Hace 170 años se acabó la esclavitud, pero ya es hora de hablar con franqueza - Razón Pública
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Hace 170 años se acabó la esclavitud, pero ya es hora de hablar con franqueza

Escrito por Javier Ortiz Cassiani
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Los negros en Colombia fueron liberados cuando la esclavitud no tenía importancia económica. La libertad no se consigue en una sola fecha y queda mucho trecho por andar.

Javier Ortiz Cassiani*

La esclavitud en el siglo XIX

La abolición de la esclavitud en la Nueva Granada fue una de las reformas principales que conllevaba la modernidad para el Estado de mediados del siglo XIX.

Pero Colombia no era como Brasil ni como las islas del gran Caribe: no dependía del modelo plantador que sostuvo al capitalismo mundial durante los siglos XVIII y XIX. Según el censo de 1843, la población esclavizada representaba apenas el 1,4 % del total; en 1851 —cuando se expidió el decreto de abolición definitiva— esa población ascendía solo a un 0,7% del total.

Las comparaciones con el Caribe insular son asombrosas:

  • En 1827, el 40,7 % de la población de Cuba eran esclavos;
  • En 1834, en una diminuta isla como Barbados, el 80,6 %.
  • La isla de Tobago era aún más sorprendente: el 94,8 % de su población eran esclavos negros en 1811, en apenas 300 kilómetros cuadrados de superficie —mucho menos que cualquier departamento de Colombia, con excepción de San Andrés y Providencia—.

Hay mucho entre la esclavitud y la libertad

Como siempre, las cifras dicen muchas cosas y sirven para muchas otras. Yo las considero una oportunidad para entender cómo veía la libertad la población negra del siglo XIX.

Este año se conmemoran 170 años de la abolición de la esclavitud en Colombia; el Ministerio de Cultura declaró el 2021 como el Año de la libertad. Pero la libertad no puede limitarse a un decreto presidencial ni a una fecha en las reformas modernizadoras del Estado-nación colombiano. Hay que verla en un plazo más largo, más amplio, y entender que la libertad no es apenas lo contrario de la esclavitud; hay que comprender cómo esclavitud y libertad coexistieron desde los tiempos virreinales.

Por ejemplo, la esclavitud ya estaba en crisis en ciudades como Cartagena de Indias durante el siglo XVIII, y Cartagena había sido en algún momento el principal puerto receptor de esclavos. Ya había una gran población negra libre que se movía en los mismos espacios que la poca población esclava. Allí se definía su cultura popular, pero también los prejuicios racistas.

Libertad y abolición (según los amos)

La abolición ocurrió cuando la esclavitud ya no era primordial para la economía colombiana. Aun así, un sector importante de esclavistas se opuso, sobre todo en el Occidente (Cauca y Antioquia, sobre todo).

Aparte del derecho a la libertad de los esclavizados, se reconoció el “derecho a la propiedad” de los esclavistas. Por eso, con dineros del Estado, se procedió a indemnizar a los propietarios.

Aún más, es sospechosa la puesta en escena de los actos públicos de manumisión: se exhortaba a los liberados a comportarse moralmente y con fidelidad a sus antiguos amos. En otras palabras, se los veía como a menores de edad y, por lo tanto, ineptos para la libertad, por lo que necesitaban acompañamiento. Esto se reconocía por encima de sus derechos.

Fijarnos apenas en el momento del proceso oficial de manumisión opaca otras reflexiones: el bicentenario de la libertad de vientres no se menciona en el discurso oficial, por ejemplo.

Democracia racial, ¿discurso o hecho?

La igualdad basada en el mestizaje y la democracia racial que propuso la república liberal de mediados del siglo XX no está exenta de falacias.

En junio de 1943, el diario El Tiempo registró la fundación del Club Negro de Colombia y reprodujo su “manifiesto para la América”: la junta directiva del club decía que la “raza negra” había sido fundamental en el “desenvolvimiento universal de la edad moderna”; según ellos, sin esta población no existiría el capitalismo como sistema económico.

