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Renombrar el mundo para cambiarlo

Escrito por Eduardo Cárdenas
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Durante el paro nacional los jóvenes usan el lenguaje como una herramienta de confrontación. ¿Qué significa renombrar e intervenir los parques, puentes y monumentos públicos?

Eduardo Cárdenas*

Renombrar

Desde las protestas del 21 de noviembre de 2019 se renombraron varios parques, puentes y sitios de ciudades como Cali, Medellín y Pereira. Estos cambios y los ataques e intervenciones a estatuas y monumentos públicos muestran que el lenguaje es un escenario importante para la confrontación política.

Las palabras y símbolos siempre fueron importantes en las discusiones y luchas políticas y sociales, por ejemplo, las que surgieron en torno al proceso de paz con las FARC y la pregunta de si hubo o no “conflicto armado” en Colombia.

Pero durante el paro nacional, tanto quienes apoyan el paro como quienes lo rechazan usan el lenguaje deliberadamente como un arma política.

Un ejemplo de estos cambios es el “Puerto Rellena”, una zona muy deprimida del oriente de Cali, famosa por sus ventas de rellenas o morcillas, que había sido  renombrado como “Puerto Resistencia” durante las protestas del 21 de noviembre de 2019. Este lugar se convirtió en uno de los principales puntos de encuentro de las marchas, un escenario de duras confrontaciones y, para muchos, un símbolo de resistencia.

Otro ejemplo en Cali es la “Loma de la Cruz”, un parque del centro donde se venden artesanías, se congregan personas LGTBI y se hacen conciertos y eventos, el cual se rebautizó con el nombre de la “Loma de la Dignidad”. Asimismo al “Puente de los mil días” ahora lo llaman el “Puente de las mil luchas” y al “Paso del Comercio” le dicen “Paso del Aguante”.

Fuente: La Silla Vacía, 2 de mayo de 2021.

En Medellín un sitio tradicional de encuentro LGTBI y de muchos jóvenes ubicado en el norte de la ciudad llamado el “Parque de los Deseos” se convirtió en uno de los epicentros de las movilizaciones y se le conoce como el “Parque de la Resistencia”. Y en Pereira el “viaducto Cesar Gaviria Trujillo” fue rebautizado como “viaducto Lucas Villa” para honrar la memoria del joven asesinado en ese lugar.

Fuente: Twitter @CamiloCalleO

Este 19 de mayo algunos manifestantes intervinieron el monumento a Los Héroes en Bogotá, uno de los puntos habituales de concentración, con un mensaje muy visible que decía “6402 héroes”.

Las madres de las víctimas de los falsos positivos reaccionaron diciendo que entendían la intención pero pedían el favor de no romantizar, pues “sus hijos no son héroes, son víctimas”.

Asimismo, Pedro Adrián Zuluaga indicaba la necesidad de evitar el discurso que pretende “heroizar” a los jóvenes asesinados en las marchas: aunque parece un discurso de resistencia, esa idea en realidad reproduce un relato hegemónico en Colombia que relaciona el heroísmo con la muerte.

Los jóvenes se reúnen en la mayoría de los sitios renombrados para marchar, tal vez porque desde antes ya eran lugares de encuentro, en muchos casos de jóvenes diversos. Sin embargo, durante el paro estos sitios se volvieron más representativos.

Parece que los jóvenes son cada vez más conscientes de la importancia de las palabras y los símbolos en sus luchas, así como de la capacidad del lenguaje para transformar.

Como dijo George Orwell en su ensayo La política y el lenguaje inglés, publicado en 1946, hay una equivocada “creencia semiconsciente de que el lenguaje es un desarrollo natural y no un instrumento al que damos forma para nuestros propios propósitos”.

Antiguamente las comunidades negras, indígenas y otros grupos marginados del país usaron el lenguaje en la confrontación política como una forma para esconderse o camuflarse mediante códigos que el otro no entendía.

Actualmente los jóvenes usan el lenguaje como una forma directa de confrontación política: renombrar lo establecido para darle un nuevo sentido, para crear un futuro y para cambiar la sociedad desde sus cimientos.

Conversar

Sin embargo, a la par que se renombran estos sitios puede observarse cómo las personas deforman y degradan el lenguaje como una estrategia de confrontación política.

Mientras que algunos manifestantes emplean la vieja comparación de los policías con los “cerdos” y les gritan “asesinos”, el gobierno y quienes se oponen al paro usan indiscriminadamente la expresión “vándalos” o “vandalismo” para generalizar el comportamiento de los manifestantes y desconocen que la mayoría marcha pacíficamente.

En Colombia los eufemismos tienen una larga historia, comenzando con el detestable “falsos positivos”. Recientemente el gobierno usó la expresión “homicidios colectivos” para referirse a las masacres y denominó “Ley de Solidaridad Sostenible” a la reforma tributaria que detonó las manifestaciones.

