Junto a la política, el deporte ha sido fundamental en la historia colombiana. ¿Cómo interpretar los trofeos, medallas y podios en medio de la dureza económica y el escalamiento del conflicto?
David Quitián*
Deporte y patria
La política y el deporte tienen en común que desatan pasiones extremas: la militancia partidista y el fervor por el equipo son las expresiones más comunes de los orgullos que afloran en tiempos electorales y de competencias atléticas globales. Tal ha sido la importancia de estas dos actividades en Colombia que ellas se alternaron el papel de modeladoras de la nación en la segunda mitad del siglo pasado y siguen siendo las principales constructoras de identidad en el siglo XXI.
Nada fue más importante para los colombianos que pertenecer a un partido político a comienzos del siglo XX y pocas cosas superaban el orgullo de ser, en los años cincuenta, hincha de un club de fútbol en la época del “Dorado” o seguidor de algunos de los primeros escaladores de la Vuelta a Colombia.
Al mismo tiempo, es difícil pensar que la aparición del campeonato profesional del fútbol y de la vuelta ciclística nacional estuvieron fuera de la política. Estos acontecimientos deben ser vistos como un intento de apaciguar las enemistades bipartidistas y convertirlas más bien en rivalidades deportivas.
La estrategia trataba de cambiar los partidos políticos por los partidos de fútbol, como sugieren los colores rojo y azul de Santa Fe y Millonarios que son, respectivamente, las representaciones sociales del liberalismo (del sur, popular, plebeyo) y del conservatismo (del norte y aristócrata hasta en el nombre).
Este invento tuvo éxito relativo al desplazar la violencia de la ciudad al campo y cuesta abajo de las cordilleras, reinstalándola en la Colombia profunda que desde el Congreso el hijo de Laureano Gómez, el inmolado Álvaro Gómez Hurtado, llamaría “Repúblicas independientes”.
Se refería a los mismos “baldíos” donde ocurrió el genocidio indígena de los caucheros de la Casa Arana. También donde, desde la década del sesenta, reinaron la lucha insurgente y la respuesta contrainsurgente, teniendo como mortífera pimienta el narcotráfico y la culposa ausencia del Estado.
Fue así como a los ejércitos bipartidistas los reemplazó el conflicto interno, que el Frente Nacional agudizó en vez de solucionar. Esa violencia no tuvo ganadores ni perdedores rotundos (distintos de la población civil) y ha sido caracterizada en términos deportivos por el académico Carlos Medilla Gallego, que describió al conflicto colombiano como un “doloroso empate”.
Deporte: política por otros medios
Al panteón de generales de la Independencia y del bipartidismo lo reemplazaron los futbolistas extranjeros y los héroes criollos del pedal que edificaron una nación nueva: de la época guerrerista a la épica deportiva. Y la banda sonora fue la radio que irradió la hazaña atlética a los cuatro cantos de la patria, especialmente a la invisibilizada “media Colombia” que tuvo su primera experiencia compartida de nacionalidad a través de las ondas hertzianas.
El deporte fue a la política lo que la política a la guerra.
Lo que ocurrió entonces fue una verdadera operación simbólica de nación, que sería parcialmente reeditada con la Selección Colombia de Pékerman y la segunda elección de Juan Manuel Santos en el marco de la Copa Mundo Brasil 2014. Así se reformuló la vieja máxima de Clausewitz (“la guerra es la continuación de la política por otros medios”) al demostrar que en Colombia el deporte fue la política por otros medios.
![]() Foto: Presidencia de la República |
Esta reflexión desarrolla además la tesis de que el origen del Parlamento y de la política puede ser atribuido al espíritu nobiliario del fair play (juego limpio): ante la imposibilidad de victoria militar de alguna de las facciones aristócratas, se optaba por otra competencia más civilizada: la política.
Esos procesos de negociación de ceses de hostilidades (como el colombiano con las FARC), pueden entenderse como el triunfo de la paz sobre la guerra, cuando la emoción perdida del guerrero se cambia por la adrenalina del fragor político. De alguna forma, el deporte fue a la política lo que la política a la guerra.
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El legado de los nuevos héroes patrios
El recuerdo popular de Benjamín Herrera, Rafael Uribe Uribe y demás generales de la Guerra de los Mil días se fue diluyendo por cuenta de ídolos boxeriles como Caraballo, Pambelé y “Happy” lora; escarabajos exultantes como el “Zipa” Forero, Ramón Hoyos, “Cochise” Rodríguez y “Lucho” Herrera; y artistas del balón como los argentinos Pedernera, Di Stéfano y Rossi.
Estas nuevas figuras interpelaron el estatus quo elitista, centralista, blanco y andino, al poner en evidencia el poderío afrocolombiano y costeño con el boxeo (y el beisbol) y la mixtura de sacrificio y talento de los campesinos y plebeyos (carteros, mensajeros) con el ciclismo. Al mismo tiempo, oficiaron como el mejor instituto nacional de geografía, dado que “pavimentaron” mentalmente el país con el trazado y recorrido de cada nueva etapa de la Vuelta a Colombia.
