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Las corridas de toros y el patrimonio cultural colombiano

Escrito por Manuel Sevilla
Corridas de toros.

Manuel SevillaEl toreo: deleite cultural para unos, sevicia para otros y – en todo caso- manifestación de la memoria colombiana. ¿Cómo entender el debate a la luz del concepto de “patrimonio cultural” y de las vías para su reconocimiento y su preservación?

Manuel Sevilla*

La polémica

A lo largo de su historia varias ciudades y pueblos de Colombia han incluido las corridas de toros como una actividad importante, y algunas veces principal, dentro de sus fiestas o sus carnavales.

Sin embargo lo que para unos constituye una festividad o una tradición digna de mantenerse, para otros es un motivo de desdén o de rechazo que ha venido dando pie a numerosos debates y enfrentamientos alrededor del tema.

Hace un par de semanas, por los mismos días en que inició la temporada taurina en Bogotá, las discusiones se avivaron a raíz de las declaraciones del Viceministro del Interior, Luis Ernesto Gómez, en relación con el engavetamiento y entorpecimiento, por parte del Congreso, del proyecto de ley que pretende abolir las corridas de toros en Colombia.

Nos guste o no, en torno a la cultura de los toros se dieron desarrollos arquitectónicos, se tejieron relaciones sociales de relevancia para la nación y se establecieron referentes estéticos.

El asunto motivó numerosas columnas de opinión a favor y en contra de los argumentos del funcionario, algunas de las cuales mencionaron de forma tangencial que la llamada “fiesta brava” es patrimonio cultural.

La polémica continúa y es de esperar que cobre mayor atención a medida que se cumplan  los plazos establecidos por la Corte Constitucional para saldar el asunto (primeros meses de 2019). Sin embargo conviene reflexionar sobre un par de preguntas que siguen abiertas: ¿es el toreo un patrimonio cultural en Colombia? ¿Qué implicaciones tendría su eventual prohibición?

¿Qué es patrimonio cultural y quién lo reconoce?

Plaza para corridas de toros, La Santamaría.
Plaza para corridas de toros, La Santamaría.
Foto: Alcaldía Mayor de Bogotá

Como muestran algunos estudios sobre la evolución y significación social del patrimonio cultural, este concepto se ha transformado con el paso de los siglos:

  • Primero existieron algunas nociones que relacionaban el patrimonio cultural con objetos que daban prestigio a sus propietarios (joyas, ajuares funerarios e incluso botines de guerra);
  • Luego este patrimonio hizo referencia a las construcciones emblemáticas de tiempos pretéritos (como templos, casas de haciendas y estaciones de ferrocarril);
  • Y finalmente la noción fue definida como el conjunto de “manifestaciones” de una comunidad en particular (como oficios tradicionales, lenguas y saberes musicales).

Ahora bien, –en términos generales, y desde una perspectiva integral que reconoce que el patrimonio cultural tiene dimensiones materiales e inmateriales que van de la mano– el patrimonio cultural puede ser definido como el conjunto de ideas, espacios (naturales o construidos), prácticas y objetos que una comunidad reconoce que son centrales para su identidad colectiva, los cuales fueron recibidos como herencia histórica y constituyen un testimonio del desarrollo y la cultura de una nación.

El uso mismo del término “patrimonio” supone cierta toma de conciencia por parte de los miembros de la comunidad que interactúan con esos elementos. Sin embargo, algunos de estos objetos no necesariamente son exaltados como patrimonio pues suelen ser parte de la vida cotidiana de la comunidad. Esto ocurre, por ejemplo, con las cocinas tradicionales o con algunos edificios públicos que, debido a que son objetos del día a día, se naturalizan al punto de perder de vista su valor patrimonial.

Esa toma de conciencia que se da normalmente por medio de un distanciamiento momentáneo y necesario para la valoración del patrimonio, suele darse sin embargo en condiciones de amenaza física del patrimonio o a la hora de hablar de “lo nuestro” frente a otras culturas.

Así, las prácticas culinarias propias se reconocen cuando se llega a una ciudad distinta –como lo hacen los migrantes del Pacífico sur en Cali– y los espacios se miran con otros ojos ante su eventual destrucción –como ocurrió cuando una parte del célebre Salón Málaga de Medellín se incendió y sus comensales habituales organizaron sesiones de memoria durante la reconstrucción–.

En síntesis, el estatus de patrimonio cultural lo otorga primordialmente la comunidad que lo asume como tal. Desde este punto de vista, debe reconocerse que existe una comunidad, un grupo de ciudadanos colombianos que asume los diferentes elementos de la cultura taurina como parte de su patrimonio.

Ahora bien, si pensamos en las corridas de toros, se observará cómo algunos de los componentes de ese patrimonio van más allá de la corrida –que es de por sí profusa en significados, objetos y espacios– e incluyen concepciones muy particulares sobre la relación campo-ciudad y sobre la crianza de los animales; además de una compleja red social que por años se ha forjado en torno al disfrute de la fiesta brava.

