El umbral se adoptó para reducir el exceso de partidos o movimientos, y para que surgieran pocos partidos, pero fuertes. Hoy tenemos menos partidos, unos engordados a base de burocracia y otros débiles y tambaleantes. ¿Valió la pena?
Felipe Botero *
Foto: carlosalbertobaena.com
Partidos minoritarios amenazados
Ante la inminente entrada en vigencia de un nuevo umbral electoral del 3 por ciento a partir de las votaciones del año entrante, varios partidos minoritarios — encabezados por el Movimiento Independiente de Renovación Absoluta (MIRA) — presentaron una demanda ante la Corte Constitucional donde arguyen que la reforma es inconstitucional porque viola el derecho a la participación política.
Para no entrar en la polémica sobre quién tiene la razón, prefiero dedicar estas líneas a algunas reflexiones sobre el trasfondo del debate: la calidad de los partidos políticos y, por ende, de nuestra democracia.
¿Qué es el umbral y para qué ha servido?
Foto: Omar Vera |
Primero que todo, vale la pena explicar qué es un umbral y por qué se adoptó en Colombia. Un umbral electoral es un mínimo de votos que debe obtener un partido o movimiento político para poder tener representación en el Congreso o en algún otro órgano colegiado. Es decir, es un requisito que deben cumplir los partidos o movimientos que aspiren a ocupar curules. En tal sentido, el senador Baena está completamente en lo cierto cuando afirmó que adoptar un umbral es «poner barreras».
En efecto, de eso se trata: se erigen barreras para que no cualquier partido o movimiento tenga acceso al poder, con el fin de dar estabilidad al sistema político y mejorar la gobernabilidad. Muchos países utilizan umbrales, que van entre el 0,6 por ciento en Holanda hasta el 10 por ciento en Turquía.
En el caso colombiano, la reforma constitucional de 2003 estableció por primera vez el umbral, en medio de drásticos cambios del sistema electoral, bajo la célebre consigna: «o nos reformamos o nos reforman». Justo antes de la reforma, habíamos vivido la época dorada para la fragmentación política:
· El senador número cien solía conquistar su curul con apenas cuarenta mil votos.
· En 2002, la votación más baja que obtuvo curul fue del 0,39 por ciento de los sufragios válidos.
· La competencia en la Cámara era igual de intensa. Una circunscripción media — como la de Atlántico que otorgaba siete curules —tuvo 49 aspirantes en 2002, es decir siete candidatos por cada uno de los cargos disponibles. Allí, la votación más baja que obtuvo curul fue del 6,2 por ciento.
Este panorama de atomización y permisividad del sistema electoral hacía las delicias de los políticos, al soltar las amarras de los partidos. ¿Para qué proyecto ideológico de largo plazo? ¿Para qué programas articulados? ¿Para qué disciplina y lealtad a las jefaturas nacionales? Bastaba con juntar un par de líderes locales — tal vez bajo la promesa de una paloma de unos meses en el Capitolio y una abultada pensión — y salir a conseguir los voticos.
La reforma política de 2003 intentó remediar esta situación al adoptar la lista única, lo cual cerraba definitivamente la posibilidad perversa de que un mismo partido presentara dos listas… o dieciocho.
Adicionalmente, los congresistas adoptaron el sistema D’Hondt[1] y un umbral, que originalmente se fijó en 2 por ciento de los votos válidos para Senado y 50 por ciento del cociente electoral para la Cámara[2].
Y en efecto la reforma del 2003 logró uno de sus objetivos principales: reducir notablemente la inestabilidad derivada de un sistema donde setenta «partidos» obtenían curul.
Ahora bien, la reforma adoptada mediante el Acto Legislativo 01 de 2009 elevó el umbral:
· para el Senado, al 3 por ciento de los votos válidos;
· para la Cámara, al 50 por ciento del cociente en todas las circunscripciones.
Suponiendo que los votos válidos para Senado lleguen a los doce millones en 2014, el umbral sería del orden de 360.000 votos. Se trata de un aumento considerable sobre el umbral en la elección anterior: aproximadamente 245. 000 votos.
Menos partidos, ¿menos democracia?
Foto: Miguel Olaya |
La pregunta de fondo es: ¿qué tipo de partidos necesita la democracia colombiana? La respuesta, desde mi punto de vista, no viene dada exclusivamente por el umbral electoral.
Si de las múltiples reformas políticas puestas en marcha desde 1991 se desprende alguna conclusión clara, es la siguiente: los partidos no se fortalecen por decreto. Muy pocos partidos hacen la tarea de construir bases sólidas de apoyo alrededor de una ideología o de un proyecto político bien definido.
La gran excepción s el MIRA. Pero dada su naturaleza de partido cristiano, justamente el MIRA tiene un potencial de crecimiento limitado, a cuya asíntota posiblemente se está acercando.
El nuevo umbral puede dejar por fuera partidos y movimientos que en el pasado cercano han jugado papeles significativos: MIRA, Polo Democrático Alternativo, Movimiento Progresistas.
Con la excepción del MIRA, los demás no han logrado armar un proyecto de largo plazo, razón por la cual sucumben a rencillas entre líderes y sufren bajas de cuadros políticos oportunistas, tránsfugas hacia otros movimientos que estén en la cresta de la ola.
El resultado ha sido claro desde 2003: el sistema político colombiano optó por partidos grandes. El sesgo explícito del sistema favorece a las mayorías en detrimento de las minorías. Ese es el costo que decidimos pagar por un sistema supuestamente más estable.
El problema radica ahora en que las mayorías que surgen de las elecciones no se traducen en partidos sólidos, capaces de convertir al poder legislativo en verdadero contrapeso para el Ejecutivo: apenas son correa de transmisión.
Sería mejor pensar en ajustes institucionales o en incentivos que verdaderamente favorezcan el fortalecimiento de los partidos. Pero eso no se logra a base de umbrales.
* Profesor asociado y director del Doctorado y la Maestría de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. fbotero@uniandes.edu.co
@fboteroj
[1] El sistema de D'Hondt es una fórmula electoral, creada por Victor d'Hondt, que permite obtener el número de cargos electos asignados a las candidaturas, en proporción a los votos conseguidos. Tras escrutar todos los votos, se calcula una serie de divisores para cada lista. La fórmula de los divisores es V/N, donde V representa el número total de votos recibidos por la lista, y N representa cada uno de los números enteros de 1 hasta el número de cargos electos de la circunscripción objeto de escrutinio. Una vez realizadas las divisiones de los votos de cada candidatura por cada uno de los divisores desde 1 hasta N, la asignación de cargos electos se hace ordenando los cocientes de las divisiones de mayor a menor y asignando a cada uno un escaño hasta que éstos se agoten. A diferencia de otros sistemas, el número total de votos no interviene en el cómputo. (Tomado de Wikipedia).
[2] Salvo para las circunscripciones con sólo dos representantes, en cuyo caso el umbral se fijó en una tercera parte del cociente.