Klim, un periodista que hace falta - Razón Pública
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Klim, un periodista que hace falta

Escrito por José Darío Uribe
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Gustavo-Castro-CaycedoLucas Caballero Calderón, Klim, fue un columnista independiente, una voz crítica y un humorista sagaz, un verdadero ejemplo de periodista. Él, que siempre atacó la corrupción y las mentiras de los poderosos, ¿qué diría hoy sobre Colombia?

José Darío Uribe*

Una vida para recordar

En 2013 se celebran los 100 años del nacimiento del columnista más popular y leído durante el siglo XX en Colombia, Lucas Caballero Calderón, Klim. Un periodista  caracterizado por su talento literario, su independencia y su irreverencia ante el poder y el dinero.  

Lucas Caballero fue polifacético y todo lo que hizo, lo hizo bien. Fue gran retratista y caricaturista; escribió guiones y libretos para Café concierto, y sus columnas en El TiempoEl Espectador y Cromos, donde se mofaba de algunos personajes de la vida nacional, eran inteligentes, punzantes y plenas de humor.  

En 1936 se vinculó a El Espectador, donde firmaba como “Lucas”, mientras que en El Tiempo lo hacía como “Klim”. Lo que lastimaba a los ciudadanos era tema de sus columnas; lo indignaba la violación de los derechos humanos y el abuso de los usuarios  de servicios públicos; atacaba el despilfarro gubernamental y los millonarios viajes de parlamentarios turistas.  

Con coraje – y con el mejor humor satírico- “punzaba” a los barones electorales. Klim fue el mejor veedor contra el saqueo de los recursos públicos y mantuvo su férrea independencia aun en las épocas más complicadas del país.  

Partió en dos el humor intelectual en Colombia: fue revolucionario en ideas políticas y sociales; certero comentarista de la actualidad, caracterizado por ser “frentero” con los poderosos.  

Su incomparable sentido del humor quedó impreso también en sus libros. En 1982 se publicó uno póstumo, Memorias de un amnésico, donde él mismo se burla de su paso por los centros de salud, ya que en sus últimos años fu hospitalizado con frecuencia, hasta el 15 de julio de 1981, cuando murió, a los 67 años. 

Muchos periodistas recibimos de Klim un ejemplo de rectitud, carácter y devoción por la independencia y la libertad de prensa, que él practicó hasta en la oscura época de la dictadura. Él tuvo el valor de escribir lo que casi nadie se atrevía a decir.  

Klim llevó a cabo una lucha idealista que encajó bien con su barba y su figura de Quijote en trance de recuperar la moral pública. Según Daniel Samper Pizano, “era la conciencia del país”. Un ejemplo de integridad periodística y ciudadana. 

Me queda la satisfacción de que empleé siempre de forma limpia y honesta mi pluma”, escribió Lucas Caballero Calderón, Klim, y tenía razón. 

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Foto:  Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango
Caricatura de Lucas Caballero, por Hector Osuna.

Contra la corrupción

Klim consagró su compromiso periodístico a clamar por gobiernos honestos. Por eso era implacable con los mandatarios.  

Le indignaba la pasividad de los colombianos frente a la corrupción, la irresponsabilidad, los secuestros, los desfalcos y la delincuencia. Estalló en cólera cuando se descubrió un alijo de cocaína en el buque Gloria, insignia de la Armada y de Colombia.  

Según él: “la corrupción viene de arriba; no digo que la hagan los presidentes, pero viene de arriba”. La opinión pública estaba de su lado; en sus columnas fustigó a presidentes, ministros, congresistas, políticos, y a los funcionarios deshonestos.  

Klim fue crítico de los presidentes. Se le “llenó la copa” con el general Rojas Pinilla, a raíz de la muerte de diez estudiantes, los días 8 y 9 de Junio de 1954, en el centro de Bogotá. En sus columnas acosó al general y se burló de la censura presidencial. Fue fiscal igualmente de los mandatarios liberales o conservadores, y por eso recibió un par de palizas, amenazas y retos a duelo.  

