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El internet y la revolución: lecciones del mundo árabe

Escrito por Hernando Gómez Buendía
Hernando Goméz Buendía

Hernando Goméz BuendíaHay una nueva y fascinante interacción entre tecnología, política y geopolítica. El celular y twitter están cambiando el modo de combatir las dictaduras y han   derrumbado el mito del fundamentalismo islámico como raíz del conflicto entre Oriente y Occidente… Y sin embargo el celular y twitter son la mayor debilidad de las revoluciones que ahora comienzan a recorrer el mundo.  

Hernando Gómez Buendía *

La gran novedad 

¿Revuelta callejera? ¿Levantamiento popular? ¿Insurrección? Los medios no han logrado encontrar un sustantivo justo para describir lo que está pasando en el Norte de África y el Medio Oriente. Yo sugiero que lo llamemos revolución, aunque no es claro que lo sea en el sentido que se suele entender en estos casos – no es “un cambio violento en las estructuras políticas, económicas o sociales de una nación”, como dice la Real Academia. Hay, eso sí, mucha violencia en Libia, muertos ha habido en siete países que yo sepa, y es posible que algunos de estos procesos acaben en “revoluciones” hechas y derechas es decir, en cambios drásticos en la distribución del poder y la riqueza. 

Pero en el Norte de África y Oriente Medio ya se ha cumplido una revolución, en el sentido de que ha pasado algo que no se había visto antes en los países “árabes”, ni – lo que es más sorprendente– tampoco se había visto en el resto del mundo[1]: alzamientos masivos de la gente que no están encabezados ni enrumbados por un líder y su círculo cercano de activistas políticos.

La historia por supuesto está llena de protestas, de levantamientos y de insurrecciones –como también de revoluciones hechas y derechas– que tumban o hacen tambalear a un gobierno impopular. Pero todos estos movimientos tienen un líder que encarna el descontento y un puñado de activistas que aseguran el acceso de su líder al poder. Un Cayo Mario o un César con sus legionarios, o un Lenin con sus bolcheviques, o un Gandhi con su Partido del Congreso, o un Fidel con sus barbudos, o un Hitler con sus camisas pardas, o un Walesa con su sindicato, o un Pinochet con sus gorilas, o un Ayatolá con sus clérigos, o un Nasser con sus tenientes, o un golpista fallido con sus cuates, como hay tantos en tantas partes del mundo (y sobre todo del Tercer Mundo).

El líder es a la vez el símbolo y la guía del movimiento popular. Su equipo es quien  captura las palancas del poder y así asegura el cambio del gobierno viejo por el nuevo. Pero en Túnez y en Egipto (donde el dictador cayó), en Libia (donde sigue la matanza), en Argelia, Baréin, Jordania, Iraq, Yemen e incluso Arabia Saudita (países donde aumentan las protestas), no ha habido un jefe conocido y carismático con su grupo “de vanguardia” que conduzca y represente al movimiento. Es “la gente”, o es “el pueblo” o son “las masas”, los que se auto-organizan, exigen y logran -o no logran- resultados.           

Internet entre los mundos 

Ésta, creo yo, es la revolución que estamos presenciando en los países en la zona del Magreb y el Golfo Pérsico. Y aquí el crédito –o por mejor decir, la diferencia específica– corresponde sin duda al celular, a twitter, a facebook y a Google:

-Los medios tradicionales – el periódico, la radio, la TV- son para que  alguien (el jefe) se comunique con muchos. Los nuevos medios funcionan en red, son para que iguales hablen con iguales y el mensaje se propague de la misma manera que los virus: por contagio.

-Los viejos medios son verticales y unidireccionales, los nuevos son horizontales y reticulares. Los primeros conllevan jerarquía, los segundos funcionan por camaradería. O sea que el celular y el internet no necesitan jefes, y sin embargo permiten coordinar las actuaciones de miles o de millones de personas.

Estas tecnologías de comunicación son un producto avanzado de la modernidad – algunos dicen que de la postmodernidad- que sin embargo nos devuelven al tiempo pre-moderno o campesino, cuando las noticias y las consignas políticas se transmitían de boca en boca. Por eso en los países “árabes” está pasando hoy lo mismo que hace 533 años había pasado en un pueblo de España (mejor aún, de la provincia de Córdoba, para ese entonces recién reconquistada de los árabes): al detestado Comendador de Fuenteovejuna no lo mató nadie porque lo mataron “todos a una”[2].

Islamismo y democracia

Este asunto -el de los tiempos sobrepuestos- es crucial para entender no sólo la política sino la geopolítica de los hechos que hoy concentran la atención del mundo entero. En su famoso Choque de Civilizaciones, el profesor Samuel Huntington sostuvo que, caído el comunismo, el enemigo principal de Occidente sería el mundo árabe, porque el islamismo es una antítesis de la democracia[3].

