Traducción, introducciones y notas de Hugo Ochoa Disselkoen y Raúl Gutiérrez. Editor: Jorge Aurelio Díaz Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, 2011.
John Meza
La literatura epistolar del idealismo alemán, así como de otros periodos filosóficos, ha sido ampliamente editada. Son conocidas las cartas de casi la totalidad de pensadores de esta época, desde Kant hasta Hölderlin, pasando por los hermanos Schlegel, Schiller y Goethe. Sin embargo, en pocas ocasiones el lector tiene acceso a un conjunto completo de correspondencia entre más de dos filósofos. Esta labor la cumple Correspondencia: Kant, Fichte, Schelling, Hegel, libro editado por el Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional. Es la primera vez que se traducen al español, en su conjunto, las cartas intercambiadas por los cuatro filósofos alemanes. Dicha correspondencia abarca desde 1791 hasta 1807, un periodo en el que, según anotan los traductores, «los acontecimientos políticos, militares, culturales, etc., se agolpan en Europa», y que ha significado «una transformación en la concepción que el sujeto tenía tanto de sí mismo como de la Naturaleza, de Dios, de la vida social, de la historia y del arte. De modo que todo esto había que pensarlo de nuevo, y de tal modo que se construyera un “todo”, es decir, que el pensamiento alcanzara la totalidad desde su fundamento». La construcción de este sistema intelectual es el marco de las discusiones entre filósofos, poetas, literatos y políticos en torno a temas como el absoluto, el conocimiento, lo bello, la razón, etc. que se manifiestan en una correspondencia nutrida y crítica entre diversos campos de la actividad intelectual.
La importancia de las cartas presentadas en el volumen radica muchas veces en su carácter polémico, pues con frecuencia constituyen recensiones y críticas a las obras de sus interlocutores, y debates que se daban también en las decenas de revistas literarias que surgieron (y perecieron) durante las primeras décadas del siglo xix. Las cartas a menudo revelan las costuras de las obras y de los proyectos filosóficos —aún antes de que los textos fueran finalmente editados—, así como un rico intercambio intelectual que evidencia, en últimas, la dimensión crítica del idealismo y el compromiso de sus pensadores. Por eso, como aclaran los traductores, la correspondencia entre Kant, Fichte, Schelling y Hegel tiene «un carácter paradigmático […] porque permite, entre otras cosas, percatarse de la génesis del pensar, de la complejidad de las relaciones, de la mutua influencia, de la insuficiencia de las clasificaciones; en ella podemos examinar uno de los múltiples cursos que siguió la crítica». El contenido de las cartas, efectivamente, no se refiere únicamente a las ideas y disputas filosóficas como tales, sino a un espectro más amplio que incluye discusiones sobre el entorno cultural, los editores, las escuelas filosóficas, los problemas para la publicación, la censura, etc., y de ahí que puedan ser leídas casi como textos testimoniales del idealismo alemán y su contexto, más que como textos filosóficos, en el sentido estricto.
El libro tiene tres partes que organizan la correspondencia entre los filósofos: entre Kant y Fichte, primero; luego entre Fichte y Schelling; y finalmente entre Schelling y Hegel. La organización y la elección de los autores da cuenta de un proceso más o menos amplio de evolución de ciertos postulados filosóficos, de manera que el lector percibe cambios sustanciales en el pensamiento y las opiniones de estos cuatro filósofos, en un periodo relativamente corto. Cada una de las partes cuenta con una introducción que pretende, no tanto hacer una hermenéutica de las cartas entre los autores, sino clarificar algunos aspectos generales de su filosofía, así como presentar las circunstancias biográficas que dieron lugar a la correspondencia. De la misma manera, las notas le aclaran al lector las referencias a textos editados, viajes de los autores y menciones a personas y sucesos de la época que, de otra manera, no podrían ser fácilmente identificables. Cada parte tiene su propio tono, ya sea debido a los temas que se tratan o al tipo de relación que se establece entre los filósofos. Así, las cartas entre Kant y Fichte mantienen un tono completamente formal y académico, mientras que el hecho de haber sido compañeros en el Convictorio de Tubinga les da a las cartas entre Hegel y Schelling un tono íntimo en el que se preguntan por sus viejos amigos, por el panorama intelectual y por el futuro de la actividad filosófica en ciudades como Jena, Stuttgart y Berlín. El tono entre Fichte y Schelling se mueve constantemente entre la formalidad y la intimidad, pues su relación de amistad se vio en varias ocasiones mermada por las opiniones de terceros respecto a la participación de Fichte en proyectos editoriales o a simples «noticias» a las que «no le[s] es aplicable el calificativo de chisme», como sostiene el mismo Fichte.
