La iglesia católica pide perdón por lo abusos sexuales de algunos miembros del clero. Para evaluar este gesto hay que entender los factores culturales e institucionales que dan lugar a los abusos, así como las medidas que esté adoptando la iglesia.
William Elvis Plata*
Una historia resumida
La Iglesia Católica de Colombia publicó una solicitud de perdón a las víctimas de abusos sexuales cometidos por clérigos. La solicitud se produjo después de años de denuncias de abuso sexual en todo el mundo, y en general ha sido recibida con una mezcla de agradecimiento y escepticismo por parte de las víctimas y sus familias.
Aunque es un momento importante para los afectados, es bueno preguntarse por qué la iglesia católica tardó tanto en reconocer y pedir perdón. La respuesta es complicada y nos remite a una serie de factores históricos, culturales y políticos.
Uno de los elementos que ha impedido que la Iglesia Católica aborde el problema del abuso sexual de manera efectiva es la cultura del secreto que históricamente ha rodeado a la institución eclesiástica.
Los abusos sexuales no son un fenómeno reciente, ya que existen indicios que prueban todo lo contrario. Desde la Edad Media se hablaba del delito de “solicitación”, que aludía al abuso cometido contra mujeres en el confesionario. Este delito quedó bajo la mira del Tribunal de la Inquisición y luego fue explícitamente reconocido y debatido en los procesos de reforma que afrontó el clero entre los siglos XVI y XIX. Finalmente, la “solicitación” quedó explícitamente consignada en los códigos de derecho canónico de 1917 y 1983.
Pero no ha habido mayor control ni juzgamiento sobre otras acciones sexuales abusivas contra los feligreses.
Uno de los elementos que ha impedido que la Iglesia Católica aborde el problema del abuso sexual de manera efectiva es la cultura del secreto que históricamente ha rodeado a la institución eclesiástica.
Durante décadas, la institución eclesiástica trató de encubrir los casos de abuso sexual en lugar de abordar el problema de manera abierta y transparente. La anterior cultura del secreto, poco a poco, se perpetuó por la ausencia de protocolos para abordar el abuso sexual y la creencia errónea de que se trataba de un práctica rara o aislada.
El peso de la cultura institucional
Otro elemento que ha favorecido los abusos, y su abordaje, es el clericalismo.
En sociedades donde el catolicismo es mayoría, el sacerdote es visto como una figura superior, intocable. Por este motivo, el clérigo acumula mucho “poder pastoral” —en términos de Foucault— o “poder hierático” —en términos de Weber—, lo cual impide que sus actos sean juzgados por la sociedad civil. De hecho, hasta hace poco, un sacerdote era visto como modelo de perfección.
Sumado a lo anterior, durante siglos en Colombia existió el fuero eclesiástico, un mecanismo que impedía que los tribunales civiles juzgaran los delitos de los clérigos, lo cual, de manera directa, los blindaba frente a los abusos sexuales.
También, al vivir en un ambiente de “separación” de su feligresía, los sacerdotes tenían que acogerse a las reglas estipuladas en los cánones y no podían expresar sus sentimientos, emociones, dudas o problemas. De esta manera, la rigidez institucional favoreció la cultura del silencio, ya que, ante cualquier situación, los altos miembros de la Iglesia Católica optaban por cambiar a los sacerdotes de parroquia y así evitar un escándalo.
La falta de educación sexual
Otro factor que ha impedido a la Iglesia Católica abordar el problema del abuso sexual es el tipo de formación impartida a los futuros sacerdotes, específicamente, la ausencia de educación sexual. Durante años, los jóvenes son confinados de lunes a sábado en un seminario inmerso en un ambiente estricto y autoritario, donde se habla de lo divino y de lo terrenal, pero no de la sexualidad. Dicho de otro modo, se trata de un espacio que promueve la obediencia, que impide la crítica y el disenso, que doblega la voluntad, y que, además, genera actitudes misóginas.
La situación es tan crítica que hasta los propios seminaristas pueden ser objeto de abuso sexual por parte de sus formadores o compañeros.
