La cuestión no es decidir si los animales tienen derechos -que los tienen porque sienten el dolor como nosotros. La cuestión es por qué los colombianos no aprendimos el deber de no darles sufrimiento y por qué no respondemos con vergüenza e indignación ante prácticas como las corridas, el coleo o las peleas de gallos.
Leonardo González*
Enfoque equivocado
Recientemente un jugador de fútbol del campeonato colombiano pateó a una lechuza que había caído al campo de juego, luego de ser golpeada por el balón. La lechuza recibió atención médica, pero infortunadamente murió. El jugador fue suspendido temporalmente y fue multado. Además se hizo pública otra denuncia de maltrato animal en el que un “entrenador” de perros de la policía adiestraba a un labrador ahorcándolo con un collar para conseguir la disciplina del animal.
Con este par de casos, que seguramente no serán los únicos, se generó un boom mediático que prendió las alarmas e inmediatamente empezó a hablarse de la protección de los animales, del respeto a su bienestar físico y de los derechos de los animales.
Quisiera señalar que el enfoque con el que se ha tratado el tema no me parece el más apropiado, al menos si lo que interesa subrayar es el respeto del derecho de los animales.
Los animales ¿sujetos de derechos?
En el tema de los derechos hay una suerte de reciprocidad o simetría: todo derecho trae consigo un deber. Cuando A es sujeto de derechos, significa que B tiene el deber de respetar el derecho de A.
Por ejemplo, tener el derecho a la vida significa que los otros deben respetar la vida. Para el caso específico de los animales, si estos tienen el derecho a no ser maltratados físicamente, entonces existe el deber de no maltratarlos.
Por contraste, parece que si no existe un derecho no es necesario respetarlo. Si los animales no tienen el derecho a no ser maltratados, entonces no es necesario respetarlos; pues en este caso, quien lastime a un animal no estaría violando ningún derecho.
Siguiendo esta reciprocidad entre derechos y deberes, parece que para imponer un deber se hace necesaria la existencia de un derecho. Para que debamos respetar a los animales se hace necesario que ellos sean sujetos de derechos. Esta es la idea con la que operan muchos defensores de los animales.
Por ello buscan, en primer lugar, mostrar a toda costa que los animales sí son poseedores de derechos. El segundo paso es saber cuáles son los derechos que poseen los animales. Finalmente, cuando logran armar una declaración de los derechos de los animales, entonces creen poder exigir los deberes correspondientes.
Un compromiso moral
Asumamos que los animales son sujetos de derechos y que, por tanto, existen ciertos derechos que debemos respetar. Pero, ¿es suficiente saber que los animales tienen derechos para que los respetemos? ¿El problema del maltrato a los animales se solucionaría con apelar tan solo al discurso de los derechos de los animales? Personalmente considero que no.
El que los animales sean sujetos de derechos no garantiza que sus derechos sean respetados. No quiero negar la reciprocidad entre derechos y deberes de la que hablé arriba. Lo que quiero señalar es que esta reciprocidad no es obvia: los animales pueden tener derechos, pero esto no es suficiente para que los respetemos, aun cuando tengamos el deber de hacerlo.
¿Qué es lo que falta para que cumplamos con el deber que exige el derecho? En términos académicos, lo que falta es la internalización del deber una vez el derecho se ha legitimado. En términos menos pretenciosos, se requieren dos cosas: primero, que aceptemos como válida la idea de que los animales son sujetos de derechos y, segundo y más importante, que nos identifiquemos con el deber.
Una vez aceptamos el derecho de los animales a no ser maltratados, se requiere un acto de compromiso en el que asumimos el deber que trae aceptar este derecho. Al comprometernos con un deber estamos asumiendo la responsabilidad de actuar de cierta manera y de tener cierta disposición a actuar frente a los animales.
Al adquirir el compromiso y la responsabilidad nos hemos identificado con el deber. Aquí no estoy diciendo que el deber nos obliga a actuar de cierta manera. Identificarse con el deber significa que uno mismo se impone cierta responsabilidad.
