¿Qué es lo atractivo del cine independiente? ¿De dónde viene y en qué consiste esa independencia? Un recorrido por las grandes –y no tan grandes– obras presentadas en la última versión del Festival Internacional de Buenos Aires puede dar algunas pistas.
Pablo Roldán*
Un festival de cine independiente
Este año asistí por primera vez al Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI). Es un festival gigante con cinco competencias de largometraje y una de cortos y que, además, se ha encargado de descubrir las nuevas grandes figuras del cine de la región y del mundo (entre ellas la de Lisandro Alonso, quien estrenó su ópera prima, La libertad, en el Festival de 2001).
Desde su nombre, este certamen parece preguntarse por la independencia del cine, tan difícil y cuestionada en estos días cuando el cine “industrial” inunda las salas de proyección. En estas condiciones, encontrar las grandes películas que construyen una visión particular de cualquier asunto del mundo que habitamos es una labor cada vez más ardua para los festivales. Pero el BAFICI supo recoger la mejor cosecha del año y establecer posibles puntos de conexión entre las películas al indagar qué mueve a un realizador a convertir una anécdota o una sensación en una película.
El Festival funciona para tomarle la presión no solo al cine argentino, sino al de la región. Deja mucho que decir que este año solo hubiera dos producciones colombianas en la programación: el largometraje Una mujer, de Daniel Paeres y Camilo Medina, y un cortometraje filmado en Argentina por el colombiano Andrés Mahecha. No obstante, hubo un descubrimiento de atrevidas propuestas que llegaban desde Centroamérica. Costa Rica, República Dominicana y Guatemala recibieron especial atención.
Sin embargo, el diálogo que establecían las películas con su público parecía ser sobre todo para indagar qué se busca con la independencia, desde dónde habla un cineasta independiente, cuáles son las virtudes de su cine y cómo este se conecta con el mundo. Las respuestas, si las hubo, llegaban por distintos caminos. En este sentido, hay que resaltar un par de propuestas que se vieron durante los once días que duró el Festival.
Grandes obras
![]() Imagen oficial del 19 BAFICI. Foto: Festivales Buenos Aires |
Era de esperarse que el doble programa dedicado a las dos más recientes películas del maestro surcoreano Hong Sang Soo fuera de lo mejor que se disfrutó en el Festival.
Yourself and Yours, premiada en el último San Sebastián, nos pone frente a un hombre que quiere recuperar la relación con su antigua novia con quien tuvo una discusión por la cual él cree que la perdió para siempre. Con el ya muy formado lenguaje de Soo, presenciamos la desviación de ese viaje que, entre la imaginación, los sueños, el absurdo y la innegable realidad, toma un giro y finaliza con una de las secuencias más bellas que ha dado el cine de este director.
En el otro lado estaba On the beach at night alone, premiada en la última Berlinale, que toma una posición más furiosa y devastadora frente al amor. Aquí vemos a una actriz surcoreana luchar con las consecuencias de un lío amoroso que tuvo con un director de cine más viejo que ella (la ficción y la realidad empiezan a mezclarse en este punto). Ver esta película, que aprovecha de maravilla la cámara tácita de Soo y sus detallados enfoques, es enfrentarse al vacío del amor no correspondido. Son dos películas que continúan explorando los caminos del amor, en los que el director ya ha hecho hincapié a lo largo de su obra.
Había también un espacio especial dedicado al cine del realizador Alex Ross Perry, quien ha recogido la tradición de las mejores películas de Woody Allen y les ha dado un giro vital. Se presentó una retrospectiva íntegra de su obra y el estreno de su película más reciente, Golden Exits, que explora de manera brillante las relaciones que se tejen entre los celos, la envidia y el miedo.
En el Festival se honraba a otro gigante: el italiano Nanni Moretti, quien en cada una de sus películas fortalece su lenguaje como autor. Ver una película de Moretti es enfrentarse a una declaración de principios que dejan sin aliento al espectador. Se hizo un recorrido por su obra desde su primera película, Io sono un autarchico, donde el director –que también actúa– recurre a la comedia para hacer una mofa del extraño mundo del arte, incluyendo la situación que el cine italiano vivía en ese momento, hasta Mia madre, su más reciente film, que es una hermosa y emocionante fábula acerca del inigualable amor por una madre.
Otro gran punto del Festival fue Mimosas, de Oliver Laxe, una película filmada en Marruecos que venía con un interesante recorrido por festivales de todo el mundo donde había recibido elogios y premios. Se trata de una enigmática película que se propone seguir el camino de unos aventureros hasta llegar a su objetivo. Es un film que invita a abrazar lo desconocido y a reconciliarse con ello. Propone un diálogo muy honesto con las preguntas de la fe y el amor, pero no el amor por una mujer o un hombre, sino el amor por algo más grande, intangible, que solo es posible divisar lanzándose al vacío.
