Reflexión sobre la obra del poeta Juan Manuel Roca, una poesía de la insumisión y la cotidianidad, y sobre el espacio que puede tener la poesía en la academia, con motivo del reciente reconocimiento que le brindó la Universidad Nacional.
Lina Alonso Castillo*
La anarquía es el único orden moral del mundo, por ser
el único orden humano del mundo.
Walter Benjamin
La palabra y la academia
El pasado 25 de Septiembre la Universidad Nacional de Colombia decidió otorgarle al poeta Juan Manuel Roca Vidales (Medellín, 1946) el doctorado honoris causa por toda una vida dedicada a la poesía, a la escritura y a las vertiginosas reflexiones que han nacido bajo el cielo común del lenguaje (“el más peligroso de los dones”) y del arte en general.
Hay que insistir en lo simbólico del hecho: en momentos en que los diálogos entre la academia y la poesía se han visto interrumpidos por acepciones ineficientes y juicios sesgados, gestos como este demuestran una vez más que el reconocimiento y el respeto que las instituciones tienen a la poesía sigue vivo.
Juan Manuel Roca, poeta, crítico y ensayista, definía la poesía como “esa araña que sube por la escoba que la barre”, y ahora la academia le da otra oportunidad a esa araña que durante mucho tiempo ha representado un desafío para los debates que se dan en los espacios en los que la escritura y la creación tienden a escindirse de los discursos institucionales.
No obstante, Roca reconoce que la academia es un espacio donde también se conjuga la palabra para referir la inacabada e inevitable relación con la realidad. Al respecto, recuerda: “envidio de las maestrías, más que de la sola academia, la interlocución, porque recuerdo que a veces nos reuníamos en mi generación, dos o tres amigos en un bar o en la calle, que es tan importante, a conversar, y sin embargo no había mucha interlocución. Entonces uno creía que el único que se estaba haciendo preguntas trascendentales sobre la literatura era uno, pero había cien que se la estaban haciendo por igual”.
En la entrevista “Poesía es otro” (inédita) el poeta contaba el porqué de la elección de la poesía como oficio: “A mí me preguntan que por qué me decidí a escribir poesía, yo digo que de la misma manera en que cualquiera se decide a hacer arte, y es por una insatisfacción con la realidad. La prueba de que el hombre no está satisfecho es que necesita el arte, ya sea para complementar, para transformar, para pleitearse con la espantosa realidad que vivimos”.
Y es en esa interminable lista de motivos e inquietudes donde se resuelve la aparente lejanía de la escritura con el análisis dogmático y positivista que se le ha atribuido a la academia, las dos se plantean el problema de la vida y sus manifestaciones como centro de su interés, de su análisis.
En oposición a lo que algunos han decidido nombrar arbitrariamente como la ruina de la interpretación y de la recepción poética, la academia ha contado con bastantes ejemplos que habilitan nuevas visiones y enriquecen el contrapunteo en la recua de feligreses que han pregonado, en su mayoría de casos sin juicios completos, el encierro de la poesía en las jaulas académicas.
Elogio de la poesía
La relación que ofrece Roca en cada uno de sus textos está dada por la imaginación no como fantasía sino como correspondencia: a cada momento histórico o cotidiano le pertenece una facultad poética para revelarse contra el orden formal de la literatura, contra el silencio que acompasa las más gélidas estaciones del horror que han tomado partida a lo largo de toda la historia, contra los dictámenes y manuales de instrucción que acaparan el discurrir de la existencia.
Recordaría él mismo en su discurso “Elogio de la Poesía” que “mientras persista la imaginación, la capacidad de fabular más allá de la espesa nata de la uniformidad y el gregarismo, mientras la poesía sea arena y no aceite en las maquinarias ideológicas y cerradas de un mundo sin matices, el hastío, el miedo y la miseria, ese trípode en el que se monta la visión del mundo actual, no extenderá del todo su aire espeso, el agujero negro de la satisfacción y el aturdimiento colectivo que tanto exaltan los tartufos”.
Cuando el poeta chileno Gonzalo Rojas afirmaba que Juan Manuel Roca era un poeta que “sí sabe decir” reconocía el poder que emana de sus libros en el momento preciso para acercarse a todo aquello que aparece dividido entre nosotros.
