Dice toda clase de barbaridades y no es nada seguro lo que hará en el gobierno. En cambio, su victoria dice mucho sobre las estrategias electorales de moda y sobre el Brasil profundo (que tiene sus parecidos con la Colombia profunda).
Thiago Rodrigues*
Votaron verracos
La victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales brasileñas tiene muchos sentidos. Pero fundamentalmente expresa la inconformidad de la mayoría de los votantes con todo lo que significa el Partido de los Trabajadores (PT) o, por lo menos, con la idea general que se han hecho del PT y de la gestión de Lula da Silva y Dilma Rousseff como “gobiernos comunistas” azotados por la corrupción.
Este triunfo es también consecuencia de la pelea entre dos extremos que se rechazan: de un lado las fuerzas más conservadoras y sus valores, del otro lado los sectores progresistas. En estas elecciones, los brasileños y brasileñas votaron más en contra de que a favor de alguien. Fue un choque entre rechazos, entre el miedo y la desesperanza.
Con Bolsonaro ganó el sector que defiende, entre otros:
- La seguridad pública,
- La afirmación de la monogamia heterosexual,
- El odio a la diversidad de afectos e identidades de género,
- El repudio a la enseñanza crítica para niños y jóvenes (“hay que expurgar a Paulo Freire”, dice su programa de gobierno),
- El apoyo al porte de armas de fuego,
- El apoyo a los agro-negocios, aunque impliquen la deforestación y contaminación del suelo y del agua,
- La privatización de la educación superior (que hasta hoy en Brasil es totalmente gratuita),
- La condena del aborto,
- La negación del debate sobre las drogas ilegales.
Puede leer: Elecciones presidenciales en Brasil: una crisis inevitable.
El lado oscuro del sol
![]() Fernando Haddad y Manuela D’Avila, candidatos perdedores del PT. Foto: Wikpedia |
Pero a pesar de sus declaraciones machistas, racistas y de incitación a la violencia, Bolsonaro no es un extraño que venga a perturbar un ambiente de paz y tranquilad social. Todo lo contrario: este congresista (diputado federal) de actuación mediocre durante sus veintiocho años de vida pública, ha alcanzado tanta relevancia por ser el espejo de un Brasil que el propio Brasil se negaba a mirar (y que el mundo tampoco parecía notar).
El Brasil con la cara de Bolsonaro no corresponde a los estereotipos de la alegría, la amabilidad, la tolerancia ni de la “vida buena” en playas, con gente bella y sonriente. El reflejo que nos devuelve Bolsonaro es el del Brasil de las desigualdades abismales en el nivel de ingreso, el de la concentración de tierras, el del moralismo que atraviesa todos los estratos sociales, el de la violencia cotidiana que tortura, mata y humilla a hombres y, sobre todo, a mujeres.
Ese Brasil siempre estuvo allí, a pesar de los esfuerzos por negarlo. Desde el siglo XIX hubo en Brasil, como en toda América Latina, intentos de construir una “identidad nacional” que diera sentido y alguna homogeneidad a sociedades forjadas por la esclavitud y el genocidio. El proyecto de “blanqueamiento” con los migrantes europeos, sin embargo, no fue suficiente para borrar los colores oscuros de la piel.
El frente amplio de la izquierda no se concretó, Lula insistió en Haddad y el resultado fue el que conocemos.
Ante esa la imposibilidad, Getulio Vargas (1930-1945) auspició la imagen de la integración armónica entre las tres razas (blancos, indios y negros), convirtiendo las ideas del antropólogo Gilberto Freyre en ideología oficial del Estado. Para Freyre, la convivencia entre colonos portugueses, indios y esclavos africanos fue una historia de intercambio y asimilación de costumbres, marcada, incluso, por el cariño, que llegó a crear una “democracia racial”.
El discurso de la “democracia racial” se convirtió en el mito fundador de la “brasileñidad” reproducida por todos los medios —prensa, cine, novelas y telenovelas— y por los libros didácticos. Esto conformó la mentalidad de varias generaciones de brasileños. Por eso, nadie en Brasil se consideraba a sí mismo como racista, violento o prejuicioso.
Pero la construcción de un personaje político como Bolsonaro nos enseñó que ese Brasil armónico, que nunca ha existido en la práctica, está muerto como idea. Los esqueletos que antes no soportaban la luz del día, ahora circulan por las calles con camisetas amarillas que lo aclaman a él, Bolsonaro, como su “mito”.
Mientras tanto, el candidato victorioso celebra su “Brasil antes que todo”, un lema de triste parecido con el “Deutschland über Alles” de Hitler o el “Make America Great Again” de Trump. Como siempre, los radicales que tienen el ímpetu de salir a la calle a gritar y agredir no son la mayoría. Bolsonaro ganó con el voto de la masa abúlica que consiente callada siempre que otros hagan el “trabajo sucio”.