Lucas Caballero le dijo a Daniel Samper Pizano: “Yo no estoy fletado a nadie. Ni a Gabito, ni a Turbay, ni a Lleras Restrepo. Digo lo que pienso. Yo ya tengo un pie en los Jardines del Recuerdo, que, entre otras cosas, es una belleza, y por eso puedo decir lo que se me antoje. A mí me han dado en la jeta muchas veces por culpa de mis notas, especialmente en la época de la violencia”. Y le contó que “lo amenazaban y que varias veces tuvo que cambiar el número del teléfono”; que le decían que “iban a ir a echarle bala” y él contestaba “que vinieran”. 

Klim también fue el mayor crítico del presidente López Michelsen, entre 1974 y 1978. Los dos nacieron con solo 37 días de diferencia, estudiaron juntos en el Gimnasio Moderno, pero se distanciaron.  

Hasta que un día el presidente dijo ¡basta ya! Convocó a Palacio a los directivos de El Tiempo el 30 de marzo de 1977 y protestó por la oposición de Klim, que quedaba (según él) “como si fuera la del periódico”. Cuando trataron de convencer al columnista  de que se moderara, respondió con una carta de renuncia, y regresó a El Espectador, donde escribió hasta el día de su muerte. 

Klim tnía la costumbre de ponerles apodos a los personajes. Sin embargo aclaraba: “Yo no pongo apodos por ponerlos. Son apenas nombres que emanan de las circunstancias del personaje y que de pronto pegan”.  

Algunos de los que hizo populares fueron: "El compañero primo", a Alfonso López Michelsen, casado con la prima de Klim (doña Cecilia Caballero), que para él era “la niña Ceci”. A Carlos Lleras Restrepo lo llamó "Carlos Alberto"; a Alberto Lleras Camargo, "El Pre"; A Julio César Turbay, “Harmano Gulito”, por su origen árabe; al padre Rafael García Herreros, “Telepadre”; y a Alberto Santofimio, “Pinina”.  

 

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Foto:  Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango
Portadas de libros de Lucas Caballero.

Huella imborrable 

Yo siempre relacioné a Klim con Arthur “Art” Buchwald, famoso humorista norteamericano, quien murió en 2007 después de haber escrito 8.000 columnas para el recientemente vendido The Washington Post, y cuya columna de sátira política recibió el Premio Pulitzer en 1982. Klim, con más de 6.000 columnas escritas, vivió de ellas como vivió de las suyas Buchwald. 

Los dos se caracterizaron por vivir (con gusto) prácticamente encerrados. Caballero Calderón salía de su apartamento en Bogotá muy ocasionalmente, y de noche, “porque había menos gente”. Permanecía en pantuflas, bata y piyama; mandaba en su vida como quería; no le gustaban los “tumultos sociales”, ni de otra índole, y disfrutaba del contacto con la gente que él quería.  

Sus horas eran para opinar sobre el acontecer nacional, para cuestionar a los cuestionables, y para burlarse de los políticos indecentes. Sus columnas, como las de Art Buchwald, llevaban dardos críticos revestidos de humor, cuyo blanco era la conciencia de algunos.  

En marzo de 1977 fui al apartamento de Klim a recoger una columna suya que sería tema central de la primera edición de la Revista Hit, de la que yo era jefe de información, y que lanzamos 20 días después de que él renunciara a seguir escribiendo en el El Tiempo.  

Como decían que solo recibía a sus amigos más cercanos y algunos familiares, pensé que saldría en bata y pantuflas, me entregaría la columna, ¡y listo! Sin embargo, me hizo entrar, me ofreció un wiski, y entonces comprobé que era cálido, amable, simpático, fumador empedernido y mamagallista, pero tímido a la vez. 

Yo viví agradecido con Klim porque estimuló mi actividad como crítico de la televisión, que también era una de sus pasiones. Klim dedicaba sus horas a escribir o a ver la pantalla chica, en la que, según él, “Amparito Grisales me anima la vida”, y de la que exaltaba a las actrices bellas.  

