Nuestra sociedad enaltece la delgadez y sataniza la gordura - Razón Pública
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Nuestra sociedad enaltece la delgadez y sataniza la gordura

Escrito por Ángela Cruz
Angela Cruz

El ideal dominante de belleza nos lleva a repudiar a las personas gordas y a perseguir la delgadez sin importar el precio que tengamos que pagar por ella.

Ángela Cruz*

Reacciones ofensivas

El pasado 27 de julio, la alcaldesa Claudia López anunció que las personas con hipertensión, diabetes y obesidad entrarían en cuarentena estricta debido a que son más susceptibles que el resto de la población a desarrollar cuadros graves de COVID-19.

De inmediato, las redes sociales se inundaron de comentarios ofensivos, hirientes o condescendientes dirigidos a las personas gordas. Estas reacciones nos invitan a reflexionar sobre las ideas y prejuicios que existen en torno a la gordura.

Antes que nada, es importante aclarar que las personas con obesidad pueden tener más riesgo de hospitalización, cuidados intensivos, ventilación mecánica y muerte al contraer la COVID-19, sin embargo, esta no es la única comorbilidad importante y su relación con la tasa de mortalidad percibida es considerable, pero no mayoritaria.

Por otro lado, es importante tener en cuenta que existen estigmas sociales sobre la obesidad, limitaciones importantes para diagnosticarla y factores sociales –como el acceso al trabajo y el derecho a la movilidad– que no pueden perderse de vista al establecer restricciones para este segmento de la población.

¿La gordura es sinónimo de enfermedad?

Numerosos estudios señalan que el Índice de Masa Corporal (IMC), la herramienta más utilizada para diagnosticar la obesidad, no es del todo confiable porque no permite diferenciar la masa magra de la masa conformada por depósitos de grasa ni dar una imagen adecuada de la distribución de los mismos.

Estas limitaciones indican que el IMC no puede medir con precisión la presencia de grasa abdominal y, por ende, el volumen del cuerpo no es un indicador de buena o mala salud por sí mismo. En ese orden de ideas, el IMC debe ser acompañado por otras herramientas diagnósticas. Su uso se ha estandarizado debido a su bajo costo y gran accesibilidad, pero es momento reconocer sus limitaciones y dejar de usarlo para sacar conclusiones apresuradas sobre la salud de otras personas.

Así mismo, es importante tener en cuenta que la patologización de los cuerpos gordos es bastante reciente: solo en 1997 la Organización Mundial de la Salud (OMS) empezó a considerar a tratar la obesidad como una epidemia y a considerarla una enfermedad grave.

Sin embargo, los orígenes del vínculo entre gordura y enfermedad se remontan a la época victoriana cuando William Banting publicó el panfleto A Letter on Corpulence (1863) en el que describió la gordura como una «lamentable enfermedad». Banting perseguía dos cosas con dicha publicación: que la gordura dejara de ser considerada como una señal de autoindulgenia y promocionar un régimen dietario diseñado por él mismo.

Foto: PxHere - A las categorías morales se suman las consideraciones estéticas que han establecido un paradigma de la belleza que enaltece la delgadez.

La delgadez como sinónimo de belleza

El caso de Banting ilustra que, desde hace siglos, las consideraciones sobre la salud y el bienestar físico se han entrecruzado con consideraciones morales que, en el caso específico de la gordura, han promovido una presión social intensa sobre las personas corpulentas para que modifiquen sus cuerpos. A dichas consideraciones morales se ha sumado una idea de belleza que enaltece la delgadez y sataniza la gordura. Es importante subrayar que dicha idea de belleza es una construcción social, es decir, un sistema de creencias que fiscaliza los roles sociales, comportamientos sexuales, gustos y preferencias subjetivas y el derecho a ocupar el espacio que tenemos.

Los cuerpos que transgreden los estándares dominantes de belleza son ridiculizados y estereotipados por la sociedad. No en vano, las redes se inundaron de comentarios satíricos, ofensivos y condescendientes contra las personas gordas después del pronunciamiento de la alcaldesa. Estas reacciones demuestran que ser gordo o gorda es entendido como sinónimo de excesos, negligencia, falta de cariño propio y disciplina.

¿Qué es la gordofobia?

La gordofobia puede definirse como el miedo exagerado a la gordura. Esta fobia se manifiesta de dos formas: a través del miedo a percibirse a sí mismo como gordo y en la aversión, asco o rechazo por las personas gordas.

Estos sentimientos, sumados a la medicalización excesiva y a las representaciones negativas de la gordura, pueden motivarnos a discriminar a los gordos y a someternos a dietas, intervenciones quirúrgicas y fármacos nocivos para nuestra salud para lograr la tan anhelada delgadez.

Activistas gordas como Andrea Ocampo y Lux Moreno afirman que existe una gran distancia entre la presión de sentirse gorda y las dificultades de serlo realmente, pues esto último suele incluir tratos agresivos por parte del personal médico, dificultades para conservar un trabajo e incluso problemas para usar medios de transporte, pupitres de las aulas escolares y sillas de cines o teatros.

Para Ocampo,“si ves una revista de moda, ese cuerpo hegemónico, flaco, rubio, de ojos claros, esbelto puede ser un cuerpo sidoso, puede ser un cuerpo enfermo, anoréxico y no obstante sigue estando legitimado. Pero hay otros cuerpos que parece que, por el puro hecho de existir, y de ser vistos están inmediatamente enfermos, como si la pura inspección visual inmediatamente te diera un diagnóstico biológico». Esta reflexión pone en evidencia que hemos naturalizado la idea de que el sobrepeso disminuye nuestra calidad de vida y es sinónimo de enfermedad. Hemos naturalizado la idea de que tener sobrepeso es una falla, una muestra de falta de autocuidado, una prueba de que ignoramos lo que es bueno para nuestros cuerpos.

Foto: Región Central - Hay una gran distancia entre la presión de «sentirse gorda» y las dificultades de, en efecto, «serlo».

Una sociedad gordofóbica

Generalmente, asociamos la gordura con adjetivos negativos como indisciplina, inactividad, poca fuerza de voluntad, pasividad y fealdad. Todas estas categorías revelan que tenemos prejuicios morales y sociales sobre las personas gordas, y que fomentamos la reproducción de la diferencia simbólica, que puede ser violenta y que resulta en darle privilegios a unas corporalidades sobre otras.

Vivimos en una sociedad que les concede superioridad moral a los cuerpos normativos y juzga duramente a los que transgreden el imaginario de belleza dominante, lo cual implica que creemos que unos y otros deben ocupar roles sociales completamente diferentes.

Quisiera terminar esta reflexión con un par de interrogantes: ¿Hasta qué punto privilegiamos la existencia de unos cuerpos sobre otros? ¿Iniciativas como el “body positive” son suficientes para que los cuerpos transgresores sean aceptados por la sociedad? ¿O acaso la representación mediática no es suficiente? Quizás necesitamos diseñar nuevas consideraciones políticas sobre los cuerpos que no se adhieren a la norma.

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