El Director de El Nuevo Siglo examina la difícil situación del partido y de las ideas conservadoras desde la Constitución de 1991 y bajo el Estado de Opinión de Uribe.
Alberto Abello*
El papel de los partidos conservadores
Los partidos políticos conservadores en Hispanoamérica en las últimas décadas han pasado por diversas crisis, pruebas, descalabros, luchas, anquilosamiento y falta de grandes conductores, que en no pocos casos han desaparecido. En países como Argentina, Venezuela, Ecuador o Perú, la postración de los partidos conservadores facilita la aparición del populismo y las dictaduras. A su vez, en cuanto se debilitan, dejan de seguir unos principios de orden y pierden la iniciativa en el manejo del cambio. Las fuerzas conservadoras de la sociedad se quedan sin la iniciativa política y abandonan los planes de justicia social acordes con el pensamiento social de la Iglesia.
La atonía conservadora es mortal para la democracia en la región. En donde desaparece el conservador como expresión política importante y fuerza organizada para llegar o mantenerse en el poder, se hace más fácil el progreso del aventurerismo, de los demagogos, de las fuerzas perniciosas que propugnan en estos países postulados anacrónicos del siglo XIX.
En los países en donde el conservatismo sobrevive tiene mayores posibilidades la democracia, se preserve la estabilidad y se cumpla la alternación para la sucesión en el gobierno de las fuerzas partidistas. En naciones como Colombia los partidos tradicionales, liberal y conservador, contribuyeron en su momento en el pasado en la tarea de fortalecer el sentido de pertenencia e inclusión social. La afirmación democrática en mayor o menor grado de estas agrupaciones políticas ha sido determinante para formar la mentalidad política.
Maquinaria y medra dores
En Colombia el Partido Conservador está organizado en la actualidad como una colectividad cuya jerarquía se fundamenta en el poder exagerado de los congresistas y sus maquinarias. Son los congresistas, junto con los concejales y diputados, enquistados en los directorios políticos de distinto nivel los que mantienen el predominio en la colectividad. Al tiempo que mantienen o acrecientan su influjo mediante cuotas burocráticas y la intermediación con el gobierno. La organización partidista depende en gran medida de los ingresos económicos que se reciben del Estado por la reposición de votos. No existe la carnetización de la militancia, ni se dan contribuciones en metálico importantes por cuentas de los seguidores o de mecenas interesados. Tampoco se tiene una organización por sectores de la sociedad, y a pesar de la existencia de una ley de bancadas prevalece el individualismo. Apenas algunas fundaciones del exterior apoyan determinados proyectos de formación y concientización de los cuadros. En las grandes ciudades las masas tienen muy poco contacto con el partido, ni se dan fórmulas para conocer su opinión, alimentar su visión del mundo y racionalizar sus simpatías políticas en torno de programas y proyectos. El conservatismo de alguna manera sobrevive por inercia, a la saga de los acontecimientos y sus anticuerpos están como entumecidos. La rotación de sus jerarcas es primitiva y el caciquismo hereditario subsiste, a falta de dirigentes nuevos. Medrar se ha convertido en la segunda naturaleza de los falsos dirigentes conservadores.
El conservatismo y la Carta de 1991
Al ser abolida la constitución de 1886 pierden el conservatismo colombiano y la causa del orden encarnada en la Ley Fundamental que privilegió durante más de 100 años la estabilidad y la autoridad en el país, que de alguna manera favorecía sus principios en la organización del poder del Estado y las relaciones sólidas de éste con la Iglesia Católica.
En circunstancias excepcionales de perturbación del orden tenía el Ejecutivo la posibilidad de tomar medidas extraordinarias para conjurar la crisis y mantener la gobernabilidad. Tal como rezaba en el artículo de la Constitución de 1886: "Artículo 121.- En los casos de guerra exterior, o de conmoción interior, podrá el Presidente, previa audiencia del Consejo de Estado y con la firma de todos los Ministros, declarar turbado el orden público y en estado de sitio toda la República o parte de ella. Mediante tal declaración quedará el Presidente investido de las facultades que le confieran las leyes, y, en su defecto, de las que le da el Derecho de gentes, para defender los derechos de la Nación o reprimir el alzamiento. Las medidas extraordinarias o decretos de carácter provisional legislativo que, dentro de dichos límites, dicte el Presidente, serán obligatorios siempre que lleven la firma de todos los Ministros. El Gobierno declarará restablecido el orden público luego que haya cesado la perturbación o el peligro exterior; y pasará al Congreso una exposición motivada de sus providencias. Serán responsables cualesquiera autoridades por los abusos que hubieren cometido en el ejercicio de facultades extraordinarias".
Así que la autoridad del Ejecutivo, principio esencial para el conservatismo, que se consagra en la constitución de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, se debilita en la Constitución de 1991.
La Carta de 1886 propugna le intervención del Estado con miras a la justicia social y el bien común, mientras que en 1991 aparece un hibrido en el manejo económico, dado que se entiende que las fuerzas del mercado solucionan los problemas sociales, a sabiendas que esto no pasa de ser una falacia.
La elección de gobernadores y las leyes que se aprueban para manejar las regalías y el Tesoro Público regional y local, facilitan la corrupción y que se malgasten los recursos. Se fermenta allí la posibilidad de desvertebrar el país, lo que es esencialmente anticonservador y atenta contra la unidad nacional.