Aunque el argumento tiene cierto mérito[4], la mayoría de los analistas lo considera sesgado, simplista o francamente caricaturesco[5]. Y sin embargo la tesis de Huntington pasó a ser dogma en el proyecto neoconservador de Estados Unidos y en la política exterior de los Bush, con las tres guerras que hoy enredan al planeta.

La cuestión no es el Islam, es el fundamentalismo 

Viendo estamos que en los países musulmanes hay, en efecto, dictadores vitalicios y corruptos. Clasificados según el Índice de Democracia que en 2010 elaboró The Economist  para 167 países del mundo, Arabia Saudita se distingue con el puesto 160, Libia e Irán empatan en el 158, Siria figura en el 152, Sudán en el 151, Afganistán en el 150, los Emiratos Árabes Unidos en el 148, Yemen en el 146, Túnez en el 144, Omán en el 143, Egipto en el 138, Qatar en el 137, Argelia en el 125, Baréin en el 122, Jordán en el 117, Marruecos en el 116, Mauritania en el 115, Kwait en el 114 e Irak en el 111[6].

Pero Turquía y Malí son tanto (o más) democracias que Colombia. Y por supuesto hay también eruditos para quienes  el catolicismo y el confucianismo son otras dos antítesis de la democracia[7]: sin embargo ella existe -más o menos- en América Latina y el Sur de Asia. 

Y la cuestión debe apretarse mucho más: todas las religiones son incompatibles con la democracia quiero decir, todos los dogmatismos religiosos o seculares (el fascismo, el comunismo) cuando pretenden dirigir la política y manejar el timón del Estado.

De suerte que además del fundamentalismo islamista, hay otros dos fundamentalismos  que causaron, sostienen y justifican los horrores de estas guerras:

  • En Estados Unidos, el fundamentalismo cristiano, desde  la “mayoría moral” de Reagan hasta el Tea Party de Palin y compañía, con creencias tan extrañas como que Obama es musulmán, comunista y extranjero, que la evolución y el cambio climático son inventos “liberales”, o que los gays no caben en el reino de los cielos.
  • Y el fundamentalismo sionista, que tiene variantes bíblicas o no bíblicas y hoy es socio del gobierno Netanyahu, con partidos religiosos integristas y dureza extrema frente a Palestina o hacia los ciudadanos árabes del propio Israel.

Surgen las clases medias

Claro está que en Israel o en Estados Unidos el fundamentalismo se reduce a la mitad o a un tercio de la población: a los más atrasados, los más ignorantes, los que más temen a la globalización y son por tanto xenófobos e intolerantes. Son el equivalente, mejor dicho, de los fellah, los campesinos más pobres del Medio Oriente y el Norte de África, como no dice la Real Academia. Tampoco dice mulá (experto en El Corán) ni fedayín (militante), pero estas tres palabras dan una buena idea de dónde tiene raíces el terrorismo islamista.

Turbante,  barbas, túnica y sandalias: esa es la imagen que desde el 11 de septiembre (sino antes) repiten cada día los noticieros de la “aldea global”, y es comprensible que “árabe” signifique para muchos Talibán, y “musulmán” quiera decir Al Qaeda. Lo grave   es que Bush y Blair y Aznar y los señores del Pentágono piensen lo mismo y hayan  montado su política exterior sobre esa imagen.

Pues ¡oh sorpresa! En los casi dos meses que las cadenas internacionales han transmitido en vivo desde El Cairo, Saná, Riad o Bengasi, los televidentes hemos descubierto que hay señoras y niños y taxistas y estudiantes y tenderos que se afeitan, que dicen sensateces, que saben lo que  pasa y hasta hablan idiomas extranjeros, pero no mientan para nada El Corán.

Y es porque allá también existen las ciudades grandes, los colegios, las fábricas, el cine y los demás agentes que en Occidente produjeron la tan cantada “secularización”.

Mientras Estados Unidos y Europa arman la geopolítica alrededor de los fellah, los mulá y los fedayín, la política interna en esa parte del mundo está girando alrededor de lo que tendríamos que llamar las clases medias. La prueba es evidente: estas revueltas, levantamientos o insurrecciones existen porque existen celulares y afiliados a twitter o a facebook. Gentes que pueden pagarlos, que saben leer y saben escribir, en lugar de talibanes que abominan y queman las escuelas.

