La obra de Rulfo, que con solo dos publicaciones quedó en la historia de las letras latinoamericanas, está profundamente marcada por el mundo de los campesinos mexicanos de hace casi un siglo. ¿Qué nos dice a nosotros? ¿Por qué seguimos leyéndolo?
Iván Andrade*
Realidad y ficción
Cuando pienso en Pedro Páramo y El llano en llamas recuerdo un par de cosas. Primero, me veo sentado en un pasillo de la universidad leyendo a Rulfo sin tener mucha conciencia del paso del tiempo, apenas perceptible por el cambio de la luz. Segundo, me acuerdo de una vez que estaba hablando con un amigo.
- A nosotros nos hicieron leer ese donde todos estaban muertos. ¿Cómo es que se llamaba?
- Pedro Páramo.
Él no había leído el libro por gusto, sino por obligación en el colegio, y realmente no le había quedado mucho de esa lectura. Excepto, claro, el hecho de que todos estaban muertos.
“Tú nos quieres decir que dejemos Luvina porque, según tú, ya estuvo bueno de aguantar hambres sin necesidad -me dijeron-. Pero si nosotros nos vamos, ¿quién se llevará a nuestros muertos? Ellos viven aquí y no podemos dejarlos solos”.
Porque en Comala, el pueblo de ficción donde transcurre Pedro Páramo, y también en cuentos de El llano en llamas como “Luvina”, los vivos y los muertos ocupan el mismo espacio, existen al mismo tiempo y en el mismo lugar. Las historias, las voces y los símbolos del ayer se mantienen en el hoy, no han pasado, conservan su poder y su peso.
Pero, ¿no es así también la realidad?
Los fantasmas de la memoria
![]() Exposición de las fotografía de Juan Rulfo. Foto: Biblioteca Capitolio |
La obra de Juan Rulfo se nutre del mundo que experimentó el autor mientras crecía en su natal Jalisco. Un mundo de campesinos a la vez terrenales y espectrales, con su realidad hecha de trabajo duro y supervivencia, de sequía, violencia, muerte, convulsiones históricas, abusos e injusticia, y poblada de espíritus y santos, de fantasmas capaces todavía de influir sobre las vidas de todos.
Rulfo, nacido el 16 de mayo de 1917, vio desde niño a los campesinos zarandeados por los estertores finales de la Revolución mexicana, por la Guerra de los Cristeros, por la voracidad de los terratenientes y la ausencia del gobierno. Ellos moldean la literatura de Rulfo: sus experiencias, su forma de hablar, su forma de ser y de ver la vida que les tocó en suerte.
Sus personajes, aunque aparezcan en un escenario a medio camino entre la realidad y lo fantasmal, son seres palpables, reconocibles.
Ese es el mundo que nos cuenta el escritor mexicano. Un mundo rural atravesado por el machismo, el abandono, la superstición y el olvido, donde la dureza es la forma de sobrevivir y el Estado solo aparece para expoliar, donde la justicia es lo que cada uno puede hacer para salvarse a sí mismo y a los suyos, y la única ayuda posible puede venir de la Providencia o del mundo de los muertos. Un mundo estático y árido. Desesperanzado.
El tímido y silencioso Rulfo, que también se dedicó a la fotografía, llevó dentro de sí toda esta realidad durante años, incubándola y dándole forma literaria. Pulió un estilo que le permitiría dar cuenta de esas historias con un lenguaje sobrio y real, sin florituras ajenas al vocabulario y el folclor de los campesinos mexicanos de aquellos tiempos y lugares.
Por eso sus personajes, aunque aparezcan en un escenario a medio camino entre la realidad y lo fantasmal, son seres palpables, reconocibles. Son esos campesinos mexicanos, latinoamericanos, que por tanto tiempo han estado atrapados, que han sido vapuleados y barridos, desplazados, eliminados. Hombres y mujeres a los que los torbellinos de la historia rara vez dejan indemnes, pero que desarrollan una fortaleza a veces inverosímil, una resistencia hija de la fe y de la resignación. Seres que siguen adelante a la espera de disolverse en el silencio.
El tío Celerino
La calidad notable de El llano en Llamas y Pedro Páramo siempre nos deja con la duda de por qué Rulfo no quiso publicar otra novela o algún otro libro de cuentos. Después de estas dos obras solo se publicó una versión en relato de su guion El gallo de oro. Nada más. No fue la falta de talento lo que le impidió publicar más, porque eso sobra en lo que dio a la imprenta. ¿Qué pasó? El silencio de Rulfo todavía nos inquieta.
