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El hombre, la genética y el azar

Escrito por Alejandro Cortés Arbeláez

Tomografía de un cerebro con Alzheimer y otro sin la enfermedad.

Alejandro Cortez¿Qué pasaría si pudiéramos escoger las cualidades físicas y mentales de nuestros hijos gracias a la ingeniería genética? Este libro se hace la pregunta y aventura algunas respuestas bastante perturbadoras.

Alejandro Cortés Arbeláez*

The case against perfection. Ethics in the age of genetic engineering
Michael Sandel
Harvard University Press, 2007

Una pregunta fácil y una difícil

Suponga Usted que, gracias a los avances de la ciencia, sea descubierta la cura contra el cáncer, el Alzheimer, la osteoporosis, la esquizofrenia o, en general, cualquier enfermedad grave. Esto sería sin duda un motivo de celebración, no solo para los afectados por estos males, sino para la humanidad entera.

Ya la ciencia ha logrado grandes avances en el tratamiento y prevención de enfermedades graves y no se me ocurre ninguna razón sensata para oponerse a continuar por esta senda, siempre que la experimentación requerida para ello no traspase ciertos límites éticos. ¿Debemos apoyar esta faceta de la ciencia? La pregunta es fácil y su respuesta es clara: sí, pues contribuye a disminuir el sufrimiento humano.

Pero suponga que la ciencia vaya más allá y no se limite a buscar la forma de aliviar los males humanos, sino que se proponga crear humanos de otra índole, más fuertes, más rápidos, más inteligentes: súper-humanos diseñados genéticamente para ser perfectos.

Esto suena a película de ciencia ficción, pero lo cierto es que no estamos tan lejos. La ingeniería genética cada vez nos acerca más a esta posibilidad, y el prospecto de diseñar humanos con características superiores especificadas de antemano (talento musical, dotes para el deporte, inteligencia superior a la promedio, entre otros) pasa de las pantallas de cine a ser un tema de conversación en la sala. Ante ello cabe preguntarse si debemos apoyar esta otra faceta de la ciencia; esta es una pregunta difícil que no tiene una respuesta clara.

Contra la perfección

El filósofo norteamericano Michael J. Sandel.
El filósofo norteamericano Michael J. Sandel.
Foto: HarvardEthics

Michael Sandel, uno de los filósofos morales y políticos más renombrados de nuestro tiempo, ha escrito un brillante libro sobre este asunto: The case against perfection. Ethics in the age of genetic engineering.

Allí el autor apoya abiertamente los avances científicos que permitan curar –o al menos hacer más liviana la carga que representan– las enfermedades humanas. A su juicio, si el ser humano tiene la posibilidad de disminuir el sufrimiento que le representan las naturales –pero a veces terribles– dolencias humanas, entonces está en el deber de esforzarse para lograrlo. Pero le preocupan las implicaciones que la ingeniería genética dirigida, no a curar las enfermedades, sino a mejorar la condición humana, puede tener sobre la vida humana.

Sandel llama la atención sobre un hecho importante: hoy en día la ciencia se mueve a toda velocidad y, en ocasiones, esto plantea preguntas morales que las sociedades no saben cómo enfrentar. No se equivoca cuando señala que muchas personas se sienten incómodas cuando se les habla de la posibilidad de diseñar niños –de elegir el color de sus ojos, su sexo, su estatura…–, pero no saben exactamente qué es lo que les incomoda, qué es lo que parece no estar del todo bien. Por eso este destacado intelectual busca clarificar esta incomodidad ética recurriendo a la filosofía moral.

No sería ninguna locura pensar que con el paso del tiempo se desarrollaría un apartheid genético.

No es el primero en hacerlo, por supuesto, y esta es una parte central de su libro. Sandel critica a importantes filósofos liberales que han tratado estos temas, como John Rawls, por considerar que el liberalismo moral es incapaz de entender las implicaciones éticas de dar vía libre a la ingeniería genética.

Para los liberales, esta debe ser celebrada, pues al contribuir al perfeccionamiento de la raza humana, contribuye también al aumento de la libertad humana: una persona que, por ejemplo, pueda elegir someterse a un tratamiento que la haga más fuerte y veloz, o más inteligente y con mejor memoria, tendrá una mayor esfera de libertad que una persona que deba conformarse con los dotes naturales con los que nació. Si esto se generaliza, entonces la humanidad alcanzará un estado de libertad que no ha conocido hasta ahora, al liberarse ya de toda atadura, no solo social y política, sino natural.

Esta perspectiva, basada en una particular manera de entender la libertad humana, en vez de entusiasmar a Sandel, le preocupa profundamente. En primer lugar, por sus costos sociales. Las posibles consecuencias que esta “eugenesia de libre mercado” podría tener sobre la sociedad son previsibles.

Imaginemos que efectivamente se perfecciona la tecnología que permita expandir el mercado de niños por diseño, de manera tal que los padres puedan escoger qué tipo de hijos van a tener: deportistas, intelectuales, músicos, pintores, etc., y que para ello deban pagar un precio determinado.

¿Quiénes tendrían acceso a esta tecnología? Sencillo: los que tengan los medios para pagar por ello. En un mundo donde los más ricos puedan escoger los rasgos de sus hijos y el resto de la población quede sometida a la lotería genética, no sería ninguna locura pensar que con el paso del tiempo se desarrollaría un apartheid genético, que crearía un mundo dividido entre súper-humanos encargados por diseño y humanos comunes y corrientes.

