frentes tradicionales. Es decir, el núcleo de las FARC se mantiene robusto, mientras sus ramales acusan más fragilidad.

Para salir de una cuneta es necesario remontar cierto punto crítico a partir del cual la energía del empujón entra a trabajar junto con la gravedad, no en contra de ella. Los últimos años de conflicto en Colombia ilustran el costo de los empujones fallidos.

Las FARC crecieron durante varios años sin lograr encender la mecha de la revolución y ahora decrecen como resultado de la arremetida paramilitar y la mayor capacidad operativa del ejército regular. Pero a pesar de las enormes pérdidas en vidas y en recursos, este decrecimiento tampoco nos saca de la cuneta: las FARC siguen.

La configuración político–económica que dio origen a las FARC ya desapareció, pero en cierto modo las nuevas realidades pueden perpetuar el estancamiento del conflicto colombiano.

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El Frente Nacional armonizó los intereses agroexportadores e industriales en torno a un modelo de sustitución de importaciones moderado.  Foto. Banco de la República.

El Frente Nacional y la sustitución de importaciones ya eran reliquias cuando murió Marulanda. Colombia es ahora un exportador de minerales y recursos naturales, con explotaciones intensivas en capital en sus zonas periféricas. Es irónico: la economía colombiana del siglo XXI está dirigiéndose justamente hacia las zonas de frontera donde se quedó enquistada la guerrilla del siglo XX.

Dinero a raudales, relaciones laborales primitivas, despojos de tierras y recursos, desgreño de las agencias del Estado, canalización ilegal y violenta de los conflictos: no es difícil ver cómo esta mezcla explosiva le puede estar abriendo a la guerrilla un nuevo espacio político, financiero y militar. Al parecer, uno de los bordes de la cuneta se ha hecho más empinado y alto: aquel que impide la total desaparición y disolución de las FARC.

Guerra y paz, cada vez más costosas

Estos cambios estructurales tienen efectos ambiguos, porque aumentan simultáneamente los costos de la guerra y los de la paz:

  • Aumentan los costos de la guerra, porque las hostilidades ya no ocurren en una zona remota de poca relevancia para el resto del país, sino en el propio centro generador de divisas. Es como si durante los 70s y 80s el teatro central de la guerra hubiera sido la zona cafetera, con el agravante de que ahora la economía colombiana depende aún más que antes del flujo de capital extranjero. Esto aumenta no solo los recursos en juego, sino también la capacidad de perturbación de la guerrilla. Todo lo cual intensifica el conflicto.
  • Pero también aumentan los costos de la paz. La actual coalición de gobierno parece estar convencida de la necesidad de que el Estado penetre en las nuevas zonas de exportación — llevando instituciones legales y reglas claras — para dejar atrás la pesadilla de los ejércitos privados.
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Los recursos de la coca juegan un papel significativo en la duración del conflicto armado colombiano. Foto: Policía Nacional.

Si esto se lograra a cabalidad, lo cual no es nada fácil, sería un logro significativo, pero insuficiente. Varios países han logrado crear democracias estables e igualitarias a partir de los recursos naturales. Pero para ello han construido Estados de bienestar muy sólidos, capaces de distribuir ampliamente las rentas exportadoras.

De otro modo, se mantendrán los espacios de marginalidad y exclusión que perpetúan la violencia. No es claro que exista hoy en día en Colombia tal nivel de consenso entre las élites ni la voluntad política para emprender de veras algo semejante.

Paz creativa y profunda

Es difícil saber si va a haber o no un nuevo proceso de paz con las FARC. Las señales alentadoras no son concluyentes. Pero aún si ocurriera, dicho proceso se enfrenta a una paradoja posiblemente letal:

  • Por un lado, la paz requiere reformas profundas que le permitan al país adecuarse a las nuevas realidades de su estructura económica y de sus relaciones centro-periferia.
  • Pero por otro lado, el carácter periférico de la guerra, tanto en lo geográfico como en lo político, hacen que dicho proceso de paz sea visto por muchos como un escenario ilegítimo para discutir reformas: son muchos y poderosos los sectores que insisten en hablar únicamente de desarme, desmovilización y reinserción.

Tal vez con un gasto ingente de su innegable capital político, la administración Santos pueda superar esa paradoja, lanzando un proceso de paz creativo y profundo, aún a riesgo de perder aliados importantes cuando ya se acerca la campaña por la reelección. El presidente Santos tiene fama de asumir apuestas duras en los juegos de cartas. ¿Se arriesgará esta vez?

*  Investigador senior del Instituto Juan March de Madrid, con estudios de doctorado en economía en la Universidad de Stanford, ha sido profesor de Ciencia Política en las Universidades de Chicago y Virginia y ha escrito sobre aplicaciones de teoría de juegos a modelos de acción colectiva y economía política. 

Luis Fernando Medina Guerrilla Colombia

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