El texto señalaba que el defecto más grande de la sociedad norteamericana era el tratamiento infame de los negros; agregaba que, paradójicamente, su democracia no se podía entender sin sus aportes.

Esta es la oportunidad para reflexionar sobre cómo escribimos la historia de la población negra.

El Club Negro estuvo bajo la influencia de “la democracia racial”, que proclamaba la república liberal de los cuarenta en contraposición con el segregacionismo legal de Estados Unidos. Al respecto, anotan que “desde la primera República [los negros] hemos convivido con las otras razas dentro de un ambiente de igualdad”.

Un par de meses atrás, bajo ese mismo influjo, el diario había publicado una carta de Díaz —secretario de propaganda del Club Negro— dirigida a Henry Wallace —vicepresidente de Estados Unidos, entonces de gira por Latinoamérica para conseguir apoyo para la Segunda Guerra Mundial—: “Quizá ningún pueblo de América ha recibido de la raza negra los beneficios que su patria, Mr. Wallace. Y quizá, en ningún lugar del mundo, en los tiempos modernos, se ha perseguido más l negro que en los Estados Unidos”.

Antes se había referido a la extrañeza que seguramente sintió Wallace al llegar a varios lugares de Hispanoafroamérica —así llamaba Natanael Díaz a Hispanoamérica—: “se levantan en el mismo sitio y en el mismo instante, confundidos en el mismo ideal, y modulando el mismo grito de entusiasmo, el hombre blanco, el hombre indio, el hombre negro”.

Foto: Cinemateca Distrital - Estamos pues ante la necesidad de mirar la sociedad colombiana que la esclavitud formó y las secuelas todavía perceptibles a pesar de los esfuerzos en la construcción de unas prácticas y discursos que proclamaba una supuesta igualdad.

La subordinación de la población negra

Pero en esos mismos meses se publicó algo muy diferente. La revista Sábado, —fundada por Plinio Mendoza Neira y dirigida por Abelardo Forero Benavides— era la tribuna de la intelectualidad liberal defensora del mestizaje como una virtud nacional. Allí se podían leer frases como “la única realidad de América era su hirviente crisol de razas y recuerdos” o “en estos trópicos la levadura africana se iba diluyendo”.

Esta revista publicó en la sección de humor lo siguiente, junto con otras tres notas cortas bajo el título de Cuatro cuentos subidos de color:

En una de las sesiones más turbulentas del parlamento colombiano se adelantaba un debate promovido por el líder de color doctor Diego Luis Córdoba, quien había sido herido levemente en una mano por el cuerpo de bomberos de Bogotá, que quiso arrojarlo de una fábrica ocupada violentamente por los obreros con el líder chocoano a la cabeza.

—Para terminar este debate —dijo el doctor Córdoba— entrego al señor ministro de gobierno esta radiografía de mi mano destrozada. Y le extendió a Alberto Lleras Camargo, quien era ministro de gobierno, una placa negra de radiografía.

—Gracias, honorable representante —contestó el ministro— le agradezco mucho su retrato.

Un momento para volver a pensar

Debemos tomar en serio esta conmemoración: han pasado 170 años, pero el presente es lo que más le interesa a la historia —o, por lo menos, aprender del pasado para actuar ante las preocupaciones actuales—.

Esta es la oportunidad para reflexionar sobre cómo escribimos la historia de la población negra. Hay que reconocer la importancia de los debates doctrinarios sobre abolición a comienzos y mediados del siglo XIX, su relevancia en la madurez política del Estado-nación colombiano y su relación con una tradición internacional de pensamiento abolicionista.

De todos modos, conmemorar los 170 años de la abolición de la esclavitud —y del bicentenario de la libertad de vientres, además— debe aprovecharse para hablar en clave negra de las prácticas liberadoras. Esto invita a reconocer la capacidad histórica de resistencia y negociación de los afro, para comprender, sin caer en la condescendencia, los caminos de libertad que tomaron. Tenemos que reconocer la sociedad colombiana que se formó en la esclavitud y, sobre todo, sus secuelas en el país de hoy.

Es hora de hablar sin odios, pero también sin temores.

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