Autor: Julio Paredes
Bogotá, Alfaguara, 2011. 209 páginas.
Artículos propios es el último libro de cuentos de Julio Paredes. El título de cada relato hace referencia a un objeto, casi siempre de uso personal: “El encendedor”, “El anillo”, “La foto”, “El reloj”. Pero los protagonistas no son las cosas; ellas no son las claves de la acción. Su presencia no da origen a la anécdota ni determina que los hechos se encaminen en una u otra dirección. Los personajes las poseen, conviven con ellas o las usan casi sin pensarlo. A veces, las invisten de un vago significado simbólico, asociado a emociones que no siempre se explican, pero en otras ocasiones los objetos apenas están presentes en su conciencia. Carla se quita la pulsera nueva que su marido le ha regalado durante la celebración de su aniversario de matrimonio y la deja encima de sus prendas de ropa antes de irse a nadar a un lago cercano. Amalia va sola por un camino veredal, enciende una linterna e ilumina un grupo de perros. La protagonista de “El encendedor” escucha cómo su marido abre y cierra la tapa del encendedor mientras mira por la ventana, absorto en sus pensamientos. Estos objetos aparecen brevemente, en acciones cotidianas que no guardan ningún misterio ni desencadenan acontecimientos inesperados.
La excepción a esta regla es el cuento “El reloj”, en el que Consuelo, la administradora de un hotel, recoge un reloj olvidado en el cuarto de un huésped que ha tenido un ataque al corazón. En lugar de entregárselo a la policía, lo guarda en la caja fuerte y, de esta manera, evita un escándalo. Pero lo importante no es la muerte accidental ni sus ramificaciones, ni tampoco la discreción de Consuelo, que altera el curso de la acción. En este cuento lo más significativo no es lo que efectivamente sucede, sino el estado de ánimo de Consuelo. En estos relatos, las acciones, las sorpresas y las aventuras no son lo que cuenta. Su carácter no se define por el argumento, y su grandeza estriba más bien en su capacidad de sugerir, sin esfuerzo aparente, cosas menos palpables. Cuando recibe la llamada del hotel, que le informa sobre un inconveniente que requiere su atención, Consuelo se acaba de servir una ginebra y planea pasar una noche tranquila, a solas, en su casa. El malestar que la invade se parece mucho a un mareo ocasional, que ha venido experimentando intermitentemente en las últimas semanas y al que deliberadamente no ha prestado atención, asustada ante la posibilidad de que se trate de alguna enfermedad. Este desasosiego la acompaña cuando entra a la habitación del hombre muerto, cuando encuentra el reloj y decide guardarlo, cuando llegan la esposa y la madre a reclamar las pertenencias y, aún después, cuando finalmente entrega el reloj a su propietario. Los pensamientos de Consuelo acerca de David, un amigo con el que ha comenzado a salir hace poco, acompañan su desazón como una melodía más ligera, un contrapunto bienvenido a la soledad y al cumplimiento de sus deberes en el trabajo. En dicho contrapunto reverbera la sugerencia de que hay algo más en la vida de Consuelo, que sus acciones y sus pensamientos conscientes son apenas la capa más superficial de su existencia.
Esta manera de aludir a un significado oculto, a una carga de experiencia y sentimiento mayor que la de los pensamientos conscientes y las acciones diarias, es el alma de los cuentos de Julio Paredes. Al contar historias aparentemente triviales, la de una mujer que, cuando va a pasar año nuevo con algunos amigos, se encuentra con una antigua profesora, la de un matrimonio que prosigue con su vida cotidiana mientras la mujer se recupera de una enfermedad grave, la de una anciana que, al ver un programa televisivo recuerda a una prima suya, el narrador se fija en los detalles más significativos, entre muchos otros, para transmitir un estado de ánimo, una impresión, o la sugestión de que el verdadero peso de lo que ocurre está presente, pero oculto incluso para los protagonistas de las historias, quienes sólo lo pueden percibir fugazmente y como de reojo.
