Mientras la religión pretende dar las respuestas, la filosofía se ocupa de formular las preguntas, de obligarnos a pensar en forma autónoma y de asumir la responsabilidad por la propia vida. A raíz de una crítica reciente a los filósofos, esta reflexión en realidad se ocupa del lugar y el papel que el pensamiento puede y debe jugar en nuestra sociedad convulsionada[1].
Álvaro Botero Cadavid*
Pregunta mal formulada
¿Dónde están los filósofos? pende la sentencia, cual espada de Damocles, sobre las cabezas ilustres de tres profesionales académicos de la filosofía colombiana, en la portada de la Revista Arcadia, número 66 de marzo de 2011. El escepticismo e ingenuidad casi infinita que suponen tal pregunta domina la imagen y refleja la orfandad y el desamparo de los pensadores, acentuados por sus patéticos paraguas desplegados; sus rostros adustos y severos contrastan con la puerilidad del enunciado y nos invitan a introducirnos en las páginas de la revista en busca de una respuesta.
Sergio de Zubiría, Rubén Sierra y Lisímaco Parra, tres de los más respetados filósofos colombianos. Facsimil de la portada de la revista Arcadia. N. 66
Pero la promesa se incumple. El texto, además de ligero y plagado de lugares comunes, se enreda en sus propios equívocos y no nos deja más que la certeza de que -lejos de proponer un dilema- el artículo constata la profunda y generalizada ignorancia acerca de un quehacer tan viejo como la palabra misma.
Pero esto no es lo grave; es más bien sintomático. Pues, aunque cualquier persona común y corriente pretende saber a qué se refiere cuando utiliza la palabra filosofía, la verdad es que este vocablo comporta tal mezcla de prejuicios, suposiciones, mistificaciones y fantasías, que difícilmente se encontrarán dos individuos que se pongan de acuerdo en una definición común.
Obligarse a pensar
Se pregunta, en el fondo, por la utilidad misma del filosofar, que es una preocupación tan vieja como el quehacer mismo. Cuentan las leyendas que ya Tales, hace más de dos milenios y medio, se vio acosado en tal sentido por parte de sus contemporáneos, y hubo de hacer un par de demostraciones para probar las ventajas del pensar sistemático y científico. La anécdota famosa sobre su método para cruzar un río sin necesidad de construir un puente, o su famoso teorema, ilustran sobre su respuesta ante una preocupación que proviene, más que del pensador mismo, de la intriga que genera en el hombre común esta particular forma de ser, de pensar y de abordar la realidad.
Porque de eso se trata. En el fondo, insisto, la pregunta indaga sobre la utilidad práctica de la filosofía. ¿Sobre qué trata? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su sentido, si es que tiene alguno? Si es cierta la definición del diccionario, amor por la sabiduría, ¿no debería, pues, ser La Luz, El Faro, La Guía frente a la encrucijada incierta que caracteriza lo real cotidiano?
Y si no lo es, ¿qué sentido tiene dedicar esfuerzos y recursos a una actividad estéril? Si pretende indagar sobre los fundamentos y los primeros principios, ¿por qué no entrega respuestas, por qué no recomienda soluciones?
Pienso que la sentencia del profesor Sierra, tan poco satisfactoria para el autor de la nota -lo que se refleja en su desconcierto- sintetiza e ilustra el asunto que trato de exponer: "Es que los filósofos no somos quienes tenemos que resolver los problemas del país."
Concedo que la respuesta no es muy cortés, pero igualmente es preciso anotar que si el periodista hubiera hecho su trabajo con más cuidado, si hubiera investigado con más seriedad, habría anticipado esta situación y la manera de resolverla, en vez de interpretarla como un acto de hostilidad, de prepotencia, que traslada el debate al ámbito de los territorios y las posturas ideológicas, acusando a los filósofos como déspotas encerrados en torres de marfil que se niegan a revelar la Verdad verdadera a quienes se la solicitan y exigen su derecho a una respuesta clara, digerible.
Sin embargo, ante esta respuesta clara, inequívoca, sencilla, el periodista se niega a entender. Para él, esta frase tan elemental no expresa lo que suponía que debería provenir de un filósofo, de un hombre que ama la sabiduría y que, por ende, conoce las Verdades profundas y recónditas del Universo.
¿Por qué no mejor expresa un silogismo que pueda citar? O, al menos, algún aforismo, alguna parábola que, aunque oscura, le provea el material especulativo con qué llenar las cuartillas y así entregar un texto que justifique sus honorarios. Pero no, el ilustre profesor se empecina en devolverle la pelota, en dificultarle su tarea, en obligarlo a pensar.
Me parece acertado un comentario que anota: "¿Dónde están los ingenieros ante el desastre de la infraestructura del país?" Igualmente, dónde los biólogos, los economistas… Incluso, me atrevería a decir… ¿Dónde están los políticos?, pues hemos caído en manos de gerentes, de hombres de negocios y no de profesionales del Estado expertos en el manejo de la Cosa Pública (de la Res pública).
Preguntas y no respuestas
Y es que la filosofía es, al igual que todas las otras disciplinas y profesiones llamadas liberales, además de una herramienta para enfrentar el mercado laboral, es una herramienta para pensar y construir una imagen propia del mundo. No la única ni la mejor, solamente una más, pero rodeada del halo de misterio que le otorgan quienes añoran un imaginario e ilusorio pasado mágico, un Edén perdido donde siempre había alguien encargado de proveer todas las respuestas.
