Es hora de que las historias de acoso y abuso sexual dejen de estigmatizar a las víctimas.
Andrés Ardila*
El escándalo
Inicialmente, este texto iba a ser un análisis sobre el consumo digital del cine y la cultura en medio de la pandemia, pero hace unos días fueron publicadas las denuncias de ocho mujeres que aseguran haber sido acosadas por Ciro Guerra, el reconocido director de cine colombiano. La investigación, publicada en la revista feminista Volcánicas y conducida por Catalina Ruíz-Navarro y Matilde de los Milagros, incluye los testimonios anónimos de las víctimas y de varias personas que fueron testigos directos o indirectos de los acosos en cuestión.
Como es natural, el reportaje me provocó indignación y tristeza. Especialmente porque conociendo el sistema opresivo y patriarcal en el que vivimos, lo más probable es que las ocho mujeres no reciban reparación ni justicia ¿qué hacer entonces con esta indignación y cómo apoyamos a los colectivos feministas que trabajan para mejorar de manera integral la situación?
Cancel culture
Aunque celebro el periodismo de investigación llevado a cabo por el equipo de Las Volcánicas, me parece sumamente preocupante que este tipo de denuncias se hagan a través de internet y no a través del sistema judicial (o de un espacio con perspectiva de género diseñado para este tipo de denuncias). Por supuesto, esto confirma que las garantías judiciales para las víctimas de acoso y abuso sexual son insuficientes –o incluso inexistentes– en Colombia.
El problema radica en que las denuncias invitan a los usuarios de internet a atacar los síntomas del acoso y del abuso, pero no a comprender sus raíces. Además, promueven la “cultura de la cancelación” (cancel culture), es decir, la práctica de eliminar de nuestras vidas figuras públicas cuyos comportamientos o posturas ideológicas nos producen indignación.
En el vídeo de YouTube titulado “Cancel Culture”, Natalie Wynn señala que el hostigamiento social consta de siete etapas. Una de ellas, la “culpa por asociación”, consiste en enjuiciar a aquellos que no estén de acuerdo con hostigar o “cancelar” a la persona enjuiciada, así rechacen abiertamente sus posturas o comportamientos.
Justamente esto fue lo que sucedió la semana pasada con Carolina Sanín y Pedro Adrián Zuluaga, quienes fueron ‘linchados’ en las redes por haber respetado la presunción de inocencia de Guerra, oponerse a “cancelarlo”, y explorar las causas y consecuencias de estas denuncias. Ambos críticos fueron enjuiciados por un presunto crimen en el que no tuvieron nada que ver.
Es comprensible que deseemos venganza al acosador y a todos los que creemos que están de su lado, pero les invito a preguntarnos si esta actitud lleva a la reparación, si la forma del escándalo realmente benefició a las víctimas. Algunas de ellas afirmaron que no habían acudido al sistema judicial porque no querían ser revictimizadas ni estigmatizadas, pero un día después de que el reportaje fue publicado, Guerra negó todas las acusaciones y afirmó que interpondría recursos legales contra las denuncias, lo que quiere decir que finalmente, y en contra de su voluntad, las víctimas tendrán que ir a los estrados judiciales.

Foto: Ministerio de las Telecomunicaciones
Las redes sociales ¿se han convertido en un espacio de linchamiento y fanaticadas?
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Las denuncias como melodrama
En cuanto a las denuncias, todas son sumamente viscerales y tienen una enorme capacidad de conmover al lector. Coinciden en retratar a Guerra como un hombre inseguro que tiene problemas con el alcohol, y utiliza su lugar privilegiado en la industria cinematográfica para aprovecharse y violentar mujeres que no le paran bolas. En todos los casos, Guerra es retratado como un hombre frustrado y torpe que hace uso de la fuerza bruta y de sus privilegios para obtener lo que quiere.
Se trata de una historia en esencia melodramática: las ocho mujeres son objetos de deseo de Ciro, un hombre que transgrede la ley y, en ese sentido, vence al Estado. La sociedad en su conjunto es la gran perdedora. Cada melodrama resuelve la historia según un cierto sistema de valores morales. Por lo general, el logro último de los personajes es obtener un estatus social por medio dinero, reconocimiento, belleza o amor.
En el caso de las mujeres, casi siempre los melodramas acaban insertándolas en la clase alta mediante el matrimonio o el sacrificio. Aunque critiquemos esos méritos, en el fondo, la mayoría deseamos ser reconocidos y amados. Esta es la estructura que necesitamos entender a profundidad.
Una de las fórmulas más comunes consiste en presentar dos hombres que se pelean por una mujer. Contrariamente a lo que suele creerse, Café con aroma de mujer (1994) y su parodia urbana Betty la fea (1999) no descartaron esta fórmula, sino que la modificaron sutilmente: pusieron a dos mujeres a pelearse por un hombre. Fue esa la clave de su éxito.
En estos casos, el triángulo funciona de manera distinta: el hombre es el objeto de deseo, su esposa o prometida es la institución y la protagonista (Gaviota o Betty) es la “perdedora”. Los espectadores nos identificamos con la última y nos alegramos de que, finalmente, logre quedarse con el objeto de deseo. Pero en ese duelo femenino, todas las mujeres pierden, pues son víctimas del exceso melodramático: el tabú que les impide expresar libremente su deseo. Tanto la prometida como la protagonista son condenadas al sufrimiento, y los espectadores lagrimeamos con sus desgracias. “¿De qué modo todavía, la mujer como víctima, sigue siendo el espectáculo? (…) Lo que estamos haciendo es darle de comer a un deseo de ver una y otra vez a la mujer victimizada”, diría Carolina Sanín en el debate sobre este tema.

Foto: Embajada de Colombia en Italia
al afamado director de cine, Ciro Guerra, siete mujeres lo acusan de casos de acoso y una de abuso sexual.
Una nueva educación sentimental
Es hora de examinar críticamente esta triangulación melodramática: ¿cómo podemos contar estas historias dolorosas de tal forma que las víctimas sean honradas y no estigmatizadas? ¿No es eso lo que reclaman las mujeres que denunciaron virtualmente a Guerra? Ha llegado la hora de contar historias que nos permitan escuchar y entender a las víctimas sin caer en la revictimización.
Esta triangulación ocupa un lugar primordial dentro de nuestra educación sentimental porque los medios masivos la usan una y otra vez para entretenernos. Una nueva educación sentimental deberá ser, por definición, radical.
Es como escribe Carlos Monsiváis en La política del melodrama: Las causas y un buen número de los resultados de las acciones delincuenciales son terribles sin duda, pero exigen la respuesta civilizada, uno de cuyos puntos es tajante: la lucha contra la violencia exige disipar los efectos de la conciencia melodramática”.
Ofrezco mi solidaridad a las víctimas de acoso sexual y les invito a que hagan uso de sus infinitas capacidades creativas. Solo así será posible encontrar nuevas formas de contar sus historias y de dejarse interpelar por ellas. Quizás lleguemos a formular dos preguntas fundamentales que hemos eludido hasta ahora: ¿por qué nos hacemos llamar víctimas?, ¿quién nos puso ese nombre?
*Realizador de cine y televisión de la Universidad Nacional, gestor cultural y curador audiovisual del colectivo Emilia II Cine, estudiante de la Maestría en Historia del Arte con énfasis en Estudios sobre cine de la UNAM.
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