De ahí que, si bien es importante pensar que muchos elementos de esta cultura riñen con la actual postura preponderante a nivel mundial frente a lo que es o no es maltrato animal, no se pueda dejar de lado el valor que algunas comunidades en Colombia otorgan a las corridas de toros, como es el caso de lugares como Cundinamarca, Caldas, Boyacá, Valle del Cauca, y varios puntos de los llanos orientales y la costa caribe.

La oficialización del patrimonio cultural

Campañas antitaurinas por parte del Viceministro de Interior, Luis Ernesto Gómez.
Campañas antitaurinas por parte del Viceministro de Interior, Luis Ernesto Gómez.
Foto: Facebook Luis Ernesto Gómez

Si bien quienes deben reconocer el valor de su patrimonio cultural son las comunidades, existen en Colombia diversas rutas para que un conjunto de elementos patrimoniales llegue a recibir el estatus de patrimonio oficial para un municipio, un departamento o la nación entera.

Una de estas rutas es la de los listados de patrimonio cultural inmaterial, que suponen ejercicios colectivos de inventario y reflexión en torno a las prácticas culturales y cuyo último aval es otorgado por la autoridad de administración cultural respectiva.

El más visible o conocido de estos listados es la Lista representativa del patrimonio cultural inmaterial (LRPCI) del ámbito nacional, que a la fecha incluye veintiún manifestaciones y cuya instancia definitoria es el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural (CNPC).

Hay una larga etapa de la historia de Colombia que está asociada con la cultura taurina, pero todo parece indicar que asistimos a sus últimos días.

En cuanto a lo material, la Lista de bienes declarados como bien de interés cultural (BIC) del ámbito nacional da cuenta de los bienes muebles e inmuebles que son considerados patrimonio cultural de la nación,  proceso en el cual también interviene el CNPC para decidir qué bien cumple con las características de patrimonio. En estas listas se declara que en Colombia había 1.102 bienes declarados en 2017.

Otra ruta son las leyes del Congreso que declaran como patrimonio cultural de la nación un elemento o conjunto de elementos,  como ha ocurrido por ejemplo con el Festival Internacional de la Confraternidad Amazónica en Leticia (Ley 1706 del 2014) o con la celebración de la Semana Santa de la Parroquia Santa Gertrudis La Magna de Envigado (Ley 1812 de 2016).

Las implicaciones de uno u otro mecanismo de oficialización del patrimonio cultural son muchas y ameritan una discusión amplia.

Sin embargo, en lo que respecta a la cultura taurina, cabe señalar una dualidad: por una parte, su dimensión material goza de cierto grado de reconocimiento oficial, pues las plazas de La Santamaría en Bogotá, Cañaveralejo en Cali y La Serrezuela en Cartagena –hoy en desuso– figuran en el listado BIC. Sin embargo, por otro lado, toda pretensión de ingresar esta práctica a la LRPCI se encontraría con el obstáculo de que la Política de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial incrimina de manera explícita la inscripción de manifestaciones que “fomenten la crueldad contra los animales”.

¿Qué hacer ante lo que se viene para la cultura taurina?

Al revisar el galimatías jurídico que se ha tejido en torno al asunto, sus sentencias  y  antecedentes, y al ver el panorama mundial y el cambio de sensibilidad frente al tratamiento de los animales, en donde solo ocho países mantienen el toreo como práctica abierta, es claro que más temprano que tarde las corridas de toros serán inviables, bien sea por prohibición directa o por asociación con otras reglamentaciones.

Las implicaciones de esto son muy serias porque no se trata del fin de una etapa cualquiera. Nos guste o no, en torno a la cultura de los toros se produjeron desarrollos arquitectónicos en muchas ciudades del Colombia, se tejieron relaciones sociales de relevancia para la nación (con políticos y artistas comulgando en los tendidos), y se estableció todo un complejo de referentes estéticos con ramificaciones en el vestir, la música y el sentido del ocio.

Hay una larga etapa de la historia de Colombia que está asociada con la cultura taurina, pero todo parece indicar que asistimos a sus últimos días. Ante esto, en lugar de optar por la estigmatización –y peor aún, por la agresión física– es urgente promover acciones de memoria y de reconstrucción histórica, que nos permitan a todos reflexionar sobre los valores que estaban allí involucrados y que dieron piso al país que éramos entonces y al que hoy somos.

Lo que está en juego no es el final de las corridas, sino la oportunidad de evitar que caiga en el olvido y desaparezca de la memoria colectiva un momento relevante y extenso de la construcción de esta nación. Una nación que es de todos los colombianos, taurinos y no taurinos.

*M.A. y Ph.D en antropología de la Universidad de Toronto, comunicador social de la Universidad del Valle, profesor asociado de la Universidad Javeriana Cali y miembro del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural. msevilla@javerianacali.edu.co

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