
“Sobrevivir en Buenaventura es un acertijo diario”: Joaquín entendió que ellos podían disponer de cualquier cosa, incluso de su propia vida.
Yadira Salazar*
Amenazas y asesinatos en año nuevo
Era inevitable sentir la piel de gallina al oír el audio que circuló el 30 de diciembre en Buenaventura. Mientras la mayoría de las familias colombianas se reunían para preparar la cena de fin de año, los bonaverenses recibieron el saludo de año nuevo que nadie quisiera oír:
“Alertamos a la ciudadanía de Buenaventura que se activó hoy 30 de diciembre el plan Limpieza en el puerto; ya van unos cuantos explotados y caerán más… Les aseguramos que no quedará un hijo de puta de La Local… A la policía cobarde, miedosa e inepta le damos también, si creen que nos van a frenar. Nos estamos reestructurando y tenemos órdenes de matar a las ratas de Buenaventura. Le mostramos al cobarde de Iván Duque y al pelele cobarde comandante de policía que nosotros somos los que mandamos en el puerto y tenemos las armas para responderles… Ya estamos dotados con fusiles, granadas, bombas y pistolas, y no somos cobardes. Volveremos a Buenaventura un río de sangre…”.
Ese mismo día comenzaron a cumplir su sentencia con el asesinato de seis personas que transitaban por diferentes sectores de Buenaventura. Han sido días de zozobra y terror para la población, que no puede dormir ni una sola noche sobre sus camas. Esta situación fue la gota que rebosó la copa de sangre y miseria que se venía llenando en el puerto.
La reacción de la comunidad
El 5 de febrero de 2021, un grupo de jóvenes convocaron un SOS por Buenaventura, cansados de todas las formas de opresión que vive la comunidad. Estos jóvenes salieron a las calles y se tomaron la única vía de Buenaventura que comunica con el resto del país, por donde desfilan diariamente millones de dólares en mercancías para enriquecer a los accionistas de la sociedad portuaria.
Alertamos a la ciudadanía de Buenaventura que se activó hoy 30 de diciembre el plan Limpieza en el puerto
Taparon la vía con la convicción de que ese día Colombia y los medios de comunicación voltearían a mirar hacia Buenaventura.
Ya en el 2015, el Centro Nacional de Memoria Histórica había alertado sobre la situación crítica que vivía la comunidad: las tasas de empleo informal —que no es más que el rebusque diario— llegaban al 94,3 %; el índice de pobreza multidimensional era del 66,57 %, y a esto se sumaba un bajo índice de educación, acceso a la salud y servicios públicos básicos.
Ese mismo informe provocó un escalofrío dentro y fuera de Colombia, al describir la extrema violencia que se ejercía en las casas de pique del puerto. Para ilustrarlo, Francia Márquez dice que “se picaba a la gente como picar cebolla[sic]”. ¿A quién le cabe una barbaridad semejante en la cabeza? Escribirlo es abrumador, leerlo es doloroso… ¿Pero vivirlo? ¡Es una dura realidad!

Don Joaquín
“Sobrevivir en el puerto es un acertijo diario”, así lo narra don Joaquín, que el 9 de enero de 2021 escapó de las balas que por poco acaban con su vida. En 2013, don Joaquín ya figuraba en la lista de víctimas como desplazado por la violencia. Había tenido que irse del barrio que él mismo fundó con otros vecinos, pues allí los grupos armados tienen injerencia en los dineros y las decisiones de la junta de acción comunal.
—Como algunos compañeros estábamos pendientes de hacer la caseta y la escuela para los niños, le dijimos al comandante que queríamos ayudar a la comunidad —comentó don Joaquín—. Pero él nos dijo: “Me llegaron comentarios de ustedes, y si yo creyera todo, ya los habría mandado a matar”.
Al escuchar esto, don Joaquín sintió un escalofrío y a la muerte respirándole en el cuello, y entendió que ellos podían disponer de cualquier cosa, incluso de su propia vida.
—Mire, allá en la comunidad hay un tipo de uno de los grupos que abusa de una niña las veces que quiere. La llama para que vaya a su casa y le da monedas. Pero nadie hace nada al respecto —dice don Joaquín—.
El otro día llegaron a pedirle 30 millones de pesos a una señora de la comunidad que estaba formando una fundación para los niños. Como allá hay que pedirles permiso y pagar una vacuna, le dijeron a la señora que tenía dos días para irse o la mataban. Ella no tenía la plata y le tocó irse lejos —agrega—.