Muchas veces, este sentimiento oculto es una especie de conciencia de la fragilidad de la existencia y de los lazos afectivos. La vida cotidiana está amenazada por fuerzas oscuras, impulsos internos e inexplicables que llevan a los personajes a alejarse de los otros, o enfermedades que alteran la vida cotidiana y convierten a los protagonistas en personas diferentes, o que dejan baldada la memoria, y hacen inaccesible el cúmulo de experiencias que constituyen el yo. La protagonista de “El encendedor” es consciente de que su propio cuerpo y la voluntad de su marido de cuidar de ella son en realidad muy frágiles, y de que hay algo en su relación con él que está a punto de disolverse. O también la convivencia prolongada hace que las relaciones se agosten: Carla, protagonista de “La pulsera”, reconoce que, después de quince años de matrimonio, ella y su esposo han “entrado a la antesala” en la que se acomodan los que han dejado el amor atrás. La desaparición de uno u otro personaje es un tema constante: la madre de la narradora de “La pañoleta” desaparece sin dejar rastro. Paula, la profesora de Lucía, pierde la memoria y vaga por el país durante más de siete años. Cuando puede volver a ponerse en contacto con su familia, sus hijos la tratan con distancia, como a una desconocida. Paolo, un hombre de cincuenta años, abandona un buen día su casa sin ninguna explicación. Sus dos hermanas acuden a una organización que busca personas desaparecidas para tratar de encontrarlo. Marta aprovecha el sueño de Diego para empacar e irse hacia Cali, a casa de sus padres, sin decirle nada. Sandra, Lucía e Isabel recuerdan los amores perdidos y sienten la ausencia del otro como un vacío profundo, que no se puede colmar. Para muchos de los personajes, el mundo se ha dividido en dos en algún momento y han tenido que acostumbrarse a ver cómo sus vidas se han ido alejando de su existencia previa, y cómo aquello que creyeron firme y sólido resultó ser pasajero. Por eso, la solidez de los objetos que dan título a los cuentos parece evaporarse ante la fragilidad de las emociones, de las relaciones humanas y de la vida misma, que no resiste el paso del tiempo o los accidentes de la existencia. El anillo que lleva Lucía como una especie de homenaje a Paula, una forma de emular su amor por la literatura, el encanto de su personalidad y la excelencia de su trabajo, es visto por ésta con un interés pasajero: “Qué bonito,” dice. “Tenía uno así, muy parecido.” Y más adelante le propone a Lucía contarle cómo lo perdió. En realidad, el gesto de Lucía de llevar el anillo resulta bastante insignificante frente a la enormidad de la pérdida de Paula: su marido, convencido de que ella había muerto, regaló todas sus cosas. Cuando ella regresa, él se ha casado de nuevo, y no vale la pena tratar de reconstruir su relación. Asimismo, el acordeón de Paolo, guardado amorosamente por su hermana durante todos los años en los que éste estuvo ausente, se convierte no en motivo de alegría, sino en un recordatorio de todo lo que éste ha perdido: la habilidad de hacer música, la cercanía con sus hermanas, la posibilidad de visitar a su hijo. Asimismo, al ver un viejo programa de televisión, Constanza recuerda a su prima Rosa, con quien no ha hablado en muchos años. El programa trata sobre unas aves que se extinguieron poco después de filmado. Cuando vieron el programa, Rosa le había comentado: “Esos pájaros ya no existen… las vidas que tenían se quedaron atrás hace rato. No queda ninguno en ninguna parte del mundo…”. Estas palabras parecen hacer eco al destino final de Constanza, que está perdiendo la memoria y reconoce, con un cierto malestar, que no sabe si el recuerdo que guarda de sus hijos es cierto o es “otra invención de su cabeza revuelta”.
Asuntos familiares (2000), la segunda colección de cuentos de Julio Paredes, también tenía un leitmotiv, como la soledad, la sensación de despojo y la conciencia de la fragilidad de la existencia de los protagonistas de Artículos propios. Pero el tema constante de la colección anterior era el contrario al de esta: los conflictos de Asuntos familiares se desarrollaban, como lo indica el título, en medio del círculo familiar. Los personajes nunca estaban verdaderamente solos, sino que su existencia se definía en relación con los demás. No obstante, la familia no era para ellos un ámbito de compañía y comprensión, sino más bien un espacio estrecho y asfixiante. Los lazos de cariño eran, a menudo, lazos de sujeción y las jerarquías familiares, establecidas por años de costumbre y creencias personales, entraban en conflicto con la precaria individualidad de los personajes, impidiendo la realización de sus deseos y haciendo vanos sus intentos de autoafirmación. Los protagonistas de Artículos propios son, en su mayoría, personas independientes, medianamente satisfechas con su trabajo, y que han logrado hacerse un espacio propio, con pequeños placeres, sus costumbres y rituales. Varios de ellos, como Sandra, la protagonista de “La máquina”, o la narradora de “La pañoleta”, o Lucía, que tarda en decidirse a pasar el año nuevo en casa de su amiga Inés, son personas que tienen cierta dificultad en entablar relaciones, incapaces de descubrir el placer de establecer un contacto íntimo y de tener la paciencia que requiere hacer nuevas amistades. Sin embargo, la soledad no es para ellos un espacio enteramente satisfactorio de la existencia. Aunque Sandra no puede dejar de recibir las invitaciones de su vecina con una cierta aprehensión, pues teme que Ruth esté tratando de hacer amistad con ella para compensar un afecto perdido como si la confundiera con una hija ausente, tampoco puede negar que los saludos diarios de Ruth, un “querida” acompañado de una cogida del brazo, son un contacto bienvenido, porque nadie, en mucho tiempo, se había acercado físicamente a ella. Al pensar en su familia, en la moderación con la que habían llevado a cabo su vida, imitada por ella misma en su vida de soltera, reconoce que conlleva un riesgo: “pasar los días sin que nadie recorriera con delicadeza y lentitud los dedos sobre sus rasgos; alguien que deseara identificarla, separarla de la multitud, determinarla entre los demás sin ninguna aprensión, imprimiéndole a su cuerpo un peso y un volumen que el tiempo no borrara demasiado pronto”.