La presencia de muchos extranjeros en el origen de la liga futbolística colombiana puede explicarse por su neutralidad: sus triunfos y derrotas no podían ser atribuidos a ninguno de los bandos políticos en contienda; lo mismo vale para los héroes criollos de pueblitos del litoral y de veredas cundiboyacenses que, gracias a su invisibilidad inicial, consiguieron surgir e izarse, para sorpresa general, configurando un nuevo imaginario de próceres populares y una geografía más poblacional y territorial.
Nación del toque- toque y de escarabajos
Aunque el eje del nuevo país siguió siendo la violencia, surgieron nuevos referentes populares aprovechando los medios de comunicación masiva; especialmente la radio. Estas nuevas personalidades fueron al mismo tiempo seres populares y masificados.
En esa época se consolidó la experiencia de “comunidad imaginada y radiofónica” de El Dorado y las primeras vueltas a Colombia, pasando a una segunda fase de unidad alrededor de “lo colombiano”, expresado en el símbolo patrio de la bandera y del café: de esa forma nació el uniforme tricolor en la Selección Colombia de Ochoa y luego de Maturana (camisa amarilla, pantalón azul y medias rojas) y el equipo Café de Colombia, que reemplazó al de Pilas Varta.
Estas nuevas figuras interpelaron el estatus quo elitista, centralista, blanco y andino.
Fue el periodo del “toque- toque” que dejó atrás las décadas de “campeones morales” y de “nos faltan cinco centavitos para el peso”, cando volvimos a un Mundial (Italia 90) y luego repetimos en línea: Estados Unidos 94 y Francia 98. Los eventos deportivos oficiaron como “hecho social total”, al expresar con todo vigor lo colombiano:
- Derroche de talento, de triunfalismo y de excesos;
- Victoria sobre los padres simbólicos argentinos (el 5 a 0); y
- Muerte colectiva en celebraciones, con el asesinato del defensa Andrés Escobar luego del autogol ante los gringos.
Como contraparte de esta fase futbolera estuvo la invención criolla de escalar montañas en las grandes vueltas ciclísticas en Europa: los trepadores colombo-andinos, ricos en glóbulos rojos madurados a más de 2000 metros sobre el nivel del mar, triunfaron a lomo de su bicicleta, integrante de la familia para las comunidades agrarias de las tres cordilleras colombianas.
Los ciclistas colombianos destrozaron los lotes europeos en cada ascenso por los Pirineos y los Alpes, y así dieron cátedra sobre cómo trepar montaña, revolucionando las carreras y, sobre todo, las formas de entrenamiento en ese deporte.
Desde entonces, la única marca nacional que existe en el ciclismo es la colombiana: se llama la escuela y la sociedad de escarabajos. Ese prestigio costó burlas iniciales, mucho sudor y sangre, pero hoy es marca de origen y elemento de orgullo nacional.
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Las actuales generaciones doradas
Con los años, el deporte colombiano maduró campeones globales en boxeo, ciclismo y fútbol. Sin embargo, los pugilistas vivieron un descenso, mientras que el fútbol y el ciclismo han crecido tanto que los grandes equipos del mundo tienen en sus filas, incluso como “capos”, para el caso del deporte de las bielas, a colombianos.
![]() Foto: Coldeportes |
Esta es la generación de Rigo, Nairo, “Supermán” López y Egan de un lado; y de Falcao, James, Ospina y Zapata por el otro. Son fruto de un largo y sacrificado proceso de cambio social cuando, a través del deporte, pasamos del maniqueísmo parroquial al cosmopolitismo. El béisbol es otro que no ha estado ausente de la maduración y la cosecha, como lo demuestra la reciente actuación de Giovanny Urshela en los Yankees de New York.
Todo parece indicar que esta recogida de frutos deportivos es sostenible, pues está apoyada sobre una cultura social deportiva que casi siempre prospera a pesar del Estado y de su indolencia sistemática. Además, el proceso no está exento de tensiones y lucha sociales: han sido los afrocolombianos y las mujeres quienes mayores logros han obtenido dentro de campos y pistas, pero también en materia de éxitos y reivindicaciones simbólicas.
La actual vigencia global de mujeres como Katherine Ibarguen, Mariana Pajón y la generación de futbolistas bautizadas como “Superpoderosas” por la prensa (que acaban de ganar oro en los panamericanos de Lima) son la mejor prueba de ello.
Así mismo, el afloramiento de otros deportes como el tenis (con el doblete en grandes torneos de Cabal y Farah) demuestra que la agencia del deporte está por fuera del aparato estatal y gubernamental, de modo que difícilmente gobiernos y políticos pueden atribuirse esos méritos.
Todo lo anterior nos lleva a concluir que el deporte ha sido más consistente que la política colombiana, que sus legados son más decisivos y que el mal momento de lo político y lo social ratifica la tragedia colombiana, pero no logra empañar la pujanza de nuestros campeones.
* Sociólogo, magister y doctor en antropología, investigador Junior Colciencias. profesor de la Fundación Universitaria Panamericana – Unipanamericana. Miembro de ACORD – Meta.
@quitiman