La falsa encrucijada en la defensa de los derechos de los animales.
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La falsa encrucijada en la defensa de los animales

Escrito por Ivan Dario Avila
los derechos de los animales

La corridas, corralejas y caballos de tiro han revivido el debate sobre las tradiciones que implican violencia contra los animales. Por qué el debate no puede reducirse al dilema “civilización o barbarie”.

Iván Darío Ávila*

De caballos y toros

Este año comenzó con dos controversias sobre temas ya clásicos en torno la relación entre los humanos y los otros animales en Colombia:

  • Por un lado, la Procuraduría General de la Nación ordenó la clausura y reubicación de los criaderos de caballos para carrozas en Cartagena.
  • Por otro lado, las corralejas y corridas de toros empezaron a reactivarse en muchos municipios del país, excepto en Bogotá, donde un acuerdo del Concejo impidió la temporada taurina de este año.

La violencia contra los caballos que son usados como herramientas de tracción ha sido tan visible que el año pasado el Congreso expidió la Ley 2138 de 2021, con el propósito de reemplazar este tipo de vehículos en el país. Sin embargo, el artículo 2 de esta ley exceptuó a los vehículos de tracción animal usados en “actividades turísticas, agrícolas, pecuarias, forestales y deportivas”.

Por otra parte, el Acuerdo 767 de 2020 del Concejo de Bogotá desincentivó las prácticas taurinas con medidas como la obligación de “reservar y usar el 30 % del espacio de la publicidad del evento para informar del sufrimiento animal que conllevan las corridas de toros” (art. 5); la de imponer todos los gastos de operación al organizador (art. 9); y el incremento de los impuestos (art. 7). Con las anteriores cargas, la convocatoria para la concesión de la Plaza de Toros fue declarada desierta.

En otros municipios, los eventos taurinos de comienzo de año han dejado los resultados usuales: las corralejas de Ciénaga de Oro, Córdoba, dejaron una persona muerta y cuatro heridas y en Barranca Vieja, Bolívar, una persona murió y, una semana después, se desplomó un palco.

A lo anterior se suma la violencia física ejercida sobre los caballos y los toros. Recordemos que en 2015 se hicieron virales videos que mostraban a una muchedumbre enardecida descuartizar a un caballo y apuñalar a un toro con cuchillos, palos y piedras, escenas que se repiten año tras año.

En Colombia, el Estatuto de Protección Animal exceptúa a este tipo de prácticas de sanciones, por considerarlas manifestación de una tradición cultural. Y, aunque la Corte Constitucional ha afirmado que estas actividades deberían incluir componentes para proteger a los animales, esto no ha ocurrido en la práctica.

¿Civilización vs. barbarie?

El anterior panorama ha dado paso a que se constituyan dos bandos en disputa: quienes ven en las corridas de toros y los vehículos de tracción animal actividades tradicionales, con un componente importante de una forma de vida comunitaria e históricamente arraigada, y quienes las perciben como signos de atraso y barbarie.

Para unos, las corralejas, las corridas de toros y los paseos en carroza por Cartagena son tradiciones dignas de ser conservadas y admiradas y, para otros, algo que debe ser superado por nuevas tecnologías –como coches eléctricos– o que simplemente debe prohibirse.

Pero plantear la discusión de ese modo es reduccionista, ya que supone que las dicotomías cultura/naturaleza o civilizado/bárbaro son suficientes para entender y solucionar estos problemas.

Pero, además, el planteamiento es contradictorio, pues tales dicotomías han posibilitado la reproducción de relaciones de subordinación, sujeción y explotación de todos aquellos que históricamente han sido asociados al polo de la naturaleza, la barbarie o el salvajismo. En esa categoría han estado los propios animales no humanos, pero también las mujeres, las disidencias sexuales, los trabajadores, las clases pauperizadas, los niños, los enfermos, los campesinos, las personas con discapacidad y las personas racializadas, como las negras e indígenas.

El tema de fondo es otro: sin importar si hay o no “maltrato” o si se logran implementar medidas de bienestar animal, estas actividades encarnan una lógica especista, es decir, un conjunto de relaciones que producen y reproducen la dominación, tanto de los animales salvajes y domesticados, como de los seres humanos históricamente animalizados.

En otros términos, negar estas prácticas violentas por ser “bárbaras”, “salvajes” o “premodernas” es confrontar un legado colonial con lógicas coloniales. En efecto, el pensamiento occidental dominante ha sido tradicionalmente dicotómico y por esa vía ha sido cómplice de la dominación progresiva de todo aquello asociado con lo salvaje o natural, ya sea en su versión greco-romana, cristiana-imperial o ilustrada-industrial.