Además, aquí no se puede confiar en nadie. Muchas veces la gente denuncia, y cuando llegan al barrio, los grupos ya saben quién abrió la boca.
Don Joaquín, ya cansado, cuenta cómo llegaron a su finca cuatro hombres armados en dos motocicletas; se proponían asesinarlo. Hirió en defensa propia a uno de los agresores y pudo escapar al monte para refugiarse. Llamó siete veces a la policía, pero no llegaron a auxiliarlo.
—Después me di cuenta de que ese muchacho varias veces me había pedido que lo ayudara, y yo le había colaborado cuando lo veía con hambre —dice don Joaquín—.
La larga historia de violencia y racismo
Muchos jóvenes nacieron en medio de una guerra que no entienden, de una miseria que no les permitió conocer otro camino ni abrir su mente a otras posibilidades.
La guerra en el puerto los busca, los recluta; incluso los desaparece a la fuerza y los entierra en el olvido. Muchos entran engañados, con promesas de grandes sueldos; después no se pueden retirar, ni reciben lo pactado. La amenaza sobre sus vidas o las de sus familias les marca un destino inevitable.
Me llegaron comentarios de ustedes, y si yo creyera todo, ya los habría mandado a matar.

Mientras don Joaquín hablaba, no podía dejar de preguntarme: ¿por qué en Buenaventura se reproducen la violencia y la pobreza? Para entenderlo, se necesita una profunda comprensión de los bonaverenses y de la historia del Pacífico colombiano.
Desde la época colonial se estableció una relación extractivista; la mano de obra esclava generaba la riqueza de la colonia. Las brechas de esa época, junto con el desprecio europeo de la población negra, siguen existiendo en Colombia, ahora en una era globalizada y capitalista.
El racismo estructural se manifiesta al negar oportunidades laborales, educación, vivienda digna, servicios de salud adecuados o construcción de espacios artísticos y culturales; también se muestra en el desprecio de corporalidades racializadas, al considerar que son inferiores o merecedoras de ese destino.
Las consecuencias de un desarrollo inhumano
Por otro lado, avanzan los megaproyectos de desarrollo en la región y sus lógicas de funcionamiento: “el problema es que no podemos tener un desarrollo que no sea humano. Un desarrollo que […] tenga que sacar a la gente o empobrecer al resto de la ciudad”, según explica Adriel Ruiz a la Comisión de la Verdad.
Los proyectos portuarios de la región, como el Distrito Especial de Buenaventura, la articulación del Puerto de Aguadulce y la construcción del puerto de Tribugá —que se logró frenar después de una ardua lucha— son ejemplos claros del desarrollo capitalista que convive sin mayores problemas con una política de exterminio de los pobladores por parte de los grupos armados ilegales.
No podría pasar por alto que la presencia de grupos armados en el territorio agrava la miseria; la guerra interna involucra a la población de formas muy diversas. El alcalde Víctor Hugo Vidal, en una sesión de la Comisión de Paz, hizo un llamado al gobierno a revisar a fondo esta crisis de violencia. Hizo énfasis en que no es solo un asunto del puerto, sino de una empresa criminal organizada de alcance nacional que se ensaña especialmente en el puerto.
Es difícil lograr cambios de fondo sin una intervención integral que entienda la complejidad de una ciudad como Buenaventura; que comprenda la cosmovisión de las poblaciones negras, mestizas e indígenas, y que construya junto con los líderes juveniles, barriales y comunitarios.
La lejanía del Estado
Mientras divagaba en mis pensamientos, una llamada entró al teléfono de don Joaquín y me trajo de nuevo a la realidad. Llamaba una funcionaria de la Unidad Nacional de Protección.
—¿Qué le dijeron, don Joaquín? —le pregunté—.
—La doctora Juliana me dijo que le enviara todos los documentos al correo para que me incluyan en el programa de protección. Pero no tengo correo ni sé usar el computador —agregó don Joaquín—.
La doctora me dice que después de ser beneficiario del programa, debo esperar sesenta días, porque el proceso es demorado…—.
Don Joaquín tendrá que llenarse de paciencia hasta que su proceso tenga respuesta del Estado. Ojalá no se demore tanto, porque don Joaquín lleva ocho años esperando la indemnización por el primer desplazamiento forzado que vivió en el año 2013.