De lo que estoy hablando es de la misma diferencia kantiana entre heteronomía y autonomía. Ser heterónomo es actuar regido por leyes externas a uno mismo. Ser autónomo consiste en regirse por las leyes que uno mismo se impone. En ambos casos actuamos regidos por leyes, pero la diferencia radica en el grado de identificación que se adquiere con el deber.
Una persona heterónoma no se identificará con la ley o el deber, porque le han sido impuestos desde afuera; además el grado de responsabilidad depende del temor al castigo que trae violar el deber.
Por su parte, una persona autónoma tiene un mayor grado de identificación con el deber, porque éste ha sido auto-impuesto, y asume enteramente la responsabilidad de actuar en consecuencia con el deber, no por miedo al castigo, sino porque considera que violar el deber es atentar contra lo que ella misma cree.
¿Por qué son maltratados los animales?
Este rodeo ha sido necesario para mostrar que el respeto al derecho de los animales requiere algo más que la mera demostración de que los animales son sujetos de derechos. Hace falta identificarnos con el deber de no maltratar físicamente a los animales.
Es probable que el futbolista que pateó a la lechuza o el “entrenador” que ahorcaba al perro ni siquiera hayan pensado alguna vez si los animales son o no sujetos de derechos; y aún si aceptaran que los animales tienen ciertos derechos, es obvio que estas personas no se han identificado con el deber de no maltratar a los animales.
Por ello considero que el boom mediático que se le ha dado a estos episodios ha estado mal enfocado. El punto principal no es el derecho de los animales, sino la falta de compromiso que tenemos con los deberes que exigen estos derechos. La pregunta interesante no es saber si los animales tienen o no derechos (aunque evidentemente es una pregunta obligada). La pregunta relevante es entender por qué se dan estos casos de maltrato hacia los animales.
Definitivamente, mi intención no es satanizar al jugador de fútbol, quien por cierto ha sido blanco de los medios de comunicación en su afán por conseguir un tema de moda. Incluso este episodio ha tomado dimensiones insospechadas al punto que el jugador ha recibido amenazas.
Pedir respeto a los animales, irrespetando a una persona ¡Qué contradicción! En realidad considero que lo que está mal de la acción del jugador o del “entrenador” es la consecuencia de algo que está mal en la cultura colombiana.
Tampoco quiero defender al jugador, ni mucho menos al “entrenador” de perros. Por supuesto que ambas agresiones son muy reprochables y lamentables. Pero quiero decir que estos acontecimientos se presentan porque la cultura colombiana no es precisamente una cultura de respeto hacia los animales.<
Deber, vergüenza e indignación
Usualmente, cuando los miembros de una sociedad adoptan un deber o una norma surgen ciertos indicadores que nos señalan que el deber ha sido internalizado. Unos de esos indicadores son los sentimientos reactivos de vergüenza, resentimiento e indignación.
Me explico: un deber que debería estar internalizado en una sociedad es el de “no matar”, que surge como una obligación frente al derecho a la vida (lo que por cierto contrasta muy fuertemente con la situación colombiana, donde cada día somos más inmunes al respeto por la vida).
Cuando una persona asesina a otra, el asesino –siempre y cuando no sea un psicópata– sentirá vergüenza porque ha violado la norma; los familiares de la víctima sentirán resentimiento hacia el asesino, y los miembros de la sociedad en general sentiremos indignación.
Cada uno de nosotros está predispuesto a sentir vergüenza cuando comete una falta, y también a sentir resentimiento cuando alguien nos afecta. Igualmente somos capaces de sentir indignación frente a las violaciones de los infractores. Tener esta disposición a estos sentimientos reactivos es una muestra de que hay normas, leyes o deberes que hemos aceptado y con las que nos identificamos.
Me pregunto ahora si los derechos de los animales son ese tipo de cosas que pueden causar en nosotros esta clase de sentimientos reactivos. ¿Sentimos vergüenza cuando maltratamos a un animal? ¿Sentimos indignación cuando alguien maltrata a un animal? No dudo que varias personas sean capaces de semejantes reacciones emotivas. Pero muchas otras, seguramente la mayoría, no tienen una reacción emotiva frente al maltrato animal.
