Los grandes artistas internacionales en Colombia: un escenario cada vez más excluyente - Razón Pública
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Los grandes artistas internacionales en Colombia: un escenario cada vez más excluyente

Escrito por Diego Guevara y Marla Castellanos
Concierto en Bogotá.

Diego GuevaraAnte la llegada a Colombia de espectáculos de talla internacional quedan preguntas por resolver: ¿quién regulará los altos precios de las boletas, la comisión con la que se quedan los operadores de venta y la calidad de los eventos?

Marla Castellanos Aponte* – Diego Guevara Castañeda**

El boom del mercado cultural

En la última década, el mercado cultural ha tenido un importante crecimiento en Colombia.

De acuerdo con la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI), la denominada ‘economía naranja’ puede llegar a aportar hasta un 3,3 por ciento al PIB, de la mano de un ciclo económico creciente que está impulsado por el boom en los altos precios de las materias primas, como sucedió entre 2004 y 2014.

Los espectáculos de talla mundial empezaron a llegar al país de forma masiva en los últimos diez años, atraídos por un entorno económico favorable y una nueva legislación atractiva (por ejemplo, la reciente ‘Ley naranja’ 1834 de 2017 “por medio de la cual se fomenta la economía creativa”)

Hoy, ciudades como Bogotá o Medellín han tenido eventos culturales de nivel global, con un aumento del 30 por ciento en los últimos doce años según el Departamento Nacional de Planeación (DNP). Recientemente, han pisado suelo colombiano desde artistas legendarios como los Rolling Stones, Madonna, U2 o Paul McCartney, hasta aquellos artistas que dominan los ‘chartlists’ y son tendencia en el mundo, como Ed Sheeran, Bruno Mars o Justin Bieber. El mercado de las artes circenses no se queda atrás. En los últimos cinco años, producciones de punta como el Circo del Sol han visitado el país en varias ocasiones y muchas obras de teatro del circuito mundial han pasado por nuestro territorio.

Pero detrás de este proceso de integración a los mercados culturales  globales surgen muchos interrogantes que pueden pasar desapercibidos ante la emoción de ver a grandes artistas en nuestro país. Por ejemplo:

  • Los altos costos de las boletas, asociados a las redes financieras transnacionales que organizan los eventos;
  • La falta de regulación de las comisiones que obtienen los operadores de boletería y de las devoluciones a los espectadores;
  • La calidad de la experiencia para los asistentes y la relegación de artistas nacionales emergentes a círculos precarios de resistencia cultural.

Boletas carísimas

Mick Jagger y su banda en concierto
Mick Jagger y su banda en concierto en el Campín.
Foto: Alcaldía Mayor de Bogotá

Los eventos culturales —que pueden ser para nosotros simples momentos de esparcimiento o experiencias inolvidables— no han sido ajenos a las lógicas de la financiarización de la economía. Hoy, las finanzas están en todas las esferas de nuestra vida. Estos son algunos ejemplos  de cómo los organizadores de eventos culturales se han vinculado cada vez más con redes financieras transnacionales.

Una de las multinacionales que ha traído algunos de los más grandes espectáculos al país es OCESA, una empresa filial de la mexicana CIE (Corporación Interamericana de Entretenimiento). Esta empresa, que cuenta entre su portafolio con parques de diversiones, centros de espectáculos e incluso la organización del Gran Premio de Fórmula 1 de México, ha sido la responsable de traer a Colombia a los Rolling Stones, a U2 y al Circo del Sol, por ejemplo.

Todos estos eventos han tenido gran éxito mediático y una masiva asistencia, lo que opaca las discusiones sobre los altos costos de las boletas, que han llegado a superar el valor del salario mínimo mensual en el país. Por ejemplo, asistir al concierto de los Rolling Stones con la entrada de menor valor costaba un tercio del salario mínimo (228.000 pesos) y el precio podía llegar a ser hasta cinco veces más alto que ese (1.139.000 pesos).

Los costos de las boletas, han llegado a superar el valor del salario mínimo mensual en el país.

Si bien estos espectáculos son costosos por los gastos de producción y la fama del artista, es importante destacar que gran parte de la utilidad del evento llega a los bolsillos de los accionistas, que normalmente presionan para obtener rentabilidades cada vez más altas.  Al final, menos del 50 por ciento del valor que se paga en la boleta va para el artista y aparecen muchos otros actores rentistas, como los operadores de boletería y los intermediarios financieros. A esto hay que sumarle que los riesgos de devaluación de la moneda local también los acaba asumiendo el espectador.

El reciente caso del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (FITB) es ejemplo de cómo la industria de la cultura nacional ha tenido estrechos vínculos con capital financiero transnacional. Ante las deudas -cercanas a los 4.000 millones de pesos- que dejó la versión del Festival en 2016, los organizadores tuvieron que recurrir a una alianza con la banca de inversión Konfigura, una empresa que está dedicada a recuperar créditos. En el caso del FITB, Konfigura entró para comprar la cartera y a la vez propiciar mecanismos de auditoría que garanticen el retorno de la inversión.

