Fratelli Tuti: un llamado a la sensatez - Razón Pública
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Fratelli Tuti: un llamado a la sensatez

Escrito por William Elvis Plata
William Plata

Aunque no muchos la lean o hagan caso por ahora, la nueva encíclica del papa, Fratelli Tuti, pasará a la historia como pasan los llamados a la paz y la cordura en épocas de oscuridad.

William Elvis Plata*

Una nueva encíclica social

Este 4 de octubre, el papa Francisco publicó la tercera encíclica de su pontificado: Fratelli Tuti.

Se trata de un documento especial, que se inscribe en la tradición de las encíclicas sociales, iniciada en 1891 por León XIII con Rerum Novarum (‘Sobre las cosas nuevas’); en ese momento, León XIII se refirió al mundo obrero y a los retos de sociedad industrial. Normalmente las encíclicas sociales han iniciado movimientos con propuestas alternativas, tratando de marcar una tercera vía.

Francisco —papa social por excelencia— ha querido hacer su aporte, y dos de sus tres encíclicas se refieren a problemas sociales y ambientales. Así, la nueva encíclica Fratelli Tuti es una continuación de Laudato Si (2015), donde el papa reflexionó sobre los graves problemas que experimenta la «casa común» —cómo llama a nuestro planeta Tierra— y la necesidad de acciones integrales para solucionarlos.

Su propuesta implica una revisión del antropocentrismo y del sentido absoluto que se le ha otorgado a la tecnología y a la economía. Ahora, en el nuevo documento, el papa retoma el punto final de la encíclica de 2015 y lo profundiza.

Origen, propósito y método

La encíclica fue firmada el 3 de octubre, en Asís, Italia, y publicada al día siguiente. Este hecho no es casual: según Francisco, el testimonio de San Francisco de Asís lo motivó a escribirla; además, se inspiró en sus encuentros con el patriarca ortodoxo Bartolomé y, sobre todo, con el Imán Ahmad Al Tayyeb.

Es decir, esta encíclica quiere ir más allá del cristianismo, hablando también a los hombres de buena voluntad de distintas religiones y a los no creyentes. Su objetivo lo confirma: invitar a la búsqueda de la fraternidad y la amistad entre todos los hombres.

Al igual que Laudato Si, Fratelli Tuti tiene una particularidad: sigue las directrices del método de «revisión de vida», muy empleado en la teología latinoamericana. Este método consta de tres momentos:

  • Ver: se hace un balance de la realidad
  • Juzgar: se compara la situación con el mensaje del Evangelio;
  • Actuar: se proponen directrices para cambiar la situación, que es lo que la encíclica hace en su tercera y mayor parte.

Esta metodología orientada a la práctica es «novedosa» en los documentos pontificios, que solían utilizar esquemas basados en el método tomista: argumento, contraargumento, réplica y respuesta final.

Ver: disipar las sombras

Compuesta por ocho capítulos, que abarcan cien páginas, Fratelli Tuti recoge muchas de las ideas que el papa ha expresado en distintas alocuciones y documentos de sus ocho años de pontificado.

Comienza analizando las actuales relaciones sociales y humanas, que califica como maltrechas:

  • Se han deformado los conceptos de democracia, libertad y justicia.
  • Se han perdido el sentido social y la consciencia de la historia.
  • Predominan el egoísmo y el desinterés por el bien común, la cultura del descartar al débil y al que «no sirve», la ética utilitarista.
  • Prevalece la lógica de mercado y el consumo como propósito de la existencia humana, que agravan la concentración de la riqueza y la desigualdad.
  • Ha aumentado el «miedo al otro»: xenofobia, ensimismamiento y edificación de muros físicos, económicos, políticos y hasta afectivos, en sociedades interconectadas como nunca, pero que rehúsan oírse mutuamente.
  • Abunda la información, pero no se reflexiona; el diálogo se ha abandonado, y desde las redes sociales y los medios se ataca, ridiculiza y agrede al que piensa de manera diferente: se conforman círculos cerrados que pregonan pensamientos y acciones sectarias y destructivas.

Juzgar: el buen samaritano

Tras este panorama de «sombras», el papa alude a un pasaje bíblico muy conocido: la parábola del buen samaritano, destacando que una sociedad enferma es aquella que da la espalda al dolor y ha perdido su sentido de solidaridad.

Todos estamos llamados a estar cerca del «otro» y a superar prejuicios, barreras culturales, nacionales e históricas. El amor construye puentes —dice—; «estamos hechos para el amor» (pár. 88), exhortación que, en el caso de los cristianos, es un mandato.

El amor es inherente al ser humano: desde ahí se deben curar heridas y reconstruir la fraternidad humana. ¿Pero cómo hacerlo? Sin pretender dar recetas, el papa sí sugiere unos caminos o escenarios desde los que se puede construir.

Foto: Twitter Papa Francisco La nueva encíclica del Papa Francisco no será bien acogida en buena parte del seno del catolicismo que lo considera un hereje.

Actuar: los caminos

Ética de acogida y «amistad social» en las relaciones internacionales, para que estas aporten a un mundo más abierto, donde no haya exclusiones ni discriminaciones.

