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El cierre de Cambio o el surgimiento de un estilo

Escrito por Germán Rey

German ReyLas explicaciones de lo ocurrido con la revista Cambio deben buscarse años atrás, como un efecto de la compra de la Casa Editorial El Tiempo por el Grupo español Planeta. Pero sobre todo, por la implantación de una comprensión sobre el significado de la información y un estilo de gestión del periodismo.

Germán Rey*

Lo que acaba de pasar con la revista Cambio es un episodio más de una especie de novela por entregas. Sólo que lo que comenzó como una obra de ficción, está convirtiéndose en una novela de terror.

Comencemos por la ficción. Cuando hace unos años Luis Fernando Santos anunció la venta del 51% de las acciones de la Casa Editorial El Tiempo al Grupo español Planeta, esgrimió un argumento básico para justificar la transacción: se requería la presencia de un socio estratégico que además de capital, transferiría conocimiento periodístico y tecnología. Ya desde entonces, los escépticos empezamos a cotejar los argumentos de la ficción con las desventuras de la realidad. El Grupo Planeta  era más de lo primero que de lo segundo. Dinero tiene, aunque como buen capitalista, siempre quiere más. Pero conocimiento periodístico más bien poco. El periódico La Razón de Madrid tiene menguadas posibilidades de competencia – no solo en circulación sino sobre todo en calidad- con El País del Grupo PRISA o con El Mundo. De tal manera que por este lado, la transferencia de conocimiento es prácticamente nula. Pero en los días de la negociación, en el 2007, Santos señaló que Planeta tenía una gran experiencia en "medios digitales". Sólo que dos años después de esta afirmación, Planeta cerró de un plumazo su única aventura digital, ADN Digital, despidiendo a toda su planta periodística.

La ideología y los libros de contabilidad

Lo que sí se sabía desde los días de la compra de El Tiempo eran las motivaciones políticas de Planeta y sobre todo la explícita emoción que ya para entonces suscitaba el presidente Uribe en José Manuel Lara, el dueño del grupo editorial español. En una de las entrevistas que se le hicieron en el 2007, Lara afirmó que "como grupo tenemos una tesis muy clara: la partidocracia no ha de existir nunca en medios y la ideología sí". Años después, el Grupo Planeta cumplió al pie de la letra lo afirmado por su dueño. Porque en el caso de Cambio lo que primó fue la ideología, camaleónicamente revestida de decisión económica. O dicho en otras palabras: la ideología que vale en el caso de una publicación informativa, es la de los libros… de contabilidad.

Nadie duda de que son importantes las ganancias para el funcionamiento de los medios comerciales, que no viven del ayuno como los monjes cistercienses. Pero mientras resaltan los supuestos números en rojo de Cambio, voltean la cara cuando se trata de la situación de la revista Don Juan o pierden la memoria y no se acuerdan de todos los años que han sobrellevado los pocos rendimientos económicos de City TV.

Esta unión entre ideología y economía es lo que está haciendo que la novela de ficción se convierta en una novela de terror. Planeta tiene las cosas claras: quiere entrar a Latinoamérica y progresivamente al mercado latino de los Estados Unidos, intenta afianzar su oferta multimedia y busca darle la dentellada a la torta publicitaria, por ahora colombiana, que se concentra fundamentalmente en la televisión. Sus propósitos son absolutamente razonables y sobre todo completamente coherentes con la ideología que campea en los libros de contabilidad.

En el negocio de los libros, Planeta ya tiene asegurado un importante mercado en América Latina. Pero les faltaba un medio como El Tiempo, para hacer su ingreso al territorio más ancho de los medios. Lo lograron, en las propias palabras de Lara, entrando no con morral y a pie, sino en una confortable limusina. Adquirieron un periódico con utilidades, influencias y de circulación nacional. Con el desparpajo que dan los libros de contabilidad sin rojos, el dueño de Planeta se asombró por la persistencia solitaria de El Tiempo e incluso llegó a decir que si necesitaba competencia ellos mismos la crearían. ¡Gajes de la rentabilidad, placeres de la ideología!

Instintos de supervivencia y cambios tecnológicos

El ingreso a lo multimedial no es una brillante y excepcional decisión empresarial, sino el resultado de hacerle caso a un simple instinto de supervivencia. El señor Lara sabe perfectamente que su negocio editorial se está replanteando dramáticamente y que en pocos años, el libro impreso será un bello pero nostálgico objeto del pasado.

En las pasadas navidades, Amazon vendió muchos más libros electrónicos que físicos y hace poco la editorial MacMillan dio su último grito de emancipación, subiéndoles los precios a los originales de su libros en la versión electrónica de Amazon. Google, entretanto, continúa sus pretensiones de construir una biblioteca casi universal y Apple conmovió los primeros días del año con su lanzamiento premonitorio del IPad. Todos inventos de la época jurásica de las nuevas tecnologías, porque lo que se verá en el futuro próximo hará tambalear a  las industrias creativas, tal como las conocemos hoy.

Lo que escuchan los editores, incluidos los de Planeta, son pasos de animal grande. El negocio en que durante años han tenido jugosas utilidades se resquebraja aceleradamente. Por ello el salto hacia la televisión colombiana y seguramente desde ella a los canales latinos de los Estados Unidos. Sólo que lo hacen en un momento en que la televisión también empieza su declive, aunque evidentemente tendrán todavía algunos años para llenar con buenos resultados, sus libros de contabilidad. El negocio editorial, como el de la música, no ha podido resolver, sin embargo, el dilema de producir contenidos y obtener rentabilidades. Como no lo han podido solucionar los periódicos on line, a pesar de los pataleos de Murdoch, ni tampoco las revistas. Basta ver el despeñadero de la prensa norteamericana de referencia y de venerables revistas como Newsveek o Time.

Pero el tema es nuevamente la economía como ideología: la dentellada a la torta publicitaria. Hace años, El Tiempo perdió su oportunidad dorada: no ganó la licitación de telefonía móvil. El que si la ganó fue Carlos Slim quien compite ferozmente con Telefónica y que demostró que era posible hacer el mismo camino que deseaba transitar El Tiempo, pero al revés: mientras que el primero quería pasar del medio a la telefonía, Slim logró saltar de la telefonía a la televisión por cable. Que hoy por hoy empieza a poner en jaque a la propia televisión abierta que está viviendo -si el gobierno y la Comisión Nacional de Televisión no cometen más errores, lo que francamente parece imposible- los últimos días del duopolio.

La victoria de la rentabilidad

Y aquí entonces, ya no solo los escépticos sino los "mal pensados" empiezan a tejer. No son necesarias puntadas muy finas, ni pensamientos muy extraviados. Cambio, comprada por la Casa Editorial El Tiempo, empezó a hacer el tipo de periodismo que incomoda como una piedra en el zapato a los poderes.  Esto es explicable. Pero lo que si llama la atención es que la Junta Directiva de un conglomerado periodístico sufriera de la misma incomodidad.

Hace unos años en el Informe sobre el estado de los medios en los Estados Unidos del Pew Institute, una de sus conclusiones era contundente: "La batalla en el periodismo entre los contabilistas y los idealistas ha finalizado. Ganaron los contabilistas". Lo que significa finalmente el predominio del periodismo como negocio, sobre el periodismo considerado como una forma de servicio público. Porque las investigaciones de la revista Cambio sobre la corrupción del Programa gubernamental Agro Ingreso Seguro, los falsos positivos, las chuzadas del DAS y otras tropelías, forman parte de un debate público que es indispensable. En el fundamento del mejor periodismo está precisamente la independencia frente a todos los poderes, incluso el de las propias organizaciones empresariales de la información, la exploración rigurosa de los actos de los gobernantes y la publicidad de las acciones criminales que medran en la invisibilidad o se guarecen bajo el manto arrogante del poder.

El estilo Planeta

Existe un conjunto de coincidencias que van dejando ver un estilo Planeta.

– En primer lugar, los periodistas son despedidos fulminantemente, sin apenas avisarles, como sucedió con Rodrigo Pardo y María Elvira Samper, pero también meses atrás con numerosos periodistas de la sala de redacción del periódico y aún con columnistas como Claudia López.

– En segundo lugar, hay una renuncia sistemática a todo mecanismo democrático de autocontrol y vigilancia, que se ha expresado en la desaparición de la figura del defensor del lector, creada por Hernando y Enrique Santos, apenas unos meses después de que lo hiciera de manera pionera en el continente, La Folha de Sao Paulo.

– En tercer lugar, se guían por la breve y contundente máxima de "los negocios son los negocios". Inclusive hasta el punto de traicionar principios que se habían resguardado celosamente en El Tiempo, como la prudencia para manejar los temas en que están involucrados intereses económicos de los accionistas de la Casa Editorial. La participación de Planeta y particularmente de su representante en Colombia en el caso de la asignación del Tercer Canal ha sido francamente desvergonzada y desproporcionada.

– En cuarto lugar, las decisiones informativas en que ha intervenido más directamente Planeta han sido desafortunadas, por decir lo menos. ADN, que replica la experiencia de un periódico gratuito del mismo nombre del Grupo editorial en España, es una versión jibara de El Tiempo, hecha sin mayor esfuerzo y con peores resultados. El periódico Hoy, por su parte, no ha sabido interpretar el sentido de lo popular que sí han tenido otras publicaciones regionales, cumpliendo ese refrán tan colombiano de que "no es ni chicha ni limoná" y refrendando la poca fortuna y comprensión que la Casa Editorial ha tenido de la prensa local y regional.

– En quinto lugar, si El Tiempo bajo la dirección de la familia Santos vivió con acierto su alejamiento de un periodismo partidista, ahora, en la era Planeta y totalmente de acuerdo con la prédica del empresario español José Manuel Lara, se ha pasado al predominio de la ideología. Que en buen castellano es la hegemonía del negocio (que no de la economía, que es un saber respetable), la búsqueda de la rentabilidad evitando incomodar a los poderes sobre todo si ellos conceden licencias televisivas o el desconocimiento de la importancia de lo público para un país que necesita de una opinión cada vez mejor informada.

Lo que ha sucedido con la revista CAMBIO no es un simple problema de números. Es algo mucho más grave y preocupante: es la consolidación de un estilo de comprender el periodismo, la responsabilidad y las necesidades de un país como Colombia.

* Ex Defensor del Lector del diario El Tiempo, investigador y autor de numerosos estudios sobre comunicación y cultura.

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