La decisión del alcalde de Bogotá vuelve a abrir el debate. La democracia es respeto por las minorías, pero no cuando sus prácticas no son aceptables y cuando sus argumentos no son respetables. Una respuesta razonada a los defensores supuestamente “cultos” de la “fiesta taurina”.
Leonardo González *
Orden del alcalde
El alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, reavivó esta semana el debate en torno a las corridas en la Plaza de Toros de Santamaría: la Administración Distrital revocó “el mandato del contrato 411 de 1999, por el cual ‘se entregaba en arrendamiento a la Corporación Taurina, la Plaza de La Santamaría por seis fechas durante los meses de enero, febrero y marzo hasta el año 2015’” (Resolución 280 del 14 de junio de 2012).
Petro además señaló que la plaza hará parte del sistema de educación distrital: la propuesta es que los mejores poetas y escritores enseñen literatura a los estudiantes de los colegios del distrito.
![]() Petro ha incluido entre sus prioridades la defensa de los animales. Aquí con la famosa perrita Bacatá. Foto: Alcaldía. |
La medida se adoptó porque “las corridas de toros están asociadas a (sic) actividades de tortura que infligen dolor y violencia hacia los animales”; además, “la Corporación Taurina de Bogotá manifestó su negativa a evitar la muerte del toro y no mostró interés en evitar tratos tortuosos hacia (sic) el animal”. Todo esto va en contra de “la política distrital de la protección de los animales de los tratos crueles”.
Adicionalmente, se aclara que la Resolución no atenta contra el Reglamento Nacional Taurino (Ley 916 de 2004), ya que no se están prohibiendo las corridas de toros en Bogotá, sino que, de acuerdo con el mandato constitucional, se termina un contrato cuyo “objeto contraviene la orden de morigerar [1] las torturas y el trato cruel hacia los animales”.
Minoría inconforme
Varias voces de toreros y personas del medio taurino han expresado su inconformidad. La Unión de Toreros de Colombia interpuso una tutela en contra del Distrito donde además de recalcar la importancia de la tradición de la tauromaquia, reclama el derecho al trabajo y a la libertad de escoger oficio.
Otros piden “que el toreo no caiga otra vez en manos de un capricho político”. Y también se sostiene que la medida trae perjuicios económicos para las personas que “viven de las corridas de toros”.
Felipe Negret, gerente de la Corporación Taurina, dijo que la decisión es una “amenaza contra las libertades individuales” e implica un “‘clarísimo detrimento patrimonial” (por las temporadas faltantes, Bogotá dejaría de recibir 5.000 millones de pesos). Negret cree tener “los argumentos jurídicos para defender las corridas de toros y hacer uso de la plaza de toros”.
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Antonio Caballero va más allá al sugerir que el alcalde falta a su promesa de realizar una “democracia de multitudes”. La medida de la alcaldía, dice Caballero, atenta contra los intereses de la minoría que promueve la tauromaquia. Y esto puede resultar antidemocrático en el sentido en que la democracia “no solo consiste en inclinarse ante la fuerza de las mayorías, sino igualmente en respetar y defender los derechos y los intereses de las minorías, aunque sus gustos no se compartan”. En breve, la medida del Distrito sería una clara discriminación en contra de la minoría taurina.
Discriminación y minorías
Estoy de acuerdo con Caballero en que la democracia, además de inclinarse por las mayorías, consiste en el respeto de las minorías. Añadiría que el valor central de la democracia es la tolerancia: en palabras de Martha Nussbaum, “vivir en democracia implica respetar el derecho de las personas a elegir estilos de vida con los que no estoy de acuerdo” [2].
Para ser miembro de una democracia es necesario saberse parte de un conjunto diverso y variado. Si en una sociedad todos –o casi todos– fuéramos iguales, entonces tendríamos una “tiranía de la mayoría” antes que una democracia.
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Una persona respetuosa de la democracia y, por tanto, tolerante diría: “aunque estemos en desacuerdo, usted es miembro de la sociedad como yo. Usted está protegido por la misma ley y también tiene el derecho de escoger cómo vivir. Aprecio mi independencia, como supongo que usted aprecia la suya; por eso entiendo que mi modo de vida, al igual que el suyo, no es el único. Existen muchas prácticas distintas con las que no estoy de acuerdo, pero defenderé profundamente el derecho a que seamos distintos” [3].
