
¿Cómo están respondiendo a “la nueva normalidad” el cine y la cultura en Colombia?
Andrés Ardila*
Distribución digital
La pandemia apresuró el paso de la humanidad hacia la digitalización y consolidó el uso de la tecnología en los distintos aspectos de la vida. En este nuevo mundo y después de la reciente apertura de las salas comerciales, hay nuevas preguntas sobre el futuro del cine y la cultura.
Hace unos meses era impensable que los servicios de streaming (Netflix, HBO, Mubi o Amazon) lideraran la distribución audiovisual y desplazaran a los medios tradicionales como las salas comerciales y la televisión.
Pero la situación cambió. Una muestra de esto es el anuncio de la Warner Bros. de estrenar sus películas del 2021 tanto en las salas de cine como en la plataforma HBO Max
Las grandes distribuidoras enfrentan muchas dificultades, incluso en medio de la reapertura de las salas. Por este motivo, el CEO de Cine Colombia, Munir Falah, anunció que no abrirá las salas este año, puesto que los estrenos internacionales existentes no pueden sostener la demanda económica de su operación.
La distribución digital cinematográfica hizo que algunas prácticas del arte contemporáneo cambiaran el mundo del cine
En cambio las salas alternativas financiadas públicamente como la Cinemateca de Bogotá, el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM) o el Museo La Tertulia en Cali abrieron sus puertas hace algunas semanas con los procedimientos sanitarios correspondientes.
“El sistema de financiación del cine en Colombia es ya obsoleto. O toman medidas (…) o volveremos a la situación de precariedad crónica que el cine colombiano históricamente vivió” escribió el productor y crítico Jerónimo Atehortúa en sus redes sociales.
Atehortúa se refería a la necesaria reforma de la ley de cine en Colombia para que se pueda cobrar un impuesto a las plataformas de streaming. Con esto se pretende compensar el desfinanciamiento que tendrá el Fondo de Desarrollo Cinematográfico en 2021. Esta institución recibe su dinero de las ganancias de distribuidores y productores que ponen sus películas en las salas comerciales.
La reforma laboral que propone el gobierno nacional, la crisis económica y la situación de los artistas en Colombia muestran que la precariedad de la que habla Atehortúa esta próxima.
Por si fuera poco, el gobierno de Duque parece no responder a las necesidades de la cultura, ni impulsa planes para cumplir con la promesa de su campaña: la llamada ‘economía naranja’.
Hay que recordar que las compañías productoras que hacen los encargos de las plataformas de streaming en Colombia apoyaron a Duque durante su campaña electoral. Ellos vieron en sus propuestas un apoyo al negocio extractivista de estas producciones con la mano de obra audiovisual del país.

Lea en Razón Pública: El espacio digital y el nuevo cine durante la pandemia
Retos para el cine
La crisis económica está relacionada con el recrudecimiento de la violencia, la respuesta autoritaria de los gobiernos, los conflictos territoriales que no se solucionaron debido a la pésima ejecución del Acuerdo de La Habana, y el aumento de la polarización política en el 2021 debido al comienzo formal de las campañas electorales.
En este horizonte es natural preguntarse por la utilidad del cine en el país. Con el cierre progresivo de las salas comerciales causado por la expansión de las plataformas digitales, abrir los teatros y salas en ‘la nueva normalidad’ implica nuevos retos.
La distribución digital cinematográfica hizo que algunas prácticas del arte contemporáneo cambiaran el mundo del cine. Por esto en numerosos festivales y muestras de cine comenzó a valorarse más la curaduría que la simple exhibición de una película.
Las películas colombianas no podrán sostenerse por sí mismas en el mundo digital. Por eso será necesario crear una experiencia más compleja, como una curaduría o un evento comunitario.
Por otra parte, las salas comerciales únicamente se salvarán si se adoptan estas prácticas. Quizás es hora de convertir las pantallas en museos, galerías y espacios culturales que destaquen sobre la idea del estreno y la dependencia de los principales estudios cinematográficos para sostenerse.
Para esto se necesitan medios de comunicación dispuestos a difundir los eventos culturales. Pero como quedó claro después de la renovación editorial de la revista Arcadia y del grupo Semana, los poderes económicos marginan al periodismo cultural, obligándolo a centrarse en la publicidad y a abandonar la crítica.
Por último es igual de importante apoyar los procesos de reconciliación, justicia y verdad para que este proyecto tenga éxito, puesto que el arte y la cultura únicamente florecen realmente con la paz.
Los gobiernos autoritarios pretenden homogeneizar la opinión, le temen al juicio, al disenso y al debate, por eso sospechan del trabajo del artista, el investigador o el crítico de arte quienes exponen la fragilidad de su poder.
La historia de las naciones se repite: un gobierno que no oye las demandas de su población se convertirá en el simulacro de sí mismo, construyendo las estatuas y los palacios que el mismo pueblo quemará.
“Detrás de cada dictador, hay un artista frustrado” dice el escritor Errico Buonanno, rememorando el deseo por la ovación y el júbilo de los líderes políticos. Esos mismos que persiguen las cámaras para que los cineastas los graben y cuenten sus historias, sin darles la libertad de jugar con ellas, cuestionarlas o mostrar sus sentidos ocultos.
Los críticos seguirán juzgando de manera razonada los discursos de la nueva plaza digital, la cual necesita del consenso de muchos usuarios. Para esto se sirve de las herramientas clásicas, desde el sacrificio de los mártires hasta la culpa por la víctima. Por esto son peligrosos el antiintelectualismo y la persecución social de los gobiernos autoritarios.
Razón Pública le recomienda: El cine en tiempos de cuarentena
El futuro de la cultura
Las plataformas de streaming guían el espectáculo y con ayuda de las redes sociales tienen el protagonismo en este cambio de paradigma hacia lo digital. Es claro que la series de Netflix dominan los medios. Para resonar en el mercado no es suficiente con la supuesta democratización de las redes sociales, hace falta un aparato económico y publicitario que despliegue los proyectos emergentes.
Los realizadores audiovisuales colombianos que no participen del circuito de producción para estas plataformas deberán consolidar espacios culturales que permitan el encuentro real con el otro, algo que no puede hacerse en las redes sociales, ni en Netflix, ni en la televisión.
Esto sucederá progresivamente una vez que se acabe la pandemia. El retorno a las calles permitirá que sigan las luchas por mejores espacios para la cultura en Colombia.
El cine y las artes únicamente pueden ser un oficio digno si puede salirse a las calles a vivir sin miedo de morir por un virus o una bala. Con esto será posible recordar que el cine es una actitud de vida, un espacio para pensar visiones del mundo distintas de las propias, para aprender a debatir, leer e interpretar las poliformes imágenes de nuestra realidad.