El patrimonio cultural: ¿para la UNESCO o para la gente? - Razón Pública
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El patrimonio cultural: ¿para la UNESCO o para la gente?

Escrito por Manuel Sevilla

Partera escuchando sobre la barriga de una embarazada

Manuel SevillaLa partería tradicional del Pacífico y la Semana Santa de Popayán son dos muestras de nuestro rico patrimonio cultural. Sin embargo, ¿hacen parte estas expresiones del sentir cotidiano de la nación o solo son reconocidas por las entidades especializadas?

Manuel Sevilla*

Dos noticias

En cuestión de un par de semanas los colombianos nos enteramos de dos buenas noticias para el patrimonio cultural de la nación.

  • En su sesión del 7 de octubre, el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural emitió un concepto favorable para que los saberes de la partería tradicional del Pacífico colombiano fueran incluidos en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial del ámbito nacional (LRPCI).
  • Doce días después, el 19, la Corte Constitucional declaró exequible el artículo 4º de la Ley 891 de 2004 que declara patrimonio cultural de la nación a las Procesiones de Semana Santa y el Festival de Música Religiosa de Popayán, y que hace posible asignar recursos públicos para su salvaguardia.

Al igual que en otras ocasiones, los grandes medios de comunicación del país reseñaron los anuncios en sus secciones de cultura y los actores locales expresaron su beneplácito, desde las muy institucionales Asoparupa y Junta Permanente Pro Semana Santa, hasta muchos ciudadanos que aplaudieron las buenas nuevas en Twitter y Facebook.

Cuando bajó la espuma y ya con un poco de perspectiva, ambos casos nos permiten reflexionar sobre la forma como los colombianos nos relacionamos con nuestro patrimonio cultural en la vida cotidiana.

Patrimonio cultural del día a día

Festival de Negros y Blancos.
Carnaval de Negros y Blancos.  
Foto: Wikimedia Commons

La decisión del Consejo Nacional de Patrimonio consistió en recomendar la inscripción dentro de la LRPCI de los “saberes asociados a la partería afro del Pacífico”, un nombre sintético que denomina a un complejo cultural presente a lo largo de esta región y que incluye concepciones del cuerpo humano, de sus ciclos reproductivos y manejo de tratamientos naturales así como nociones de espiritualidad, entre otros.

Con ello aumenta a 21 el número de manifestaciones inscritas en la LRPCI, donde ya están expresiones culturales tan contrastantes como el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto (fastuoso y abierto a todos los que quieran participar) y el Hee Yaia Keti Oka o Conocimiento Tradicional (Jaguares de Yuruparí) para el manejo del mundo de los grupos indígenas del río Pira Paraná, en el Vaupés (reservado y transmitido a través de redes locales).

Los saberes de partería tradicional trascienden los límites de lo que habitualmente se reconoce como “lo cultural”.

Hay varias características que hacen de los saberes de partería del Pacífico una manifestación particular: estos no se limitan a un solo punto geográfico sino que se extienden por un amplio territorio con muchas comunidades (Asoparupa, la organización que mantuvo la interlocución con el Ministerio de Cultura, tiene sede en Buenaventura y desde allí se coordinaron muchas acciones del proceso conducente a la inscripción).

Además, estos tienen una estructura social jerarquizada en torno a las sabedoras que poseen conocimientos empíricos (también hay hombres parteros), y supone una particular relación con la naturaleza que se ha construido con el tiempo y que se transmite –no sin dificultades- a las nuevas generaciones. Todos estos son aspectos que exigen estudios a fondo para su mayor conocimiento, y de la mano de las comunidades, como quedó expresado en el Plan Especial de Salvaguardia que se dio a conocer en la sesión del 7 de octubre.

Pero el rasgo más relevante para nuestra discusión aquí es el hecho de que los saberes de partería tradicional trascienden los límites de lo que habitualmente se reconoce como “lo cultural” y se involucran en otras dimensiones de la vida social como los ciclos reproductivos de la mujer, la sexualidad y la salud de los recién nacidos.

Es decir, significa el paso de una concepción del siglo XVIII que equiparaba a la cultura con el desarrollo estético e intelectual (concretado en obras de arte) a una concepción antropológica contemporánea que la equipara con formas propias de ver el mundo (que incluye las artes, pero que se manifiesta en todas las esferas de la vida comunitaria, incluso en algunas tan “poco culturales” como la salud pública).

Este tránsito entre concepciones de cultura ha sido objeto de discusión académica entre los estudiosos del patrimonio cultural, y hay que decir que en términos generales las políticas del Ministerio de Cultura reflejan una postura que está a tono con la mirada antropológica de amplio espectro del presente.

Pero nuestra preocupación no es por las políticas sino por la forma como los ciudadanos particulares nos relacionamos con el patrimonio cultural. Por las pobres condiciones de acceso a los servicios de salud y por la concepción misma de la vida familiar, los saberes patrimoniales de la partería forman parte del día a día en Buenaventura y muchos otros puntos de la costa Pacífica.