Aunque se les pide ser célibes, no se habla de los métodos ni de los problemas que conlleva. Además, un ambiente marcado por la separación y la represión detona el surgimiento de sentimientos negativos reprimidos contra los más débiles e indefensos. Sólo recientemente se ha comenzado a hacer uso de ayuda psicológica en los procesos formativos.
Sumado a los factores internos, hay elementos externos que han impedido que la iglesia católica trate el problema del abuso sexual. En Colombia, por ejemplo, existe una cultura de vergüenza y estigma en torno al abuso sexual que ha hecho que muchas víctimas no hablen sobre sus experiencias. Asimismo, el sistema de justicia ha sido débil y corrupto, lo que hace difícil para las víctimas obtener la protección de sus derechos.
Medidas de la iglesia
En concordancia con lo solicitado por la Santa Sede, la iglesia católica en Colombia ha tomado algunas medidas para enfrentar el abuso sexual.
La Conferencia Episcopal de Colombia y algunas diócesis vienen emitiendo protocolos para la prevención del abuso sexual, incluyendo la formación de comités de protección de niños y jóvenes y la capacitación obligatoria para los sacerdotes y personal que trabaja con niños. Una de las acciones más significativas la adelanta la Arquidiócesis de Bogotá, que en 2018 creó la Oficina del Buen Trato a Menores de Edad y ha realizado programas de formación para crear entornos seguros en la Iglesia.
Pero se sabe muy poco sobre la magnitud del problema del abuso sexual en la iglesia católica en Colombia. A diferencia de otros países como Estados Unidos y Australia, donde se han llevado a cabo investigaciones exhaustivas, en nuestro país todavía hay mucho por hacer.
El acto de perdón es un paso importante en la dirección correcta. Al reconocer el dolor de las víctimas, se acepta que la Iglesia tiene que afrontar el abuso sexual dentro de la institución.
Sin embargo, el perdón también exige un cambio en los procesos de formación de los seminaristas, la adopción de programas de prevención, sistemas de alertas tempranas, protocolos de atención y seguimiento y apoyo a las víctimas.
La ausencia de protocolos hace que muchos sacerdotes, temerosos, dejen de tener contacto con la niñez y la juventud, extinguiendo grupos tales como los acólitos, la infancia misionera, los grupos juveniles, etc., lo cual afecta la transmisión de la fe católica.

Aunque se les pide ser célibes, no se habla de los métodos ni de los problemas que conlleva. Además, un ambiente marcado por la separación y la represión detona el surgimiento de sentimientos negativos reprimidos contra los más débiles e indefensos. Sólo recientemente se ha comenzado a hacer uso de ayuda psicológica en los procesos formativos.
En un país con una larga historia de conflicto armado y violencia, la iglesia católica ha desempeñado un papel importante en la promoción de la paz y la reconciliación. Sin embargo, el abuso sexual cometido por clérigos socava la credibilidad de la institución eclesiástica y nos lleva a reflexionar sobre su capacidad para liderar en temas de justicia y derechos humanos.
Finalmente, es necesario advertir dos cosas: por una parte, la puesta en práctica de las medidas para prevenir los abusos debe evitar un ambiente de desconfianza generalizada hacia los sacerdotes y religiosos. Importa recordar que la mayoría de los clérigos son personas honestas que trabajan con dedicación en sus comunidades, como demuestra el sinnúmero de obras sociales y culturales.
Lo sucedido dentro de la institución eclesiástica no es particular ni único. Se sabe que otras iglesias cristianas, como también empresas y entidades del Estado, adolecen de prácticas de abuso sexual —incluyendo contra menores de edad— la mayoría de las cuales se quedan en secreto y en la impunidad.
No obstante, la presión de unos pocos ha llevado a que los casos de abuso en la Iglesia sean conocidos, y de alguna manera, reconocidos por las autoridades eclesiásticas. Un paso fundamental que no se ha dado dentro de otras instituciones. Todo ello es necesario por el bien de la verdad, la justicia y la reparación, sobre todo para un país que ansía la reconciliación.