No es gratuito que la primera parte inicie con Kant, no solo porque es el primero, en orden cronológico, en dar a conocer su obra, sino porque la publicación de la Crítica de la razón pura inaugura en Alemania «una serie de disputas y querellas en torno a la nueva filosofía y sus diversas consecuencias [… y] casi cada artículo o cada libro tiene su réplica, y esta, a su vez, una contrarréplica», en palabras de Ochoa y Gutiérrez. Desde las primeras cartas se advierte la prevención y la desconfianza de Kant respecto al proyecto de Fichte de ampliar y discutir la Crítica de la razón pura y de orientarla hacia una filosofía trascendental. No obstante, también es cierto que Kant intuye que este diálogo será fructífero para la filosofía alemana y para los intereses intelectuales: «no concluiré descontento mi carrera si me puedo congratular de que lo que mis pequeños esfuerzos han comenzado pudiera ser llevado cada vez más cerca de la perfección por hombres industriosos y hábiles que se propongan mejorar el mundo». La admiración casi desmedida que siente Fichte por Kant lo lleva a considerarse su discípulo, a pesar de que Kant no fuera de la misma opinión, pues notaba que había diferencias fundamentales entre los dos programas filosóficos; tanto así que consideraba el trabajo de Fichte como una construcción meramente lógica. Las diferencias concretas entre las filosofías van mucho más allá de la terminología empleada o de los límites de la filosofía trascendental. Por ello, el lector puede percibir, a lo largo de todo el libro, que las divergencias en «la interpretación de la relación entre sujeto y objeto [son] la clave del problema del conocimiento» (Ochoa y Gutiérrez), y de ahí que se tracen derroteros distintos para las diversas escuelas filosóficas. Al final, la correspondencia entre Kant y Fichte parece limitarse a la mención de las intenciones de cada quien y a la posibilidad de colaboraciones entre ambos para algunas revistas. Sin embargo, Fichte nunca dejó de afirmar que los trabajos de Kant «no sucumbirán, producirán abundantes frutos, darán a la humanidad un nuevo impulso y un total renacimiento de sus principios, opiniones y constitución»; de hecho, Fichte se consideraba a sí mismo y a su Doctrina de la ciencia como frutos de la filosofía kantiana.
La segunda parte muestra un paralelo un poco paradójico e irónico entre la correspondencia entre Kant y Fichte, por un lado, y la que se dio entre Fichte y Schelling, por el otro. Del mismo modo en que Fichte creía firmemente no estar traicionando a su maestro Kant al ampliar y continuar la Crítica de la razón pura con la Doctrina de la ciencia, Schelling pretendía complementar el proyecto fichteano con su Filosofía de la naturaleza, en la que incluía el estudio de las ciencias naturales como el aspecto opuesto y complementario de la ciencia del espíritu (Geisteswissenshaft), estableciendo así un sistema filosófico total. Fichte —al igual que anteriormente había pensado Kant de su Crítica de la razón pura—, creía haber encontrado un sistema completo de la filosofía en la Doctrina de la ciencia; por eso no aceptaba el objetivismo natural de Schelling, quien proponía que el Yo es un producto de la Naturaleza y no un ente autónomo y autogenerador de sí mismo y de todo el conocimiento. Sin embargo, esta oposición no fue clara para Schelling sino al final de su relación con Fichte.
Una parte importante de la correspondencia gira precisamente en torno a las políticas que emplearían para la publicación de artículos y reseñas en su Anuario de la ciencia y el arte, políticas que muestran que el interés de crear una sociedad de intelectuales con participación pública y sin censura ya estaba en boga desde el idealismo. Este tipo de proyectos se nutrían de la influencia de la Enciclopedia francesa, pero también ponían en tela de juicio las consecuencias de la Revolución francesa y de las doctrinas de la Ilustración. La multiplicidad de revistas que surgen en este periodo lleva muchas veces a desencuentros entre Fichte y Schiller, lo que les obliga a escribir varias cartas para aclarar malentendidos, pero también lleva al reconocimiento de un espíritu crítico común a toda la época, como aclara Schelling: «ciertamente el espíritu de ambos proyectos es el mismo, y este espíritu pertenece a todos y es igualmente propio de todos. Todos nosotros queremos poner fin en la ciencia y en el arte al imperio de la superficialidad, de la banalidad y de la carencia de pensamiento; así como en la crítica al dominio de la estupidez».
Al final, hacia 1802, los dos filósofos se alejan definitivamente, pero, al igual que Kant, Fichte cree en la continuidad de su filosofía y en los buenos frutos que ésta dará. Justamente, Fichte le recuerda a Schelling que «el argumento externo más importante de la verdad de la W. L. [Doctrina de la ciencia] es que una cabeza como la [de Schelling] se apodere de ella y en sus manos se vuelva fructífera; lo cual es una prueba que la gente a veces olvida». Schelling, por su parte, considera que las desavenencias con Fichte se deben a una lectura desatenta de sus obras por parte de éste: «cuento con que usted aguardará la conclusión de mi “Darstellung” y realmente la leerá antes de hacerse un juicio y de pronunciarse sobre ella»; de ahí que siempre aguardara con esperanza retomar el diálogo con su maestro.