En ese sentido, no es casual que los cocheros de Cartagena se sientan discriminados en términos raciales y de clase. Pese a que la tracción a sangre representa un triunfo de la dominación colonial sobre la vida animal, cuando esa misma práctica es percibida como “bárbara” o “premoderna”, los antiguos dominadores pasan al sitio de los dominados: ahora lo “civilizado” son los coches eléctricos, mientras que la tracción a sangre es una tara de “indios”, “negros” o “gente del pueblo”.

Los derechos de los animales
Foto: Wikimedia Commons - Sin importar si hay o no “maltrato” o si se logran implementar medidas de bienestar animal, estas actividades encarnan una lógica especista.

Dominación humana, dominación animal

Esta intrincada estructura se tiende a recrudecer cuando comprendemos que los propios trabajadores (quienes, por ejemplo, conducen los coches, grupo que ahora incluye a migrantes venezolanos) son a su vez sometidos cuando son empleados para someter al animal.

Es bien sabido que las clases populares y trabajadoras son constantemente disciplinadas y violentadas con el objetivo de poner en marcha una razón instrumental orientada al dominio de la naturaleza.

El caso de las granjas de explotación intensiva es arquetípico: dichas granjas se encuentran situadas, en su mayoría, en el llamado primer mundo y no solo ejercen una violencia sin parangón sobre los animales no humanos, sino también sobre los humanos que son, por regla, inmigrantes sin papeles, principalmente latinos claramente racializados o personas provenientes de sectores blancos empobrecidos.

Lo que los cocheros de Cartagena y los sectores populares que asisten a las corridas o corralejas deberían comprender es que la dominación sobre los animales significa, al tiempo, su propia dominación y sometimiento.

Por eso, tales sectores deberían “tomar las riendas” del proceso de sustitución de actividades y plantearlo en términos de una nueva concepción de los entramados vitales y, por tanto, de lo humano, lo animal y lo que es considerado arte o técnica. El peor movimiento, pero el más tentador por razones obvias, es asumir una postura reaccionaria de defensa a ultranza de “las tradiciones”, porque esa postura es la misma que condena a los cocheros a una posición de “barbarie” y, por ende, de subordinación por parte de quienes ahora levantan las banderas del progreso y la racionalidad.

Por supuesto que es urgente denunciar la violencia ejercida sobre los caballos y los toros. No es un tema menor el reciente desplome de uno de los “caballos de tiro” en Cartagena, ni el hecho de que decenas de caballos superen la edad límite formal para “trabajar” –que es de ocho años–, que se encuentren en estado de desnutrición, que presenten frecuencias cardiacas elevadas, que tengan cascos agrietados y coyunturas que sufren o que sean, en ciertos casos, obligados a arrastrar más peso del que son capaces.

Pero el tema de fondo es otro: sin importar si hay o no “maltrato” o si se logran implementar medidas de bienestar animal, estas actividades encarnan una lógica especista, es decir, un conjunto de relaciones que producen y reproducen la dominación, tanto de los animales salvajes y domesticados, como de los seres humanos históricamente animalizados.

Superar las dicotomías

Buscarle salida a este problema significa trascender el dicotómico pensamiento colonial y comprender que se trata de una cuestión política de primer orden.

Por ejemplo, antes de tachar de “bárbara” o “irracional” a la tauromaquia, deberíamos comprender su historia y conexión con el dispositivo ganadero y las personas a las que beneficia y privilegia sistemáticamente. Si nos dispusiéramos a llevar a cabo esa tarea encontraríamos, por ejemplo, que, aunque las corridas de toros tienen un pasado colonial, son un fenómeno esencialmente moderno, que tuvo su auge en el siglo XX, de la mano de la agricultura capitalista, y que está orientado al espectáculo y la producción de capital.

Las corridas de toros o las corralejas están muy lejos de la taurocatapsia practicada por las civilizaciones minoica y griega, del culto romano a Mitra practicado por sociedades mistéricas, de los espectáculos circenses romanos en los que se ponía a luchar a los esclavos con toros o del lanceo medieval a caballo, cercano a los torneos donde los caballeros mostraban su “valentía” ante la nobleza feudal y para la diversión del pueblo.

Aunque la tauromaquia retoma muchos de esos aspectos y reitera la idea de que el sometimiento de una “bestia salvaje” es un valor civilizatorio, esta actualmente es, ante todo, un negocio que vende entretenimiento popular, refuerza la división de clases y explota sistemáticamente a los toros con costos elevados para los animales sometidos y las selvas arrasadas. En ese contexto no es azarosa la alianza perversa entre paramilitarismo, tauromaquia y ganadería.

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