Es posible que el mundo vaya hacia más tolerancia, pero esto no incluirá el tráfico de cocaína ni aliviará la situación de Colombia. Un análisis informado y realista de dónde estamos y para dónde vamos.
Iván Briscoe*
Un paso adelante
Aunque no logró convertirse en el punto de inflexión del regimen actual sobre las drogas, ni derrumbar el imaginario conservador acerca de los estupefacientes (sobre todo, el miedo de un delirio asesino en las carreteras), la Proposición 19 sobre legalización del uso, producción y venta de marihuana en el Estado de California marcó otro avance hacia la revisión del prohibicionismo en relación con las drogas blandas.
Mientras Holanda, Portugal y Argentina, entre muchos otros, han suavizado su control del consumo de la marihuana -en Portugal, la liberalización se extiende a todas las drogas- California logró poner un nuevo techo: más del 40 por ciento de la población votó por este cambio. Además, lo hizo en el medio del avance electoral a escala nacional y mundial, aunque no californiana, de una derecha radicalizada.
Sin embargo, vale la pena preguntar si la progresiva, y posiblemente imparable legitimación del uso de la marihuana tendrá influencia sobre un tema mucho más difícil de resolver. Las drogas duras -la cocaína, la heroína y algunas anfetaminas- que siguen sujetas a una prohibición casi universal, justificada en diferentes grados por sus altos poderes adictivos, la marginalización social que nutren, y sus vínculos con los más sangrientas bandas criminales.
Progresismo trasnochado
Cuando la Comisión sobre Drogas y Democracia, integrada por tres ex presidentes de América Latina, se declaró a favor de la descriminalización de la marihuana en 2009, su propuesta ya tenía una débil relación con el núcleo del problema. En efecto, la Comisión proponía una medida de reacomodo jurídico ante una evidente realidad social: según la Oficina de las Naciones Unidas sobre Drogas y Delito (ONUDD), hasta 190 millones de personas pueden ser consideradas usuarias de cannabis (o sea que han probado marihuana durante el último año).
Pero en términos de respuesta a la ola de violencia en México o a la inestabilidad crónica de América Central, la descriminalización de cannabis se asemejaba a las apologías oficiales sobre la esclavitud: inocua, tardía, y felizmente ignorante de las nuevas variedades de esclavitud en el mundo.
De hecho puede decirse que la propuesta de la Comisión llegó treinta años demasiado tarde. Durante los setenta, especialmente en Colombia y en México, hubo un importante comercio transnacional de marihuana, que sentó las bases de los sucesivos imperios criminales de Medellín, Cali, Juárez y Sinaloa. Pero aquella época terminó.
Hoy por hoy ni siquiera la ONUDD -faro de la prohibición y erradicación de todos los cultivos- se interesa en la marihuana. Según su último Informe Mundial sobre las Drogas, el organismo ha dejado de lado el cannabis como prioridad en su análisis del problema. La razón: la mayor parte de la planta destinada para el consumo se cultiva en los mismos países donde se consume, sobre todo Canadá, Estados Unidos y varios países europeos.
Hoy en día, hay probablemente más tráfico internacional ilegal de tabaco que de cannabis, y en la práctica, más prohibición también. Si la última frase suena exagerada, hay solamente que mirar el caso de Holanda. Allí, como en la gran mayoría de países europeos, está prohibido fumar tabaco en los lugares públicos. En los coffee shops, sin embargo, se fuma la marihuana libremente mientras que es necesario salir a la calle para consumir un cigarrillo "normal".
Una droga blanda
Según el filósofo lacaniano Slavoj Zizek, la marihuana es la versión del opio perfeccionada por el capitalismo. Ofrece un momento de escape o de euforia leve, y – si no se usa en exceso ni se utiliza el "skunkweed" (la variedad nociva y químicamente fortalecida) no afecta demasiado los niveles de productividad y comportamiento profesional. Su uso controlado y maduro es equivalente, en este sentido, a la droga "soma" descrita por Aldous Huxley en Un Mundo Feliz, en contraposición al éxtasis alucinógeno inducido por la adicción al laudanum de Thomas de Quincey.
