Historia política de los Juegos Olímpicos: los juegos sui generis de Tokio - Razón Pública
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Historia política de los Juegos Olímpicos: los juegos sui generis de Tokio

Escrito por Jorge Humberto Ruíz
Jorge Humberto Ruiz

Los Olímpicos son un escenario de disputas políticas y confrontaciones ideológicas entre Estados, pero algo viene cambiando en los atípicos Juegos de Tokio 2020.

Jorge Humberto Ruiz*

Japón y los Juegos Olímpicos

En septiembre de 2013 Tokio fue escogida como sede de los Juegos Olímpicos que se celebrarían en 2020. La pandemia impidió que el certamen se realizara, se aplazó y se está llevando a cabo ahora, con muchas dificultades y críticas por las consideraciones sanitarias y éticas.

No es la primera vez que Japón ve peligrar su designación como anfitrión de los Olímpicos. En 1940, durante la consolidación de su industrialización y sus tentativas expansionistas, este país obtuvo el aval por parte del Comité Olímpico Internacional para realizar las justas que, finalmente, no se hicieron.

Desde mediados del siglo XIX —a partir del periodo Meiji— Japón pretendió consolidarse como una nación influyente en el orden mundial, para lo cual trazó una estrategia que emulaba la economía y la geopolítica expansionista de occidente. Después de su participación en la Primera Guerra Mundial y en otras dos guerras contra China y Rusia, en 1931 Japón invadió y bombardeó la región de Manchuria, enfrentándose por segunda vez con el gigante asiático.

El Comité Olímpico Internacional, que en 1912 aceptó a Japón como miembro y que por mucho tiempo desestimó los crímenes de este país, decidió cambiar la sede de los Juegos de 1940 a Helsinki (Finlandia) debido a las presiones de las potencias occidentales. Los japoneses, por su parte, organizaron unos juegos exclusivamente para ellos y sin participación de los demás países.

Los primeros Juegos, realizados en Atenas en 1896, tuvieron como antesala la independencia griega de Turquía

Al final, las Olimpiadas de 1940 se cancelaron. Sin embargo, en 1964, Japón realizó su primer certamen Olímpico en Tokio —el primero en un país no occidental—, que sirvió como acto de redención por su papel en la Segunda Guerra Mundial y como graduación simbólica entre las naciones liberales. Además, estos juegos se distinguieron por las espectaculares instalaciones deportivas, la transmisión por televisión a color y la sistematicidad en la producción de estadísticas de los resultados deportivos.

Estos son sus segundos Juegos Olímpicos, ya en la era digital, en medio de una pandemia y sin público —el más importante ingrediente de todos los rituales deportivos—. Sin duda unos Juegos Olímpicos sui géneris, como el país mismo que los realiza.

Foto: Flickr - En la era digital las olimpiadas son puro entretenimiento despojado de significados y volcado hacia el simple placer de mirar la gracia de los movimientos atléticos.

Deporte y política

Siempre que se habla de los Juegos Olímpicos surge el tema de la política. Hay tres aspectos importantes en esta relación:

  1. el ideario olímpico,
  2. la instrumentalización por parte de los Estados organizadores,
  3. protestas y violencia.

El ideario olímpico

Los Juegos Olímpicos nacieron como un hecho político. Su filosofía, centrada en el “amateurismo” y el “juego limpio”, fue en sí misma una filosofía política (como diría el sociólogo Pierre Bourdieu). Un ideario que durante décadas ocultó inequidades coloniales, raciales, de género y de clase:

  • En principio, el “amateurismo” implica que solamente quienes no tienen necesidades económicas y responsabilidades de cuidado pueden practicar deportes con cierto grado de especialización sin recibir a cambio un salario.
  • Por otra parte, el fundamento del “juego limpio” es la idea del deporte como fin en sí mismo, lo que excluiría al deporte como profesión o como forma de movilidad social. Este ideario reinó durante los primeros certámenes y tuvo efectos decisivos en la exclusión de países africanos, atletas afrodescendientes, mujeres y deportistas de clases populares.

Instrumentalización

Este es el capítulo más voluminoso de la relación entre Juegos Olímpicos y política, pues casi ninguna versión del certamen se ha librado de las ventajas publicitarias que saca el país anfitrión. Hay, sin embargo, casos emblemáticos y otros menos conocidos pero muy ilustrativos.

