La más reciente novela del periodista Daniel Samper Pizano es una burla a la megalomanía del dictador Gustavo Rojas Pinilla, así como un recordatorio de la perdurable capacidad de la literatura para ridiculizar el poder.
Humor al pie de la letra
La literatura puede ser un vehículo privilegiado para el humor. No obstante, a menudo no aparece por ningún lado en algunas novelas y cuentos. Hay escritores (aspirantes a escritores, sobre todo) que han supuesto que solo la solemnidad hace literatura y que las risas no tienen cabida al contar una historia.
La formalidad y el boato llenan páginas y páginas pesadas como el plomo, y los lectores con menos fuerza de la necesaria para levantar ese peso abandonan la lectura. Como si la risa fuera una ofensa terrible, como creía el monje asesino de El nombre de la rosa, o le quitara importancia a la obra literaria, muchos escritores evitan provocarla en sus lectores, lo cual es desconcertante, teniendo en cuenta que grandes obras de la literatura tienen pasajes dedicados exclusivamente a hacer reír. Ahí está el Quijote como prueba.
¿Por qué el miedo a hacer reír con la literatura? Debido a esa desconfianza se pierde la oportunidad de abordar temas que son más comprensibles desde la risa que desde la seriedad, o de aliviar un poco la tragedia y la tristeza de un relato (como hacía Beckett, por ejemplo), o de mirar la historia con otros ojos y acercarse a ella desde la ficción de nuevas maneras.
![]() El General Gustavo Rojas Pinilla. Foto: Biblioteca Luis Ángel Arango |
El emperador desnudo
“En este país es más fácil dar un golpe de Estado que arreglar una cañería”
Un Rojas Pinilla enjabonado y muerto de frío se queja del chorro mínimo y sucio que sale de la regadera. No puede bañarse bien y quiere explicaciones y soluciones inmediatas. Al fin y al cabo es el hombre más poderoso de Colombia. Pero aun así no se ve exento de estas situaciones ridículas. Un ídolo con pies de barro y aterido de frío.
Esta es una escena de ficción, con la que comienza la última novela de Daniel Samper Pizano, Jota, caballo y rey. Una escena para reír. No sabemos si alguna vez Rojas Pinilla se vio en tal situación, pero así nos lo presenta Samper desde el principio, despojado de su majestad, patético e indefenso frente a una ducha defectuosa.
El dictador sigue siendo un dictador, un tirano capaz de todas las barbaridades de las que esos “hombres fuertes” son capaces. Sin embargo parece más humano y menos atemorizante, un hombre como todos. Los poderes del humor minan las bases del coloso, le arrebatan su gloria, aunque sea por un instante.
En esta novela, los hechos históricos le sirven a la ficción para construir una sátira capaz de revelar la ridiculez yacente en decisiones gubernamentales y en la forma de controlar un país.
Los caprichos personales del gobernante se convierten en elementos básicos para tomar decisiones que afectan a toda la nación. Se considera su voluntad como la única capaz de guiar adecuadamente a la patria, aun cuando sus deseos puedan ser delirantes.
Si los gobernantes, ya sea democráticos o no, tienen el poder, las armas y el prestigio, la gente tiene la pluma y la lengua para burlarse de ellos, para restarles autoridad.
En ese escenario, el humor no solo tiene cabida, sino que se hace necesario y útil, una forma de atacar al poderoso que tiene todas las ventajas. Si los gobernantes, ya sea democráticos o no, tienen el poder, las armas y el prestigio, la gente tiene la pluma y la lengua para burlarse de ellos, para restarles autoridad.
Desafortunadamente, ahora que buena parte del humor parece haberse reducido a ensañarse con los pobres y débiles, con los negros, los homosexuales, o la gente que viene de determinada región, entre otros, nos olvidamos de la capacidad inmensa del humor para la rebeldía y la búsqueda de justicia, y que su papel es afrentar al poderoso y no destruir al desvalido.
Samper lo sabe y no teme hacer reír con su obra literaria, como ya lo hizo con la periodística. Conoce bien los poderes de la risa y sabe que el humor siempre ha cumplido la labor crucial de desmitificar, de quitar importancia y poder a las figuras de autoridad.
El chiste de ser dictador
En Jota, caballo y rey el objeto de las risas es Rojas Pinilla, pero la burla podría extenderse a los dictadores en general y a otros líderes autoritarios que se camuflan en la democracia y aprenden sus modales.
En un pasaje particularmente gracioso de la novela, un Rojas Pinilla de incógnito, enruanado y con una boina, va a comer con su ayudante y con su conductor personal. Van a una fonda a comer parrillada y cerveza, y se sientan cerca de un grupo de amigos que comen y beben mientras celebran los chistes que cuenta el mesero.
Los chistes se burlan de Rojas Pinilla, que está allí sentado sin ser reconocido. Los acompañantes del “Teniente General Jefe Supremo Excelentísimo Señor Presidente de la República” (los dictadores tienen en alta estima sus títulos) se ponen nerviosos ante la andanada de bromas en contra de su jefe.