Los jóvenes usan el lenguaje como una forma directa de confrontación política: renombrar lo establecido para darle un nuevo sentido

Como advierte Orwell: “El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que expulsa tinta para ocultarse”.

También se reencaucharon viejas expresiones y se usaron en un contexto político completamente diferente. Este fue el caso de la “marcha del silencio”, nombre que recibieron las movilizaciones del pasado 25 de mayo en Cali, Popayán y Neiva.

Cabe recordar que ese fue el nombre de la manifestación convocada por Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de 1948 (la más grande del país hasta ese momento) para rechazar la violencia contra simpatizantes del Partido Liberal. Fue nombrada de esa forma porque los participantes debían guardar absoluto silencio en señal de duelo por las víctimas.

¿Por qué hoy, más de ochenta años después, se acude nuevamente a esa expresión?, ¿de qué tipo de “silencio” se habla? Buena parte de los asistentes a las recientes “marchas del silencio” usaron prendas blancas. Este color suele relacionarse con la paz y la no violencia, pero también admite otras lecturas: limpieza, decencia, distinción, o incluso blanqueamiento racial.

En una foto de los manifestantes frente a una iglesia del centro histórico de Popayán pudo verse una pancarta que decía “las diferencias nos enriquecen y el respeto nos une” y otra en la que se leía en mayúsculas “FUERZAS ARMADAS DE COLOMBIA LIBÉRENOS YA DEL YUGO CRIMINAL DEL CRIC”.

Fuente: Twitter @jorgeeliecersa

En Neiva se vieron pancartas que decían “Basta Ya de bloqueos”. Esa expresión se usó para titular el libro del Centro Nacional de Memoria Histórica de 2013 y también apareció recientemente en la portada de la revista Semana con el mensaje, también en mayúsculas, de “PETRO, BASTA YA”.

Algunos usaron el hashtag “Gente de bien” para autodenominarse como personas que cumplen la ley y respetan los derechos ajenos. Los memes no tardaron. Pero, ¿quién es la “gente de bien” en Colombia?

En el Parque del Poblado de Medellín se vieron mensajes como “mi marcha es trabajar”, muy cerca a donde un día antes se congregaron algunos ciudadanos, en su mayoría vestidos de blanco, para borrar con rodillos y pintura blanca un mural que decía “Convivir con el Estado”.

Un par de semanas antes, en el paso deprimido de la 80 con San Juan, algunas personas, al parecer miembros del Ejército, madrugaron a borrar otro mural que decía “Estado asesino”. ¿Qué pretende borrarse? y ¿acaso puede simplemente borrarse?

La tensión que se vive no es únicamente entre marchar y no marchar, también es entre cambiar y permanecer igual, entre expresar y borrar, entre gritar y callar.

Al final de su ensayo Orwell dice que aunque el deterioro y dejadez del lenguaje se deben a la degradación de la política, un efecto puede convertirse en causa, reforzar su origen y producir el mismo efecto más intensamente: “[El lenguaje] se ha vuelto feo e impreciso porque nuestros pensamientos son necios, pero la dejadez de nuestro lenguaje hace más fácil que pensemos necedades”.

Sin embargo, advierte Orwell, hay que actuar conscientemente para prescindir de las frases hechas, la falta de precisión, las abstracciones y los eufemismos: “Las palabras y las expresiones necias suelen desaparecer, no mediante un proceso evolutivo sino a causa de la acción consciente de una minoría (…) Uno no puede cambiar esto en un instante, pero puede cambiar los hábitos personales y de vez en cuando puede incluso, si se burla en voz bastante alta, lanzar alguna frase trillada e inútil a la basura, que es donde pertenece”.

En una entrevista reciente Alejandro Gaviria señaló que en Colombia existe una incapacidad colectiva para conversar: aquí se considera éticamente inferior a quien piensa distinto.

También dijo que los colombianos debemos ponernos de acuerdo en unas ideas fundamentales como el respeto irrestricto a los derechos humanos, la no violencia y el fin de los bloqueos para poder atender la emergencia económica y social y lograr que la rabia, indignación y energía colectiva de las manifestaciones den paso a un nuevo contrato social.

Se necesita de un proceso más prosaico de diálogo y trámites en los escenarios democráticos para hacer ese tránsito. En dichos escenarios habrá que acudir a nuevas formas de nombrar y a un gran esfuerzo colectivo para aprender a conversar, oír y entender a los demás.

Esto implica ser más conscientes del lenguaje: ¿cómo se nombran los sucesos?, ¿qué implicaciones tiene dicha nomenclatura? y ¿cuáles son las energías creativas, las violencias simbólicas y las exclusiones que se reproducen mediante el lenguaje?

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