En octubre de 1980, cuando publiqué mi primer libro, La televisión en negro, recibí el respaldo espontáneo de Lucas Caballero. La historia la resume él en algunas de las líneas de una de sus columnas que ese mes dedicó, completa, al tema:  

“Resulta que dos ‘distinguidos’ miembros del comité de revisión de Inravisión, que ejercieron la profesión de periodistas, vetaron el anuncio de un libro que otro periodista, Gustavo Castro Caycedo, escribió sobre lo que es y debe ser nuestra TV. Se quiso cometer un atentado más contra la libertad de expresión, tratando de impedir la divulgación del libro. Es algo tan grave como triste, sobre todo si se tiene en cuenta que los frustrados torquemadas ejercen una profesión que sin la libertad no existe, simplemente. Dejamos esta constancia, desagradable por cierto, pero muy necesaria pues a todo lo que represente coartar la libertad de expresión, hay que salirle al paso antes de que sea tarde”. 

Qué diría hoy 

Recordando la integridad y la valentía de Klim, uno lo añora y se pregunta: ¿qué hubiera escrito él si le hubiera tocado vivir la realidad colombiana y ese torrente de descaro, impunidad, votos untados de sangre y descomposición moral en los primeros años de este siglo?  

¿Qué hubiera dicho sobre las “chuzadas” del DAS; los escándalos por enriquecimiento rápido y desmedido de unos “delfines”; el tristemente célebre Agroingreso Seguro; de los falsos positivos; el burdo canje de notarías por votos; los nombramientos diplomáticos de unos funcionarios aliados “hasta con el diablo”, que después debieron renunciar; y qué sobre otros que fueron cómplices de paramilitares y narcos?  

¿Qué hubiera dicho de los escándalos de los reinsertados “de mentiras” y de los escándalos del INCODER y FINAGRO; de las tierras negociadas con complicidad hasta de notarios corruptos; del infame saqueo a Saludcoop y de los negociados con la salud, encubiertos desde las altas esferas del Estado; o del que vinculó a la Superintendencia de Vigilancia con los violentos?  

¿Qué hubiera escrito sobre la feria que hicieron con los bienes incautados a los paras y los narcos, para comprar votos; y qué de la “Yidispolítica” y “los Teodolindos” que negociaron sus “supervotos” con dos ministros; o del casi medio Congreso tras las rejas, condenado por toda clase de delitos; o del monstruoso fraude electoral en la costa Caribe; o del acceso de personas non sanctas a un Palacio, por el sótano; o del gigantesco “chanchullo” de la Dirección Nacional de Estupefacientes, y de muchas otras tristes realidades nacionales, que poco a poco se vienen descubriendo? 

No podría quedar por fuera de este inventario el “cartel de la contratación en Bogotá” que se robó lo que pagamos todos para que mejorara la capital, y que fue denunciado por el hoy alcalde Gustavo Petro.  

Uno se pregunta qué habría escrito Lucas Caballero, si viviera, sobre la insensatez de quienes condenan el proceso de paz, porque preferirían que siguiera el baño de sangre, mientras la gran mayoría sueña y espera que finalicen más de cincuenta años de una guerra que le ha costado tanto dolor a Colombia.  

Finalmente, uno desearía conocer qué comentaría Klim en su columna sobre cómo la arrogancia mesiánica y la locura guerrerista ha llevado a algunos a apropiarse de la conocida estrategia del corrupto Silvio Berlusconi, de acusar a quienes lo criticaban y a sus opositores de “comunistas disfrazados”. Porque resulta que ahora el culpable, el villano, el conspirador, es quien tiene el valor de denunciar.  

Han pasado 100 años desde cuando llegó a este mundo Lucas Caballero Calderón, y qué falta le hace hoy su coraje, su ejemplo, su denuncia, su pluma fiscalizadora, a esta Colombia ensangrentada, irrespetada, violada y saqueada por los corruptos y los violentos. Ojalá las nuevas generaciones de periodistas conozcan y emulen el ejemplo del Klim profesional, valiente, recto e independiente.

* Periodista. Investigador y asesor de temas sociales. Experto en planeación y dirección de medios de comunicación. Fue Director de Inravisión; Vicepresidente del Consejo Nacional de Televisión; Asesor de la Comisión Nacional de Televisión; miembro de la Comisión para la Vigilancia de la Televisión. Ex Presidente de RCN Radio.

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