Por ejemplo, los primeros Juegos, realizados en Atenas en 1896, tuvieron como antesala la independencia griega de Turquía, por lo que la organización de las justas tenía, en parte, el sentido de diferenciarse de los otomanos y asimilarse a occidente en un contexto de mayor interés por la cultura helenística clásica. Además, las potencias occidentales estaban interesadas en cooptar a Grecia como un punto clave para debilitar al Imperio Otomano.

El nacionalismo y colonialismo imperantes a comienzos del siglo XX tenían como correlato las Exposiciones Universales: ferias en las que los países industrializados exponían sus logros técnicos y celebraban su cultura. En la Exposición de París de 1900 se incluyeron algunas exhibiciones de juegos y deportes que acabaron convirtiéndose en las Olimpiadas de ese año. En 1904 se organizaron las Olimpiadas de San Luis (Estados Unidos) como parte de los eventos de su Exposición Universal, en la que, además, se presentaron exhibiciones de competiciones indígenas con serias connotaciones racial.

En estos años era claro para los organizadores que la civilización iba de la mano con el deporte y que este maridaje podía ser publicitado en los Juegos Olímpicos. Pero no fue sino hasta 1936, durante los Juegos de Berlín, que se afianzó ese interés por mostrar la supremacía de una civilización específica a través del deporte. Los triunfos de los atletas alemanes deberían representar, entonces, la superioridad de la civilización germana sobre todas las demás. El uso de la propaganda Nazi durante el evento y la famosa película de Leni Riefenstahl llamada Olympia son acontecimientos muy conocidos.

Después de la Segunda Guerra Mundial los Juegos Olímpicos fueron instrumentalizados de tres formas por los países anfitriones:

  1. La primera fue una especie de limpieza de imagen de los países que conformaron la alianza del Eje (Italia, Japón y Alemania) y que se convirtieron en democracias liberales. Es el caso de las Olimpiadas de Roma (1960), Tokio (1964) y Munich (1972).
  2. La segunda está marcada por el contexto de la Guerra Fría y la demostración Soviética del deporte planificado durante los Juegos de 1956, realizados en Melbourne.
  3. La tercera consiste en el interés de países periféricos que intentan incorporarse simbólicamente al mundo desarrollado occidental. Los principales ejemplos son las olimpiadas de México (1968), Beijing (2008) y Río de Janeiro (2016).

Protestas y violencia

Los Juegos Olímpicos de México, en 1968, fueron el escenario de multitudinarias protestas estudiantiles contra la corrupción política, la concentración del poder y los altos costos del certamen. La dura represión desembocó en lo que se conoce como la masacre de Tlatelolco.

Pero los Olímpicos de México sirvieron también como vitrina para la protesta de Tommie Smith y John Carlos, atletas afroamericanos que, durante la entrega de medallas, cuando estaban parados en el podio y sonaba el himno de su país, levantaron sus puños cubiertos por guantes negros como forma de denunciar internacionalmente el racismo en los Estados Unidos.

A partir de los Juegos de Montreal, en 1976, se debilitó la financiación directa y total de los Estados y se impuso una mezcla de inversión pública y privada,

En las Olimpiadas de Munich, en 1972, un grupo de atletas israelíes fue secuestrado por un comando palestino como retaliación por los ataques contra Palestina; el suceso acabó con la muerte violenta de 18 personas, entre deportistas, policías y asaltantes. Más recientemente, en 2016, durante los Juegos de Río de Janeiro, una multitud de personas protestó por la corrupción del gobierno y los costos para realizar la competencia. En los cuatro casos, los Juegos Olímpicos fueron un espacio que amplificó la visibilidad de la acción política.

Lo político de otra forma

A partir de los Juegos de Montreal, en 1976, se debilitó la financiación directa y total de los Estados y se impuso una mezcla de inversión pública y privada, lo que atenuó la instrumentalización de las Olimpiadas. No obstante, esto no significa que el evento deportivo haya dejado de ser un escenario político.

Por el contrario, en las semanas que llevamos del certamen en Tokio hemos visto florecer la política de otra forma: los actos de resistencia de las atletas contra la sexualización de sus cuerpos y la valiente decisión de la gimnasta y campeona, Simone Biles —que se retiró para cuidar de su salud mental—, muestran que el Estado nacional dejó de ser el objeto de disputa en los Juegos Olímpicos, mientras las subjetividades y la diversidad son ahora lo que moviliza los actos políticos en el deporte.

Finalmente, aunque el nacionalismo aún actúa entre el público, disfrazado de orgullo patrio, en la era digital las Olimpiadas son puro entretenimiento, despojado de significados y volcado hacia el simple placer de mirar la gracia de las hazañas y de los movimientos atléticos.

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