A propósito de un artículo del director de esta revista, una lectura alternativa y penetrante de la historia de Colombia y sus transformaciones recientes, que bien podrían conducir al fortalecimiento de la izquierda.
Luis Fernando Medina*
Ni izquierda, ni derecha
El excelente ensayo de Hernando Gómez Buendía en la pasa da edición de esta revista, "¿Por qué es tan débil la izquierda en Colombia?", merece ser discutido con detenimiento. Por eso quisiera aquí hacer algunos comentarios más a manera de complemento que de polémica ya que estoy de acuerdo en la esencia de su diagnóstico.
En primer lugar, aunque es cierto que Colombia es de los países de América Latina donde la izquierda ha tenido menos presencia en el gobierno, también es cierto que aquí la extrema derecha también ha sido comparativamente débil. En otros países por cada Allende hay un Pinochet, por cada Perón un Videla, por cada Arbenz un Ríos Montt, por cada Getulio Vargas un Garrastazu Medici y así sucesivamente.
Durante el siglo XX, por lo menos desde que tras la Guerra de los Mil Días los gobiernos conservadores empezaron a darle espacio al Partido Liberal, el único intento de un gobierno caracterizadamente de extrema derecha fue el proyecto integrista cristiano de Laureano Gómez que demostró ser insostenible con tan solo tres años en el poder (nótese que pongo como fecha de corte el año 2000, al siglo XXI me referiré más adelante).
Bipartidismo, la verdadera clave
Esta observación sugiere que la debilidad de la izquierda en Colombia está ligada a la excesiva estabilidad de su sistema político, en especial su sistema de partidos, un duopolio cuya longevidad admite muy pocos paralelos en el mundo.
Fundados antes de 1850, los partidos colombianos son de edad similar a los partidos Demócrata y Republicano en Estados Unidos (un poco mayores que éste último, de hecho). Son más viejos que prácticamente todos los partidos europeos, con la probable excepción de los partidos Liberal y Conservador británicos, con la salvedad de que el primero de éstos lleva más de noventa años en la intemperie política, desplazado por el partido Laborista.
![]() Por cada Allende hay un Pinochet, por cada Perón un Videla, por cada Arbenz un Ríos Montt, por cada Getulio Vargas un Garrastazu Medici y así sucesivamente. Foto: latinamericanstudies.org |
Comparados con el resto de América Latina, también resultan longevos los partidos colombianos. Ningún partido venezolano de hoy puede rastrear sus orígenes más atrás de 1935, las postrimerías del régimen de Juan Vicente Gómez. Cuando se fundaron la Unión Cívica Radical (UCR) y el Partido Socialista en Argentina (hacia comienzos del siglo XX), los partidos colombianos ya tenían 50 años. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano data de los años 20s. Son solo razones de espacio las que me impiden multiplicar estos ejemplos.
No es solo cuestión de números. El bipartidismo colombiano enfrentó enormes convulsiones -convulsiones iguales o mayores que las que en otros países destruyeron partidos históricos- y sobrevivió a ellas.
Los por qué
Un análisis detallado de las razones de este fenómeno excede los límites de este escrito. Me limitaré a señalar algunas: -El patrón de desarrollo económico del país durante el siglo XX no generó ninguna fuerza hegemónica.
- La industrialización no fue tan profunda como para que los intereses manufactureros pudieran someter a los sectores rurales (como sí ocurrió en los comienzos del peronismo).
- La agricultura cafetera, generadora de la inmensa mayoría de las divisas durante décadas, operó con un sistema de propiedad relativamente difusa, limitando un tanto los intereses de los grandes terratenientes (a diferencia de otras economías cafeteras como El Salvador).
- La minería no fue tan grande como para sostener el crecimiento de bastiones obreros radicales (como en Chile o Venezuela).
-La fragmentación regional a la que alude Gómez Buendía ha contribuido a apuntalar este sistema de consenso entre élites en forma análoga a como ocurrió en Estados Unidos tras la Guerra Civil. Allí, al terminar la ocupación militar de los estados de la antigua Confederación, se estableció un pacto tácito de convivencia entre las élites industriales del Noreste y la antigua aristocracia sureña, un pacto que permitió a ésta última conservar su dominio regional político y económico. De modo similar, en Colombia, en aquellas zonas de gran propiedad agraria se han enquistado regímenes autoritarios locales que conviven con la alternancia entre partidos en el plano nacional.
Cambios nuevos y de fondo
Curiosamente, todos los elementos del inventario que acabo de proponer se han alterado notoriamente en los últimos años.
-La economía cafetera ya es una reliquia del pasado y ahora Colombia se ha vuelto un país minero, exportador de recursos naturales intensivos en capital con poca generación de empleo.
-En cierto modo, la antigua periferia es el nuevo centro. Las grandes fortunas y los grandes conflictos de los últimos tiempos se están gestando allí. Por lo tanto, parece que cada vez será más difícil mantener esa línea divisoria entre élites de las grandes ciudades y élites de la provincia que permitió la consolidación de poderes locales.