¿Cómo llegó hasta allí?
Como suele pasar con las izquierdas, la brasileña estuvo fragmentada. Desde la cárcel, Lula da Silva se lanzó como candidato y obtuvo altos índices de aprobación en encuestas realizadas entre agosto y septiembre pasados. La táctica de PT fue impulsar una candidatura propia, a pesar de la imagen negativa de los escándalos de corrupción que llevaron a la prisión a los principales líderes históricos del partido, incluyendo a Lula.
La idea era transferir la popularidad de Lula a Fernando Haddad, exalcalde de Sao Paulo, considerado como un político moderado, intelectual, cercano a la izquierda progresista y defensora de los derechos de minorías. Como vicepresidenta eligieron a Manuela D´Ávila, del Partido Comunista de Brasil, exdiputada y exlíder estudiantil, joven y con perfil de firmeza, carácter y honestidad.
Puede leer: ¿El fin de UNASUR? y la crisis del regionalismo suramericano.
Hasta el último momento para la inscripción de los candidatos se especulaba con la posibilidad de un frente amplio de izquierda, con Lula apoyando a Ciro Gomes, exgobernador, exministro y exdiputado federal que representaba ideas tradicionales de la centro-izquierda desarrollista. Las encuestas de varios institutos mostraban que Ciro era el único que podría vencer a Bolsonaro en la segunda vuelta. Sin embargo, el frente amplio de la izquierda no se concretó, Lula insistió en Haddad, el PT no hizo una autocrítica ante sus equívocos cuando en el poder, Ciro siguió aislado con su discurso, y el resultado fue el que conocemos.
Encarcelado tras un proceso surrealista, Lula no logró transmitir su carisma a Haddad como lo hizo en 2010 con Rousseff. Los tiempos son otros y la reacción a los importantes cambios en la política social, de salud, de educación, de defensa y de política exterior promovidas por los gobiernos del PT ha sido grande y avasalladora.
Encerrados en sus burbujas electrónicas, los seguidores de Bolsonaro y Haddad crearon mundos de denuncias, videos y noticias (falsas o no) que reforzaron posiciones ya tomadas. Bolsonaro, de forma astuta (y a la vez cobarde), se negó a enfrentar a Haddad en los debates televisivos. Sus estrategas de campaña sabían que posiblemente sería humillado, y que le convenían más las burbujas de fake news.
Lo que sigue
![]() Con la victoria de Bolsonaro se podría disparar el comercio de armas Foto: Policía Militar |
Ahora Bolsonaro encontrará un Congreso Nacional con fuerte representación de la llamada bancada “BBB” (bala, buey, Biblia), que reúne diputados y senadores terratenientes, que apoyan la industria de armas y que son los miembros de las iglesias neo-pentecostales.
Ellos llegan a Brasilia con el escenario preparado por los dos años del gobierno de Michel Temer, que trató de cancelar los derechos antes asegurados a todos y todas, que ha militarizado la seguridad pública de Río de Janeiro, congelado el presupuesto para educación y salud por 20 años y que prácticamente ha destruido la política exterior de Brasil.
Vienen tiempos de mucha protesta, violencia, paros y huelgas en Brasil.
La “ola conservadora”, como sabemos, no es exclusiva de Brasil. Se ha proyectado en todas las latitudes. Son tiempos de dificultades económicas, de capitalismo global y de hordas de personas desechadas por ese mismo capitalismo. Tiempos de miedo e incertidumbre. Tiempos que, como nos muestra la historia, dan paso a radicalismos autoritarios y a la búsqueda de salvadores de la patria.
Quizá la única iniciativa creativa y sorprendente contra esta fuerza haya sido el movimiento #EleNão (#ÉlNo), impulsado de forma espontánea por mujeres, acompañadas por hombres no machistas, de diferentes procedencias sociales y políticas, que rechazaron el discurso de odio e intolerancia de Bolsonaro. Miles de personas se tomaron las calles de las principales ciudades del país antes de la primera vuelta para mostrar que Brasil no es solamente un pantano de conservadurismo.
La reacción de parte del electorado en los últimos días de la campaña indica que Brasil está fracturado y que Bolsonaro no va a imponer con facilidad los proyectos conservadores que defiende. Es posible que vengan tiempos de mucha protesta, violencia, paros y huelgas en Brasil, un país que todavía tiene vida y potencia.
*Politólogo de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo y Sorbonne Nouvelle, profesor del Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad Federal Fluminense (UFF), Brasil, y profesor visitante en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia; trodrigues@id.uff.br.