Al mismo tiempo, hay poca evidencia de que las experiencias sujetivas provocadas por cada droga se hubieran tomado en cuenta al adoptar el régimen prohibicionista internacional, donde el cannabis tiene el mismo tratamiento que la cocaína y la heroína. Bajo las tres Convenciones que sentaron las bases del sistema actual, las tres drogas están sujetas a los mismos controles legales. Además, la última Convención (de 1988), que es también la más dura, urge a los países a criminalizar la posesión para consumo personal de todas estas drogas.
¿Demoler el régimen?
Hay expertos destacados en el campo de las drogas que defienden la progresiva demolición del régimen actual, avanzando por el único camino posible: grietas en las Convenciones, coaliciones proclives al cambio, y pequeñas victorias simbólicas.
Tratados intocables
Obviamente, el camino más directo sería modificar los tratados -y darle, por ejemplo, a cada Estado la potestad de moldear sus propias leyes- lo cual supone votación mayoritaria en el seno del órgano rector del régimen, la Comisión de Estupefacientes en Viena.
Allí, sin embargo, los obstáculos serían gigantescos. La Comisión tiene 53 miembros, 26 de los cuales montaron una rebelión extremadamentre inusual el año pasado cuando insisteron en la validez de un enfoque basado en la reducción de daños – abasteciemiento de jeringas a drogadictos, por ejemplo- dentro de las reglas actuales. Pero fueron una minoría. El bloque prohibicionista que incluye a Suecia, Japón, todos los países islámicos y otros, se mantuvo firme y sin fisuras. Rusia, por su parte, parece ser mucho más fanática que Estados Unidos bajo el Presidente Obama. En una curiosísima inversión de papeles, su zar anti-drogas, Viktor Ivanov, hizo una gira por Estados Unidos antes del voto sobre la Proposión 19 para denunciar una iminente relajación de las reglas.
Aprovechar las fisuras
En este contexto, donde la modificación de los tratados parece imposible y el retiro unilateral del sistema puede ser peligroso para los intereses nacionales, es preferible -según Transform y muchas otras organizaciones- aprovechar los agujeros en las Convenciones. Se puede, como ya se ha hecho:
- Apuntar a la tolerancia establecida en los tratados hacia el uso médico;
- Explotar los conflictos con otras Convenciones, notablemente las de derechos humanos, o
- Avanzar hacia la legalización de los eslabones débiles de la prohibición, como el cannabis.
- Además, coaliciones informales de países podrían desviar la prohibición en conjunto.
Poco a poco, según esta narrativa, los tratados perderían su vigor y su universalidad, dando lugar a un menú de regulaciones nacionales mucho más amplio y contextualizado.
Derecha anti-prohibicionista
Además, esta estrategia de la realpolitik parece haberse fortalecido con el auge de la derecha en Europa y en Estados Unidos. El líder espiritual del Tea Party, Ronald Reagan, inició el combate integrista y beligerante en contra de la produción, tráfico y consumo de las drogas (a pesar de ciertos desvíos de las agencias de inteligencia bajo su mandato durante las guerras civiles de América Central). Pero los lemas del movimiento, a favor de la libertad individual y el gasto reducido del Estado, conducen a un enfoque distinto del de la prohibición.
La crisis financiera de los Estados de la Unión Americana, que en gran parte pagan el encarcelamiento de los reos acusados de tráfico menor en el país, refuerza el argumento a favor de una relajación de las reglas.
George Soros, predicador de un liberalismo sofisticado, financió la campaña a favor de la Proposición 19. Pero fue el Instituto Cato, un think tank de derecha inmaculada, quién hace poco salió a defender el sistema de descriminalización de Portugal.
¿Y el narco-tráfico qué?
En términos prácticos, la Proposición 19 y muchas otras innovaciones más exitosas en cuanto al tratamiento, regulación o defensa del uso regulado de los estupefacientes, tienden a minar el edificio de la prohibición.
Pero volvemos a la pregunta inicial: ¿influirá una previsible relajación de ciertas partes del monolítico régimen prohibicionista sobre la guerra que se está librando contra las drogas duras, y sobre todo, contra el tráfico internacional de éstas?