En este sentido parece que el Distrito debería permitir las corridas de toros, ya que, aunque Petro no esté de acuerdo, éstas expresan un estilo de vida específico. Los taurinos deberían tener tanto derecho como cualquier otro ciudadano de ejercer su estilo de vida. De modo que la decisión del Distrito parece una discriminación hacia una minoría.
¿Pero realmente este es un caso de discriminación hacia la minoría taurina? Respuesta: ¡No! La razón: solo se puede exigir respeto, tolerancia e inclusión cuando uno mismo ha entrado en el juego de dar y pedir razones.
Pero la Corporación Taurina –como institución representante de los taurinos– no ha entrado en este juego; y en reunión con el Distrito “manifestó su negativa a evitar la muerte del toro y no demostró tampoco el interés de evitar los tratos tortuosos hacia el animal”.
El Distrito ha aclarado que no está en contra de las corridas de toros, sino en contra del maltrato y la tortura de los animales. Podrían realizarse corridas sin la muerte del animal. Pero la Corporación Taurina responde que “la muerte del toro es esencial para la fiesta brava”.
En este sentido, es muy extraño que los taurinos exijan tolerancia cuando ellos mismos no están dispuestos a un diálogo, ni a ceder. Es irónico que los taurinos se sientan discriminados por el “capricho” autoritario del Distrito, cuando en realidad los únicos que están tratando de imponer su posición, sin ceder una pizca, son los propios taurinos.
¿Tolerancia hacia toda minoría?
Es un error creer que una minoría, por ser minoría, debe ser protegida. Antonio Caballero supone que las democracias deben respetar los derechos y los intereses de las minorías:
- Pero, en primer lugar, no todas las prácticas de una minoría deberían ser preservadas (por ejemplo, no quisiéramos preservar la práctica de la ablación que algunas minorías indígenas realizan).
- Y, en segundo lugar, “ser minoría” no es una razón que justifique ciertas prácticas o creencias; faltan razones que justifiquen por qué los intereses de una minoría deben preservarse y respetarse.
La minoría taurina ha expuesto sus razones para justificar esta práctica:
- Una primera razón es que la tauromaquia es una tradición cultural muy importante y, por tanto, debe preservarse y respetarse. Este argumento falla por el simple hecho de que “una tradición no se justifica solamente por ser tradicional”. La tradición no es “buena” por ser tradición.
- Una segunda razón es que la tauromaquia es económicamente rentable y, por tanto, es beneficioso y útil preservarla. Este argumento es muy débil: una práctica no se justifica por ser rentable (por ejemplo, no vamos a justificar el narcotráfico porque sea rentable).
Este par de razones pro–taurinas no son las únicas, pero sí son las mejores; y francamente son muy débiles.
Respeto y responsabilidad
Con lo anterior solo quiero mostrar que los argumentos de la minoría taurina no son suficientemente fuertes, como para que este tipo de protección se justifique. Si esta minoría entra en el juego de dar y pedir razones, llevaría las de perder. Además, los taurinos deben poder explicar por qué está justificado torturar y maltratar al toro.
![]() La Corte Constitucional ha limitado el alcance de las corridas de toros, aun cuando reconoce que es una expresión cultural. Foto: Wikipedia |
Sinceramente no creo que los taurinos puedan justificar tales actos de crueldad y de violencia. Torturar al toro de lidia equivale a demostrar incapacidad para sensibilizarse con otras formas de vida distintas de la humana. Es muy miope — léase antropocéntrico — creer que podemos hacer sufrir a otro ser vivo por nuestro “derecho al disfrute”.
Los taurinos deben entender que ahora los animales tienen derecho a tener derechos. Es un asunto de reconocimiento y de responsabilidad:
- reconocer que el hombre comparte el mundo con otros seres vivos (el llamado “giro ecológico”).
- Y que esta convivencia exige asumir una responsabilidad de nuestra parte: responder por el bienestar de aquellos que hemos reconocido. Es aquí cuando empieza a tener sentido el que los animales también sean sujetos de derechos.
Una vez reconocemos que los animales tienen derechos empezamos a incluirlos como miembros del círculo dentro del cual tenemos ciertos deberes. En este sentido, es contradictorio que los taurinos exijan respeto y tolerancia a sus derechos e intereses, y al mismo tiempo pasen por encima de seres vivos que también tienen derechos.
¿Con qué autoridad exige respeto una minoría que no respeta? ¿De qué modo podremos respetar a una minoría incapaz de respetar? Si no respetan, no pueden pedir respeto.
* Filósofo y estudiante de Maestría en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.