Rojas Pinilla parece tomarlo con calma y apenas se altera con los chistes. Cuando se van a ir, el grupo de amigos le pide al dictador no reconocido que les cuente un chiste sobre el presidente. Rojas se los cuenta y hay carcajada general.
Ya en la noche, el ayudante de Rojas le pregunta por qué conoce un chiste en contra de su propio gobierno. El dictador le responde: “No se confunda, Velosa —le dijo el Jefe Supremo con una sonrisa de picardía—. Este me lo contaron sobre Perón, pero, metido en la encrucijada, lo nacionalicé”. Son bastante parecidos todos estos “hombres fuertes”, como muestra el chiste que Rojas nacionaliza.
![]() El fallecido Ex-presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías. Foto: Bernardo Londoy |
El ridículo del poder
La lectura de esta novela recuerda a El jinete de Bucentauro, donde Alfredo Iriarte crea un dictador de ficción inspirado en Leónidas Trujillo, y cuenta los desafueros de su régimen sin ahorrarse la jocosidad para pintar los delirios del poder, como hizo en Bestiario tropical, donde hace unas breves semblanzas biográficas de distintos dictadores latinoamericanos que, aunque más serias, no dejan de burlarse por momentos de esos hombres que se creyeron todopoderosos. Iriarte y Samper son muy conscientes de la capacidad del humor para desmitificar a la tiranía.
Estos hombres tan parecidos siempre dejan espacio para parecer risibles. Obsesionados con hacerse grandes o con parecerse a hombres grandes del pasado, no notan la sorprendente frecuencia con que caen en el ridículo.
En medio de la noche, el Rojas Pinilla de la novela decide ir a la ventana por la que huyó Bolívar para no ser asesinado en la Conspiración Septembrina. Su esposa le recrimina: “Vamos, pues —dijo—. Nos va a matar tu gana de parecerte a Bolívar, Gustavo”.
A Bolívar también quisieron parecerse Juan Vicente Gómez y Hugo Chávez, con excesos hilarantes bien conocidos y no precisamente producto de la imaginación de un novelista, aunque parecerían serlo.
Los dictadores exitosos se convierten en referentes para los que apenas están empezando. Samper escribe una escena al respecto: Rojas Pinilla está reunido con su gabinete para esclarecer lo que pasó en la matanza de estudiantes del 8 y 9 de junio de 1954. Quieren esconder la realidad mediante un comunicado que hable de una conspiración de fuerzas contrarias al régimen, como los comunistas y los laureanistas. Entonces un ministro pide la palabra:
“—Si me perdonan —se atrevió el ministro del Trabajo, que hasta entonces permanecía al margen.
—Diga, Jorge —indicó Su Excelencia con simpatía por quien le había regalado esa joya llamada Tarzán.
—Creo que a esa conspiración le hace falta un elemento, que son los masones.
—¿Los masones? —preguntaron en coro el ministro Pabón y el canciller Sourdis—. ¿Qué tienen que ver los masones en este lío?
—No sé —respondió Rovira Valenzuela—. Pero el generalísimo Franco siempre les echa la culpa a los masones, y la cosa le funciona.
—Está bien —sentenció Su Excelencia—: que sea una conspiración masónica-lauro-comunista. Redacta el comunicado, Lucio”.
En Jota, caballo y rey el objeto de las risas es Rojas Pinilla, pero la burla podría extenderse a los dictadores en general y a otros líderes autoritarios que se camuflan en la democracia y aprenden sus modales.
Aunque sea una graciosa escena de ficción (es memorable también el consejo de ministros que se lleva a cabo en medio de un baño de río), no parece descabellado creer que algo así es posible.
El humor le da herramientas a una sociedad para defenderse. Como bien dijo Millôr Fernandes, “la mordaza aumenta la mordacidad”. Ante los abusos del poder, reírse de él puede ser una forma de socavarlo. De ahí la importancia de una literatura dispuesta a usar el humor.
Los chistes que viajan en el voz a voz y se vuelven casi un género aparte (como los chistes sobre Turbay), así como las caricaturas y las columnas de opinión que se burlan de los poderosos, son muy importantes y necesarios. Aunque se trate de un personaje muerto e inofensivo como Rojas Pinilla, la literatura puede sumarse a eso y aportar una visión más reposada y elaborada, donde los líderes políticos, económicos y de cualquier clase se conviertan en personajes susceptibles de toda mofa.
Personajes como este Rojas Pinilla algo patético que se toma muy en serio y le cree a una de sus hijas los delirios de grandeza sobre su gobierno abundan en la realidad, como políticos autoritarios y megalómanos que desean controlarlo todo.
Como este Rojas novelado, temeroso de que un caballo pueda quitarle la grandeza y la popularidad. Y no precisamente un caballo discapacitado.
*Historiador y magíster en Escrituras Creativas, corrector de estilo y editor.
@IvanLecter