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Pobreza: la confusión es de mucha gente

Escrito por Manuel Muñoz
Manuel Muñoz Conde

Manuel Muñoz CondeUna crítica aguda y bien fundamentada sobre la nueva medición de la pobreza en Colombia. Como por arte de magia, tres millones de personas ya no son consideradas como pobres. 

Manuel Muñoz Conde *

Las dudas no son gratuitas

Con las nuevas líneas de indigencia (LI) y de pobreza (LP) presentadas por el Departamento Nacional de Planeación (DNP), los cálculos sobre su incidencia bajan de manera significativa, así:

  • Para 2010, la magnitud de pobreza con la anterior metodología era de 44.1 por ciento y con la nueva, es de 37.2 por ciento, es decir que la incidencia disminuye en casi siete puntos porcentuales.
  • Del mismo modo, la indigencia pasa de 14.8 por ciento a 12.3 por ciento, es decir baja en 2.5 puntos porcentuales.

Con tamañas diferencias en las cifras (algo va de 19 a 16 millones de pobres) es natural que surjan confusiones y preguntas. Por eso deseo referirme al artículo publicado el pasado 20 de septiembre en Razón Pública, donde el miembro de la Misión de Empalme de las Series de Empleo, Pobreza y Desigualdad (MESEP), Jorge Iván González hace una hábil “descalificación retórica” del vicepresidente Angelino Garzón, por expresar públicamente sus dudas a propósito de la nueva metodología para construir las LI y LP.

Explicaciones pendientes

González anuncia que va a explicarnos “con claridad cómo se mide la pobreza, para qué sirve y para qué no sirve esa medición en política social, en vez de hacer populismo barato”. En realidad, sin embargo, no hace ninguna de las dos cosas: ni hace claridad sobre el tema en cuestión, ni logra explicar con rigor técnico la disminución en tres millones de pobres.

El director del DNP sostiene que la nueva metodología es mejor que la anterior, en lo cual debe tener alguna razón puesto que desde 1985, cuando se estimaron las primeras LI y LP, ha habido avances significativos en la conceptualización y en la medición de la pobreza. Sin embargo surgen algunas preguntas que en principio deberían ser respondidas en el documento metodológico que la MESEP promete entregar próximamente.

Un valor mal calculado

Para medir la indigencia se acostumbra establecer el costo de los alimentos necesarios para que la persona o la familia tengan un nivel mínimo de nutrición. Para determinar la pobreza a partir de este valor se necesita calcular el costo de los demás productos o servicios que consume el hogar (rubros como vivienda, vestuario, transporte y otros). Esta conversión se hace mediante el llamado “coeficiente de Orshansky”, que se basa en una encuesta donde se establece la proporción del ingreso familiar que se destina al consumo de alimentos.

Pues bien: González en su artículo “clarificador” nos indica que a la Línea de Indigencia la multiplican por 2,4 para hallar la Línea de Pobreza. Ese valor del coeficiente de Orshansky es el promedio de los coeficientes de los países de América Latina.

¿Acaso será muy populista preguntar por qué no se utilizó el coeficiente de Colombia, que es de 2,9? Con este simple cambio, la LP pasaría de 190.000 a 226.000 pesos, es decir aumenta un 20 por ciento ¿Qué pasaría entonces con la magnitud de la pobreza?

El costo de la canasta

Otra pregunta tiene que ver con la forma de valor la canasta utilizada para estimar la LI; se entiende que ya no se utiliza una canasta de alimentos por ciudad, sino que se unifica para tener una sola canasta urbana y otra rural, siguiendo, pienso que con razón, las recomendaciones de algunos expertos internacionales.

Pero no queda claro por qué los precios utilizados son los mismos: ¿serán iguales los precios de los alimentos de la canasta en Bogotá y en Quibdó? Yo realmente pienso que no, y que al usar los mismos precios se está subestimando la magnitud de la indigencia y la pobreza en las grandes ciudades como Bogotá, Medellín, y Cali.

¿Es populista esta inquietud?

Para resumir, y sin conocer el detalle de la metodología de construcción de la LI y la LP, pienso que los dos aspectos mencionados podrían estar causando una subestimación de la magnitud de la pobreza, lo cual indudablemente es fuente de confusión.

Desafortunadamente el artículo de González no explica en ninguna parte estas fuentes de confusión y, a mi modo de ver, produce más confusión.

La línea no es tan arbitraria

Por una parte nos dice González que no hay ninguna definición absoluta de pobreza y que por ello las definiciones no pueden evaluarse como correctas o incorrectas, sino apenas como más o menos útiles para propósitos bien determinados.

Estas afirmaciones no hacen más que aumentar la confusión. Es cierto que existen dificultades para conceptualizar la pobreza y en especial la llamada pobreza absoluta, pero en términos generales se admite que un individuo es pobre absoluto si no tiene los recursos para alcanzar un nivel de vida mínimo de acuerdo con los estándares sociales.

Evidentemente la dificultad estriba en cómo estimar ese nivel de vida mínimo, o los montos necesarios para alcanzarlo. Estas estimaciones dan pie a discusiones técnicas, donde los juicios de valor no pueden evitarse, y probablemente éstos dependen precisamente de los propósitos para los cuales se quiere medir la pobreza.

Aquí cabe la siguiente pregunta legítima: ¿cuál fue el propósito de bajar el coeficiente de Orshansky de 2,9 a 2,4 en la zona urbana?

Quizás la pregunta debería ser más general, para evitar más confusiones: ¿Cuáles son los propósitos “bien determinados” para los cuales se estimaron la LI y la LP?

Sí mide el poder de compra

González responde a esta pregunta así: “Esta medición permite conocer si el porcentaje de pobres aumenta o disminuye… La línea de pobreza apenas se mueve en el terreno de la justicia comparativa”.

Si esto fuera realmente así, no sería necesario gastar tantos recursos y tanto tiempo en establecer una línea de pobreza. Bastaría con establecer arbitrariamente un monto de ingresos y hacer el seguimiento de la población que está por debajo de ese límite ¿Por qué no escoger, por ejemplo, el ingreso per cápita promedio, o la mitad de este ingreso para ir midiendo el porcentaje de la población que vive por debajo de esos límites?

Sencillamente, porque al contrario de lo que dice González, la Línea de Pobreza sí sirve para medir la capacidad adquisitiva de los hogares. Un hogar con un ingreso por debajo de la LP no tiene la capacidad para obtener los bienes y servicios necesarios para su subsistencia.

Los tres millones que faltan

Para finalizar, González afirma que los problemas son otros, es decir descalifica a cualquiera que piense que con la nueva LP se están ahorrando 3 millones de “problemas”.

La existencia de otros problemas no invalida para nada la necesidad de una discusión seria sobre los métodos de medición de la pobreza y de que aunque sea difícil lograrlo, lleguemos a un consenso básico sobre lo que la sociedad colombiana considera como el nivel de vida mínimo que deben alcanzar todos los habitantes.

Me pregunto si desde que salieron los nuevos datos de pobreza, esos tres millones que súbitamente dejaron de ser pobres por arte de la “solución correcta”, tienen un mayor bienestar en medio de la confusión.

Al parecer, el emperador sigue desfilando desnudo y tan campante…

*  Profesor Asociado. Universidad Nacional de Colombia. Escuela de Economía .

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