El uso de la paz para elegir presidentes y la estrategia militar en contravía de la estrategia política dieron al traste con los intentos anteriores. Por qué y cómo evitar estos errores en la opinión de un militar de carrera.
Carlos Alfonso Velásquez*
“Si la paz del país me cuesta la reelección, bienvenida sea” y “no va haber ningún tipo de cese al fuego hasta que lleguemos al acuerdo final” dijo el presidente desde Tolemaida.
Foto:Presidencia
Respuestas insuficientes
Concluida la fase preparatoria de la negociación para terminar el conflicto armado con las FARC (y el ELN), el mayor reto que deben enfrentar los estrategas del gobierno es conducir el proceso hasta el final, evitando que la coyuntura electoral y el ruido de la guerra se conviertan en obstáculos insalvables.
Todo indica que el presidente está consciente del doble reto: desde un lugar profundamente simbólico para los militares — Tolemaida, el principal fuerte del país — declaró: “si la paz del país me cuesta la reelección, bienvenida sea” y “no va haber ningún tipo de cese al fuego hasta que lleguemos al acuerdo final”.
Ambas respuestas— la política y la militar — resultan insuficientes, como intentaré probar en este artículo. Pero antes admitiré que la Fase Exploratoria del proceso fue manejada con muchísimo tino.
Ambientando el anuncio
En efecto: el anuncio de las conversaciones exploratorias llegó como aire fresco para la mayoría de los colombianos. Según el último sondeo de Gallup, el 60 por ciento de los encuestados opinó que “hay que insistir en los diálogos hasta lograr un proceso de paz”. Según indica el gráfico siguiente, la salida negociada venía perdiendo popularidad hasta el mes de Octubre de 2010, cuando se produce el cambio de tendencia de una curva cuyo máximo se había dado en septiembre de 2006, justo al comenzar el segundo período de Uribe.
Fuente: Colombia Gallup Poll bimestral. Agosto 2012.
![]() La “ambientación” del cuarto intento oficial de negociar la terminación del conflicto armado con las FARC (y, al parecer con el ELN) fue indudablemente bien conducida. Foto:cuba.cubadebate.cu |
La “ambientación” del cuarto intento oficial de negociar la terminación del conflicto armado con las FARC (y, al parecer con el ELN) fue indudablemente bien conducida.
A título de hipótesis, diría yo que el gobierno fue preparando a la opinión pública durante esta fase de calentamiento con decisiones políticas como reconocer la existencia del conflicto armado, poner en marcha la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, o tramitar el Marco Jurídico para la Paz, para solo mencionar lo más sobresaliente y decisivo.
Y al parecer las FARC también aportaron su cuota: si se adopta el 23 Febrero de 2012 como inicio de la Fase Exploratoria — según lo informan los medios — se constata que en efecto, en ese mismo mes el grupo armado hizo el anuncio inesperado y sorpresivo de que eliminarían el secuestro como arma de lucha.
Podría aventurarse una hipótesis más: ante el oscurecimiento de semejante anuncio por el escepticismo con el cual fue recibido por los medios, al despuntar el mes de Abril las FARC liberaron unilateralmente a los últimos 10 militares y policías en su poder.
Si a todo lo anterior se agrega la “filtración” deliberada de la agenda de negociación para tantear el clima de opinión, podemos concluir que cada paso había sido cuidadosamente calculado y todo estaba listo para acabar la Fase Exploratoria con el anuncio oficial del presidente sobre el inicio de la Fase de Negociación: el próximo5 de octubre se instalará en Oslo la Mesa de Diálogo de Paz.
Hasta el momento, el crucial asunto de interés nacional ha marchado “viento en popa” pese a los chubascos de la crispación proveniente del “Puro Centro Democrático”.
El uso electoral del proceso
Sin pretender abarcar todos los riesgos, quiero aportar al debate racional y civilizado que promueve Razón Pública el análisis de dos riesgos que — de no ser controlados — podrían hacer que los chubascos se conviertan en tormentas.
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En primer lugar existe el riesgo de que las guerrillas, en especial las FARC, se conviertan una vez más en grandes electores en la sombra — o reelectores — del próximo Presidente de la República.
En la ya larga historia del conflicto armado colombiano se ha comprobado que, además de su control territorial y administrativo sobre ciertos municipios o regiones (afortunadamente cada vez menos), el poder (o el efecto) político de las guerrillas ha consistido en inclinar la preferencia electoral hacia uno u otro candidato a la presidencia. Las guerrillas han conseguido ese efecto mediante una estrategia de “aproximación indirecta”.
