Un libro que resume la vida de uno de los hombres más honestos e inteligentes que fue parte de la Corte Constitucional de Colombia, un hombre que siempre dio prioridad a la justicia y la defensa de los derechos ciudadanos sobre cualquier otra consideración.
Camilo Castillo*
Ciro Angarita Retador
María Teresa Herrán
Ícono Editorial
2017
Política, integridad y honestidad sí pueden ir juntas
Las altas cortes no atraviesan por un buen momento.
La inauguración del juicio de indignidad en la Constitución de 1991 le correspondió a Jorge Pretelt, uno de los magistrados que juró en agosto de 2016 defender la integridad de la Carta. Este año tampoco ha sido un buen año para la credibilidad de la cúpula judicial, pues varios exmagistrados y expresidentes de la Corte Suprema de Justicia fueron acusados por actos de corrupción durante su paso y posterior retiro del alto tribunal.
A pesar del difícil panorama que atraviesa la justicia, vale la pena preguntarse si este ha sido un estado constante de la rama judicial en Colombia. La respuesta a este interrogante, a pesar de ir contra la corriente, es que no, y lo cierto es que la judicatura ha sido ocupada por una gran cantidad de personas que han sido buenos profesionales y excelentes personas.
Según sus antiguos estudiantes sus clases eran una provocación constante para que buscaran su propio criterio
El libro de María Teresa Herrán da un claro ejemplo de lo anterior, y si bien este fenómeno no se puede comprobar con estadísticas, sí demuestra que la integridad no ha sido un valor ajeno a aquellos que han sido magistrados de las altas cortes, cuya tarea es, ni más ni menos, determinar el ámbito de protección de los derechos de todas las personas que residen en Colombia.
Este fue el caso del magistrado de la recién creada Corte Constitucional de la República de Colombia, Ciro Angarita Barón. El libro presenta un perfil humano y profesional de este jurista, el cual, a pesar de su corto paso por el máximo tribunal del país, logró marcar los contornos de varios temas claves, los cuales hacen que hoy la Corte Constitucional sea una de las instituciones más admiradas y estudiadas internacionalmente.
El libro está compuesto por un prólogo, ochos capítulos, un epílogo, y un apartado donde se reúnen los extractos de las sentencias más relevantes del periodo en que Angarita fue magistrado.
Un hombre respetado
![]() Corte Suprema de Justicia Foto: Corte Suprema de Justicia |
Los primeros capítulos hacen un repaso por la infancia y el entorno familiar del futuro juez Ciro Angarita. Estos apartados son interesantes en tanto muestran la forma en que Angarita sobrellevó diversas dificultades físicas y sociales, para luego convertirse en uno de los juristas más respetados del país.
Uno de los puntos más bonitos del libro es la forma en que muestra como este joven, venido de un lugar profundo de Boyacá, tuvo el tesón y la voluntad de alcanzar todos sus objetivos y cómo esto le permitió ser un viajero incansable a pesar de que tenía serias limitaciones de movilidad.
La docencia es otro de los temas a los que el escrito le dedica una buena cantidad de páginas. La enseñanza del derecho suele ser tediosa y aburrida. La memorización acrítica de artículos y sentencias, sumada a la lectura obligada del manual de la materia que suele ser escrito la mayoría de las veces por el profesor que la dicta, es la forma en que transcurren los cansinos días del estudiante de derecho.
No obstante, el profesor Angarita buscó romper con ese método memorístico y característico de un autómata. Según sus antiguos estudiantes sus clases eran una provocación constante para que buscaran su propio criterio, para demostrar que las cuestiones jurídicas no se resuelven con un simple sí o un no, sino que deben ser analizadas en profundidad y ver las diferentes aristas que conllevan.
Al fin y al cabo lo que está sobre la mesa no es un juego de vanidades, sino el reconocimiento de los derechos de las personas, o para decirlo en otros términos, el reconocimiento de la dignidad humana de aquellos que acuden al sistema judicial para resolver sus problemas.
Las bases de la Corte Constitucional
El año de 1991 fue un año, como muchos en Colombia, donde se mezcló la esperanza con la violencia; en medio de esa extraña amalgama se expidió la nueva Constitución y con ella se creó la Corte Constitucional, encargada de vigilar la integridad de la Carta Política.
Uno de los primeros magistrados en integrar esta nueva institución fue Ciro Angarita quien, a pesar de su breve paso por esta Corporación, entendió el derecho y el rol del juez en el nuevo paradigma que inauguraba la Constitución de una manera definitiva que concretó las grandes líneas que desarrollaría la Corte.
La concepción que Angarita tenía del derecho como un instrumento a través del cual debía satisfacerse siempre el valor de la justicia fue el que guió su camino durante su magistratura. En este camino prevalecieron los derechos fundamentales sobre cualquier tecnicismo legal, esto lo llevó a tomar decisiones que fueron consideradas herejías dentro del gremio de los abogados, pero que por primera vez llevaron la justicia a muchas personas que durante mucho tiempo fueron excluidas de la tutela del derecho.
La “jurisprudencia de valores”, como la llama el libro, permitió que por primera vez los niños, niñas y adolescentes tuvieran voz, y buscó que las trabajadoras domésticas fueran tratadas con dignidad, no como siervas de la gleba, que a la sola voz del patrón debían guardar un silencio temeroso.
Cada una de sus sentencias buscó revalidar el trabajo como uno de los pilares esenciales de la nueva Constitución. Gracias a esto se le otorgó un sentido concreto a la cláusula del Estado Social de Derecho.
Herejías que por primera vez llevaron la justicia a muchas personas que durante mucho tiempo fueron excluidas de la tutela del derecho.
Uno de los aportes más interesantes del magistrado Angarita fue su convicción de que el poder ilimitado genera injusticias ilimitadas. Por esa razón, fue uno de los defensores de que la Declaratoria del Estado de Sitio por parte del Presidente de la República tuviera control judicial.
El Estado de Sitio dejaba indemne al ciudadano frente al poder presidencial, pues este asumía, durante este momento extraordinario, la posibilidad de legislar y juzgar. Por tanto, el ciudadano quedaba a merced del Presidente omnímodo. Su tesis fue vencida por la mayoría, pero su voto disidente es una de las mejores muestras de la fe, ingenua si se quiere, que hay que tener en el derecho para poner límites efectivos al poder de tal forma que preserve a los ciudadanos.
Uno de los aportes más interesantes del libro es mostrar cómo, a pesar de las complejidades e incluso contradicciones que tiene la Carta Política de 1991, es el único texto constitucional que ha permitido plasmar la diversidad de un país como Colombia, un texto que ha buscado cerrar la brecha que existe entre los colombianos.
La vida del magistrado Angarita es un desafío a los lectores, una invitación a hacer realidad las promesas de la Constitución de 1991, pues aún hay muchas que todavía no se han cumplido. Hay que estar expectantes y no dormirse en los laureles.
*Licenciado en Filosofía y letras de la Universidad Santo Tomás de Bogotá, abogado y especialista en Derecho Constitucional de la Universidad Nacional de Colombia, Doctor en Derecho y profesor de Teoría del Derecho de la Universidad del Rosario.