Detrás del éxito de nuestra Selección y el nacimiento de la liga profesional de futbol, hay una historia de luchas de género y de cambio de patrones culturales que encuentra campo fértil en los estadios deportivos.
David Quitián*
El deporte como campo de lucha
La inauguración de la liga profesional de fútbol femenino en Colombia país debe entenderse en dos sentidos:
- Como una lucha histórica de las mujeres a quienes desde el origen del fútbol se les impidió jugarlo –incluso por ley, como ocurrió en Brasil– por un sinfín de razones que se resumen en dos argumentos: la ofensa a la moral pública y el poner en peligro la procreación de la especie.
- Como uno de los casos donde el deporte sirve como espacio privilegiado para reivindicar ciertas luchas sociales, entre las cuales se destacan las que libran dos poblaciones tradicionalmente discriminadas: los afrodescendientes y las mujeres.
El protagonismo de los afrodescendientes en el deporte es tan marcado que sirvió de base a una representación social que les atribuye cualidades biológicas (juegan bien porque son negros) en lugar de admitir que tal capacidad atlética es más resultado de la discriminación y de la respuesta política del grupo afectado que de la naturaleza. El deporte es quizá la mejor herramienta de la lucha afro: cada triunfo deportivo es también una victoria política.
Paralela a esa lucha racial avanza la reivindicación de género, que desafía al deporte como un asunto de hombres para hombres. Este postulado -consecuencia de la fuerza consuetudinaria del sistema patriarcal- relegó a las mujeres a ser espectadoras o a ser parte de la recompensa de los campeones que disfrutan de sus besos en las ceremonias de premiación, como todavía pasa en el ciclismo.
La naturalización del deporte como actividad masculina correspondía a lo que sigue ocurriendo con la sociedad en general: las posiciones sociales y las relaciones de poder se establecían en virtud del género (y también de lo étnico). Había cargos y roles exclusivamente para hombres y para mujeres. Ser presidente de una república, sacerdote y futbolista eran posibilidades prohibidas para las mujeres. De hecho, las dos primeras prohibiciones siguen vigentes en el mundo.
Un contragolpe al prejuicio
![]() Equipo femenino de Santa Fe, campeonas del primer Campeonato de Fútbol Femenino Foto: Coldeportes |
Por eso la existencia de cada mujer deportista es un logro para aplaudir. Es fruto de una lucha ganada contra el poder cotidiano, contra el sistema social establecido. Esto es particularmente meritorio en disciplinas deportivas tradicionalmente masculinas, como los deportes de contacto (entre ellos el boxeo) y el fútbol. Basta ser niña e intentar convencer a los padres de querer practicar alguno de esos deportes para sentir el peso de la sanción social expresada en prejuicios lapidarios como: “mujer que juega fútbol es lesbiana o marimacho”.
En este contexto de dominación masculina, donde se ejerce violencia real y simbólica contra las mujeres que se atreven a practicar ciertos deportes –pues está claro que disciplinas como la gimnasia y el voleibol escapan de ese estigma–, emerge el fútbol femenino que ha tenido un desarrollo sobresaliente en sociedades donde el fútbol masculino no es tan importante, como Estados Unidos, Canadá, Noruega, Suecia y China.
La lucha de las mujeres ha sido doble: contra la historia y contra el prejuicio.
En Estados Unidos, por ejemplo, el fútbol soccer es todavía considerado “cosa de mujeres y de inmigrantes latinos”, lo cual refleja la condición periférica en la que se encuentra. Y esta condición se expresa incluso en la diferencia del trato que la propia FIFA da al fútbol femenino en relación con el masculino. Los calendarios, los horarios de los juegos y las condiciones de las canchas –las mujeres, por ejemplo, han jugado mundiales en césped sintético– aún parecen un complemento, un añadido, para el establishment masculino del balompié.
Esta asimetría también está expresada en la exposición mediática, el mercadeo, los premios, los salarios y, sobre todo, en la diferencia de estatus entre la industria del fútbol practicado por hombres y por mujeres. En este caso la masculinidad ocupa un lugar central pues se propone un libreto viril para el deporte –replicado por deportistas, periodistas, publicistas e hinchas– donde la fuerza, el coraje y la valentía (valores asociados con lo masculino) aparecen como elementos constitutivos de una actividad donde no hay lugar para lo débil, delicado y temeroso es decir, para el arquetipo medieval de lo femenino.
Un logro, no una concesión
Por lo anterior la lucha de las mujeres ha sido doble: contra la historia y contra el prejuicio.
A la estrategia patriarcal han opuesto la táctica de la resistencia y la resiliencia. Un buen ejemplo de ello es su ingreso al campo tradicionalmente masculino del fútbol y la manera como han aprendido sus lógicas y códigos que poco a poco han ido transformando. El fútbol es el fútbol, pero una cosa es verlo practicado por hombres y otra por mujeres que no han optado por imitar, sino por construir su propio juego, su propia estética, su propio lugar.