![]() Durante el siglo XX, el único intento de un gobierno caracterizadamente de extrema derecha fue el proyecto integrista cristiano de Laureano Gómez. Foto: Banco de la República. |
Este es un punto delicado sobre el cual resulta difícil hacer pronósticos. Por una parte, es cierto que la globalización en todo el mundo ha debilitado el poder de los Estados, máxime de aquellos que, como el colombiano, dependen tanto de la inversión extranjera. Pero por otro lado, el Estado colombiano había sido ya tan crónicamente débil durante muchos años, permitiendo la existencia de enormes zonas del territorio fuera de su control, a tal punto que ahora la lucha contra los poderes paraestatales es un asunto de supervivencia. Lo vemos por ejemplo en la creciente preocupación que ocasionan las llamadas BACRIM dentro del gobierno, o la vehemencia con que, por lo menos de intención, la administración Santos se empeña en someter la minería al imperio de la ley central.
Sea cual sea el resultado, el proceso actual pone al Estado colombiano ante una disyuntiva: o acomete en serio la tarea de someter a los poderes locales, erigiéndose en el único y legítimo regulador de los flujos de capital, o el crecimiento de la periferia lo desborda y lo condena a la irrelevancia.
-La liberalización económica ha ampliado los ciclos económicos de manera que, si hasta la década de 1990 Colombia crecía a tasas modestas pero constantes, desde entonces sus fases de crecimiento y recesión se han vuelto mucho más pronunciadas. La estabilidad económica que evitaba grandes sobresaltos, permitiendo a los partidos calibrar cuidadosamente sus estrategias electorales, parece haber dado paso a una economía más volátil y, por tanto, a un panorama electoral más incierto tanto para la derecha como la izquierda.
-El bipartidismo colombiano está probablemente en su fase terminal. Aún si los dos partidos tradicionales logran reactivarse un poco, es difícil imaginar que restauren el duopolio del cual gozaron durante más de un siglo.
Prosperó la derecha
Si durante el siglo XX Colombia pareció ser un país refractario no solamente a los gobiernos de izquierda sino también a los de extrema derecha, el siglo XXI comenzó con otro tono. Los dos gobiernos de Uribe ocuparon un espacio ideológico que bien podría considerarse de extrema derecha, por lo menos en comparación con los consensos que existían entre los partidos colombianos a finales del siglo XX.
…también podría prosperar la izquierda
No es fácil saber cuáles son las consecuencias de todos estos cambios para la izquierda colombiana. Pero sí es cierto que muchas certezas pasadas han desaparecido y que se abre un período de dudas pero también de oportunidades. Comencemos con las dudas:
-El electorado colombiano es cada vez menos partidista, de modo que no es claro que los esfuerzos de consolidación de la izquierda en torno al Polo Democrático Alternativo (PDA) y sus marcas electorales afines sean recompensados por los votantes.
![]() Creciente preocupación por las BACRIM: la administración Santos se empeña en someter la minería al imperio de la ley central. Foto: Policía. |
-Por otro lado, ni siquiera los éxitos electorales han sido suficientes para que la izquierda deje atrás su perenne faccionalismo. Mientras el Partido Liberal fue capaz de gobernar el país como la fuerza mayoritaria durante setenta años a pesar de sus profundas divisiones internas, la izquierda sigue sucumbiendo a lo que algunos psicólogos sociales llaman "el narcisismo de las pequeñas diferencias" que lleva a que sectores que coinciden en los puntos importantes (como el rechazo al neoliberalismo) se dividan en torno a discusiones que vienen del siglo pasado. Es una enfermedad típica de organizaciones minoritarias. En un escenario optimista, una buena racha electoral en los próximos años lograría enseñarle a todos los sectores las bondades de la unidad.
Pero también hay oportunidades:
-Electoralmente la izquierda ha dado un salto no despreciable con el cambio de siglo. El 26 por ciento de la votación alcanzado en el 2006 hace palidecer todos los demás resultados pero no se debe olvidar que en su accidentada vida el PDA ha obtenido siempre porcentajes de votación que hubieran sido la envidia de casi todas las fuerzas de izquierda desde el Frente Nacional, con la posible excepción del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y el M-19 en las elecciones de la Constituyente. Van ya tres victorias consecutivas de la izquierda en Bogotá, así haya sido en medio de cambios abruptos en la marca electoral, asociados a factores coyunturales.
-A esto hay que sumarle que la debilidad del Partido Liberal ha hecho que sus sectores progresistas en el futuro puedan dar el paso hacia nuevas formaciones de izquierda.
Ni siquiera los éxitos electorales han sido suficientes para que la izquierda deje atrás su perenne faccionalismo: "el narcisismo de las pequeñas diferencias".
Foto: Lasillavacia.com
-No es aventurado pensar que, si en los próximos años se logra aclimatar un proceso de paz con las FARC, veamos el surgimiento de fuerzas políticas legales de izquierda campesina, un ingrediente del cual el PDA, un partido eminentemente urbano, carece en este momento.
En suma, si la izquierda colombiana juega bien sus fichas, puede seguir creciendo más allá de los límites históricos que la han constreñido durante casi un siglo.
Investigador senior del Instituto Juan March de Madrid, con estudios de doctorado en economía en la Universidad de Stanford, ha sido profesor de Ciencia Política en las Universidades de Chicago y Virginia y ha escrito sobre aplicaciones de teoría de juegos a modelos de acción colectiva y economía política.