La web no crea cosas que no existan

Un fantasma recorre el mundo árabe, y ese fantasma es el poder de la web. Pero los nuevos medios de comunicación –el celular, el twitter y demás- son solo eso, medios, y por eso no pueden ni dar origen ni llevar al éxito los movimientos populares masivos que tanta admiración y desconcierto han despertado. 

El Internet sí trasmite por contagio: pero no cualquier “virus” se puede contagiar -si así no fuera, no habría miles de millones de sitios web desiertos, ni habría tanta “campaña” virtual que se queda en secreto-. De suerte que en política, los nuevos medios no pueden masificar cualquier causa, y sólo son eficaces en tanto exista un sentimiento generalizado e intenso desde el cual convoquen a los usuarios de la red.

En el caso de los países árabes, el sentimiento se resume en una palabra: desesperación. Desesperación sobre todo de los jóvenes (dos de cada tres personas tienen menos de 25 años) que no tienen empleo ni futuro (esta fue la chispa que prendió el incendio en Túnez). Y desesperación de quienes no estaban en la camarilla del poder – es decir, de casi todo mundo- con dictadores brutales y de opereta que compiten si acaso con Batista, Videla y sus gemelos latinoamericanos.           

Deponer a estos tiranos fue –o será– un logro formidable. Como sostiene Eva Bellin[8], la no existencia de la democracia en los países árabes (un tema viejo en la ciencia política) se debe sobre todo al enorme poder del cual disfrutan los aparatos coercitivos en esa parte del mundo:

Primero, porque cuentan con los recursos cuantiosos – y constantes – que producen el petróleo o el canal (de Suez).

Segundo, porque las dictaduras han sido promovidas o apoyadas desde Europa y Estados Unidos. Igual que en América Latina, África y el Este de Asia, las dictaduras servían para evitar revoluciones “comunistas” -y por eso no ha habido más golpes desde que terminó la Guerra Fría; pero en el Medio Oriente creo yo que se han dado tres razones, además de la amenaza comunista, para que Washington mantenga dictadores: la seguridad de Israel, el petróleo, y hoy por supuesto la amenaza terrorista del Islam.

Tercero, porque la familia, el clan y en otros casos la secta o el lugar de origen son la base del tejido social entre los árabes, de suerte que los hijos, hermanos o compadres del dictador o el rey controlan el ejército y la policía política, y su vida depende de que no caiga el régimen.

Y cuarto, desde el lado de los súbditos, está la proverbial debilidad de la sociedad civil, o la falta de organizaciones capaces de convocar y movilizar a esa enorme mayoría de descontentos para exigir el cambio del gobierno.

Este precisamente fue el aporte de los nuevos medios de comunicación: al permitir que todos protestaran al mismo tiempo, derrotaron el miedo que permite que una minoría ínfima pero brutal y bien armada mantenga indefinidamente su dominio sobre una multitud de individuos aislados.

Con esto quedaron atrás los 24 años de dictadura de Ben Alí en Túnez, los 30 de Mubarak en Egipto o los 42 de Gadafi en Libia.

La web no lleva al poder 

Las redes sin duda sirven para que noticias y mensajes se difundan con la velocidad de  una progresión geométrica, para que muchos sean receptores y emisores (“ciudadanos activos y pasivos¨) y para coordinar actuaciones simultáneas, como las marchas que han causado la caída de aquellos dictadores.

Pero las redes por sí solas no sirven para llevar a cabo las tareas que exigen jerarquía y disciplina: son descentralizadas y fluctuantes, se prestan más a la conversación que al  despacho de órdenes, no guardan los secretos frente al adversario, y hacen eco muy fácil de las disidencias[9].

Y sin embargo las tareas que suponen jerarquía y disciplina son la clave para que la sublevación, levantamiento o revolución hecha y derecha logren la condición sine qua non del éxito: expulsar a los viejos titulares del poder y reemplazarlos por el líder y su círculo. 

Pero a falta de ese líder y ese equipo, la caída del viejo dictador, si es que cae, no puede tener sino una de dos consecuencias. O un vacío de poder si nadie logra reemplazarlo de inmediato, o una entrega del poder a los únicos que estaban en condiciones de tomarlo: los segundos del viejo dictador, con la esperanza de que se reformen.

Lo primero es el caos y lo segundo es la revolución a ruego. Por eso el  “gobierno de transición” en Túnez está lleno de amigos del ex dictador, Egipto pasó a manos de una junta militar que por supuesto fue cómplice de Mubarak, y Libia se desangra en una guerra civil. Ninguno de estos tres escenarios es la “democracia”, ni siquiera en el sentido mínimo de elecciones abiertas, poderes limitados y rotación del partido o el grupo en el poder.