La elección de los senadores nacionales ha sido perniciosa para el país y para los conservadores. Los gastos para llegar a ser senador son multimillonarios y terminan por hacer prisioneros a los candidatos de los grandes grupos económicos y hasta de fuer zas oscuras que los financias. Mientras dejan de responderles a las regiones de las que son nativos. Los senadores dependen de sus mini empresas electorales y suelen hacer toda suerte de alianzas, hasta las más desafortunadas y contradictorias. Y para agravar más los males algunos Departamentos pobres o menos poblados se quedan sin representación en el Congreso. Todo lo cual fomenta el desorden y es anticonservador.
En el sistema de 1886 la Corte Suprema cierra los pleitos y se garantiza la certeza jurídica, clave del Estado de derecho en un régimen democrático. En la Carta de 1991 se establecen cinco cortes, que con la tutela sin reglamentar avanzan a la inseguridad jurídica, el derrumbe de sentencias de la Corte Suprema y la anarquía. Los esfuerzos por fortalecer la justicia, agilizarla y conseguir que impere la ley y el orden, no consiguen su objetivo. Así que, sin dejar de reconocer los aspectos positivos de la Carta de 1991, el Estado que surge de esa Ley Fundamental contradice los más caros principios de orden, fortaleza del Estado y jerarquías, que inspiran al conservatismo.
El Estado de Opinión
En Colombia prospera la falacia del Estado de Opinión, que tiene que ver con el poder de la prensa y los medios de comunicación. El liberalismo y el neoliberalismo exageran el papel de la opinión pública y su aparente independencia frente al Estado. En la misma Colombia se han dado casos de dirigentes que han conseguido apoyo popular teniendo en contra o enfrentando el poder de los grandes medios de opinión o que han alcanzado la mayor popularidad. Presuponer la inocencia de los medios de comunicación en manos de grandes grupos económicos es absurdo. El empleo independiente y objetivo de los medios de comunicación que garanticen una información veraz a la población sigue siendo fundamental para elevar la política nacional, incluso la internacional. En nuestro país tiene el Congreso canal propio de televisión y eso no evita que la popularidad y el prestigio de la mayoría de los congresistas estén por el suelo.
Por desgracia, en cierta forma, los diarios conservadores han desaparecido o se han desteñido y se parecen en demasía a los de sus contradictores, cuando no los imitan. Además, carecen de mensaje en la misma medida que los programas del conservatismo se detienen en el tiempo y cuando se pretende hablar de los postulados del partido se retrocede al programa de Caro y Ospina de mediados del siglo XIX, que es de tendencia liberal-conservadora. Semejante anacronismo determina que el Partido Conservador se encuentre retrasado en materia de análisis social y renovación programática, pese a que se han hecho algunos esfuerzos por cuenta de las directivas sin lograr avanzar a grandes reformas.
Y claro, semejante estado de cosas y tal subversión de valores que nos trajo la Carta de 1991, parecen agobiar al Partido Conservador, condenado a defender un orden que no es el suyo. Esa es una de las mayores ironías, el conservatismo atrapado por la colcha de retazos que se aprobó en esa Asamblea Constituyente y las contradicciones que laceran a nuestra sociedad.´
La teoría de la prevalencia del Estado de Opinión presupone una sociedad organizada y unos medios independientes, cuando progresa en casi todas partes la tendencia a que los grandes grupos económicos compren los medios de comunicación para defender en exclusiva sus intereses. Y en las sociedades que carecen de una comunidad pensante y organizada el Estado de Opinión no es otra cosa que el dominio tras bambalinas o abierto de quienes controlan la propaganda y puede enfocar con sus luces a elementos del común para agigantarlos frente al pueblo. Sobre el Estado de Opinión como fuerza política manipulable sostuvo Hegel que podía "ser a la vez entendida y despreciada".
Un pueblo sin cultura cívica, un partido cuyos principios programáticos están anclados en un programa demoliberal, que es una pieza de museo, mientras no se renueve, así llegue al poder, no hará obra trascendente y se limitará, como ocurre generalmente en maquinariaColombia a negociar los cargos burocráticos y los grandes contratos.
El partido bajo Uribe
Semejante estado de consunción en el que está el conservatismo, así sus directivos hagan cuanto esté a su alcance para renovarlo, tiene que ver con la crisis de ideas, la ausencia de debate interno y la falta de un proyecto político propio. El haber preferido un sector de la dirigencia conservadora allanarse a la voluntad de Álvaro Uribe y, en consecuencia, ponerle zancadilla a la candidatura de Juan Camilo Restrepo y no lanzar candidato presidencial por dos períodos, tuvo algunas ventajas y desventajas. El partido se convirtió en un apéndice de la Casa de Nariño, a cambio de algunos cargos y beneficios para el sector palaciego de la dirigencia. En consecuencia, sometido a la voluntad del gobernante y sin más proyecto que cumplir obsecuentemente con los caprichos de éste, se desgasta y pierde la iniciativa política. Paradójicamente, el conservatismo como uno de los sostenes del gobierno en el Congreso termina avalando todos los pecados del Régimen. Si bien, se le reconoce a varios de sus magistrados en la Corte Suprema y en la Corte Constitucional un comportamiento valeroso y ejemplar.
La tarea por hacer
Despertar y sacar del aturdimiento y la mentalidad cuadrada al Partido Conservador es el compromiso actual de su dirigencia, lo que se facilita al hundirse el referéndum y la consulta. Se trata de propiciar una discusión abierta en el seno de la colectividad y entre sus más destacados dirigentes y profesionales, para ir con candidato propio a la Presidencia, con miras a escribir la agenda partidista. Agenda que incluye, necesariamente, reformar la Constitución, fortalecer la unidad nacional y la autoridad. Mientras el conservatismo no esclarezca cuál es su misión histórica no pasará de ser una precaria agencia de empleos y foco de intrigas por el poder.
* Historiador y Periodista.