Es difícil negar que la guerra haya sido un rotundo fracaso. La violencia extrema, el control político y social de puntos neurálgicos en las rutas de las drogas por parte de organizaciones criminales -en América Central, en África Occidental y en Asia Central- y el acceso cada vez mayor a estas drogas en los países de gran consumo, ponen de relieve las fallas de la represión.
Más dureza en vez de menos
Al mismo tiempo, las posiciones moderadas y racionales continuamente justifican la legalización de las drogas blandas, mientras que abogan por redoblar esfuerzos inteligentes en contra de los carteles que se lucran del tráfico de la cocaína, la heroína y las anfetaminas.
- La Comisión sobre Drogas y Democracia adoptó exactamente esta política en favor, digamos, de una guerra selectiva.
- En Holanda, la regulación del consumo del cannabis ha ido mano a mano con aumentos en las sentencias penales contra traficantes de sustancias mas letales (la posición de Calderón en México es parecida).
- La mayoría de países europeos elogian el enfoque de la reducción de daño. Mientras tanto, sus ministros de interior acaban de promover un nuevo pacto contra el narcotráfico que se asemeja en partes a la vieja retórica de la era Reagan, con el fin de mantener el narcotráfico y el crimen organizado fuera de las fronteras de la Unión Europea, con o sin el consentimiento de los países afectados.
Salud versus violencia
Hay preocupaciones muy válidas acerca de un libre mercado en cocaína o heroína. Los estudios neurológicos muestran los altos niveles de adictividad de estas drogas, y por ende, la alta probabilidad de que surja una nueva ola de jóvenes consumidores si se legalizaran. Estas son drogas cuyos efectos sobre el consumidor son innegablemente nocivos: afectan el cuerpo y la mente, eliminan el libre pensamiento y aniquilan la individualidad.
Pero si tomamos en serio los efectos de la represión en los países de producción y tráfico, es esencial planificar algún tipo de cambio del sistema represivo actual, con todas sus consecuencias lucrativas para las redes criminales en países de gran pobreza e instituciones vulnerables.
Y aquí enfrentamos el problema crítico, el corazón de la paradoja. Si se levanta la represión, aún por pasos graduales y cautelosos, no hay garantía de que vendrá una época de paz en Ciudad Juárez, ni una vida pública más estable y próspera en Guatemala o Guinea Bissau (desde donde estoy escribiendo este artículo).
El narcotráfico se implanta en lugares donde es fácil negociar por medio de "plomo o plata", preferiblemente la última. Esta "industria" se instala en lugares que ya están corrompidos, viciados por sus autoridades, afligidos por la desigualdad; en ellos se institucionaliza, podemos decir, como respuesta a la guerra burocrática y de baja intensidad que enfrenta.
El peor de los mundos
La pesadilla de un mercado más libre de drogas, de todas las drogas, sería un período de inestabilidad continua en estos países -tal vez marcada por la evolución de los grupos criminales hacia otras actividades: el secuestro, el tráfico de armas y de humanos- acompañado por un repunte de la adicción en los países consumidores.
Sería el peor de los mundos. Y por eso cada vez más políticos y formadores de opinión apoyan una legalización parcial, acompañada de una intensificación de la guerra contra el tráfico internacional, o contra el crimen organizado en su totalidad.
No es inevitable que ésta sea una combinación mortífera resultado de un libre mercado de drogas. Si se creara, por ejemplo, un fondo de desarollo para los países de tráfico, financiado por un impuesto sobre las ventas legales de la droga, tal vez podría evitarse semejante desenlace. Muchas otras políticas bien diseñadas, de control y regulación, también ayudarían a modular los efectos de la legalización.
Sin embargo, como dije anteriormente, vivimos en una época de derecha renaciente. Hay razones profundas de contexto, ideología y economía que apuntan al debilitamiento del regimen prohibicionista, pero no garantizan que la relajación del régimen se maneje a la luz del interés general, ni con especial cuidado, ni que se elimine la guerra contra las drogas en los lugares donde sus efectos son más violentos y duraderos.
* Instituto de Investigación de Conflictos, Instituto Clingendael, La Haya. Politólogo y filósofo. Especialista en economía política en países post conflicto, experto en drogas en América Latina y África.