La prohibición disfrazada de celebrar corridas de toros en Bogotá ha levantado ampolla entre la minoría taurófila. Pero los argumentos postmodernos de los pro-derechos de los animales son tan débiles como su propia ética. Una perspectiva cultural podría sacarnos de la discusión bizantina.
Álvaro Botero C
Prohibir lo que no se entiende
De nuevo, el alcalde Petro salta al ruedo (imagen nunca tan apropiada) con una decisión que no deja de ser sorprendente. Meses atrás había adelantado algo acerca de su posición frente a la Fiesta Brava. Y sucedió lo que se preveía: una prohibición disfrazada. Parece que lo que no se entiende, mejor se prohíbe.
Mediante el eufemismo de una ruptura unilateral del contrato de arrendamiento del Coso Taurino de Bogotá, por fuera del cual resulta casi imposible celebrar corridas de toros, parece quedar zanjado el tema, al menos por el momento.
![]() La tauromaquia: una manifestación cultural heredera de un antiguo culto presente por toda la cuenca del Mediterráneo. Foto: elartetaurino.com |
Debo confesar que no soy particularmente adepto a asistir a las fiestas de la tauromaquia, como tampoco a otros espectáculos que reúnen multitudes, como el fútbol y los grandes conciertos, ni siquiera el de McCartney. Ya tampoco voy a cine, para evitar las filas. De manera que no me siento personalmente afectado por la alcaldada, lo que no me impide entender su impacto para quienes sí disfrutan de estos espectáculos.
Cómo marcar el límite
Desde un enfoque estrictamente analítico, me interesa llamar la atención sobre algunos argumentos falsos o débiles. En primer lugar hay que evitar caer en el dilema, falaz a mi entender, de si la crueldad con los animales debe permitirse o de si se puede justificar en alguna medida.
Reducir la tauromaquia y sus aspectos rituales a una descripción fría acerca de lo que acontece durante una corrida, bajo una perspectiva puramente anecdótica, probablemente lleve a la conclusión de que se trata de un espectáculo cruel e inútil, pero resulta de una visión sacada de su contexto cultural.
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Pretender hacer de la Biblia un documento históricamente verificable o calificarla como una obra maestra de literatura de ficción, también conducen a un callejón sin salida, pues se comete el mismo error: hacer abstracción del contexto cultural en el cual el objeto de análisis cobra sentido. O pretender que en la eucaristía cristiana se ensalza la Muerte, porque preside los ritos la imagen de un hombre torturado, crucificado y moribundo. Absurdo, por simplista.
No se puede profundizar en la comprensión de fenómenos de este tipo mediante la simplificación y la anecdotizaciòn (si se me permite esta palabra), así se busque defender un punto de vista loable por demás.
Descontextualizar lo sacro, lo sagrado que se opone a la sacralidad oficial, ha sido una vieja argucia del Imperio Romano y de la Inquisición, que en el pasado desencadenó persecuciones y cacerías de brujas contra los herejes, y que siempre ha servido a intereses poco claros. Es un arma de doble filo: si hoy se prohíbe algo que afecta a una minoría… ¿dónde se pondrá el límite para contentar a una mayoría intolerante?
Es un culto ancestral
Es posible desplegar la mirada sobre un panorama más amplio para analizar la manera como se aborda la resolución del dilema mediante la prohibición. Esta perspectiva más amplia permite apreciar un cuadro inquietante.
Se trata de prohibir una manifestación cultural heredera de un antiguo culto presente por toda la cuenca del Mediterráneo — desde Egipto, pasando por Creta, hasta la península ibérica — con al menos tres mil quinientos años de testimonio arqueológico, tal vez el culto de mayor antigüedad que hoy sobrevive: un valioso fósil cultural viviente.
Podría considerarse tan valioso y respetable como las propias Sagradas Escrituras judeo-cristianas: ambos son vestigios de actividades sagradas y constituyen manifestaciones culturales de primer orden.
De manera que centrar la discusión en el concepto posmoderno de crueldad hacia los animales, desnudándolo de sus aspectos rituales esenciales, es ignorar deliberadamente su naturaleza esencial y distraer la atención sobre un aspecto fundamental. Quienes así lo hacen, delatan su poca comprensión de los fenómenos culturales.
