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El país sin carreteras y las ciudades sin calles

Escrito por Juan Pablo Bocarejo
juan pablo bocarejo

juan pablo bocarejoPor la miopía y por la imprevisión, las carreteras se quedaron obsoletas, la red vial de Bogotá quedó mal diseñada, y el invierno nos hizo colapsar. En vez de parches y arreglos temporales para sostener esta infraestructura de cristal, necesitamos de una ingeniería con otra visión.

Juan Pablo Bocarejo *

No tenemos carreteras

La obsolescencia de las especificaciones técnicas de la infraestructura vial en Colombia es gigantesca. Hemos construido vías con pendientes, peraltes de las zonas laterales y radios de curvatura que obstaculizan un flujo vehicular normal, además de presentar enormes deficiencias de señalización y demarcación.

Los pírricos ahorros iniciales al construir vías baratas han sido sobrepasados con creces por los mayores costos que las empresas deben asumir para el transporte de sus mercancías, debido a la accidentalidad y a la falta de movilidad cuando colapsan las vías.

Así mismo, no hay claridad sobre cuáles deben ser las prioridades de inversión de los recursos cada vez mayores que estamos destinando a mejorar la infraestructura. Ante la difícil coyuntura de una infraestructura destruida — tanto en plano nacional como dentro de las ciudades — corremos el riesgo de reconstruir una infraestructura de cristal.

Una red vital para Bogotá

Estudios desarrollados hace más de tres años por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Dirección de Prevención y Atención de Emergencias (DPAE) de la Secretaría de Gobierno de Bogotá habían propuesto fortalecer una red vital de movilidad, como estrategia fundamental para manejar las emergencias en la capital. Este concepto supone un plan que disminuya la vulnerabilidad de las vías más importantes de la ciudad y aumente su resiliencia, al tiempo que se crean opciones redundantes de movilidad para el caso de una emergencia.

A partir de un análisis de redes y de su vulnerabilidad, tanto en términos físicos como funcionales, se proponía identificar esta red vital, analizar los diferentes componentes que podrían afectar su estabilidad y adelantar una serie de intervenciones que disminuyeran consistentemente los riesgos de colapso de esta red, esencial para el funcionamiento de la ciudad. Desafortunadamente, estas recomendaciones adoptadas por la DPAE no fueron ejecutadas por las autoridades de movilidad.

Aunque era imposible prever la magnitud que podría llegar a tener el invierno, las estrategias de prevención de desastres y disminución de los riesgos simplemente no se pusieron en marcha. Estas buscan precisamente que la ciudad y el país estén preparados para responder de la mejor manera a estas emergencias, independientemente de los sucesos que ocurran.

Prioridades frente a la imprevisión

La situación no es diferente en el plano nacional. La manera como se han venido fijando las prioridades de inversión deja mucho que desear. Uno de los criterios esenciales para determinar esas prioridades debe ser la consolidación de una infraestructura más resistente, para disminuir los impactos negativos del las emergencias sobre el desarrollo económico y la seguridad de los colombianos.

A pesar de la durísima lección que dos inviernos seguidos le han dado al país y en especial a las instituciones responsables de la infraestructura, corremos el riesgo de volver a construir una red con la misma vulnerabilidad de la actual. Con algo de suerte, no tendremos fenómenos tan extremos y lograremos capotear por algunos años las emergencias que vendrán; pero si algún fenómeno extremo nos afecta nuevamente, volveremos a sufrir las graves consecuencias — y como es habitual no habrá responsables por la mala gestión de la infraestructura.

Construir esta red vital en el plano nacional y en las ciudades requiere de sistemas permanentes de monitoreo de las estructuras, de los taludes, del drenaje, de las redes de servicio en la ciudad; adicionalmente, para la red interurbana deben mejorarse las especificaciones de diseño geométrico, tales como pendientes y curvas.

A su vez, esta red vital se conecta con la prioridad de disminuir los accidentes de tránsito. La solución no es únicamente invertir recursos cuantiosos en nuevas concesiones viales, sino contar con la capacidad institucional y con sistemas de gestión y seguimiento permanente que garanticen la solidez de la infraestructura actual y futura.

En síntesis, en el caso de Bogotá el desconocimiento de directrices surgidas desde los organismos de prevención de emergencias ha contribuido al colapso de vías claves en la ciudad; en el caso de la red vial nacional, todo apunta a que haremos remiendos a una red frágil, sin disminuir su vulnerabilidad de manera significativa.

Es urgente adoptar una visión diferente sobre el desarrollo, mantenimiento y fortalecimiento de la infraestructura, y este cambio de visión probablemente debe empezar desde las facultades de ingeniería del país.

Ph.D. en Transporte.

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