Ahora bien, esto podría evitarse con una adecuada regulación que estableciera, por ejemplo, un impuesto al mejoramiento genético mediante el cual se financiara la ingeniería genética para quienes no tuvieran recursos para acceder a ella. Pero en el mundo actual, donde el poder público parece debilitarse cada vez más frente a los poderes privados, una medida de este tipo sería difícil de hacer cumplir. En gracia de discusión, aceptemos esta posibilidad para poder ir más allá e indagar por objeciones más profundas que pueden hacerse al mejoramiento genético ilimitado.

Nuestros talentos como un regalo

Sandel señala que la posibilidad de manipular y diseñar nuestros propios genes puede afectar seriamente nuestra capacidad para valorar nuestros talentos como regalos que merecen ser apreciados y por los cuales debemos estar agradecidos.

El autor advierte que esta capacidad es algo de lo que gozamos todos, y que no depende de una cosmovisión religiosa de la vida. No es necesario creer en algún dios para apreciar nuestros talentos.

La incapacidad de apreciar adecuadamente nuestros propios talentos, de sentirnos afortunados por ellos, tendría graves consecuencias. Si las características específicas de los seres humanos dejaran de depender de la suerte y pasaran a ser producto de un diseño humano deliberado, tres aspectos de nuestro paisaje moral se verían afectados:

  • La humildad,
  • La responsabilidad, y
  • La solidaridad.

Empecemos por la humildad: el hecho de que sepamos que, por más que lo intentemos, no tenemos el control absoluto sobre nuestras vidas, nuestros talentos y nuestros defectos, nos enseña a ser humildes ante el universo, que es mucho más grande que nosotros. Si el hombre lograra conquistar lo que hasta ahora ha sido “el dominio de la fortuna” (la frase es de Martha Nussbaum), entonces se vería destruido este último vestigio de humildad ante el mundo, que tanto necesita la humanidad hoy en día.

Lo cual nos lleva a la cuestión de la responsabilidad: si alcanzamos el control absoluto sobre nosotros mismos, entonces seremos completamente responsables de nuestros triunfos y fracasos. Eso suena a poco, pero no lo es. Es cierto que todos tenemos algún nivel de responsabilidad por nuestras propias vidas, pero esta responsabilidad no es absoluta. Parte de lo que somos, de lo que logramos y de lo que no logramos, es atribuible al azar.

Pero esto no es una maldición: “Una de las bendiciones –dice Sandel– de vernos a nosotros mismos como criaturas de la naturaleza, de Dios o de la fortuna, es que no somos del todo responsables por la manera en que somos. Mientras más maestros nos volvamos de nuestros rasgos genéticos, mayor será la carga que llevemos por los talentos que tengamos y por la forma en que nos desempeñemos”.

Esto, a su vez, nos lleva al tema de la solidaridad. Uno de los motores principales de la solidaridad es ser conscientes de que aquellos que se encuentran en una situación social desaventajada, como la pobreza, no son plenamente responsables por ello. La mala suerte es, precisamente, suerte, y por esto nadie es culpable por ella.

La magnificencia del cosmos debería convencernos de que no tiene sentido pretender dominarlo.

El hecho de saber que nosotros también podemos vernos afectados por el azar inspira un sentimiento tan bello como la solidaridad, que se basa en la capacidad de ponernos en los zapatos de los demás. Si elimináramos el factor azar, entonces se verían afectadas las bases de la solidaridad humana. No habría ya motivos para compadecerse por el infortunio de los demás, pues este obedecería completamente a errores de juicio cometidos por personas absolutamente responsables por su propia situación biológica y social.

Rendirle tributo a la naturaleza

Terapia genética usando un vector de Adenovirus.
Terapia genética usando un vector de Adenovirus.
Foto: Wikimedia Commons

La búsqueda de la perfección mediante la ingeniería genética se basa en una vieja aspiración humana, la de ser amos y maestros del universo. No está mal que usemos nuestras capacidades racionales para moldear el mundo y hacerlo más agradable para nosotros logrando, por ejemplo, evitar el sufrimiento que traen las enfermedades.

En ese sentido se justifica que desafiemos la naturaleza: después de todo, es esto lo que nos diferencia de los animales. Pero la naturaleza no es un juguete que debamos manipular a nuestro antojo, pues aún hay muchas cosas que no comprendemos sobre ella y es apenas justo que respetemos algo que es mucho más grande y magnífico que nosotros.

En el libro Religión sin dios, Ronald Dworkin señala que no es necesario ser creyente para vivir una “experiencia religiosa” cuando, atónitos, vemos las maravillas de la naturaleza. Basta con mirar al cielo en una noche estrellada para sentirse sobrecogido por la belleza del mundo, sea esta producto de una suma de hechos naturales y aleatorios o de un diseño deliberado de un ser superior.

En cualquier caso, la magnificencia del cosmos debería convencernos de que no tiene sentido pretender dominarlo como si fuera una simple herramienta. El libro de Sandel nos sirve como recordatorio de que la voluntad humana, por poderosa que sea, debería rendirle tributo a la naturaleza, poniéndole límites al proyecto de dominarlo todo y dejándole un papel de importancia a la fortuna en la configuración del mundo.

 

* Politólogo, asistente de investigación y profesor de cátedra en la Universidad Eafit.  alejandrocortes90@gmail.com

twitter1-1@AlejandroCorts1

 

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