Así mismo, la tauromaquia ya en un contexto moderno, podría ser catalogada como arte y como rito, donde se ensalzan ciertas cualidades, animales y humanas, y se llenan ciertas expectativas y ciertas necesidades de orden emocional y hasta espiritual; objetivamente, se trata de una forma de culto y así ha sido entendida por la Corte Constitucional.
Así que el análisis se debe enfocar sobre la libertad de culto: ¿Cuál es su límite? ¿Este debe extenderse como vara para medir las demás actividades que choquen con juicios de valor posmodernos? ¿Tiene un alcalde la facultad de prohibir un culto vía decreto, sobre la base de justificaciones más que endebles? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar en el recorte de las libertades fundamentales? Claro que hablamos de seres humanos…
Habría que examinar la legislación moderna sobre derechos animales, en la cual confieso mi ignorancia. Pero aún admitiendo la existencia de derechos para los animales, ¿deben ellos protegerse por encima de los derechos de las personas, aun cuando se trate de una minoría?
Para el ciudadano común y corriente, la democracia se entiende como el mandato de la mayoría, como la imposición del interés general sobre el particular. De ser así, Borges habría tenido razón cuando la calificaba como el abuso de la estadística.
Pero quienes así opinan, olvidan que la democracia surge precisamente para dar voz a las minorías: la representatividad de todos los sectores sociales (demos) significa que se puede dar oportunidad a las minorías frente a la aplanadora de la voluntad popular sin más. Y de eso se trata: del derecho de una minoría a celebrar su culto particular.
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No resulta tan fácil apoyar la prohibición de la tauromaquía, pues la libertad de culto está protegida constitucionalmente y es un derecho fundamental. Por eso no tiene, tampoco, sentido someter la decisión a referéndum.
Así que, no se trata de lo acertado o lo errado de una visión pseudo–humanitaria trasplantada a la realidad de los animales, es decir, antropomorfizada. Se trata del respeto por un culto que tiene probada validez histórica y cultural, en el cual el sacrificio del Toro tiene un papel central. De hecho, términos como sacrificio, sacro, sagrado, tienen la misma raíz lingüística.
El olvido, remedio infalible
Cabe anotar que las civilizaciones disponen de un mecanismo mucho más eficaz para deshacerse de manifestaciones cultuales o culturales que han dejado de tener sentido o de cumplir su función: el olvido, el simple polvo del olvido.
Cada día menos gente asiste a las corridas de toros. Su supervivencia económica ya está seriamente amenazada, no por el delirio de algún autócrata en busca de votos, sino por el bostezo de aburrimiento que despierta en quienes ya no perciben en una corrida de toros ni emoción ni mensaje alguno que les mueva el alma o les diga algo acerca de la realidad divina. No hace falta prohibir algo que ya está moribundo.
Por eso tampoco tiene sentido la discusión con los auto–nombrados protectores de los animales. Seguramente tienen sus razones, igual que los fanáticos de la tauromaquia. Y las de los primeros no son ni más ni menos respetables que las de los segundos. No es más que una discusión bizantina.
¿Pero hasta dónde estamos dispuestos a permitir la libertad de culto? ¿Puede un culto prohibirse por decreto? Hay deportes muy violentos y populares, que también ponen en peligro la vida de quienes los practican…el boxeo, la lucha. ¿Deben prohibirse también? ¿Cuál es el límite? Prácticamente, todas las manifestaciones culturales han sido en algún momento y algunas lo son aún, rituales sagrados, liturgias… en fin, religiones.
* Graduado en Filosofía, Universidad Nacional de Colombia, con énfasis en Filosofía Presocrática y Mitología. Investigador Social de la Fundación Walter Benjamin, y Miembro del Colectivo de Estudio de Filosofía Crítica, dirigido por el Profesor Sergio Dezubiría, en Bogotá. Actualmente Editor asistente de la Revista Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Colombiana, Editor y encargado de Publicaciones de la Fundación W. B.