A menudo le decía a quienes le preguntaban que estaba escribiendo una novela titulada La cordillera. Quién sabe si era verdad. Pero era mejor la otra respuesta que daba, recogida por Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía: “Tras el éxito de la novela que escribió como si fuera un copista, ya no volvió Rulfo a escribir nada más en treinta años. Con frecuencia se ha comparado su caso con el de Rimbaud, que tras publicar su segundo libro, a los diecinueve años, lo abandonó todo y se dedicó a la aventura, hasta su muerte, dos décadas después”.
Durante un tiempo, el pánico a ser despedido por el apretón de manos de su jefe convivió con el temor a la gente que se le acercaba para decirle que tenía que publicar más. Cuando le preguntaban por qué ya no escribía, Rulfo solía contestar:
- Es que se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias.
Su tío Celerino no era ningún invento. Existió realmente. Era un borracho que se ganaba la vida confirmando niños. Rulfo le acompañaba muchas veces y escuchaba las fabulosas historias que éste le contaba sobre su vida, la mayoría inventadas. Los cuentos de El llano en llamas estuvieron a punto de titularse Los cuentos del tío Celerino. Rulfo dejó de escribir poco después de que éste muriera. La excusa del tío Celerino es de las más originales que conozco de entre todas las que han creado los escritores del no para justificar su abandono de la literatura.
A veces Rulfo acompañaba a su tío de pueblo en pueblo y oía sus historias, los cuentos de un ateo ebrio haciendo el trabajo de la Iglesia donde esta no se atrevía a ir. De ellas se nutrió también, al parecer, a la hora de escribir su obra. Pero muerto el tío Celerino se acabaron las historias, se secó la fuente.
“- ¿Qué por qué no escribo? –se le oyó decir a Juan Rulfo en Caracas, en 1974–. Pues porque se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias. Siempre andaba platicando conmigo. Pero era muy mentiroso. Todo lo que me contaba eran puras mentiras, y entonces, naturalmente, lo que escribí eran puras mentiras. Algunas de las cosas que me platicó fueron sobre la miseria en la que había vivido. Pero no era tan pobre el tío Celerino. Él, debido a que era un hombre respetable, según dijo el arzobispo de allá por su rumbo, fue nombrado para confirmar niños, de pueblo en pueblo. Porque ésas eran tierras peligrosas y los sacerdotes tenían miedo de ir por allí. Yo le acompañaba muchas veces al tío Celerino. A cada lugar donde llegábamos había que confirmar a un niño y luego cobraba por confirmarlo. Toda esa historia no la he escrito, pero algún día quizá lo haga. Es interesante cómo nos fuimos rancheando, de pueblo en pueblo, confirmando criaturas, dándoles la bendición de Dios y esas cosas, ¿no? Y él era ateo, además”.
Como dice Vila-Matas, es una excusa de lo más original. Seguramente nunca sabremos a ciencia cierta por qué Rulfo no publicó nada más. Tal vez tenga que ver con la humildad profunda que lo caracterizó, con la sensación de haber cumplido y no tener nada más para contar.
De todas formas, lo que nos dejó es un legado que no muchos escritores pueden contar en su haber: tanto El llano en llamas como Pedro Páramo son obras fundamentales en la historia de la literatura latinoamericana, libros que influyeron sobre varios autores del continente (el boom le debe bastante) y se siguen leyendo hoy en día. Dos libros le bastaron a Juan Rulfo para entrar en la historia.
Legado
![]() Una de las producciones literarias de Juan Rulfo, Pedro Páramo. Foto: Municipalidad de Neuquén |
Seguimos leyendo a Rulfo porque dejó una de las obras mejor logradas de nuestra historia, escrita en un estilo depurado y preciso, enriquecido por la lengua real de sus personajes, sus giros coloquiales, su gramática peculiar.
Lo seguimos leyendo porque América Latina aún tiene una multitud de campesinos atribulados como los que sobreviven en las páginas del escritor mexicano, y siguen sin saber nada “de la madre del gobierno”, y todavía se ven atropellados por los terratenientes insaciables y la violencia de muchos nombres. Porque abundan los Pedro Páramo y abundan aún más sus mujeres engañadas y los hijos abandonados que sueñan con cobrar caro el olvido.
Seguramente nunca sabremos a ciencia cierta por qué Rulfo no publicó nada más.
Porque muchos de los fantasmas del pasado siguen con nosotros, viven a nuestro lado, nos hablan y de una u otra forma le dan forma al hoy y al mañana. Sus voces aún suenan en los caminos que recorremos.
Aunque nuestras vidas ahora transcurran más alejadas del campo y nos afanemos sin pausa en las ciudades, aún no olvidamos del todo que el polvo, el viento y los espectros pueden extraviarnos y arrasarnos. Por eso seguimos yendo a Comala.
* Historiador y magíster en escrituras creativas, corrector de estilo y editor.
@IvanLecter