Y es porque la multitud movilizada puede derrocar un gobierno, pero sólo la ciudadanía organizada es capaz de conquistar la democracia. Ver si un movimiento de masas puede transitar hacia una cultura y unas instituciones duraderas es la cuestión de los 22 países árabes que de veras interesa a los jóvenes de todas partes del mundo.

 *Director y editor general de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí. 

Notas de pie de página


[1] Para ser un poco más  exactos, se trata de algo que había tenido asomos como el de Moldavia en abril de 2009 (marchas masivas contra el gobierno) o el de Irán a raíz del fraude en las elecciones de ese mismo año. Algo que sin embargo no había tenido tanto éxito -ni tanto eco- como la serie de movilizaciones que comenzó en Túnez este 5 de enero y se ha extendido a una buena decena de países.

[2] Lope de Vega publicó su clásico en 1619, pero la obra se basa en un hecho sucedido en abril de 1476, cuando el pueblo airado se juntó con “los alcaldes, regidores, justicia y regimiento” para dar muerte a  “Don Fernán Gómez de Guzmán, comendador mayor de Calatrava, residente en Fuente Ovejuna, villa de la Encomienda”, porque este había hecho “tantos y tan grandes agravios a los vecinos de aquel pueblo, que no pudiendo ya sufrirlos ni disimularlos, determinaron todos de un conocimiento y voluntad, para alzarse contra él y matarle”; del prólogo de la edición de Beatriz E. Perrone, Editorial Huemul, Buenos Aires, 1963.

[3] The Clash of Civilizations and the Remaking of the World Order, Simon and Schuster, 1996. Según la teoría de Huntington, la política internacional y las guerras del futuro no dependerían de ideologías políticas o económicas, sino de las diferencias entre las ocho “civilizaciones” que distingue- la Occidental, la Confuciana, la japonesa, la Islámica, la hindú, la Latinoamericana, la Africana y la Eslavo-Ortodoxa-; pero al autor le preocupa sobre todo la tensión entre Islam y Occidente.

[4] Uno no puede dejar de darle la razón a Huntington cuando recuerda, por ejemplo, que en Afganistán, bajo el gobierno de los talibanes, había un Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, cuyo mandato se extendía a erradicar el consumo de droga y alcohol, perseguir las apuestas y los juegos de azar, evitar las fotografías de personas (porque Alá es un Dios vivo, no una imagen),  desterrar el baile – y la música además (porque el Profeta se tapaba las orejas al oírla), repudiar a las mujeres que anduvieran solas o no llevaran la burka o mostraran algo de sus piernas o usaran medias blancas (porque hacen que los hombres les miren los tobillos), hacer que los varones lleven barbas largas (y bigotes precisos que no tapen los labios), castigar con cuarenta latigazos el sexo entre solteros y con apedreamiento a la mujer adúltera, hacer caer un muro sobre el homosexual (si sobrevive o no, es justicia divina), cortar la mano del ladrón, o reunir al pueblo para que vea cómo el hermano del difunto da muerte al homicida de su hermano. Tomo est http://graphics.eiu.com/PDF/Democracy_Index_2010_web.pdfa lista de un libro reciente y por demás conmovedor de Dexter Filkings, The Forever War, Alfred Knopf, 2008 (cap. 2).  

[5] Entre los críticos más lúcidos de Huntington se cuentan Paul Berman (Terror and Liberalism, Nortorn and Co., 2003), Edward Said (“The Clash of Ignorance”, The Nation, Octubre, 2001) y Amartya Sen (Identity and Violence: the Illusion of Destinity, Norton and Co, 2006).

[6] Economic Intelligence Unit, Democracy Index in 2010: Democracy in Retreat (disponible en http://graphics.eiu.com/PDF/Democracy_Index_2010_web.pdf)

[7] El mismo libro de Huntington explica por qué estas dos religiones también se oponen a la democracia, aunque admite que el catolicismo cambió al respecto desde los años 70; Seymour M. Lipset en cambio insistió siempre en la religión católica implica ideas y prácticas contrarias a la democracia (ver al respecto E. Bell, “Catholicism and Democracy, a Reconsideration”,  Journal of Religion and Society,  volumen 10, 2008 (disponible en http://www.luc.edu/dccirp/pdfs/Articles%20for%20Resourc/Article_-_Bell,_Edward.pdf )

[8] En especial “The Robustness of Authoritarianism in the Middle East,” Comparative Politics (January 2004):  139-57, y “Democratization and its Discontents", Foreign Affairs 87 (4) (Julio/Agosto 2008).

[9] Este asunto se examina en un artículo reciente de Malcom Galdwell que reprodujo Razón Pública “Porqué la Revolución no será twitteada” (New Yorker, Octubre 4 de 2010)

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