Laxe nos brinda una experiencia única que tiene como propósito principal desafiar la lógica. Estructurada en dos líneas temporales, Mimosas es un cuento para el alma, una revisita a la noción de espiritualidad y su importancia. El mejor final de una película vista en el BAFICI es, definitivamente, el de Mimosas. Un grito solemne.
También llegó a Buenos Aires la más reciente película del reconocido director de The other side of hope, Aki Kaurismaki, quien ganó en Berlín el Oso de Plata al mejor director. Con esta película Kaurismaki completó una trilogía (cuyas otras dos partes son Le havre y Lights at dusk) que dedicó a los migrantes.
Con su peculiar tono e incisivo humor nos cuenta la llegada de un inmigrante sirio a Helsinki. Desafiando la corrección política, la película de Kaurismaki es un viaje por una incertidumbre similar a la que vive el refugiado buscando posada, alivio y, más que nada, una manera para ser “legal” en el mundo. Acciones memorables complementan el astuto ojo de Kaurismaki para fusionar su particular puesta en escena. La esperanza es la que mantiene vivo este relato, que entre la risa y el afecto esconde un problema que ahora atosiga al mundo.
Las lecciones
![]() Fotograma de Mimosas, de Oliver Laxe. Foto: Festivales Buenos Aires |
Por supuesto, en el Festival no todo fue perfecto y en ocasiones me encontraba sentado en la sala de cine pensando por qué había entrado a ver la película escogida. Particularmente, la competencia latinoamericana dejó tristes experiencias.
De forma un poco desprevenida llegué a Sambá, la última película de Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán. Un horror. Juntando todos los clichés posibles para narrar el boxeo, estos dos directores arman una película que no despierta ningún tipo de interés. Hablar por hablar. No hay diálogo con alguna emoción o con el mundo. Una burbuja que abusa de los ralentíes, del exceso de música y sonidos. Aparecieron también un puñado de comedias que, sorprendentemente, el director artístico del Festival defendía. Cuando iniciaban las proyecciones mi asombro era absoluto: ¿qué virtud se le ve a una película donde nada parece encajar con nada?
En la Competencia de Vanguardia y Género apareció una película que se acercaba a las tres horas de duración. Su título era prometedor: Quienes hacen la revolución a medias no hacen más que cavar su tumba. ¡Qué enorme desilusión! La película juega a coquetear con el terrorismo al seguir a un grupo de jóvenes que quieren cambiar el mundo con acciones contundentes, aunque eso implique muertes y daños irreparables. El valioso despliegue técnico opaca cualquier decisión importante de la película. Viéndola sentí que el desorden era absoluto en la pantalla y que todo era frívolo, aunque lo vendieran como algo importantísimo. De un tema parecido y con muchas similitudes narrativas estaba ya el magnífico film Running on empty de Sidney Lumet. ¿Lo habrán visto los responsables de esta penosa película canadiense?
A pesar de todo, las buenas películas vistas sobrepasan las desagradables sorpresas. Fuera de competencia me encontré con En el intenso ahora, la nueva película de Joao Moreira Salles y su maravilloso regreso al documental. Allí él hace, a través de material de archivo, una radiografía del estado del activismo político durante el mayo del 68 francés, pero lo que logra es una majestuosa carta que pretende devolverle a la política la emotividad que ha perdido.
Es también una declaración de principios donde se pone la política bajo la lupa para encontrar una mirada mucho más íntima, encargada de tumbar las instituciones y encontrar a los individuos detrás de ellas. Todo esto basado en el diario (fílmico y escrito) hecho por la madre del autor durante su estadía en China en medio de la revolución cultural. La película plantea entonces un contrapunto entre distintos territorios para estudiar un momento histórico mirado, por supuesto, con el lente que exigen nuestros tiempos.
Después de varias películas y del acercamiento a distintas realidades, me pregunto entonces qué es eso que busca el cine independiente, de qué se agarra para quedar en el espectador. Muchas visiones acompañaron este buen BAFICI, pero las respuestas quedan siempre ocultas, lo cual da esperanza para el buen cine. Pero parece ser, en todo caso, que la principal función de esa independencia es no dejar perder de vista aquello que nos confronta y nos motiva a dialogar con el mundo, con lo desconocido. La independencia podría definirse como una búsqueda que se empieza sin saber muy bien qué se quiere encontrar.
* Estudió cine y televisión en Bogotá y es crítico de cine, dirige el Festival universitario de cine EUREKA, participante en el Talents Buenos Aires 2017.