- Recordemos, por ejemplo, cómo Belisario Betancur con su consigna de que “la paz es nacional y es un asunto serio” derrotó a López Michelsen, quien sostenía que “la paz es liberal”.
- Años después, en vísperas de la segunda vuelta electoral, en la primera página de El Tiempo apareció una foto donde Marulanda lucía el reloj de la campaña “El cambio es ahora”. Era el último envión a Andrés Pastrana: la audaz visita de Víctor G Ricardo para entregar el dichoso reloj, logró dar más credibilidad a su candidato para atender “el mandato ciudadano por la paz” y adelantar unas negociaciones.
Se recordará que en ambos casos y a manera de “cuenta de cobro”, las FARC “hablaron duro” durante las negociaciones. Lo que tiene su lógica: ¿cómo podía un presidente elegido bajo esas circunstancias salirse del “cerco de la paz”?
Acertadamente, Santos se ha adelantado para evitar que se contamine el debate electoral. Pero me atrevo a hacer una propuesta adicional: acordar que el proceso “se congele” en el punto donde se encuentre al cierre de la primera legislatura del año entrante y que la guerrilla acepte no interferir en el debate electoral.
¿Por la razón y por la fuerza?
El segundo riesgo, sobre el que ya intercambiaron jugadas el presidente y las FARC, es la “negociación en medio de la guerra”: el cese al fuego está en uno de los últimos lugares de la agenda.
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Aspirar a que el frío de Noruega o a que la relativa lejanía de Cuba impidan que los azares y los resultados en el plano militar afecten el ritmo de las negociaciones es pensar con el deseo. Este ritmo depende sobre todo del clima de opinión con respecto al proceso: si la opinión es favorable, el proceso se acelera, pero si es desfavorable, se debilita y acaba en la ruptura.
Por eso conviene revisar la concepción eminentemente ofensiva del plan “Espada de Honor” que en estos meses adoptó el gobierno: ¿será que las FARC van a dejar de reaccionar o de contra–atacar a medida que sufran los estragos de bombardeos ya programados sobre sus campamentos?
Este no es el espacio apropiado para una discusión en términos de estrategia militar, pero por lo menos debo señalar que una estrategia de seguridad nacional resultará más efectiva en la medida en que se armonicen lo político y lo militar.
Es decir, si se quiere llegar a la paz interna, las acciones militares deben estar supeditadas a las intenciones, los propósitos y los objetivos políticos. En otras palabras, lo político y lo militar deben avanzar por sus propios carriles, pero deben tener rutas convergentes, no divergentes, ni siquiera paralelas, so pena de que una estrategia desajustada contribuya no a la terminación del conflicto, sino a su innecesaria prolongación.
Solo así los elementos “pacificantes” (políticos) pueden ser respaldados o complementados por otros elementos “pacificadores” (militares), para avanzar en la pacificación.
Cabe recordar que en el plano táctico, las operaciones militares ofensivas no son las únicas posibles, pues también existen las disuasivas, las de control militar de área y en fin, todas aquellas alternativas que la inventiva militar ha desarrollado.
Ajedrez, tejo y póker
El presidente Santos ha reiterado su voluntad de evitar los errores del pasado. Los dos riesgos mencionados, el cruce negociación – debate electoral y el desacople entre estrategia militar y propósitos políticos, han sido justamente dos de los principales errores del pasado.
La siguiente analogía podría ayudar a comprender mejor la situación: mientras Pastrana jugó principalmente parqués con fichas de ajedrez y Uribe jugó tejo sobre un tablero de ajedrez, al parecer Santos ha propuesto una arriesgada partida que combina póker y ajedrez. Las FARC siempre han jugado bien ajedrez. En buena parte, por eso están donde están.
En fin, sería conveniente que el Presidente actualizara su consigna del discurso de posesión: de “Por la razón o por la fuerza” debería pasar a “Por la razón y por la fuerza”, donde la razón (lo político) gobierne y dosifique la fuerza (lo militar).
* Coronel del Ejército Nacional en uso de buen retiro, magister en Estudios Políticos, profesor de la Universidad de la Sabana, autor de La esquiva terminación del Conflicto Armado en Colombia (editorial La Carreta E.U., septiembre de 2011) y columnista de El Nuevo Siglo.