Pero, volvamos al punto inicial: ¿Para qué sirve la filosofía? El profesor Sierra señaló el punto. Sirve para formular preguntas, porque las respuestas las otorga la Fe. Así de sencillo, así de complejo. Caer en el facilismo de culpar al marxismo de un pretendido estancamiento de esta disciplina en nuestro país, es otro síntoma que nos revela el talante de quienes caen en la tentación de responder siempre en los términos del oyente, de decirle lo que quiere escuchar.
Lo cual no sólo es absurdo, estéril, sino que desconoce la realidad, la universitaria y la otra, si es que concedemos el supuesto, bastante extendido por demás, de que la universidad no hace parte de esta última, sino que es una especie de Isla de la Fantasía donde el Conocimiento (así, con mayúscula) habita y se desarrolla ajeno a lo real cotidiano.
Los mitos son una herramienta muy útil a la hora de buscar el retrato de un momento histórico determinado. Y hay dos -de dos épocas representativas- muy ilustrativos de las diferencias de postura que conviven aún en pleno siglo XXI, que explican un poco la dificultad frente a estos temas y que también nos señalan la diferencia entre la Antigüedad y la Modernidad.
Cuenta la leyenda que a la entrada de la ciudad de Tebas, en Grecia, la Esfinge formulaba una pregunta a los viajeros. La tradición nos deja ver el talante y la virtud del hombre sabio: tener la repuesta adecuada, precisa, concreta… es el caso de Edipo.
Pasados 17 siglos, otra leyenda nos muestra a otro héroe, a Parsifal, quien, frente al Rey Pescador, guardián del Grial, se encuentra ante una situación similar, pero opuesta. Casi dos milenios después, ahora lo que se espera del hombre sabio es que formule la pregunta adecuada. Es evidente que la virtud del héroe se ha invertido, lo cual es un signo de los tiempos venideros.
Quien logre descifrar estos símbolos, podrá resolver la pregunta que nos ocupa. Pero no debemos llamarnos a engaño, la Historia no es una línea recta, y el progreso no se encuentra delante de nosotros. No basta con haber nacido después, igual se puede seguir viviendo en la realidad de nuestros antepasados y buscar respuestas en vez de indagar por cuenta propia.
Así más que lineal, la Historia pareciera presentarse mejor como una concurrencia y simultaneidad de diversas visiones del Mundo. Eso no anula ninguna, ni hace más verdadera una sobre otra. Más bien, nos invita a no confundir los ámbitos, pretendiendo respuestas teológicas en donde caben mejor los psicologismos.
En cuanto a lo que el autor del texto que comento cita como ejemplo o paradigma, la School of Life de Londres, es sólo una muestra de la confusión que reina en cuanto a determinar el propósito y objeto del quehacer de los filósofos. Los tópicos que cita, "las cuestiones más apremiantes de la vida cotidiana", serían más bien material para psicoterapia, hasta para un estudiante de educación media básica (léase bachillerato). O, incluso, frente a una escuela de este tipo, ¿no sería mejor acudir a la Escuela Dominical de las iglesias? Tanto católicos como protestantes-evangélicos tienen respuestas claras y fórmulas efectivas para resolver y enfrentar esas "cuestiones más apremiantes".
Pensar autónomamente
Es preciso abandonar la actitud del niño que confía en que su padre tenga todas las respuestas, porque, en el fondo, la dependencia de los supuestos sabios, es solamente la prolongación de la inmadurez infantil que contribuye a sobrevalorar egos y evita la dolorosa tarea de crecer y ser autónomo. Y pretender que alguien, idealizado de antemano, guíe mis decisiones y asuma esa responsabilidad por mí, es, no solo cómodo e irresponsable, sino, hasta cierto punto, perverso.
Preguntar ¿dónde están los filósofos?, es hacer la pregunta errada. Supone una ausencia, una falta en el escenario público, que delata la miopía del observador y su poca o nula investigación e información actualizada.
Porque allí están: en diversos escenarios académicos, científicos, culturales. Al igual que los ingenieros, los vendedores, los artistas…los filósofos están inmersos en la realidad diaria ejerciendo su función, utilizando la herramienta del pensamiento desde diversos ángulos: investigación social, docencia, asesoría política…se encuentran, incluso, en los lugares más insospechados.
Quien busque personajes de rostro severo, adusto, acariciando una abundante barba y emitiendo frases con verdades profundas, está tremendamente equivocado. Y si espera que seamos nosotros quienes respondamos a sus preguntas y demos las soluciones, está buscando más bien a un profeta o a un sacerdote.
La Biblia le otorga respuestas, de la filosofía no espere más que la invitación a pensar autónomamente y a hacerse responsable de sus propias decisiones, de su historia y de su propio destino.
* Graduado en Filosofía, Universidad Nacional de Colombia, con énfasis en Filosofía Presocrática y Mitología. Investigador Social de la Fundación Walter Benjamin, y Miembro del Colectivo de Estudio de Filosofía Crítica, dirigido por el Profesor Sergio Dezubiría, en Bogotá. Actualmente Editor asistente de la Revista Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Colombiana, Editor y encargado de Publicaciones de la Fundación W. B.
Notas de pie de página
[1] A partir de la pregunta de la revista Arcadia: "¿Dónde están los filósofos?", se ha suscitado un verdadero debate y también en este blog.
Este artículo constituye un aporte más.