La última parte se ocupa de las cartas intercambiadas entre Hegel y Schelling. Luego de muchos años de silencio, Hegel pretende restablecer el diálogo que los dos habían comenzado en el Convictorio de Tubinga, en donde compartieron tiempo con muchos otros personajes importantes, entre ellos Hölderlin. Además de dibujar muy eficazmente el panorama cultural de Jena, ciudad en la que la actividad intelectual estaba a merced de los cambios políticos y religiosos de la época, el diálogo entre estos dos filósofos les permite expresar abiertamente sus opiniones sobre diversas cuestiones, como el futuro inmediato de la filosofía y la enseñanza en el norte y el sur de Alemania. En ocasiones, también Schelling se queja de la falta de resultados de la filosofía trascendental, reclamo en el que se intuyen los desarrollos de su filosofía práctica, que le costará su amistad con Fichte. Ambos autores reflexionan sobre la actividad filosófica del momento y las consecuencias directas de la filosofía sobre los aspectos políticos y sociales, pues el proyecto filosófico debía ser en tal medida trascendente que implicara un cambio profundo en el pensamiento y en los valores de la naciente sociedad decimonónica. Es posible ver esto, por ejemplo, en el tono vehemente de Schelling al evaluar los resultados de la filosofía que ha cultivado: «¿A quién le interesaría enterrarse en el polvo de la Antigüedad, si a cada momento el curso de su tiempo lo sacude y arrastra? Hoy por hoy vivo y me muevo en la filosofía. La filosofía todavía no ha llegado a su fin»; y más adelante: «Mi error principal ha sido no conocer a los seres humanos, haber esperado demasiado de su buena voluntad y, tal vez, incluso de su don de profecía. De acuerdo a tu última carta, tú también tenías otras ideas al respecto […]. No cabe duda, amigo: aún está lejos la revolución que la filosofía ha de provocar. ¡No se lo hubieran imaginado!».
Una y otra vez, los escritos de todos vuelven sobre la Crítica de la razón pura y la Crítica de la razón práctica de Kant. La importancia de Kant radica no tanto en si sus colegas están o no de acuerdo con sus postulados, sino en el reconocimiento de que su filosofía ha marcado los derroteros del conocimiento y de que su influencia se hace patente de muchas maneras en los escritos filosóficos de finales del xviii y comienzos del xix. Hegel, por ejemplo —reconocido ya como un autor de prestigio gracias a la publicación de la Fenomenología del espíritu— se alegra del buen camino que toma la filosofía kantiana en manos de su amigo Schelling: «Qué bien le debe hacer a Kant el ver los frutos de su trabajo en manos de tan dignos sucesores. ¡Algún día ha de haber una magnífica cosecha!». Sin embargo, también reconoce que los esfuerzos deben continuar en pos de un sistema completo que explique la realidad empírica y, sobre todo, la realidad y los sucesos de su tiempo. De esta preocupación surge la idea de crear un periódico crítico de la literatura alemana con sede en Múnich, un esfuerzo que «podría significar la transición desde lo viejo a lo nuevo», puesto que «lo nuevo no se conquista sin lo viejo», en palabras de Hegel.
Esta consciencia de las interrelaciones entre los trabajos de todos aquellos que tomaron parte en los diferentes proyectos filosóficos, literarios e intelectuales del idealismo alemán significa, en últimas, la génesis de una comunidad académica y cultural que se desarrollaría durante todo el siglo xix, con diferentes resultados. Cabe señalar que muchos de los proyectos y comunidades críticas posteriores vieron en el idealismo un modelo de la manera de concebir la academia, los círculos intelectuales y, en general, el diálogo del conocimiento y la cultura.
Correspondencia: Kant, Fichte, Schelling, Hegel es un libro que muestra que el hecho de sostener una correspondencia no significa siempre afinidad entre los corresponsales, sino que en muchos casos implica desacuerdo y desavenencias. Casi ninguna carta del libro puede ser leída de manera independiente, sin al menos un par de referencias a la anterior, pues cada una contribuye a la configuración del panorama intelectual de la época y a aclarar las relaciones con otros modelos de pensamiento que tampoco se pueden leer aisladamente, como filosofías absolutas y completas. En este sentido, la palabra correspondencia toma un matiz adicional al de “intercambio de cartas”, el de relación entre dos sucesos, lo que implica reconocer el carácter histórico del pensamiento, patente, por supuesto, en el idealismo alemán y la consciencia de su propia importancia. Este amplio panorama que nos abre la correspondencia entre Kant, Fichte, Schelling y Hegel lleva a pensar en la correspondencia entre su época y la nuestra, y en la constante necesidad de afianzar un pensamiento fundamentado en la lectura crítica de la realidad. El lector de la correspondencia bien puede centrarse en el aspecto puramente filosófico o, si lo desea, hacer un recorrido biográfico por las anécdotas e intrigas que se tejen a lo largo del libro; en todo caso, su papel será fundamental para evidenciar que todavía se pueden cosechar reflexiones importantes del idealismo en la actualidad. El libro, en su conjunto, revela la necesidad de explorar los escritos filosóficos dentro del contexto en el cual surgen y desde los problemas sociales y culturales del entorno a los cuales no pueden ser ajenos, es decir, revela que la filosofía, la literatura y la cultura siempre se encuentran en constante diálogo con la realidad y se nutren de ella.