Los asistentes sufrieron las primeras consecuencias de esta alianza, por ejemplo, en la reducción de beneficios para los abonados. En las primeras versiones del Festival, el descuento solía ser desde el 30 por ciento hasta el 50 por ciento de la boleta para una compra 6 meses antes del evento. Hoy, este beneficio se ha reducido a un precario 20 por ciento.

Pero además de ser una carga en el bolsillo del espectador, la presencia directa  de un actor financiero en el Festival puede traer otros problemas, como la pérdida de participación de la programación callejera y la marginación de grupos de teatro locales menos rentables para evento. Así es como la presión de las finanzas puede poner fuertes trabas al ejercicio de los derechos culturales.

La falta de regulación

Economía Naranja.
Economía Naranja.
Foto: Alcaldía de Santiago de Cali

Pero los altos costos de las boletas también están asociados a la comisión que se cobra por venta de boletería, que oscila entre un 10 y un 15 por ciento del valor de la entrada. El costo de transacción es tan alto, que podríamos preguntarnos si no es un obstáculo para el acceso al mercado cultural.

Empresas como Tuboleta monopolizaron la venta de boletería para eventos culturales y obtuvieron ganancias significativas sin aportar más que un simple servicio. Para dar una idea, la comisión de la boleta más costosa puede ser similar al precio de la mejor entrada para ver al artista local más exitoso. Esto produce una brecha cada vez más amplia en el acceso a la cultura, porque impide que haya facilidad y disponibilidad para disfrutar de servicios culturales sin importar la condición económica.

Además, una parte del riesgo asociado a la cancelación del evento es asumido por el espectador. Ante la eventualidad de que un evento se cancele, solo se devuelve el valor de la boleta y no el de la comisión del servicio. Como ya hemos dicho, estos costos pueden llegar a ser sumamente altos y es injusto que comisiones superiores a los 50.000 pesos no sean devueltas al espectador. Al final, la persona que compró una boleta de 500.000  pesos recibió el mismo servicio que la que compró una boleta de 100.000, ¿bajo qué criterio el primero debe perder 50.000 pesos y el segundo solo 10.000?

Esto demuestra que, ante la cancelación de un evento, todos pierden excepto el operador de boletería. El espectador pierde lo que pagó por el servicio de la compra, el artista pierde la oportunidad de presentarse (y casi nunca es indemnizado) y el empresario pierde en publicidad y en producción. Queda por discutir si la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) debería intervenir en los casos de cancelaciones de eventos o si debería regular los precios de las comisiones de boletería.

Eventos de baja calidad y monopolización de la preventa

Infortunadamente, todos nos hemos acostumbrado a pagar solo porque el artista es famoso. Pocas veces hay una entidad que en la práctica regule la calidad del espectáculo. Muchas presentaciones artísticas tienen escenarios inaceptables y condiciones precarias para el espectador. Y ni hablar de la logística de los eventos, para la que se subcontrata a jóvenes con poca o nula formación en manejo de emergencias y en lamentables condiciones laborales.

Al final, menos del 50 por ciento del valor que se paga en la boleta va para el artista.

Ninguna entidad ha regulado tampoco la monopolización de las preventas. Para muchos conciertos de artistas de talla mundial se ha hecho común excluir a los ciudadanos que no tienen servicios financieros con un conglomerado financiero específico. Para decir las cosas como son, en muchas ocasiones la preventa de boletería se ofrece solo para clientes del grupo AVAL y a menudo más del 90 por ciento de las boletas se van en esta etapa.

La desigualdad en la cultura

Así, los mejores formatos de los eventos culturales se vuelven cada vez más excluyentes y los altos índices de desigualdad de nuestra sociedad se hacen explícitos en el mercado cultural. El premio Nobel de economía Paul Krugman afirmó en las jornadas académicas del festival de música South by Southwest (SXSW) que la concentración del ingreso se estaba repitiendo dramáticamente en la economía naranja.

Unos pocos artistas cada vez más globales y un concentrado número de promotores se llevan la parte más grande de la torta. El 99 por ciento restante lucha por sus sueños en un mercado cada vez más concentrado y financiarizado. La industria creativa crece cada vez más desde las élites y para las élites.

Mientras tanto, miles de artistas en los países de centro y la periferia siguen en el rebusque y sobreviven en la economía popular del arte de forma indigna. Y por más que se prometiera que las redes sociales serían la vitrina global de los emergentes, pocos logran este éxito en un mundo en el que los artistas locales tienden a ser desvalorizados por los medios. En la realidad, el poder de los medios masivos redirige gustos y devociones hacia las tendencias musicales y culturales globales.

* Gestora Cultural y Organizadora del Festival Manizales Blues.

**Profesor Escuela de Economía,  Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá.

 

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