Lo que deseo señalar es que en la cultura colombiana no existe indignación frente al maltrato animal (o no hasta el pasado domingo cuando el futbolista pateó a la lechuza). En Colombia no existe un reconocimiento real de los derechos de los animales.
Por cierto me parece contradictorio que los medios de comunicación condenen al jugador de futbol, pero al mismo tiempo sean inmunes al maltrato de animales que se presenta en otros escenarios. ¿O acaso nos indignamos con las corridas de toros en las que la muerte de un animal, por más ritualizada que sea, es un espectáculo público?
La verdad no veo ninguna diferencia entre patear una lechuza y enterrarle una banderilla a un toro. En ambos casos el animal siente dolor y se presenta maltrato físico.
Raya en la hipocresía tratar de condenar al jugador de fútbol, cuando en Colombia sacamos en hombros a un torero que también ha lastimado a un animal. Es evidente que no nos hemos identificado con el deber de respetar a los animales.
Cultura y educación
Con lo dicho, ya puede ir quedando claro por qué se presentan estos casos de maltrato hacia los animales. Mi respuesta es simple: no estamos educados para respetarlos. No existe una cultura de los derechos de los animales en Colombia.
El episodio con el futbolista y con el “entrenador” pone al descubierto algo muy inquietante: la falta de compromiso, responsabilidad e identificación que tenemos frente a los derechos de los animales. Por ahora el tema está de moda. Pero como siempre sucede en el país, pronto el asunto será parte de las “colombianadas”. En el mejor de los casos veremos a algunos cuantos disfrazados de lechuza en Halloween. Pero hasta ahí llega todo esto.
La pregunta obvia ahora es saber cómo educar a la sociedad para adquirir la cultura de los derechos animales. Traigo nuevamente la distinción entre autonomía y heteronomía. Una forma de educar es apelando al miedo por el castigo. Ejemplos hay miles: “si robas te corto la mano”, “si mientes te golpeo fuertemente”, “si pecas te vas al infierno”, “si secuestras te vas a la cárcel”.
Justamente parece que el castigo fue la opción escogida para el caso del futbolista. La División Mayor del Fútbol, DIMAYOR, lo ha sancionado con una suspensión temporal y con una multa. Y lo curioso es que el castigo lo impusieron, no por el maltrato a la lechuza, sino porque ésta es un símbolo de los hinchas del equipo contrario, así que patear la lechuza significaba provocar a la hinchada.
El castigo sirvió de ejemplo y seguramente nos va a enseñar algo: que debemos temer a la sanción. Esa medida, sin importar qué tan efectiva sea, me resulta heterónoma. Actuaríamos por la imposición externa de un deber y su correspondiente castigo. Sin embargo, el problema de la cultura de los derechos animales sigue intacto. No estamos educados, estamos siendo adiestrados, como animales.
Lo que se debe hacer es generar una educación sentimental (tomo el término prestado del pensador norteamericano Richard Rorty). Debemos entender que los animales tienen derecho a tener derechos; principalmente tienen el derecho a no ser maltratados físicamente. Lo que sigue es crear un compromiso y una responsabilidad frente a ellos.
Esto se logra cuando entendemos su sufrimiento. Cuando nos identificamos con su dolor. ¿Quisiéramos ser pateados por un jugador de fútbol? ¿Desearíamos perseguir un trapo rojo mientras nos entierran banderillas? ¿Nos gustaría ser ahorcados sin razón alguna? Seguramente no.
Y no se trata aquí de igualar a los animales a las personas. Se trata de ser conscientes de que ellos, al igual que nosotros, también sienten dolor. Compartimos algo con los animales. Lo que tenemos que aprender es que si tenemos algo en común, ya no tiene mucho sentido hacer una distinción tajante e insalvable entre los brutos y los hombres, entre los irracionales y los racionales. Pero ese punto común que compartimos con los animales justifica la idea de que merecen respeto y bienestar físico. No olvidemos que después de todo nosotros también somos animales.
* Filósofo y estudiante de Maestría en Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia.