¿Qué significa estar en Brasil 2014? - Razón Pública
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¿Qué significa estar en Brasil 2014?

Escrito por Jorge Humberto Ruíz
Hinchas Colombia

Hinchas Colombia

Jorge Ruiz

Clasificar al Mundial de Fútbol  no solo es una hazaña deportiva. Es un suceso cultural que moviliza a la nación y renueva sus relatos heroicos. Pero, ¿alcanza un mundial para unir a los colombianos en torno a su país?

Jorge Humberto Ruiz Patiño*

Más que simplemente fútbol

Los colombianos estamos más que contentos con la clasificación de la Selección Colombia al Mundial de Fútbol de Brasil el próximo año. Este es un hecho, sin duda, de gran importancia, por su significado deportivo, económico, e incluso social y cultural. Después de 16 años de ausencia en mundiales de fútbol, es claro que el triunfo obtenido es de grandes proporciones. ¨

Este buen resultado se complementa con los buenos rendimientos económicos que la cita mundialista puede proporcionar, no solo para la Federación Colombiana de Fútbol, sino también para las empresas que sepan aprovechar la magnífica ventana publicitaria que proporciona el Mundial.

No caben pues muchas dudas sobre la importancia deportiva y económica que para Colombia tiene la participación en el Mundial. Pero ¿cuál es la relación de este hecho con la trama sociocultural del país?

Clasificación al Mundial
Foto: SIG
Presidente Santos felicita a la selección por su
clasificación al mundial durante el XXV congreso
de Asocajas.

Memoria y nación en torno al fútbol

En no pocas ocasiones la selección de fútbol se ha tomado como un símbolo profundo de lo que significa ser colombiano, es decir, en la definición de la nacionalidad.

Se dice que la selección nacional produce sentimientos de pertenencia que pueden mejorar la convivencia entre los colombianos. Este imaginario ha sido muy generalizado y se manifiesta, por ejemplo, a través del cine, con el filme de Sergio Cabrera Golpe de estadio.

Hasta cierto punto esto parece ser cierto, si exceptuamos las riñas y los muertos como consecuencia de las excesivas “celebraciones”. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es ¿por qué se producen estos sentimientos de solidaridad y cuál es su alcance en la definición de lo nacional?

El sentido de lo nacional requiere de una repetición y una actualización constante para que sea válido y tenga vigencia, es decir, debe ser ritualizado.

Así, las naciones modernas occidentales se han constituido sobre la base de mitos fundacionales que la población recuerda constantemente; ejemplos de ello son los fastuosos eventos que los Estados realizan para conmemorar las fechas patrias.

En el fútbol sucede exactamente igual. El sentido de lo nacional con respecto al deporte está relacionado con mitos que se actualizan a medida que pasa el tiempo. Pero para que estos mitos funcionen, deben estar basados en épicas, en gestas que puedan ser narradas como grandes hazañas.

El gran mito colombiano, con el cual se fundó la relación entre la nación y el fútbol, fue el  partido de la Selección Colombia contra la Selección de la Unión Soviética en el Mundial de Chile en 1962, que terminó en empate 4-4, después de remontar un marcador adverso.

Hasta 1990 no existió un relato futbolístico diferente de aquel, el cual se transmitía a las generaciones jóvenes a través de las narraciones que los padres hacían de los hechos.

Los partidos de la Selección Colombia contra Alemania en 1990 (1-1), contra Argentina en 1993 (5-0) y el último, contra la Chile (3-3), constituyen las gestas, las épicas y los dramas que han permitido actualizar el mito originario.

Estas actualizaciones son necesarias porque los mitos pierden vigencia y fuerza a medida que cambian las generaciones, y las más nuevas comienzan a alejarse de los sentimientos y emociones proporcionados por aquellas gestas.

De este modo, con la clasificación al Mundial de Brasil, las generaciones más jóvenes tienen la oportunidad de resignificar los relatos futbolísticos que sus padres y abuelos, con la ayuda de los medios de comunicación, les habían contado sobre una selección cuya último gran victoria había sucedido 20 años atrás.

De este modo, si el sentido de lo nacional se activa a través de la memoria y de la emoción, no puede desconocerse que la clasificación al Mundial de Brasil constituye un elemento vital en la oferta de referentes simbólicos de identidad, sobre todo en un país donde estos son escasos.

Partido eliminatorio
Foto: Ederik Palencia
Partido Colombia – Venezuela durante las eliminatorias
del mundial Brasil 2014.

Un país de 90 minutos

Si bien, como ya dije, las épicas futbolísticas aportan elementos de identidad nacional, no  debe sobredimensionarse el papel de estos hechos en la construcción de la nación.

Para distinguir las cosas hay que recordar que lo que proporciona el fútbol es aquello que algunos han definido como el tejido nacionalitario de la nación, es decir, los aspectos comunes puramente culturales que proporcionan sentido de pertenencia a una población.

De esta forma, la selección nacional de fútbol hace parte del mismo repertorio cultural al  que pertenecen la lengua, la religión y el pasado común, aspectos sobre los cuales, entre otros, se forjaron los Estados nacionales modernos.

Al igual que los elementos anteriores, la selección nacional de fútbol ayuda a superar las particularidades sobre la base de un sentimiento compartido que nos permite imaginar que existen más individuos, aparte de nosotros, que comparten dicho sentimiento, y que por tal razón hacemos parte de la misma comunidad.

La selección nacional, entonces, es un factor externo que suspende las diferencias concretas entre individuos, comunidades locales y regiones ubicadas dentro del territorio colombiano.

Cada vez que juega la Selección Colombia contra cualquier otro equipo, se activa dicho sentimiento con diferentes niveles de intensidad, dependiendo del tipo de enfrentamiento futbolístico.

De tal modo que comunidades particulares con una identidad interna bien definida, como pueden ser dos ciudades (para el caso Medellín y Bogotá), se sienten identificadas mutuamente a través del símbolo unitario de la Selección.

El sentido de lo nacional requiere de una repetición y una actualización constante para que sea válido y tenga vigencia, es decir, debe ser ritualizado. 

Durante 90 minutos (y un poco más si se trata de celebrar), paisas, rolos, costeños, barras del Nacional o de Millonarios, difuminan sus diferencias y se integran bajo un mismo elemento: la selección nacional de fútbol.

Pero esta identificación es efímera, pues una vez concluye el encuentro deportivo las comunidades se repliegan nuevamente en sus identidades originarias: barras, regiones, barrios, etcétera.

La nación, de este modo, vuelve a quedar sustentada en patrones tradicionales de identidad, como son lengua, religión y costumbres, con los cuales no todas las comunidades se identifican porque se han visto excluidas de la historia nacional, e incluso de la llamada cultura nacional.

De este modo, lo único que proporciona el boom de la selección nacional de fútbol es una identidad hechiza, una comunidad imaginada efímera, o una burbuja nacionalista que revienta tan pronto la emoción del enfrentamiento desaparece y emerge nuevamente el país que vivimos.

En este sentido, es necesario diferenciar la nación como entidad cultural de la Nación como entidad política. A esta última el fútbol le aporta muy poco, pues ella depende de factores que inciden más allá de las características culturales con las cuales se pueda identificar una población.

¿Un nacionalismo mercantil?

Si bien la identidad nacional en torno a la selección de fútbol es efímera, algunas formas de identificación en torno a ella son más duraderas, como el nacionalismo asociado con los hechos deportivos.

La selección nacional de fútbol hace parte del mismo repertorio cultural al  que pertenecen la lengua, la religión y el pasado común, aspectos sobre los cuales, entre otros, se forjaron los Estados nacionales modernos.

Los nacionalismos son formas políticas de movilizar a la población que son activadas en tiempos específicos y bajo circunstancias determinadas: nacionalismo anticolonialista durante la Independencia para movilizar a indígenas, afros y mestizos, o nacionalismo modernizantes durante el siglo XIX para movilizar a artesanos en torno a un proyecto de corte librecambista.

De todos los nacionalismos posibles, la clasificación de la Selección Colombia al Mundial de Brasil permite activar uno que podría denominarse “de mercado”.

Este tipo de nacionalismo implica la movilización en torno de figuras deportivas que se consideran “nacionales”, pero que por su carácter global y deslocalizado (por ejemplo, James Rodríguez jugó desde muy joven en Argentina al igual Radamel Falcao García), permiten la conexión entre los hinchas de la Selección Colombia y una serie de productos de consumo masivo. Por eso este nacionalismo es un espacio que aprovechan las grandes firmas para asociar sus productos con la imagen de aquellos deportistas.

Pero pese al poco alcance que tiene la clasificación al Mundial de Fútbol como un factor de construcción de nación, pese también  a que funciona más como una ventana de publicidad y ventas que como creador de solidaridades, no podemos evitar sentirnos felices con los logros de la Selección.

Esto es así porque al fin y al cabo, por escépticos que seamos, durante aquellos 90 minutos se activan sentimientos y emociones que hacen parte de nuestro lugar en el mundo, y no podemos evitar que se reavive la memoria y se actualicen las antiguas gestas.

*Sociólogo y magíster en Estudios Políticos, autor del libro La política del sport: élites y deporte en la construcción de la nación Colombiana, 1903-1925, miembro de la Asociación Colombiana de Investigación y Estudios Sociales del Deporte –ASCIENDE-.

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