Esta construcción progresiva ha derrumbado la falacia de la falta de destreza por parte de las mujeres y de su “natural” debilidad. Todavía la simulación de faltas y la desmedida reacción a contactos del adversario –tan típica del fútbol masculino– es prácticamente inexistente en el femenino. He ahí un intento exitoso de las mujeres por separarse del prejuicio de su debilidad.
Lo anterior permite decir que el fútbol femenino existe a pesar del fútbol masculino. Esto incluye a la FIFA, que se vio forzada a reconocerlo, a darle visibilidad y a apoyarlo debido al aumento exponencial de su práctica, al tamaño del mercado que concita y a la potencia política de las mujeres y sus luchas reivindicatorias.
En esa línea de análisis, una primera conclusión es que esa inequidad que vemos en el fútbol femenino en relación con el masculino expresa una falla de origen pues no se consideró a las mujeres como sujetos de derecho ni como individuos con estatus de ciudadanos, de modo que su existencia como tales solo es atribuible a su lucha: es una conquista, no una concesión.
Contrastes que iluminan diferencias
![]() Marta Vieira Da Silva, jugadora de fútbol femenino profesional brasilera. Foto: Wikimedia Commons |
Una anécdota ilustra las diferencias entre el fútbol practicado por hombres y mujeres: en los Juegos Olímpicos de Rio 2016, ante el mal comienzo de la selección masculina anfitriona y el buen debut de la femenina, abundaron en redes sociales las bromas y memes donde se ridiculizaba a Neymar, el capitán de los hombres, y se alababa a la capitana de las mujeres, Marta Viera da Silva.
Esta disputa simbólica llegó a tal punto que muchos brasileros tachaban el nombre de Neymar en la espalda de sus camisetas futboleras y con marcador escribían debajo el nombre de la número 10 brasilera. Por desgracia, la selección femenina perdió la semifinal y acabó cuarta del certamen, mientras que los hombres se coronaron campeones y obtuvieron el único logró que les había sido esquivo: el oro olímpico.
Allí las cosas volvieron a la “normalidad” jerárquica. De nada valió recordar que Marta ya había superado en estadísticas a todos los colegas hombres de su país, incluso al mismísimo rey Pelé; superó los 95 goles que él había marcado en la selección brasileña y logró ser distinguida cinco veces como la mejor del mundo.
La feliz generación de Yoreli
La realización del torneo profesional femenino es producto del contexto internacional, donde las mujeres del mundo se han ganado el derecho a jugarlo y a ser reconocidas por los entes deportivos.
Pero en el caso de Colombia también es resultado del desarrollo nacional en la práctica de este deporte: basta dar un paseo por las canchas de barrio, escuelas y clubes para percatarse del tamaño de su práctica.
Su realización es, entonces, un acto de justicia histórica ante una expresión social que llevaba décadas de práctica invisible, casi siempre clandestina y muchas veces estigmatizada. La historia se partió en dos gracias al estupendo desempeño de la generación de Yoreli Rincón (perversamente llamadas “niñas súper-poderosas”, de manera que las infantilizan y caricaturizan). A partir de sus conquistas deportivas, con gran difusión mediática, fue desdibujándose el prejuicio, se deshollinó el fútbol oculto de las mujeres y miles de niñas pudieron jugarlo inspiradas en los nuevos referentes que brillaban en torneos internacionales.
El fútbol es el fútbol, pero una cosa es verlo practicado por hombres y otra por mujeres que no han optado por imitar, sino por construir su propio juego.
El éxito de la Selección Colombia femenina es a la vez causa y consecuencia de su práctica social: es imposible explicarla sin referirse a las miles de jugadoras que lo practicaron antes enfrentando los prejuicios y que propiciaron esa fiebre nacional que se hizo evidente en los récords de asistencia de público en la fase final de la primera liga femenina donde quedaron como campeonas las mujeres de Santa Fe.
Por supuesto que esto es apenas el comienzo: el año entrante todos los clubes deberán contar con equipos femeninos en el torneo. Y este proceso se está extendiendo a todos los países asociados a la FIFA que deberán promover el inicio de campeonatos de fútbol de mujeres en sus respectivos países.
Por donde se vea, y pese a las críticas que puedan hacerse, lo conseguido por las futbolistas es importante y disminuye la brecha social entre mujeres y hombres. Veremos qué tanto nuestra sociedad comprende este importante paso y cómo este otro fútbol consigue que lo sigamos con entusiasmo.
* Doctor en Antropología por la Universidad Federal Fluminense (Brasil), profesor de sociología de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD) y miembro de la Asociación Colombiana de Periodistas Deportivos (Acord).