El problema migratorio: el papa defiende la migración como un derecho de todo ser humano a buscar un lugar mejor, que garantice condiciones dignas de vida. Por tanto, pide a los países receptores que practiquen la acogida, la protección, la promoción y la integración de los inmigrantes, desechando la peligrosa xenofobia. No podemos ensimismarnos: en un mundo globalizado, los problemas de unos afectan a todos.

Mejorar la política. De acuerdo con Francisco, la actual manera de hacer política desecha a los débiles y no respeta la diversidad cultural; suele caer en prácticas populistas. El papa critica esta forma de cautivar al pueblo para usarlo según proyectos personales y de perpetuación del poder.

Insiste en que la política debe basarse en el amor, la caridad y la subsidiariedad. En esta búsqueda, el papa Francisco pide reformar la ONU, que está sometida a intereses económicos y que se convierta en una entidad que tienda puentes, trabaje por la equidad y procure crear el concepto de una «familia de naciones».

El diálogo auténtico, que considere el punto de vista ajeno y esté abierto a argumentos; pero no puede caer en el relativismo, que, disfrazado de tolerancia, «termina facilitando que los valores morales sean interpretados por los poderosos según las conveniencias del momento». Un diálogo sincero, pero a la vez amable, tiende puentes.

Promoción de la paz, que se vincula al perdón y a la reconciliación, pero a la vez mantiene la dignidad y la justicia. La búsqueda de la paz implica la defensa de los derechos de las víctimas y de los oprimidos, la justicia y la memoria, pues perdonar no significa olvidar, sino renunciar al deseo de venganza. En este punto, el papa concluye con un rechazo contundente a la guerra, considerada como «fracaso de la humanidad», y pide la eliminación de las armas nucleares, como imperativo moral y humanitario. También critica la cadena perpetua.

Papel de las religiones al servicio de la fraternidad universal. Estas son muy importantes para conseguirlo, y no deben despreciarse. En concordancia con lo expresado por el Concilio Vaticano II y por los papas anteriores, la Iglesia Católica valora las demás religiones y todo lo bueno que ellas tengan.

Hace un nuevo llamado a la libertad religiosa. Condena el terrorismo en nombre de religiones o creencias; lo desvirtúa en su supuesto fundamento religioso y lo define como un crimen internacional. Por otra parte, insiste, en el papel que pueden jugar las religiones en la vida pública al servicio de la paz y la equidad, sin caer en el activismo político.

La encíclica finaliza con una reflexión en torno al místico Charles de Foucauld, a quien considera un promotor de la hermandad universal.

Foto: Pxhere La encíclica es una invitación a la fraternidad y a buscar soluciones para un mundo convulsionado, atacando problemas concretos.

Los alcances

La encíclica es un llamado a la cordura para sociedades que están cada vez más radicalizadas en posiciones divergentes; rehúsan dialogar, se acusan mutuamente y promueven el odio, como sucede —para no ir más lejos— en Colombia, con una paz que parece difuminarse como un espejismo, a causa de intereses políticos y económicos.

Se trata de un llamado que no es ingenuo ni romántico; señala aspectos concretos para trabajar. No es idealista, aunque se basa en el ideal cristiano del amor («eficaz» como lo llamó cierto sacerdote colombiano), pues sabe que los grandes obstáculos para conseguir la fraternidad mundial están en los intereses económicos y, sobre todo, en el economicismo y el utilitarismo en que se basan hoy las relaciones sociales, las relaciones internacionales, las relaciones con la naturaleza y, muchas veces, hasta las relaciones interpersonales.

Es una encíclica que marcará una época. Francisco invita a las iglesias a abrirse, a acoger, a recibir, aun a costa, quizá, de recibir heridas. Invita a trabajar con todos los hombres de buena voluntad, sin pensar en religión, etnia o condición.

Los ecos

Más allá del despliegue mediático inmediato que suele producirse, tengo mis dudas sobre la recepción de la encíclica por parte de la actual generación.

Al criticar la economización de las relaciones humanas y el capitalismo extremo, quienes ostentan el poder no la verán con buenos ojos; inmediatamente tacharán la encíclica de «comunista» o epítetos parecidos, como se hizo en su momento con la conciliadora Rerum Novarum, de 1891. En algunos asuntos parece que el tiempo no cambia nada.

Por otra parte, los portavoces del mundo secular suelen considerar prácticamente cualquier palabra o acto de los representantes de la iglesia como intromisión «inquisitorial» y como actos de doble moral, lo cual según ellos les niega validez a sus propuestas.

Por otra parte, al papa Francisco se lo contradice más dentro del catolicismo que fuera de él; hay varios cardenales, obispos y sacerdotes en abierta u oculta rebelión al Papa, que no dudan en calificarlo casi como hereje, debido a que no apoya el modelo tradicional de iglesia en combate contra el mundo moderno.

No veo mayor recepción inmediata en Iglesia Católica, y menos en Colombia, cuya mayoría no se interesa por leer estos documentos y cuyos obispos y sacerdotes no se interesan por enseñar a profundidad, con la excepción de algunas prédicas coyunturales. Insisten en que el mero cambio personal basta, y no se preocupan por las «estructuras de pecado», como las llama el propio Catecismo de la Iglesia Católica.

No obstante, este documento, aunque tal vez ahora no sea escuchado, pasará a la historia, como siempre sucede con los llamados que se han hecho por la sensatez y la cordura en los momentos de oscuridad​. ​

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