Pero, ¿y el resto de colombianos? ¿Vemos al patrimonio cultural como algo exclusivo de artistas y especialistas o como algo que vivimos en nuestra cotidianidad? Y no hablo solo de la partería, sino de los edificios patrimoniales que integran nuestro panorama urbano, los saberes que subyacen en la música vallenata o la estructura social campesina detrás de una taza de café (todos ellos reconocidos como patrimonio cultural de Colombia).

¿Semana Santa en riesgo?

La otra noticia reciente tuvo que ver con una demanda interpuesta por una ciudadana que afectaba a las celebraciones de Semana Santa en Popayán. La demanda abarcaba toda la ley que declara a las procesiones y al festival como patrimonio cultural de la nación y que dicta “otras disposiciones” al respecto.  

El argumento de la demandante iba específicamente en contra de esas “otras disposiciones”, que incluyen la asignación presupuestal para su celebración, lo que a su juicio desconoce los principios de neutralidad religiosa del Estado colombiano.

Ante ello, y por mayoría, la Corte Constitucional decidió que si bien, “la subvención […] con dineros públicos tiene impacto en un hecho religioso” existe una “justificación secular importante, verificable, consistente y suficiente” para ello y por lo tanto no se vulneran los principios laicos de la Constitución.

La reacción de muchas personas en Popayán fue de alivio porque “se salvó la Semana Santa” (así lo tituló la Revista Semana) y porque se ratificó a esta celebración como patrimonio inmaterial de la humanidad. Lo relevante para nuestra discusión no son los límites entre lo religioso y lo cultural (un asunto espinoso que amerita estudio y frente a lo cual tres magistrados manifestaron desacuerdo o reservas), sino la confusión respecto a lo que estaba en riesgo.

Lo que estuvo en riesgo fue la posibilidad de hacer uso del presupuesto oficial para llevar a cabo la celebración de la Semana Santa en Popayán, pero no su valor patrimonial ni mucho menos su continuidad.

Y la razón es muy clara: aunque se hubiera declarado inexequible la ley, las procesiones de Semana Santa de Popayán tienen una sólida base social y cultural que les dan soporte y que va más allá de su declaratoria oficial nacional y mundial a través de la UNESCO.

Eso lo puede constatar cualquiera que las visite o cualquiera que se anime a explorar lo que pasa el resto del año en la capital del Cauca en términos de transmisión generacional del sentido simbólico (hay cientos de niños que nutren las Procesiones Chiquitas y es un decir local que en Popayán “las madres no dan a luz hijos si no cargueros”), atención y cuidado de los pasos, y valoración de los ciudadanos por el que es quizás el máximo evento social y cultural de la ciudad.

Los saberes patrimoniales de la partería forman parte del día a día en Buenaventura.

Es cierto que un fallo distinto de la Corte habría afectado seriamente las finanzas de la organización que hoy coordina las Procesiones y el Festival, pero también es cierto que la fuerza social, el ingenio y el fervor de los que en ellas participan habrían permitido encontrar alternativas para financiarlas, como las han encontrado a lo largo de cuatro siglos.

La preocupación aquí es por la confusión entre la sostenibilidad económica y la sostenibilidad cultural de las manifestaciones patrimoniales. En el caso de Popayán la manifestación se ve apuntalada por los dineros públicos, pero no depende de ellos para su permanencia.

¿Y en el resto del país? ¿Vivimos el patrimonio y formamos a los ciudadanos para su valoración o estamos pendientes de dineros –que nunca serán suficientes- que hagan posibles los eventos, sin preocuparnos por su arraigo social? ¿Cuándo terminan las festividades hay procesos sostenidos que mantienen vivo su significado simbólico a la luz de hoy?

Patrimonio en todas partes

Procesiones durante la Semana Santa en Popayán
Procesiones durante la Semana Santa en Popayán
Foto: Wikimedia Commons

Como ya dijimos, ambos casos ponen sobre la mesa dos aspectos fundamentales sobre la manera como nos relacionamos con el patrimonio cultural hoy en día: si lo vivimos como parte de nuestra cotidianidad y si hacemos la diferencia entre su sostenibilidad económica y su sostenibilidad social y cultural (que es la base de todo).

Si no reflexionamos y actuamos al respecto desde la orilla que a todos nos corresponde (entidades públicas, universidades, cada uno), el patrimonio cultural seguirá siendo percibido por muchos como algo muy importante (y en ocasiones pintoresco) que “pasa” en Popayán, en Buenaventura, en Pasto o en el Vaupés, pero que no forma parte de la vida de toda una nación.

 

* Ph.D en Antropología de la Universidad de Toronto, comunicador social de la Universidad del Valle y profesor asociado de la Universidad Javeriana Cali,  integrante del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural. msevilla@javerianacali.edu.co

 

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