Esa división entre vida y literatura, entre la intención y acción, entre lo poético y lo prosaico o entre el impulso creativo y el dogma académico, se revisten ahora de una correspondencia a la que asisten de testigo las palabras: palabras enlistadas en la guerra, en las calles, palabras soldado, palabras nadie, o palabras tacto en el retrato de un ciego (“los niños ciegos remplazaban el balón por una caja de lata y jugaban con el ruido”): un enjambre de sombras en constante acecho de los días.
La poesía entre nosotros
Ese es uno de los aspectos que suman al valor de su obra: sus temas y sus problemas están entre nosotros, nos atañen y nos enfrentan a todo aquello que sucumbe ante la pragmática realidad. Ya Héctor Rojas Herazo nos recordaba la necesidad de “un poeta que nos habla de nosotros”, que habla del hombre que se hace y se deshace en las salpicaduras del mundo que quedan en él y en todos.
Cuando planteo la poética de Roca como la de la insumisión lo digo por la capacidad de su obra para resistir el establecimiento de las ideas preconcebidas que producen una escritura cimentada en las expresiones dispuestas a la servidumbre de una mala sorpresa, la escritura elaborada con previo anuncio.
Esas ideas han formado una larga tradición de la poesía escapista, esa que rehúye a la vida misma, a la verdadera, esa que espera como en una novela de detectives a que el horror sea el que decida el rumbo de las cosas.
La poesía de Roca en cambio resalta lo inconveniente que puede ser la escritura en tiempos de sordera visual. Su palabra llega como una constante entre la ruptura, el desasosiego y la celebración; una paradoja pendular que obliga al lector a moverse en los distintos planos en que la realidad discurre y que la lógica persiste en abarcar.
La libertad de su poesía está en el duelo que le plantea a la “pálida razón” de Rimbaud, en ese confrontar el yo con los demás que termina ante todo creando a través de la imagen nacida del mundo visible de lo que conocemos bajo la mirada de lo “real” y el mundo invisible de la ensoñación. El poeta sabe que desde la estética se equiparan terrenos que intervienen en la ética, en las sociedades.
Libertad y sencillez del lenguaje
En sus poemas, la elocuencia lírica con la que trata casi cualquier tema llega a ser un elogio a la desobediencia, una separación de las viejas matrices del yo y la servidumbre a lo escapista.
La anarquía de sus imágenes es una renovación poética de los recursos estéticos en la que los vocablos saltan, se cazan o se prenden fuego, las metáforas se desplazan desde la literatura hasta las calles y viceversa.
Imaginación y despojo se conjugan en un solo salto del que nos queda el vértigo del poema y la página en duelo. Su escritura, que es poética y plástica al tiempo, nos lleva por insospechados caminos en los que más que a una nueva lógica, asistimos a la nueva alianza entre una forma de andar en el mundo y una de hacerlo parecer común a todos.
Su universo lírico puede partir de la ensoñación y aterrizar en las calles, en la bailarina, el pandillero, en Nadie, en César Vallejo o en Benny Moré, otra opción para no olvidar los matices en el acto de creación.
Desde la sencillez de su lenguaje, Roca hace que su ritmo sea el de los tangos y las viejas trovas cubanas que acuden al hombre en su gesto más grave, su metro es el de París llevando muertos de una caverna a otra y su poética es la de la insumisión, la que dice lo que no se quiere oír, sobre todo en un país que acostumbra a entonar, como lo decía Kafka, la canción de los dientes apretados.
Por todo esto, el reconocimiento que recibió el poeta más que a una sola persona ha sido otorgado a la poesía, a ese oficio de quienes eligen, con esmero y con plena libertad, el desierto en el que van a predicar (parafraseando su propia definición de los poetas).
La fuerza de asociación de la poesía prevalece en esta ocasión para demostrar una vez más su raigambre en la vida, en el peso de lo visible que nos rodea, en ese “andar al mismo tiempo en dos orillas de la realidad”.
* Estudiante de Literatura con énfasis en investigación, crítica y teoría literaria de la Pontificia Universidad Javeriana. Diplomada en Latín del Instituto Caro y Cuervo y egresada de Teatro de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño.